Murmullo de Paloma Vol. 10 | Otoño 2021

M UR M U L L O D E PALO M A

Directorio Año 5, Número 10 | Otoño 2021 Comité directivo: Hugo Labourdette Durán, Alberto López Díaz González, Mario Ramírez Cañada, Alan Eduardo Pérez, Alejandra Pérez Torres.

Comité editorial: Juan Esquivel García, Hugo Labourdette Durán, Alberto López Díaz González, Alan Eduardo Pérez, Alejandra Pérez Torres, Shaila Esquivel Brizuela, Zindy Rodríguez Tamayo.

Coordinador de Artes visuales: Mario Ramírez Cañada Arte y Diseño: Ex-libris Foto de portada: Insistencia del cielo: amanece (2021) Asombraluz Fotografía Instagram: @_asombraluz_ Facebook: Asombraluz Fotografía Publicación editada y publicada por “Los señores Editores”, Alberto López Díaz González, Mario Ramírez Cañada.

Editorial Murmullo CDMX | murmullodepaloma@gmail.com www.murmullodepaloma.com Editor Responsable: Mario Ramírez Cañada Reserva de derechos al título exclusivo en trámite.

Impresión: Fecha de término de impresión Octubre de 2021, con un tiraje de 100 ejemplares.

Distribución: propia El contenido de esta publicación es de exclusiva responsabilidad de sus autores. Se permite la reproducción del contenido solamente con la autorización expresa de los autores correspondientes, misma que se puede solicitar a través de esta publicación. Murmullo de Paloma quedará exenta de cualquier responsabilidad frente a posibles informalidades y falta de seriedad o solvencia de anunciantes, así como del contenido de su publicidad.

Índice 7 El día en que se enteraron del Día de su muerte Shaila Esquivel 11 El primero Sofía Chiquetts 15 Espantapájaros J. R. Spinoza 19 La libreta Francisco Ariza 23 Pinche Yescas Alan Dantés 29 Una tarde, cuando el Sol se había tornado umbrío Samuel Segura 39 El verso atemporal Hugo Labourdette 43 La ventana Esther Vázquez-Ramos 45 Ojo de poeta Valeria Hipocampo 47 Paseo Francisco A. Cortés

51 Solicitud de empleo Zindy E. Rodríguez Tamayo M.LUXORI 53 Corteza Cynthia Candelas 55 Desmemoria Daniel H. Solano 57 La pochota Romeo Duvalier Peña 59 Poemas Citlalli Romero 63 Poemas Zindy E. Rodríguez Tamayo M.LUXORI

71 Poemas Juan Manuel Esquivel García 75 Poemas Miguel Gil Castro 77 Escribir en la tormenta Alberto Issac López Díaz González 81 Gaia y Ctonia Giorgio Agamben Traducción y notas de Juan Manuel Esquivel 89 Visita al cementerio Manuel López Gómez

El día en que se enteraron del Día de su muerte Shaila Esquivel

Tenían quince años de edad el día en que, movidos por una curiosidad casi indiferente, se enfrentaron a la sabiduría de Minaya. La mística gitana veracruzana los hizo conocedores de su muerte prematura a través de la infalible voz de las cartas. Algo divertidos, acudieron a la carpa roja que cada año se extendía en el terreno baldío, ahí mismo en donde siempre se instalaba toda la caravana. Querían saber cuándo se iban a topar con la fortuna y con el amor, con los viajes y con la fama. Sin embargo, las cartas solo dictaron el día de su muerte.

El final de su vida habría de llegar justo el día en que cumplieran veinticinco años. Indudablemente sería una muerte cruel, sangrienta y extremadamente dolorosa. Las cartas no decían exactamente cómo, pero la imagen estaba relacionada con el corazón; quizá, corazones despedazados o extraídos, tal vez un ritual satánico. Minaya no podía determinarlo con la información que le revelaban las cartas.

Todas las tardes salíamos a jugar básquetbol a eso de las cinco, cuando el sol ya estaba bajando. El barrio era bastante árido, pero recuerdo dos jacarandas que 7

le daban sombra a las canchas, la luz que se filtraba por las ramas era hermosa a esa hora, horizontalmente resplandeciente.

Hacíamos retas por equipos. Entre partido y partido nos dábamos el lujo de comer toda una gama de comida chatarra: Sabritas, refrescos, paletas congeladas de yogurt Alpura de fresa. Todos esos productos que vendía la señora que había improvisado una tienda en su casa y que despachaba a través de su ventana. Eran otros tiempos y otros territorios, los recuerdo dotados de una tenue virtualidad.

