Rescate en el mar

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Despegando hacia la lectura: Niveles Q–S (40) Rescate en el mar

Rescate

en el mar

Escrito por Mary-Anne Creasy Ilustrado por Meredith Thomas

okapi educational publishing

D


Rescate en el mar

DESPEGANDO HACIA LA LECTURA

Tipo de texto: Narrativo Nivel: R (40)* Cantidad de palabras: 2,752

Fluido avanzado: Niveles Q–S (40)* Libros asociados

Libros de perspectivas

Lenguaje literario

¿Cómo se hace un campeón?

Como pez en el agua

Deportes competitivos

Verbos: abandonar bajar desplomarse salir a la superficie subir surcar tirarse transmitir

HeroRATs: Ratas heroínas

Una ratita inteligente

Animales que trabajan

Tras la escena del zoológico

Tan lejos de casa

Animales en cautiverio

¡Llévame a la escuela!

Escalera al cielo

La educación

Los primeros visitantes

Odiseo y el Cíclope

Aventuras arriesgadas

Polio: Una enfermedad aterradora

¡A bailar!

Prevenir enfermedades

El majestuoso río Mississippi

El niño y el río

Compartir el río

¿Cuál es la atracción?

Rescate en el Cañón Azul

Destinos de vacaciones

Nuestra Tierra activa

Nace un géiser

Vivir en lugares peligrosos

Energía limpia

Sobreviviente del terremoto

El impacto del cambio climático

Proteger al pueblo flechero

¡Intrusos!

Pueblos no contactados

Explorar el espacio

Rescate en el mar

Explorar el espacio

Sustantivos (abstractos): alegría angustia dirección emoción problema señal Sustantivos (concretos): arrecife de coral baliza bote salvavidas cabina canal cubierta esnórquel mar naufragio quilla satélite sistema de navegación GPS Conceptos clave • Los sistemas de navegación GPS utilizan satélites ubicados en el espacio. • Los personajes pueden cambiar y desarrollarse del inicio al final de una historia. • Superar el miedo puede ser difícil, sobre todo al enfrentarse a un reto de vida o muerte. Estrategia de lectura Identificar cómo cambia un personaje del inicio al final de una historia. Libro asociado Explorar el espacio

Fluido avanzado: Niveles T–V (50)* © 2021 EC Licensing Pty Ltd. Este trabajo está protegido por la ley de derechos de autor de los EE. UU., y en virtud de las convenciones internacionales de derechos de autor, se aplica en las jurisdicciones en las que se publica. Todos los derechos reservados. La marca “Despegando hacia la lectura” y el logo de la estrella son una marca registrada de EC Licensing Pty Ltd en los EE. UU. Quienes compren este libro pueden tener ciertos derechos para copiar partes de él según la ley vigente sobre derechos de autor. Los compradores deben realizar las averiguaciones necesarias en la jurisdicción en que lo usarán para determinar si tienen esos derechos y su alcance. Todos los demás derechos reservados.

Desarrollado por Eleanor Curtain Publishing Impreso y encuadernado en China por Colorcraft Ltd, Hong Kong Distribuido en los EE. UU. por Okapi Educational Publishing Inc. Teléfono: 866-652-7436 Fax: 800-481-5499 Correo electrónico: info@myokapi.com www.myokapi.com www.flyingstarttoliteracy.com www.despegando-hacia-la-lectura.com ISBN: 978-1-76107-027-3 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 21 22 23 24 25

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Convivencia

Restaurar los arrecifes de coral

Corales coloridos

Ecosistemas en problemas

La lucha por los derechos de los niños

Un dólar por día

Los niños y el trabajo

¡La cámara no miente!

El notición

En la mira

Liderar el camino

Un líder improbable

¿Qué hace a un líder?

Vivir con robots

Milo y los robots

Robots

La vida en los climas extremos

En el desierto

Convivir con el clima

El misterio de las pirámides

Rey por una semana

Tesoros arqueológicos

Internet y privacidad

¡Etiquetado!

La vigilancia a cada paso

Regresar de la extinción

El regreso del mamut lanudo

Extinto por siempre

educational publishing

* Los niveles indicados con letras son medidas exclusivas de Okapi y son comparables con los niveles de Lectura Guiada de Fountas and Pinnell. Los valores numéricos que están entre paréntesis están alineados con DRA/EDL. * Los niveles indicados con letras son medidas exclusivas de Okapi y son comparables con los niveles de Lectura Guiada de Fountas and Pinnell. Los valores numéricos que están entre paréntesis están alineados con DRA/EDL.


