Curar una muestra colectiva es siempre un desafío porque significa articular discursos diferentes en un mismo espacio. Discursos que no siempre se complementan, ni se contraponen. La superposición de voces -que no necesariamente arman un relato- conforman un mosaico “multivo¬cal”, como un grupo coral en el que cada uno ejecuta su parte en el momento preciso. Así vamos recorriendo pedacitos de pavimento que se convierten en paisajes para albergar figuras, donde una mancha puede ser, según la mirada del observador, desde una aurora boreal hasta la explosión de una bomba. Y podemos dar una vuelta en la calesita, en esa que recordamos de nuestra infancia, donde cada elemento era advertido con la intensidad de una existencia real, ya fuera un caballo a domar, un auto de carrera o un patito para jugar. También podemos circular por un edificio abandonado a cuya inauguración, brillante y festiva, había concurrido el fotógrafo en su niñez.