Catálogo exposición Interfaz

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construyen intencionadamente una cotidianidad y un espacio de pertenencia desde donde protegerse, resistir y superar la adversidad comunitariamente, con la promoción de un comportamiento ético coherente y la optimización de los recursos propios. En el reparto de roles –débiles y fuertes, sabios e inexpertos- la trama comunitaria se construye creando calladamente la interdependencia, aunque la resiliencia personal anide en un solitario y sea a partir de esa soledad desde donde esa persona contribuya a la causa común. En la comunidad las personas se necesitan mutuamente, en un proceso en que crece la equidad en el grupo y con ella las posibilidades de resiliencia; es decir, como ese resorte interior y esa templanza individual que actúa con los valores y emociones que la identidad del grupo refuerza en su reivindicación identitaria. En síntesis, a mi juicio los pilares de resiliencia comunitaria son tres: por un lado, el reconocimiento del acervo sociocultural compartido que contribuye a la generación de confianzas y clima de cooperación y solidaridad; por otro, el desarrollo de expresiones lúdicas y humorísticas en contexto de duelo. El despliegue del sentido del humor y la disposición positiva hacia el juego social contribuyen a la tolerancia al interior del colectivo, a la creación de un clima social saludable; y finalmente la valoración y manifestación de la creatividad que es fundamental en la construcción cotidiana de las estrategias de enfrentamiento a la adversidad. Estas tres condiciones tienen en el centro a la persona vinculada con otras personas, contribuyen a la resiliencia comunitaria con acciones muchas veces sencillas y sin connotación de heroísmo o martirologio: el solo hecho de liberar el pensamiento y no echarse a morir, finalmente, son acciones de enfrentamiento y superación de la adversidad. Volviendo a la metáfora del metal resiliente y a su analogía con las víctimas, digamos que la persona se levanta del aplastamiento; sí, pero enfatizando que se trata de una persona y no de un pedazo de metal; en otras palabras, esa humanidad no recupera su forma como el metal ni vuelve íntegramente a su estado original porque la experiencia cambia a la persona: no vuelve a ser la misma; y tampoco la persona se reviste de una fría y aislante armadura o coraza. El hombre de acero es solamente un cómic. Llevar las duras metáforas metálicas (templanza, resorte, resiliencia) a sus últimas consecuencias, nos arriesga a olvidar que las metáforas y analogías son figuras retóricas y que el ceñirse a su significado literal atenta contra su propia poeticidad que le da el poder de actuar en diversos imaginarios. Por último, nunca será inútil recordar que por sobre toda otra consideración, las víctimas son personas. Seres humanos que sumergidos o aplastados -literal o simbólicamente- logran emerger, levantarse, intentando una recuperación, una continuidad vital, que se retoma incorporando ese cambio inevitable que provoca la experiencia.


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