Hazme un sitio en tu montura… León Felipe, Baltasar Lobo y la España peregrina

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a sus amigos para que colaborasen, ponía en juego su poderosa influencia sin el menor alarde, naturalmente, como si nada de aquello le costase esfuerzo alguno. Unas líneas para obtener un visado, una llamada telefónica para encontrar un trabajo o para organizar una exposición: otras veces se trataba de una recomendación para su propio médico, o para reclamar a un español −al que no conocía− de un campo de concentración, sin olvidar las idas a la prefectura para hacerse responsable, moral y materialmente, de artistas que necesitaban quedarse en París. Al darles el documento obtenido les decía: “Bueno, ahora no os metáis en líos, porque me fusilan a mí”. Y cuando un amigo le pedía una recomendación difícil: “Pero tú quién te crees que soy yo, si soy menos que un guardia civil”. (Mercedes GUILLÉN, Picasso, Madrid, 1975, pp. 28-29). Baltasar Lobo gozó del apoyo y la amistad del escultor cubista Henri Laurens, de paralelas convicciones libertarias, ambos compartieron silencios y trayectorias plásticas: el gusto por la talla directa y la actividad artesanal, por el cuidado de las herramientas de trabajo y los acabados impecables. “Saber más sobre un artista exiliado debería suponer saber más sobre el exilio. […] En las últimas décadas, además, la cultura ha sufrido un fenómeno de atomización que parece ser consecuencia de la globalización y la consiguiente fragmentación de los tejidos sociales; en España, una de las caras más llamativas del fenómeno ha sido la manía localista que se ha apoderado de los estudios sobre arte y cultura; de aquí resulta, en ocasiones, una historia del arte que recupera a los artistas del exilio en ámbitos exageradamente locales, con intenciones sobre todo hagiográficas, y, en demasiadas ocasiones, convenientemente despojados, para no ofender, de su perfil ideológico original”.

“El exilio es siempre la historia de un fracaso, de un olvido, de un desgarro; de modo que si Max Aub hubiera vuelto a España en otras circunstancias políticas, es muy posible que el país le hubiera resultado igual de desconocido, de diferente al país soñado.” (DÍAZ SÁNCHEZ, “Memoria y olvido...”, p. 14).

Camino de las estrellas “Ser en la vida romero, romero..., sólo romero. Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo, pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero”

“Soy hijo del agua y de la tierra, pero mi sepultura está en el viento. Que él recoja el legado de polvo y de ceniza, el mineral residuo, la ingrávida reliquia que no se trague el fuego”

(León FELIPE, “Cenizas”, en El ciervo, 1954) La madurez da en no creer en nada, o en casi nada, pero León Felipe y Baltasar Lobo nunca llegaron a convertirse en descreídos. Sus añoranzas se transformaron en combados juncos meridianos proyectados hacia la bóveda celeste. León Felipe, que se confesaba “el más torpe y el más ciego de todos los poetas españoles”, aunque respondía de todos sus versos con su sangre, “casi desnudo, como los hijos de la mar”, ganó otra luz el 18 de septiembre de 1968.

La almohada de bronce El largo viaje

Baltasar Lobo soñó cara al viento añicos de estrellas y emprendió otro viaje, no sin antes impregnarse del encarnado polvo marmóreo de Novelda, darse una vuelta por su pueblo y modelar un peregrino abrazado a su silente cayado. El 4 de septiembre de 1993 hizo otro alto en el camino antes de emprender nuevo rumbo.

“Mi patria está donde se encuentra aquel pájaro luminoso que vivió hace ya tiempo en mi heredad. Cuando yo nací ya no le oí cantar en mi huerto. Y me fui en su busca, solo y callado por el mundo. Donde vuelva a encontrarlo, encontraré mi patria porque allí estará Dios”.

“Había un hombre que tenía una doctrina. Una doctrina que llevaba en el pecho (junto al pecho, no dentro del pecho), una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco. Y la doctrina creció. Y tuvo que meterla en un arca, en un arca como la del Viejo [Testamento. Y el arca creció. Y tuvo que llevarla a una casa muy grande. Entonces nació el templo. Y el templo creció. Y se comió al arca, al hombre y a la doctrina [escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco. Luego vino otro hombre que dijo: El que tenga una doctrina que se la coma, antes de que se la [coma el templo; que la vierta, que la disuelva en su sangre, que la haga carne de su cuerpo… y que su cuerpo sea bolsillo, arca y templo”

(León FELIPE, “Parábola”, en Ganarás la luz, 1943) Existen en la obra de Lobo muchos jirones de felicidad. Cuando su actitud reflexiva cedió el testigo a la exaltación de lo femenino, brotó su candoroso homenaje a la esperanzada maternidad y la aceptación de su ilimitada curiosidad artística se desbordó en mil quehaceres. Anida en París, sin mancillas ni dislates pone en orden sus ideas, expone en salas de postín, se deslumbra ante nuevas constelaciones (Henri Laurens, Constantin Brancusi o Hans Arp) y traza su propio camino, que había iniciado modelando figurillas de barro y tallando bloques de madera en su Cerecinos natal. Ahora ataca el mármol y guía el metal fundido por su rielera.