Ese día aparecieron Victor y El Palillo justo cuando estaba terminando una reta.

Traían los ojos saltones, cristalinos y el rostro pálido. Compartieron atónitos la noticia de su muerte.

Lo tomamos muy mal. Yo, en especial, me sentía muy triste. Cómo era posible que la vida de mis amigos se encontrara desahuciada tan pronto. Me quedé con el sentimiento de que se trataba desde ese momento de dos enfermos terminales que formaban parte de mi familia. Solo quedaba esperar a que su muerte sucediera diez años después.

Todos opinamos. Sopesamos las ventajas y las desventajas que implicaba conocer la fecha exacta de una muerte por venir. Unos pensaban que ya conociendo la brevedad de sus vidas, no tendrían que preocuparse por estudiar, por hacer planes inútiles, lo que tenían que hacer era dedicarse a vivir intensamente, aprovechar al máximo. No pensar en esa serie de previsiones que implican las responsabilidades adquiridas tarde o temprano por los adultos. Todos estuvimos de acuerdo, eso sí, lo cruel y doloroso de su muerte no podría evitarse, sin importar lo que hicieran para tratar de evadirlo.

Lo aceptaron. Con el tiempo lo fueron asimilando mejor y comenzaron a disfrutar de la vida. Siguiendo las recomendaciones, dejaron la escuela por considerarla estéril. Consiguieron un empleo sencillo, con el simple fin de ganar el dinero necesario para una felicidad inmediata. Se habían propuesto una felicidad recogida, simple y constante, que les durara hasta los veinticinco años, justo como lo había recomendado el consenso basquetbolero del barrio.

Trabajaban algunas horas en el taller mecánico de don Poncio y aunque ganaban poco, el trabajo los llenaba de satisfacción ya que no se agobiaban y tenían dinero 8

suficiente. Para qué tanto iban a necesitar dos muchachos de quince años, si en realidad vivían con sus padres. Lo que ellos se pagaban eran unas caguamas en la tiendita, esa era justo la felicidad sencilla, chiquita, pero segura. Las chucherías ya habían quedado atrás, esas cosas eran para los que esperaban tener una vida larga, ellos no tendrían el tiempo suficiente para esperar a que las experiencias les llegaran a su debido tiempo. Apresurar el bienestar, vivir en el ahora, nunca en el mañana. Así fueron experimentando otras cosas, claro, de lo disponible en el barrio: cocaína, chemo, ácidos, y siempre el alcohol. Una enorme gama de felicidad constante. Así, dispuestos a esperar el Día.

Victor y El Palillo iban a las fiestas, siempre juntos, siempre divertidos, siempre borrachos.

Cuando tenían 18 años ya no se acordaban de la fatal predicción, con el tiempo se habían convencido de que la gitana veracruzana era una charlatana. Pero no cambiaron nada, el vicio y la irresponsabilidad se habían convertido en su modo de vida. Se les dejó de ver juntos, se habían convertido por separado en dos jóvenes insignificantes, mediocres e infelices, nada respetados. Al Palillo me lo topaba con regularidad cuando regresaba de la escuela, me ofrecía en venta ya un reloj, ya un celular. El ánimo ansioso, la paranoia y la delgadez cubrían su rostro.

Con Victor era un poco diferente, solo un poco. Y la única diferencia era que tenía una noviecita muy guapa, eso lo frenaba en cierta medida. Los veía siempre sentados en la banqueta dándose tremendos fajones.

Siempre lo mismo. El Palillo siempre vendiendo cosas, Victor siempre fajando con la novia. Ambos siempre vendiendo, comprando, consumiendo. Tristes, violentos, decepcionados. Con las manos negras e hinchadas, con el rostro seco y la paranoia temblando en sus ojos.

Después Victor y su novia tuvieron un bebé. Una niña, hermosa la pequeña, la verdad. Me enteré de que la nombraron Britney, como Britney Spears. Entonces mi amigo de la infancia intentó ser responsable. Buscó un trabajo estable y lo encontró. Lo contrataron en la fábrica de colchones, en donde el sueldo era poco y las horas muchas, pero tenía seguro médico, y otras prestaciones. Eso es lo que me contó un día con cierto orgullo.

