botellas viejas, bolsas plásticas, llantas viejas, tubos rotos de PVC, platos desportillados y hasta zapatos viejos. Además, no utiliza productos de síntesis química para hacer control de plagas, ya que recurre a los biocontroladores o a la llamada alelopatía, que es la siembra de plantas complementarias en un mismo espacio para que se apoyen entre sí; por ejemplo, la yerbabuena junto al repollo ayuda a expulsar el gusano que devora las hojas de este último (David, 2008, p.66). Igual pasa con aquellos que con solo criar una gallina pueden llegar a usar los huevos para la nutricia de la casa y el estiércol, llamado gallinaza, para abonar el sustrato donde germinan el resto de alimentos. Este abono también se puede hacer en un rincón de la casa con los sobrados de cocina; incluso, algunas veces no se necesita tierra para sembrar, como en el caso de las orellanas o zetas, que son de alto valor proteínico, ya que crecen en apenas en un poco de arena dentro de una bolsa plástica. Sin lugar a dudas, es innegable el aporte medioambiental de la agricultura urbana, cuya actividad aplicada a lotes baldíos o terrazas puede llegar a generar ingresos de hasta ochocientos mil pesos por cosecha (Linares, 2010, 16 de octubre). Y aunque este sistema productivo cuenta en Colombia con el apoyo de organizaciones como la FAO, entidades como el Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis y algunos gobiernos municipales en ciudades como Medellín,
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Cúcuta, Cartagena y, por supuesto, la capital del país, sumado al proyecto de ley 103 de 2012 que apenas se tramita en el Congreso de la República para promoverla, aun falta que se asuma con mayor decisión y liderazgo una política de Estado que involucre recursos para capacitación que permitan llevar el conocimiento a todas las comunidades y colegios de las ciudades y municipios de Colombia, y, desde allí, movilizar proyectos de asociación como los que se han dado en el barrio San Cristóbal, al
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