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Coyuntura energética actual, momento también para priorizar nuestro modelo de sociedad

Juan Iglesias | Urbanista ambiental

Cuando parecía que el tema de la energía empezaba a encauzarse con los nuevos Planes de Energía y Clima, el Acuerdo de París, y los diferentes compromisos internacionales en materia de descarbonización, el escenario geopolítico vuelve a entrar en escena y todos esos planes, objetivos y compromisos vuelven a verse comprometidos. La pandemia reveló unas nuevas formas de comprender la movilidad y el uso de energía en general muy distantes a lo que veníamos acostumbrados, con consumos bastante inferiores a lo que conocíamos. Claro que todo eso fue a costa de prescindir de muchas costumbres como volar, ir en coche a trabajar o consecuencias como la desescalada de la economía. Ahora la situación ha reflejado una nueva debilidad hasta el punto de revelar la importancia de la capacidad de generación energética, hasta ahora casi incuestionada, para dejar en evidencia que Europa

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está muy lejos de alcanzar la independencia para

mantener el nivel actual de producción y consumo. Hecho que acaba repercutiendo en el resto de los ámbitos de la calidad de vida. Es cierto que ni en Europa, ni en el resto de continentes, se posee algo similar a la autosuficiencia energética, ni de casi ningún otro ámbito, pero es que en el caso de la energía se trata de uno de los bienes más trascendentes para poder sostener nuestro modo de vida. Hace tiempo que la energía se convirtió en bien indispensable y un derecho fundamental del ser

humano, que seguramente no se ha protegido y

valorado lo suficiente. La sostenibilidad se habla en muchos términos, puede ser en términos de producción, económicos, materiales, sociales, ambientales o de otros tantos. No obstante, hay cuestiones que fundamentan en sí mismas la cuestión de la sostenibilidad, como pueden ser la salud o la energía, como bienes absolutos que aseguran que nuestra persecución por el equilibrio se mantiene más o menos constante. Poner en jaque uno de esos bienes que sustentan la estructura socio-económica nos debería hacer preguntar cuáles son esos bienes indispensables

que hay que salvaguardar, restaurar o desarrollar

para que las vorágines temporales no hagan tambalear los cimientos de nuestro eco-sistema socioeconómico. Más allá de las acciones inmediatas que debemos afrontar para dar respuesta a esta crisis energética, como los Planes de Contingencia Energética, es también el momento de plantear una reflexión sobre esos bienes y valores que debemos proteger, restaurar y desarrollar, como son: las energías renovables, la convivencia armoniosa con la naturaleza, y las sociedades empoderadas.

TRANSFORMACIÓN DE LOS CENTROS URBANOS DE LAS CIUDADES EN LABORATORIOS DE INNOVACIÓN

Juan Capeáns | Economista urbano Las ciudades españolas atraviesan un intenso proceso de cambio como consecuencia de la pandemia del COVID-19. Si bien su vigencia como

motor de desarrollo económico y progreso social

es indiscutible, su configuración, sus usos y los elementos que las distinguen actualmente enfrentan importantes desafíos. En muchos casos, los centros históricos de las principales ciudades se están convirtiendo en ciudades fantasma, experimentando claros procesos de vaciamiento de sus centros históricos a raíz de procesos gentrificadores, turistificadores o como consecuencia de la presión inmobiliaria y los cambios en los modelos de vida. La COVID-19 y su efecto centrífugo ha intensificado dichas tendencias, acelerando el crecimiento de los suburbios, desplazando más y más población fuera del centro de las ciudades. El crecimiento disperso de las ciudades (en inglés, Urban Sprawl) es un fenómeno que comenzó hace varias décadas en el desarrollo de muchas ciudades norteamericanas en asociación con el uso generalizado del automóvil y el rápido crecimiento poblacional de las mismas. Mientras que las ciudades latinoamericanas y asiáticas experimentaron procesos similares de dispersión, hasta ahora las principales ciudades europeas no presentaban problemas relevantes en este sentido. Mucho más compactas y edificadas mucho antes de que el uso del automóvil se normalizase, las ciudades europeas mantienen, hoy en día, un modelo de desarrollo urbano de alta densidad que favorece la ciudad de proximidad y reduce su impacto medioambiental. Sin embargo, según el índice de dispersión urbana para las principales ciudades y áreas metropolitanas españolas elaborado en el año 2016 por la Universidad de Oviedo, el nivel de dispersión de las zonas de nueva construcción correspondientes al boom inmobiliario es similar al observado en las ciudades norteamericanas, en algunos casos incluso superior. Las zonas más periféricas de las ciudades españolas son las más afectadas, siendo especialmente relevante en las principales ciudades y en las zonas costeras. El menor poder de

concentración y atracción de los centros

históricos de las principales ciudades contribuye, a su vez, a producir una mayor dispersión hacia la periferia, profundizando la tendencia hacia unas ciudades españolas cada vez más dispersas más dependientes del vehículo privado y con un mayor impacto medioambiental. Actualmente, distintos municipios españoles están poniendo en marcha proyectos de reactivación de sus centros históricos que persigan retener población y atraer actividades económicas de alto valor añadido que propicien un cambio de tendencia. NAIDER, a través de su Laboratorio

Colaborativo para la Transformación de

Ciudades y Territorios colabora con distintos ayuntamientos en la adopción de políticas locales que revitalicen sus centros históricos y consoliden su poder de atracción contribuyendo a limitar el crecimiento de los suburbios periféricos. Son muchas las ciudades que ante dicha tendencia preparan estrategias de regeneración urbana que persiguen frenar el vaciamiento de sus centros históricos.

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