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Aún con su máscara de responsable seguía siendo vicioso. A veces se acordaba de la predicción de Minaya y se maldecía por haberse echado el bulto de la paternidad a los hombros, por no haber cumplido con su acuerdo de vivir la vida al máximo. Pensaba que si lo que le había dicho la gitana veracruzana era cierto, le quedaban ya pocos años de vida. De una vida insoportablemente aburrida. Siguió con sus responsabilidades por algún tiempo, pero, cuando conoció al Pacheco, un dealer de los pesados, entró en ese negoció y se alejó de sus lastres. Al parecer, Victor y El Palillo se fueron juntos.

Yo no volví a verlos. Se corría el rumor de que se habían ido a Estados Unidos.

También se dijo que ya habían muerto.

En ocasiones yo pensaba en su muerte sangrienta, me imaginaba que quizá Minaya había dicho la verdad. Pensaba en ellos, sobre todo cuando me encontraba con Britney Hernández, la adolescente huérfana de belleza deslumbrante.

Tiempo después me enteré, por uno de los amigos que aún vive en el barrio, de que Minaya había regresado con su carpa roja al terreno baldío. También me enteré de que a Britney Hernández le había sido vaticinada, por la misma gitana veracruzana, una muerte prematura, al igual que a su padre. ¡Mamadas!, pensé entonces. Ya no estaba para creer esas cosas, aunque en el barrio todos estaban seguros de que mis amigos de la infancia habían muerto a los 25 años, como les había sido predicho. Y más seguros estaban de que la hija de Victor correría con la misma suerte.

Al final el tiempo nos dio la versión correcta de la historia, que no es que realmente me hubiera quitado el sueño durante tantos años. Yo no he vuelto a ese horrendo lugar en el que crecí, pero igual supe, por alguna razón, que un día cualquiera Britney Hernández había llegado a casa y al entrar se había topado con un hombre, que la esperaba sentado en el sillón individual de la sala. El hombre no era viejo pero su rostro estaba acartonado y ojeroso, se veía muy mal, delgado en extremo, los ojos hundidos y la frente arrugada, grasiento el cabello chino, disminuido. Se trataba de su padre, quien para ese tiempo debió haber tenido 33 años, si no me equivoco.

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El primero Sofía Chiquetts

La verdad no sé cómo sucedió. La forma en que comenzó todo nunca la hubiera imaginado...

Bueno, sí soñé alguna vez algo parecido, no tan asombroso pero parecido... recuerdo que se acercó hasta mí y me dijo: «Te veo pasar todos los días, eres linda. No soy estudiante, paso mis días trabajando en la tienda de la esquina. Empacando y cobrando en la caja, supongo que no soy un gran partido. Aún así, no sé si te gustaría salir a tomar un café, caminar por el muelle y la playa, ver el mar juntos... Podríamos reír un rato y quizá hablar de libros»; y comenzó a caminar sin mirar atrás, tan solo extendió la mano y con la cabeza me instó a seguirlo.

Por supuesto me sorprendí, asentí lentamente y caminé detrás de él. Parecía algo normal, yo sentía que soñaba, adiós clases de hoy, hola aventura.

Nos dirigimos hacia el muelle, después de unos metros volteó y entrelazó su brazo al mío. Habló con entusiasmo de libros, parecía que había leído mucho más que yo y sorprendentemente suponía que yo conocía todo lo que él hablaba. Me dijo tímidamente que estaba seguro que yo estudiaba literatura, que tenía el tipo, que miraba con interés todos los libros 11

que yo llevaba bajo el brazo al pasar frente a la tienda. Que mis lentes eran divinos y acentuaban mi aire intelectual.

Yo le conté que me gustaba leer a cielo abierto, el tejuino bien helado y levantarme tarde.

Después de mirar a todos lados y comprobar que nadie nos miraba le dije también que podía hacer boca de pez y le enseñé cómo hacerla. Sonrió y aplaudió. Él contraatacó y me mostró cómo hacer de su lengua un taquito y reímos hasta que nos dolieron las costillas.

Continuó hablando, de los libros de Anne Carson, de lo que sintió al leer por vez primera a Margo Glantz y lo malo que le pareció el libro de Fernanda Melchor. En ese punto me miró de reojo y me dijo con un poco de vergüenza: “Aunque quizá no deba decir esto, ya vez todo el mundo alaba ese libro.” Yo solo sonreía, nunca me había sentido más libre, me flotaba la cabeza.

Ojalá el tiempo se hubiera detenido ahí.

Para que no siguieran galopando furiosos los minutos me besó. Fue un beso breve, arrullado por el rumor de las olas y alentado por las gaviotas que sobrevolaban esta escena.