Rescate en el mar

Escrito por Mary-Anne Creasy Ilustrado por Meredith Thomas



Contenido Capítulo 1: Unas vacaciones terribles

4

Capítulo 2: ¡Falla del sistema!

10

Capítulo 3: ¡SOS, SOS!

16

Capítulo 4: El rescate de la guardia costera

24

Nota de la autora

32


Capítulo 1

Unas vacaciones terribles Nunca me gustó el agua. Aunque soy un buen nadador, la idea de estar en altamar me llena de temor. Así que cuando mamá y papá dijeron que el abuelo nos llevaría a Sophie, Peter y a mí a navegar una semana, no me gustó nada. —¿Me puedo quedar en la casa? —pregunté. —No, lo siento, Joe. Tu mamá y yo tenemos que viajar por trabajo —dijo papá—. El abuelo me llevaba a navegar cuando era pequeño y creo que unas vacaciones en el mar les divertirán. Sophie y Peter estaban emocionados. Peter tenía un año y medio más que yo, catorce. Él tenía muchas ganas de hacer esnórquel y Sophie quería ver una sirena, pero ella tenía solo ocho años. Su emoción por el viaje hacía que mi angustia se viera peor. —Si sabes que las sirenas no existen —dije, tratando de apagar la alegría de Sophie.

4


En cuanto llegamos al barco del abuelo, el Nimbus, me fui directito a la cabina. Todo estaba bien cuando zarpamos, pero cuando llegamos a mar abierto y cruzamos un canal turbulento, el barco se zangoloteó mientras surcaba las olas. Me asusté. Estaba convencido de que el barco se iba a hundir. Y me mareé con el movimiento de las olas picadas. Subí a cubierta, pálido y temblando.

5


El abuelo navegaba a través del agitado mar. Cuando vio mi mala cara se rio. —Sí, es mejor estar en la cubierta si te sientes mal. Así que tuve que sentarme en el viento y ver el mar, pensando que quería estar en mi casa. El abuelo le enseñó a Peter el sistema de navegación GPS. —Es mucho mejor que los mapas porque la información se actualiza constantemente. El problema es que si falla el sistema es como navegar a ciegas. Cuando el abuelo dijo eso, me puse aún más nervioso. Cada tanto, sin que nadie me viera, iba a asegurarme de que el GPS todavía funcionaba.

6


Pasamos toda la semana navegando. A Sophie y Peter les encantó. Se asomaban por los lados del Nimbus mientras cortaba las aguas azul claro. Se tiraban sin miedo al mar para nadar y hacer esnórquel en los arrecifes de coral. Al principio intentaron que me metiera al agua: —¡Vamos, Joe, no tengas miedo! —me gritaban juntos. Pero no quise. El mar parecía no tener fondo y estábamos muy lejos de la tierra. Se dieron por vencidos y me dejaron en paz.

7


Después de una semana en el mar, al fin regresábamos a casa. El abuelo dijo que navegaríamos la ruta rápida. Dijo que tomaría solo cinco horas si el viento estaba bien. A las siete en punto estaríamos en la costa. —Abuelo, ¿puedo llevar el barco antes de que entremos al canal? —preguntó Peter. —Claro —dijo el abuelo. Le enseñó a Peter la ruta en el GPS y cómo navegar. —Lo haces muy bien —dijo el abuelo—. Quédate en la ruta. Voy abajo a ayudar a Joe y a Sophie a empacar.

8


Casi terminábamos de empacar cuando Peter gritó: —¡Abuelo! ¡Hay un problema con el GPS! Dice Falla del Sistema. El abuelo tiró la mochila que tenía en la mano y todos corrimos a la cubierta. La panza se me agitaba de miedo. El abuelo revisó los interruptores y los controles, pero definitivamente el GPS no funcionaba.

9


Capítulo 2

¡Falla del sistema! —¿Estamos perdidos, abuelo? —preguntó Sophie nerviosa. El abuelo le acarició la cabeza. —Claro que no, pequeña. Aquí tenemos mapas, tenemos la radio. Vamos a estar bien. Le miré la cara al abuelo, pero se volteó muy rápido. Parecía preocupado. —Peter, ¿puedes llamar por radio a la guardia costera y decirles lo que pasa? —preguntó el abuelo—. Voy a buscar esos mapas. Peter prendió la radio y apretó el botón del micrófono como nos había enseñado el abuelo que debíamos hacer en una emergencia. No hubo más que estática.

