REVISTA ON LINE DE ESALCU ONG

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José Luis: “Pensaron que la solución estaba en la ‘Disminución de riesgo’ o sea, bajar de la pasta base a la marihuana, para esto, mis padres debían comprarla y suministrármela”

N

ací en un hogar constituido por mis padres y dos hermanos. En la escuela me iba muy bien pero empecé a darme cuenta de algunas cosas que sucedían en mi casa: la sobreprotección de mi madre o las grandes discusiones entre mis padres. Al terminar la primaria mis padres decidieron mandarme a un liceo privado así que cambié de amistades y cuando ingresé al colegio, los niños me rechazaban haciéndome sentir menos porque no tenía todos los lujos que ellos sí. Comencé a discutir con mi padre y a generar rechazo y odio hacia ambos. Mi falta de identidad generó un vacío que no lo llenaba ni el amor de mis padres ni todo lo que ellos pudieran darme. Empecé a querer llenar ese vacío y construí un mundo de mentiras. Con 12 años iba a bailar y tuve mis primeras borracheras. Me involucraba cada vez más con pibes a quienes les gustaba salir a bailar, alcoholizarse, fumar… pero nada me saciaba. A los 14 probé la marihuana, en ese entonces no era consciente de los daños que producía. Al empezar a consumirla rompí la barrera entre lo que estaba “prohibido” y lo que no. Entré en un mundo que desconocía y que me llevaría por malos caminos. Me había convertido en un adolescente rebelde, desobediente, manipulador y mentiroso.

No quería realizar ninguna actividad con mis padres y el rechazo hacia ellos era cada vez mayor. Pasaba todo el día en la esquina del liceo sin hacer nada. La marihuana se había vuelto un vicio, la fumaba todos los días y mi madre comenzó a sospechar. La droga me producía sueño y hambre, así que sólo comía y dormía. Mi cuerpo la necesitaba cada vez más y tenía que consumir más cantidad para lograr el mismo efecto. Comencé a aburrirme y probé la cocaína y la pasta base. Un día le dije la verdad a mi madre acerca de lo que estaba haciendo. Quedó en estado de shock y esperó a que viniera mi padre para contarle. En ese momento se desató una guerra en mi hogar y mis padres intentaron ponerme un límite pero ya era demasiado tarde. Había conseguido trabajo y lo dejé, abandoné los estudios y me convertí en un vago que se drogaba todo el día. Todo empeoró cuando mi madre se dio cuenta que había vendido todas mis cosas. Para calmar la situación en mi casa acepté ir a una psicóloga y así “tapar el ojo”. La propuesta era la de “disminución de riesgo”, “bajar” de la pasta base a la marihuana, para esto, mis padres debían comprarla y suministrármela. Preferían que fumara marihuana en casa y no pasta base afuera. Tenían una plantita en el patio que mi mamá

regaba. Una vez en la esquina del liceo, mi padre paró el auto, me llamó y me dio un porro, ¡mis amigos no podían creerlo! pensaban que esa era la situación ideal. Pero todo empeoró, comencé a robar en la calle e incluso le saqué una suma grande a mi familia. La última noche que consumí, intenté robar al lado de una boca y casi me matan. Llegué a mi casa arruinado y sin propósito. En ese momento me di cuenta de lo mal que estaba y decidí internarme. La psicóloga les recomendó a mis padres un lugar llamado Beraca. El 10 de noviembre de 2008 ingresé a la comunidad de Villa García. Ahí me recuperé, conocí el amor verdadero y mi vida cambió por completo. Encontré gente jugada que se preocupó por mí, sin que se les pague nada, sólo por amor. Encontré la paz y la felicidad que nunca había tenido. Mi familia comenzó a creer que Dios podía hacer milagros y ahora pueden orientar a los padres de otros chicos que ingresan al hogar. Encontré la verdadera satisfacción ayudando a los demás. Dios me devolvió la vida y me di cuenta que tenía mucho para dar. Decidí quedarme en la comunidad formando parte de esta familia que lucha por sacar adelante a los que más necesitan.

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