Cogidos de la mano caminamos de nuevo, ahora callados.

Nos quitamos los zapatos y caminamos a la vera del mar, la arena estaba caliente y yo silenciaba mis pensamientos, sentía su palma cálida contra la mía y el mundo, las clases y todo lo demás dejó de existir. El cielo se enrojeció y nos sentamos a disfrutar de su espectáculo, me tocó la cara con sus dedos rasposos y mirándonos a los ojos jugamos al cíclope, hasta que nuestros labios chocaron y se volvieron uno.

Acarició mis manos, mi cara y suavemente con su dedo índice acaricio mis labios, sin palabras.

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El batir de las olas nos arrullaba, se recargó en mí y nos abrazamos mientras en un silencio perfecto nuestra mirada se perdía en las olas.

—¿Es la primera vez que besas a un desconocido? —dijo de pronto.— —Es la primera vez que beso —respondí.— Reímos sin estar claros de la causa, se estableció un silencio cómodo.

Acariciaba mis rizos y suspiraba. Dijo que mi cabello era como caracolas, que era una melena de león en un cordero, me pidió que no lo amarrara jamás. Yo solo sonreía, me dolían los labios, me asustaba el galopar de mi corazón.

—Eres una chica que se convertirá en una mujer inolvidable, ¿me oyes?

—¡Calla! —le dije—. No entendía bien qué significaba eso. ¿Era un cumplido?

Para que callara lo empecé a besar, primero suavemente, después una furia me acometió y lo asalté a besos que se convirtieron en mordidas, en risas y caricias.

Nos quedamos dormidos sobre la playa. Cuando desperté, él ya se había ido.

Sorprendida y triste, me sacudí la arena del vestido y me encamine a mi hogar.

Al pasar los días lo busqué en la tienda, pero él no volvió jamás. Y aunque han pasado dos décadas de aquello, cada vez que regreso al barrio y veo el mar, sigo esperando verle, ya le tengo noticias: he aprendido a hacer taquito la lengua...

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Espantapájaros J. R. Spinoza

¿Quieres saber cómo terminé aquí? Fue a causa de los cuervos. ¡Vaya que son listos! ¡No! ¡No me pongas esa cara! Esto sucedió antes de que nacieras… ¡Ven, pósate sobre mi hombro! Te contaré la historia. ¿Dónde estaba? Ah, sí… ¡Ustedes son muy listos! Una vez vi un documental acerca de una parvada como la tuya que imitaba el aullido de los lobos. ¿El motivo?

El lobo llegaba a la zona y capturaba a la presa que la parvada había visto y, luego de comer, dejaba la mesa lista para ellos.

Los cuervos son como nosotros, omnívoros y oportunistas, comen de todo y, por eso, al llegar al rancho del abuelo Hermes, no me sorprendió que intentaran comerse el maíz. Lo que me pareció increíble fue que un viejo y descolorido espantapájaros los mantuviera a raya. Digo, se supone que son tan inteligentes como para recordar rostros y hacer funerales a sus muertos. ¿Acaso, no se dan cuenta que aquel muñeco clavado en la tierra no puede hacerles ningún daño?

Eso mismo se lo pregunté un día al abuelo mientras veía por la ventana cómo uno de ustedes descendía en diagonal y frenó en el último momento, a pocos centímetros del espantapájaros. Las plumas negras se encresparon y pareció detener el viento. El cuervo 15

hizo una elegante maniobra y dio media vuelta hasta posarse en un deshojado algarrobo, el más cercano al maizal y ahí se quedó…

—Tal vez no sean tan listos, no creas todo lo que dicen en la televisión. Una cosa sí te digo, de vez en cuando aparece uno muerto. Cuando eso sucede, los demás se reúnen alrededor del árbol, como si le estuvieran haciendo un velorio.

—¿Y por qué se mueren? ¿Tienen algún depredador por los alrededores?

—Ya te lo dije, chico, no son tan listos.

Quien sí parece muy listo es el abuelo Hermes. Agricultor de maíz, tiene un rancho muy grande y tres camionetas: una para trabajo forzado, otra para ir a la ciudad y una muy lujosa que rentaba para las fiestas de las quinceañeras y las novias del pueblo.