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El abuelo subió a cubierta cargando unos mapas enrollados. —¿Nada? —preguntó. Peter negó con la cabeza. El abuelo agarró el micrófono, apretó el botón de Llamar y lo intentó de nuevo. Nada. —Seguiremos intentando —dijo. Desenrolló los mapas en la mesa y señaló un punto en uno de ellos. —Creo que estamos por aquí y parece que tenemos un paso libre entre estas dos islas, así que seguiremos ese curso. Cuando las hayamos pasado, estaremos en camino.

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Hubo una ráfaga de viento frío y las velas se llenaron de aire. El abuelo navegaba el Nimbus mientras corríamos rumbo a mar abierto. De pronto, sin previo aviso, el viento cesó y sopló desde otra dirección. —¡Agárrense! —gritó el abuelo cuando la botavara giró hasta el otro lado y el barco se inclinó hacia un lado. Nos agarramos fuerte mientras la espuma de las olas nos mojaba la cara.

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El abuelo y Peter bajaron rápidamente la vela principal. Sin tanta vela que atrapara el viento, el barco bajó la velocidad. —Ok, quiero que se pongan la ropa impermeable y los salvavidas. ¡AHORA! Vamos a preparar todo en caso de que el viento empeore —dijo el abuelo, observando las temibles nubes oscuras. Corrí al armario donde se guardaban los salvavidas y le di uno a cada uno. Pronto estuvimos calentitos y me sentí mucho más seguro con mi salvavidas puesto. —¿No nos va a pasar nada? —le pregunté al abuelo. —Claro que no, vamos a estar bien. Solo hay que pasar esas islas y entraremos al canal profundo. Esta es la parte más peligrosa por el arrecife, por eso aquí hay varios naufragios. De pronto hubo un chirrido por debajo de nosotros y sentí que el barco se estremecía. —¿Qué es ese ruido? —grité.

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—Creo que hemos chocado con algo. Voy a nadar bajo el barco para ver —dijo el abuelo. Se puso la máscara de buceo y el esnórquel y luego se quitó el salvavidas. Vimos al abuelo desaparecer por un costado, con su máscara de buceo y sus aletas. Sophie comenzó a llorar. —Me quiero ir a la casa. Yo también quería estar lejos del Nimbus y sentirme seguro en casa, pero no lo dije para no asustar más a Sophie. —¿Qué pasa si nos hundimos, Peter? —le pregunté bajito para que Sophie no me oyera, pero me oyó. —¿Hundirnos? ¿Nos vamos a hundir? Peter apretó los labios y me miró. —No, no nos vamos a hundir. Todo está bien. Pero se veía nervioso.

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Por fin el abuelo salió a la superficie y se subió a cubierta. Se veía preocupado. —Pues no, niños, malas noticias. La quilla se rompió. —¿La quilla? —preguntó Peter—. ¿Es la cosa esa larga de abajo que hace que el barco no se voltee? —Sip —asintió el abuelo—. Tenemos que prepararnos para abandonar el barco.

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Capítulo 3

¡SOS, SOS! El abuelo nos llamó a su lado. —A ver, quiero que todos se preparen. Por lo pronto, estamos bien, pero si el viento empeora, el Nimbus puede volcarse. Tenemos que subirnos rápido al bote salvavidas, así que hagan lo que les digo con calma y estaremos bien. Justo entonces, sopló una ráfaga de viento y el barco se empezó a inclinar. Sophie gritó y se tropezó. Se puso a llorar. Peter se estiró y la agarró. El abuelo señaló el frente del barco. —Peter, ve al armario y saca el bote salvavidas. Es la bolsa naranja de plástico que pesa mucho.

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Después volteó hacia Sophie y la abrazó. —Sophie, tú siéntate en la cubierta. ¿Ves esta radio? Quiero que presiones el botón y digas “¡Mayday! ¡Mayday!” y esperes. Si alguien contesta, me avisas. Sophie se secó las lágrimas de la cara y fingió ser valiente. —Okey —asintió. El abuelo se puso el chaleco y volteó hacia mí. —Joe, baja y agarra todas las botellas de agua que puedas. ¡Rápido!

