Colección de postales Jaume Morell Joya del mes de octubre El coleccionismo individual ha sido a lo largo de la historia una de las fuentes generadoras del patrimonio cultural. Ese coleccionismo se nutre de la curiosidad y la sorpresa, que produce gratificación sensorial e intelectual al coleccionista. Los principios de ordenación y selección distinguen el coleccionismo del fetichismo, que se caracterizaría por la acumulación desordenada y el secreto. Un paso más allá, el coleccionismo científico, que transciende lo individual, precisa de sistematizaciones contrastadas que permitan llevar a cabo una actividad continua de investigación. Este coleccionismo está presente en las colecciones de los siglos XVII y XVII, en las que se fundamentaron los principales museos públicos europeos.
La tarjeta postal, que ha sido profusamente coleccionada, nace como una modalidad de correo. Con ella se trataba de reducir el coste del franqueo para quienes querían enviar breves mensajes que no precisaban el secreto de la comunicación. Aparecían por primera vez en la Austria de 1869, en forma de pequeñas cartulinas que en su anverso llevaban ya impreso el franqueo, mientras se reservaba el reverso para el mensaje. Inmediatamente otros países como Alemania, Suiza e Inglaterra las introducían en su sistema de correos. En España, la primera tarjeta postal fue impresa en 1873 por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, y su valor era de 5 céntimos. Estas primeras tarjetas, todavía sin ilustraciones, y que se caracterizaban por tener el sello impreso en la misma cartulina, se denominaron “enteros postales”.