Exposición temporal julio a octubre de 2016

Museo de Zamora Horario

Plaza de Santa Lucía 2 T. 980 516 150 | www.museoscastillayleon.jcyl.es martes a viernes de 19:00 a 21:00 h sábado de 12:00 a 14:00 h y de 17:00 a 20:00 h domingo de 12:00 a 14:00 h

El destierro de León Felipe se convirtió en estado vital permanente, pues su patria estará “donde se encuentre aquel pájaro luminoso que vivió hace tiempo en mi heredad”, convirtiendo la palabra en pasaporte universal y el verso, enhebrado por el mito, en feroz y feraz tarjeta de presentación. A inicios de la década de 1960 su sobrino, el torero Carlos Arruza, le pagó un pasaje de avión para visitar España, pero León Felipe se quedó en tierra: “no me contéis más cuentos”. Se había hecho a la desnudez de la diáspora y no quiso tocar nada. Ahora forja el verbo y engasta sus lágrimas cristalizadas. “Toda su escultura [de Baltasar Lobo] parece delatar un deseo de evasión incurable, como si el escultor se hubiese entregado tan a conciencia a su oficio como una forma de eludir la latencia de la muerte. La escultura era para él un rechazo del egoísmo humano, un afán por librarse del peso opresivo de las cosas, de un destino de indigencia moral; un medio, en suma, de celebrar, en el plano de la imaginación, la idea de la libertad. […] Suaves y redondos, los senos y el vientre oscilan y ondean, produciendo esa imaginaria impresión de movimiento, hasta tal punto lleva la elasticidad etérea, desafiando todas sus resistencias, en un triunfo de la forma que es, a la vez, un enaltecimiento de la vida. […] Lobo mantuvo un considerable ascendiente en el grupo de los artistas exiliados españoles de la Escuela de París y un papel muy activo en las opiniones y decisiones conjuntas, en las cuestiones políticas relativas a su posición frente al franquismo, como se puso de relieve en el viaje a Praga de 1946, o años después, en 1956, cuando el nuevo director del Museo de Arte Contemporáneo, el inteligente Fernández del Amo, tomó contacto casi clandestinamente con los artistas exiliados para difundir su obra en España y adquirir algunas de sus obras para el museo.” (María BOLAÑOS ATIENZA, “El regreso museístico de un exiliado: Baltasar Lobo entre París y Zamora”, en Vae victis! Los artistas del exilio y sus museos, Gijón, 2009, pp. 125-126 y 129).

Dep. Legal: ZA-142-2016

(León FELIPE, “Ahora de pueblo en pueblo”, en Versos y oraciones de caminante, 1920)

(León FELIPE, “Romero sólo...”, en Versos y oraciones de caminante, 1920)

(Julián DÍAZ SÁNCHEZ, “Memoria y olvido. Sobre la fortuna de los artistas del exilio en la España democrática”, Migraciones y Exilios, 6 (2005), pp. 12-13).

(León FELIPE, Ganarás la luz, 1943)

“Ahora de pueblo en pueblo errando por la vida, luego de mundo en mundo errando por el cielo lo mismo que esa estrella fugitiva… ¿Después?... Después… ya lo dirá esa estrella misma, esa estrella romera que es la mía, esa estrella que corre por el cielo sin albergue como yo por la vida”