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La cabeza me daba vueltas y el corazón me latía con fuerza. Bajé a la cabina, agarré desesperadamente algunas botellas y las llené de agua. Sentía un nudo en la garganta. Quería regresar a cubierta, ahí abajo no era seguro. ¿Y si el Nimbus comenzaba a hundirse? Sentía como las olas empujaban el barco mientras abría todos los estantes de la cocina a tropezones buscando una bolsa. Encontré una bolsa de plástico y metí rápido las botellas de agua. El barco se empezó a inclinar y yo me arrastré para subir los escalones. Cuando subí a la cubierta, el abuelo tenía algo en las manos. Parecía una botella de agua con una antena. —¿Qué es eso? —pregunté. —Es una baliza de emergencia —dijo el abuelo—. Manda una señal de nuestra ubicación a los satélites en el espacio. La señal se transmite a la guardia costera. Van a poder ver dónde estamos y mandar ayuda.

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—¿Cuánto tiempo van a tardar en rescatarnos? ¿Van a venir enseguida? El abuelo asintió. —Sip, estarán aquí enseguida. —Prendió la baliza y se iluminó. La puso en un compartimento en el que se podía ver y se volvió a ayudar a Peter. Una ráfaga de viento hizo que las olas fueran más altas y el barco se inclinó aún más. —Okey muchachos, vamos para la parte trasera del barco.

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El abuelo amarró la bolsa naranja a una argolla de metal en la parte trasera del barco. Echó la bolsa al agua y jaló la cuerda que pendía en el aire. La bolsa se abrió de golpe y se llenó de aire. En segundos, se convirtió en un pequeño bote salvavidas con una pequeña carpa para cubrirnos. La jaló hacia el Nimbus y echó la bolsa de botellas de agua adentro. —Ahora, Peter, quiero que pases primero para ayudar a los otros dos. Peter asintió. Salió del barco y cayó por la abertura de la carpa. —¡Ay! —gritó.

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—¿Estás bien? —preguntó el abuelo. —Sí —dijo Peter—. Es solo que mi brazo chocó con las botellas de agua. El mar picado hacía que el bote salvavidas golpeara el Nimbus y el abuelo lo empujó con el pie. Le gritó a Peter: —¡Voy a tener que dejar que el bote salvavidas se aleje un poco! No quiero que se dañe con el barco. Peter lo miró atento, asustado: el abuelo aflojó la cuerda un poco y Peter se alejó flotando.

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—Bueno, Joe, sigues tú —dijo el abuelo. Miré el agua allá abajo. Estaba picada e imaginé que las olas se estrellaban contra mí y me hundían. Negué con la cabeza. —¡No puedo brincar tan lejos! —dije. —No, Joe, vas a tener que nadar —dijo el abuelo—. No está lejos, son solo unas yardas. —Joe, ve por favor. ¡Tengo miedo! —dijo Sophie. Estaba llorando y se abrazaba al abuelo. Me paré en el escalón y el agua me llegó a los pies. Supe que no tenía opción. El bote salvavidas no se veía tan lejos. —¡Brinca y luego nadas! —gritó el abuelo. Contuve la respiración y brinqué. Esperaba que la cabeza se me hundiera pero no pasó. El chaleco salvavidas me mantuvo fuera del agua y oscilé de arriba abajo unos segundos. Peter se inclinó hacia el frente y gritó: —¡Nada, Joe, nada!

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Era difícil nadar con el chaleco. Cuando estuve cerca, Peter se agachó y estiró un brazo para ayudarme. Me desplomé dentro de la balsa, jadeando de miedo. —¡Lo lograste! Ya estás a salvo —dijo Peter mientras me abrazaba fuerte.

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Me di cuenta de que Peter se estaba agarrando el brazo. —¿Qué pasó? ¿Estás bien? —pregunté. —Nada, solo caí mal sobre mi brazo —dijo Peter, pero se estaba sujetando la muñeca y estaba pálido. Antes de que pudiera decir nada, el abuelo gritó: —Oigan, voy a jalar el bote salvavidas para que Sophie no tenga que nadar tan lejos. Peter gritó: —¡No pasa nada, Sophie! Es fácil, y eres muy buena nadadora. Sophie asintió pero se veía asustada. El abuelo empezó a revisarse los bolsillos.

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—Niños, ¡se me olvidó la baliza de emergencia! —Volteó para mirar a Sophie—. Está bien. No me tardo. Espérenme tantito. El abuelo se trepó de nuevo al Nimbus mientras Sophie se agarraba del barandal de metal. El tiempo empeoró, el viento era más fuerte y las olas más altas. Una ola enorme se estrelló contra un lado del barco. Nosotros veíamos cómo se inclinaba el barco más sin poder hacer nada. Sophie gritó mientras se sumergía en el agua.

