Brigantium18

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ALFREDO GONZÁLEZ RUIBAL

gran distancia entre unos núcleos y otros (Mariño 2000: 24). Los campos de labor en esta zona son más amplios y abiertos que en el área costera. Dado que el paisaje del primer Hierro es un paisaje de monte generalizado, resulta esperable que se dé una analogía con el de las zonas más escabrosas del N oroeste en la actualidad.

Paisajes de la Primera Edad del Hierro (fig. 3.7.)

Fig. 3.7. Áreas mencionadas en el texto: 1. Deza; Il. LérezVerdugo; IIl. Morrazo; IV Depresión Meridiana.

años, a continuación el rendimiento baja mucho: esto explica que con frecuencia se plante un año trigo, otro centeno -que es menos exigente- y que posteriormente se deje al tojo crecer (el tojo nitrogena la tierra). El ciclo es de unos 15 años en los suelos de primera calidad y de hasta 36 para los de tercera (Mariño 2000: 50-51). El recurso a un sistema semejante durante la Primera Edad del Hierro explica la -por lo general- amplia separación de los castros, así como su gran dominio visual. Los poblados necesitaban muchas más tierras a su disposición y controladas para mantener a comunidades relativamente pequeñas. Significativamente, en el paisaje rural gallego las zonas de monte presentan hoy día un panorama de bajas densidades de población, aldeas con casas apretadas y

Recientes estudios han permitido incrementar nuestro conocimiento del paisaje de la Primera Edad del Hierro en distintas zonas de Galicia. Desgraciadamente, la falta de definición que los arqueólogos portugueses observan entre el siglo' VII y el II a.e. impide que se hayan realizado trabajos equivalentes a los de Galicia. Tampoco para Asturias contamos con buenos estudios del paisaje y el poblamiento, aunque la labor catalogadora no ha dejado de incrementarse a lo largo de los últimos años (p. ej. Carrocera 1988; Camino 1995; Camino y Viniegra 1999). El problema con que nos enfrentamos siempre es la ausencia de materiales de superficie en la mayor parte de los castros, lo que impide asegurar su cronología sin que medie una intervención. Los escasos fragmentos que se recuperan en ciertos sitios no permiten afirmar si el sitio poseyó una ocupación previa. Muchas catalogaciones, además, identifican sólo los materiales más tardíos o romanos. Así, el castro de Coia aparece como "romanizado" en el inventario de los castros de Vigo (Hidalgo y Costas 1983: 135; Hidalgo 1987f: 91), pese a que la excavación dio como resultado una Fase II con importaciones púnicas (ca. s. IV-III a.e.) (Paz 1995a y b). La fase I, por sus materiales poco llamativos, nunca se tiene en cuenta en las descripciones de materiales, aparte de que resulta menos visible arqueológicamente (vid. Peña 2000). Algo semejante sucede en Portugal donde, o bien parecen existir sólo yacimientos galaicorromanos (p. ej. Almeida, e.A.B. 1990) o bien sólo del Bronce Final (Bettencourt 2000c), lo que explica que los investigadores de este país hayan definido la mencionada fase del 700 al 200 que permanece prácticamente desconocida.


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