La muerte tras sus ojos

Escrito por: Paulina Arbeláez
Ilustrado por: Natalia Fernández Morales
Fue muy ingenuo el momento que vi que ella comenzó a enfermar.

Todas las noches era costumbre de mi mami tener las luces de la casa encendidas.
Pero esa noche en particular todas las luces estaban apagadas.

Caminé despacio por el pasillo y vi a mi mami junto al armario. Ella lloraba.
A raíz de su enfermedad comenzamos a alternarnos las tareas de la casa.

Siempre buscando su bienestar, hacíamos su comida favorita y ella nos devolvía ese amor acompañándonos en la cocina.
Pero con el tiempo, su sonrisa se fue apagando.

Su fuerza se desvanecía, su cabello caía, sus ojos verdes se tornaban café.

Me fui a Medellín, fingiendo ser fuerte, pero la ausencia pesaba. La ansiedad me susurraba cada
día el miedo a un mensaje final.


Mi vida continuo, antelaba las vacaciones y llevándola siempre en mis pensamientos, la llenaba de regalos de Snoopy.

La depresión y la ansiedad manejaban el rumbo de mi día a día, me llenaba de angustia pensar que en cualquier momento me llegaría ese mensaje diciendo “la mami ya se murió”.
Regresé a casa en septiembre, para decirle un último adiós.

Ahora ya no podía hablar, pero escribía en una tablilla para comunicarse. Le tomé la mano y le dije cuánto la quería.
A las 12:05, mientras admiraba la luna, ella partió.

Me aseguré de cumplir sus deseos: rosas blancas y rosadas, una despedida llena de amor.
De vuelta en Medellín, el dolor se volvió real. Pero aprendí a abrazarlo, a transformarlo en amor.

Estuve rodeada de mucho amor, el cielo estaba pintado de naranja, rosa y azul.

Ya no lloro por no tenerla, sino por haberla tenido, por la belleza de su existencia.