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Capítulo 4

El rescate de la guardia costera —¡Peter, ayúdame! —gritó Sophie, y comenzó a nadar hacia nosotros torpemente con su chaleco, aunque no se acercaba. —Peter, tienes que ir y ayudarla —dije con urgencia. Peter negó con la cabeza. —No puedo, mi muñeca. Debe estar rota. Vas a tener que ir tú. —Joe, por favor, ¡ayúdame! —gritó Sophie. Me asomé y miré el agua. Estaba picada. Luego vi la carita asustada de Sophie. —Está bien, no te preocupes, ya voy. —Brinqué al agua y nadé hasta Sophie. Las olas chocaban contra nosotros y tuve que escupir el agua. Pero al final, llegamos al bote salvavidas. Ayudé a Sophie a subir y Peter usó su brazo bueno para jalarla.

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El bote salvavidas seguía amarrado al Nimbus y la cuerda se tensó de un jalón. Si el barco comenzaba a hundirse, nos iba a sumergir. —¡Tenemos que desamarrar la cuerda! —dijo Peter—. Joe, ¡te toca! Nadé de regreso al barco y desamarré la cuerda. De inmediato, comenzamos a alejarnos. —¡Abuelo! —grité, pero no hubo respuesta—. ¡Tengo que encontrarlo! —Comencé a nadar hacia la parte trasera del Nimbus. —Joe, ¿qué haces? —gritó Peter—. Regrésate al bote salvavidas. Podemos dar la vuelta remando.

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Entonces vimos que el abuelo nadaba hacia nosotros desde el otro lado del barco. —¡Aquí, abuelo, aquí! —le gritamos. El abuelo nos hizo señas con la mano y despacito se fue acercando a nosotros. —Listo, abuelo, te tengo —dije estirándome para agarrar su chaleco salvavidas. —Ya veo, Joe, gracias! —dijo el abuelo cuando lo ayudaba a subir al bote salvavidas.

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—Iba por la baliza cuando el Nimbus se inclinó y me caí al agua por el otro lado —dijo el abuelo jadeando. Nos abrazó a todos. —¡Lo logramos! Bien hecho, niños. Y entonces me fijé en que la baliza estaba amarrada al chaleco del abuelo. —Abuelo, ¿crees que funcionó? ¿Crees que vendrá pronto la guardia costera? —Seguro que funcionó —dijo el abuelo—. Pero tal vez tengamos que esperar un buen rato. Al menos ya estamos seguros.

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Pasamos las siguientes horas flotando por ahí en el pequeño bote salvavidas, tomando traguitos de las botellas. El viento perdió su fuerza gradualmente y el mar se calmó. Las nubes desaparecieron y salieron la luna y las estrellas al oscurecer. Finalmente, un poco después de medianoche, vimos un puntito de luz a lo lejos. Poco a poco fue creciendo y pudimos oír el ruido sordo del motor de un barco. También oímos una voz atronadora desde un altavoz. —¡Guardia costera a la tripulación del Nimbus, prepárense para el rescate! ¡Nos salvaron!

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Muy arriba de nosotros, entre las estrellas, había un satélite que recibió nuestra señal y la mandó a la guardia costera para nuestro rescate de emergencia. Esa señal nos salvó la vida. Conforme se acercaba el barco de la guardia costera, su enorme reflector brillaba con fuerza ante nuestros ojos. El motor se apagó y un miembro de la tripulación bajó por la escalera y se asomó con un palo largo para jalar nuestro bote salvavidas. —Hola, niños, ¿quién quiere bajar primero? —preguntó. —¡Ya estamos a salvo, niños! —dijo el abuelo cuando estuvimos en el barco de la guardia costera, y nos abrazó a los tres bien fuerte. —¡Estuviste fantástico, Joe, qué valiente! Ya no le tienes miedo al mar, ¿verdad? Le sonreí al abuelo y negué con la cabeza. —No, ni tantito. Y entonces, de pronto, una ola chocó contra el barco. Di un bandazo y me quedé sin aliento agarrado al brazo de Peter. —Bueno, tal vez un poquito —admití.

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Nota de la autora Cuando hice la investigación para este libro, pasé mucho tiempo en Internet viendo videos de gente que vive en yates y navega grandes distancias por todo el mundo. Hay niños que crecen en barcos y aprenden a navegar y a vivir en una pequeña casita en el agua. Se ve divertido, pero a veces debe dar miedo, especialmente si hay una tormenta o si chocan contra algo en el agua. Los niños tienen que aprender qué hacer durante una emergencia porque si algo sale mal, todos tienen que ayudar.

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Rescate en el mar

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