“Una alegoría de la errancia: apoyado en su cayado, Le pélerin (1992) en bronce preside, en el Cimetière Montparnasse [división 8, sección 8], la tumba de quien en una ocasión había dicho que le gustaría morir como un torero, de quien definió su universo con estas palabras tan serenas y luminosas: “Siempre he soñado en una escultura de mármol que sea como un vuelo, que se eleve sobre el suelo para brillar en medio de la luz, que nos haga olvidar la pesadez, la penalidad de la tierra.” (Juan Manuel BONET, “Baltasar Lobo: Instantes de felicidad”, en Baltasar Lobo. Galería Leandro Navarro, Madrid, 2014, p. 16). “Juan Larrea quiso percibir en uno de los peregrinos de La Vía Láctea de Buñuel [Pedro y Juan, una pareja de peregrinos contemporáneos parten desde París hacia Compostela] un homenaje a León Felipe, cuyo apellido (Camino Galicia) casi es una premonición del Camino de Santiago [el film bucea además en el tema del caballero andante y su escudero en busca de la fe y del honor]. Es cierto que Pedro, con sus barbas y su aire de juglarón o clochard, evoca en algo físicamente a León Felipe, pero también es verdad que Buñuel no gustaba demasiado de estos juegos, más propios de los modos y maneras de Larrea. Ahora bien, una cosa es cierta: la estructura itinerante y abierta, que tanta importancia tendrá en la filmografía última de Buñuel (La Vía Láctea, El discreto encanto de la burguesía, El fantasma de la libertad), se genera a partir del esquema de Ilegible hijo de flauta [una frustrada película cuyo críptico guión redactaron al alimón Juan Larrea y Luis Buñuel y donde aparecía León Felipe como el único personaje real]. Si alguien quiere acompañar en su juicio a Larrea y ver en ello un triunfo in extremis de León Felipe, estará en su derecho. Habría que reconocer en tal caso que pocas veces se escribió tan derecho con renglones tan torcidos.”

León Felipe (León Camino Galicia de la Rosa) nació el 11 de abril de 1884 en Tábara (Zamora), donde su padre era notario. Su infancia y adolescencia transcurrieron entre Sequeros (Salamanca) y Santander. Estudió Farmacia en Madrid y ejerció como boticario mientras trabajaba como actor en compañías teatrales. Identificado y detenido en Madrid, fue condenado por deudas y pasó casi dos años encarcelado en Santander, aliviados por la lectura del Quijote. Con la joven peruana Irene de Lámbarri −a la que conoció en Valmaseda (Vizcaya), pues allí abrió una farmacia en 1917− marchó a Barcelona. Cuando la muchacha regresó a Perú, León Felipe se instaló en Madrid en 1918, llevando una vida bohemia y desastrada, hasta que volvió a regentar otra farmacia en Almonacid de Zorita (Guadalajara) en 1919. En 1920 publicó Versos y oraciones del caminante. Administrador del hospital Reina Cristina de Santa Isabel (Guinea Ecuatorial), denunció la corrupción que regía la colonia sin sufrir represalias −incluso fue galardonado con la Medalla del Muni− y marchó a México en 1923, donde fue docente y bibliotecario en Veracruz. Enamorado de Berta Gamboa, la siguió con pasaporte falso hasta los Estados Unidos para casarse con ella. Allí conoció a Federico de Onís, descubrió la poesía de Walt Whitman y Waldo Frank, estudió Letras en la Universidad de Columbia y ejerció como profesor de lengua y literatura españolas en la Universidad Cornell (Ithaca, Nueva York). Vuelve a México en 1930 y a España al inicio de la Guerra Civil, ahora desde Panamá, en cuya embajada era agregado cultural. En 1938 se exilió definitivamente en México. Tras recorrer casi toda Hispanoamérica y fundar los Cuadernos Americanos, murió en la ciudad de México el 18 de septiembre de 1968.

(Agustín SÁNCHEZ VIDAL, “La frustrada andadura cinematográfica de León Felipe”, Mester, XVII/1 (1988), p. 8). “Yace aquí el Hidalgo fuerte que a tanto estremo llegó de valiente, que se advierte que la muerte no triunfó de su vida con su muerte. Tuvo a todo el mundo en poco; fue el espantajo y el coco del mundo, en tal coyuntura, que acreditó su ventura morir cuerdo y vivir loco.” Epitafio que Sansón Carrasco puso en la sepultura del Quijote (Miguel DE CERVANTES, “De cómo don Quijote cayó malo, y del testamento que hizo, y su muerte”, Segunda Parte de Don Quijote, cap. LXXIV, 1615).

Baltasar Lobo Casquero nació el 22 de febrero de 1910 en Cerecinos de Campos (Zamora), donde su padre trabajaba como carpintero y carretero. Aprendiz de imaginería en el taller vallisoletano de Ramón Núñez, en 1923 asistió a los cursos de modelado en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid. En 1927 obtuvo una beca para la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, a la que renunció poco después, decantándose por el autodidactismo, los talleres del Círculo de Bellas Artes y las visitas al Museo Arqueológico Nacional y al Museo del Prado, ganándose la vida como marmolista de camposanto. Miliciano libertario durante la Guerra Civil en Madrid y Barcelona, en 1939 atravesó la frontera francesa y sufrió internamiento en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. Junto a su compañera Mercedes Comaposada Guillén (1901-1994) se instaló en París, mantuvo una fraternal amistad con Pablo Picasso y Henri Laurens, viviendo el resto de su vida en Montparnasse. Tras la Segunda Guerra Mundial, su trayectoria artística se


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