browderismo, lo que le permitió tener a dos de sus miembros dentro del gabinete (Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez), algo que no se repitió entonces en ningún otro país latinoamericano. 28 Durante este periodo de 1940 a 1944, Batista adoptó una política liberal que permitió la obtención de algunas conquistas democráticas y sindicales, acorde a la alianza internacional de Estados Unidos con la Unión Soviética -con la que se estableció relaciones diplomáticas en octubre de 1942- para la derrota del fascismo. Llegada de los auténticos al gobierno A pesar de que el conflicto mundial favoreció las exportaciones de la Isla, sacando a la economía cubana de su prolongada crisis, las interrupciones de las trasportaciones marítimas crearon desabastecimientos que afectaron a los sectores populares. Además, la corrupción administrativa, las violaciones de los preceptos constitucionales y el ambiente violento que siguió existiendo en el país, llevaron al desprestigio gubernamental y facilitaron el resonante triunfo de la oposición en los comicios presidenciales del 14 de julio de 1944. Batista, que por la nueva ley orgánica del Ejército (1942) se había atribuido grado de mayor general y el derecho a volver a ocupar la máxima jefatura de las fuerzas armadas cuando dejara la presidencia, con el propósito de volver a su antiguo status de verdadero poder tras el trono, vio así frustradas sus ocultas intenciones con la derrota de Carlos Saladrigas. el candidato de la coalición gubernamental. Atrapado en sus propias maquinaciones, Batista, esta vez sin alternativas para prolongar su mandato -la constitución de 1940 impedía al presidente de la república volver a optar por el cargo hasta ocho años después del cese de su mandato-, debió entregar el poder, aunque dejando la puerta abierta para un futuro regreso, tal como lo comprendió entonces el Magazine semanal de los redactores de Time: “A los cuarenta y tres años, el hombre fuerte de Cuba, Fulgencio Batista, apenas estaba maduro para el retiro. Hablo de un largo viaje por los países vecinos; acaso el ex cortador de caña soñara con devenir una personalidad en toda la América Latina. Era hombre a vigilar. Seguramente no perdería de vista a su isla nativa, dispuesto a oponerse a cualquier cosa que oliese a gobierno inconveniente. Desde su balcón, la semana pasada, dijo a su pueblo qué si alguna vez lo necesita, él respondería a sus clamores. El doctor Grau, preparándose para trasladarse al palacio presidencial en
Véase Paula Ortiz Guilian: “El primer Partido Comunista de Cuba y su posición ante los gobiernos auténticos”, en Comunismo, socialismo y nacionalismo en Cuba (1920-1958), loc.cit, p. 161 y ss. 28
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