Eneida utiliza los métodos clásicos y ciertas innovaciones de la escultura para registrar esa misteriosa vida que anida en el rincón cotidiano del jardín. Su enorme manejo del oficio es puesto al servicio de una naturaleza íntima y a veces minúscula. Su eficiencia metódica es utilizada para registrar las huellas de lo que acaso no tiene nombre; sus series de objetos conforman una clasificación formal que mezcla la alusión a índices de género, especie y evolución. Las obras, situadas en una corriente antimonumental guardan el silencio de las horas alejadas de la luz en los rincones más sombríos.