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Vanesa Robles (Guadalajara, 1973). Ha ganado los premios Jalisco de Periodismo (en 2001 y en 2008), Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez (2000) y el Nuevo Periodismo en la categoría de radio (fnpi, 2002), entre otros. Es egresada de Ciencias de la Comunicación del iteso. vanesarobles@ gmail.com

a madre suplicante: “Por favor, escriba que mi niño es apto para la guardería del imss”. El médico del Seguro Social, indolente, menea la cabeza, encoge los hombros, señala el moco que se asoma por la nariz del bebé de cinco meses —un moco típico de niño de guardería—, muestra la salida del consultorio público y, por fin, da señales de voz: “¿Para qué tuvo hijos si no tiene quién se los cuide?”. Es el comienzo de esta historia sobre la vida laboral y la crianza. En México, sus protagonistas se cuentan por millones: alrededor de 26 millones de madres —un cuarto de ellas sin pareja—, de las cuales 10.4 millones salen a trabajar. Y de los hijos de menos de cuatro años de estas mujeres —casi tres millones de criaturas—, sólo medio millón acude a alguna guardería pública, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi), el Centro de Estudios e Investigación en Desarrollo y Asistencia Social (ceidas), y el Consejo Nacional de Población (Conapo). A mediados de abril de 2011, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (ocde) le puso pimienta a la historia: los mexicanos estamos más atareados que los vietnamitas, estadunidenses, nigerianos, alemanes —que el resto de la humanidad. En promedio trabajamos diez horas diarias, entre las labores remuneradas y las del hogar, dice la ocde, y sus cifras se quedan cortas en compa-

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ración con las estadísticas mexicanas. Desde 2007, la Encuesta Nacional de Empleo advertía que de cada diez mexicanos, tres trabajan más de 48 horas a la semana, y muchos de ellos hasta 56 horas (sin contar el trajín de la casa). A las criaturas de estos mexicanos tan rebosantes de horas laborales, la Convención sobre los Derechos del Niño les asegura, teóricamente, “todas las medidas apropiadas para […] beneficiarse de los servicios e instalaciones de guarda de niños…”. En el mejor de los casos, la práctica les regala una infancia entre la guardería y la pantalla del televisor; entre la casa de un familiar y la casa propia, mientras su madre se entiende con el diseño de alforjas, la confección de artesanías, la redacción de textos. En los peores casos, la práctica les regala el encierro bajo llave. De vez en cuando, estos encerrados se asoman por las rejas de la nota roja del país: envenenados, quemados, ahogados. En Noruega, dicen, es difícil que sucedan horrores así. En 2010 ese país fue calificado por la organización Save the Children como el mejor del mundo para ser madre. Para elaborar su ranking, la organización evaluó la esperanza de vida, el nivel educativo y la remuneración de las progenitoras, así como los espacios para la crianza y el tiempo de cesantía por maternidad. Sólo en los últimos temas, la comparación entre México y Noruega provoca envidia: mientras aquí una madre está obligada a dejar de trabajar 42 días


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