Habían pasado seis meses desde la muerte de mis padres, cinco desde que me había mudado con mi abuelo. De hecho, pasé un mes en el orfanato —un lugar donde viven los niños que no tienen familia—. Al parecer, el anciano tuvo que hacer mucho papeleo para poder tener mi custodia, una custodia es… bueno, no importa, la cosa es que el abuelo tiene dinero, mucho dinero. Su casa es del tamaño de ocho casas de la ciudad y su televisor es más grande que una puerta.

Un televisor es… bueno, no es tan importante, el punto es que vive bien. Era natural pensar que quería compartir su riqueza con su único familiar vivo.

Antes de esto, me gustaba vivir en el rancho. En primer lugar, el abuelo no creía en la escuela, así que no me obligaba a ir. Inclusive, llegué a pensar que en un futuro me heredaría sus bienes, así que aprendía con mucho gusto las labores del campo. Por la mañana revisaba las gallinas y tomaba algunos huevos frescos para el almuerzo. Después ordeñaba a Gertrudis, le ataba las patas, luego arrimaba un banquito y un par de baldes de metal. Por último, enjuagaba sus ubres y después bombeaba. La primera vez me dio mucho asco, pero con el tiempo se hizo algo automático.

El abuelo preparaba el almuerzo, casi siempre eran huevos con frijoles, aunque de vez en cuando desayunábamos cereal. Decía que debía comer bien para crecer muy alto y fuerte. Acostumbraba darme una segunda ración que siempre 16

aceptaba con gusto. Por la tarde podía jugar videojuegos o escuchar música en mi habitación.

A veces, el abuelo se iba y me quedaba solo en la casa. No me daba miedo. A las seis era hora de recoger leña y el abuelo me había asignado, como parte de mis deberes, llenar dos carretas de leña cada segundo día.

Lo único que me molestaba un poco era la hora de dormir, el viejo era muy estricto con eso. A las 8:12 pm, hora en que caía la noche, debía estar en mi habitación y no bajar para nada hasta el día siguiente. No había justificación alguna porque mi cuarto tenía baño, así que no necesitaba nada de abajo.

La noche en que todo esto me pasó, yo estaba recostado en mi cama, con mi mano entre las piernas, pensando en Dove Cameron, cuando algo chocó contra mi ventana. Me levanté de golpe y corrí hacia ella. Un ave negra se aproximaba al suelo y justo antes de tocarlo, desapareció. Me tallé los ojos y miré nuevamente, no había error, el cuervo chocó con mi ventana, cayó y se esfumó, como si se lo hubiera tragado el mismo viento.

Salí de mi habitación descalzo, poniendo especial cuidado de no hacer ruido al bajar las escaleras. Cuando estuve en el recibidor, tomé la llave del portallavero y abrí la puerta. La cerré lo más despacio que pude. El suelo estaba cubierto por una especie de niebla color negro que no dejaba ver el pasto. Apenas bajé el escalón que separaba la casa del patio, perdí los colores. Todo el mundo era blanco y negro. Temeroso, volví a subir. Debí haber entrado en la casa, debí haber subido las escaleras y debí hacer como si no hubiese visto nada, pero no fue lo que hice. Volví a bajar. Caminé por ese mundo sin color. Pronto me di cuenta que tampoco había sonido, no escuchaba el viento, ni el trinar de los grillos. Sólo… graznidos. Sobre mí, volaba una parvada de cuervos. Descendieron y, coordinados, volaron a mi lado, hasta llegar al espantapájaros. No parecían tenerle miedo.

Incluso algunos se posaron en sus brazos. Me acerqué para verlos mejor. Descubrí que el maizal había desaparecido. No había nada, salvo la casa, los cuervos y el espantapájaros.

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—¡Hola!

—¿Quién ha dicho eso?

—Soy yo — el espantapájaros acababa de mover su boca.

—¿Tú…?

—Mi nombre es Atlas, ¿quién eres tú?

—Soy Pirítoo.

—Es un extraño nombre, ¿acaso tus padres no te querían?

—Mis padres murieron.

—Lo siento mucho —dijo y noté que había sinceridad en la disculpa del espantapájaros, quien no podía mover los brazos, pero agachó la cabeza un poco.

—Ahora vivo con el abuelo Hermes.

—Ese no es tu abuelo, ni siquiera es un hombre.

—¿A qué te refieres?

—¡Libérame y te lo diré!

—¿Liberarte?

—Desata mis manos y pies.

Obedecí. El espantapájaros bajó de la cruz. Me sonrió y comenzó a desvanecerse.

—¡Corre!- Viré. Un demonio gordo y gris, con garras en manos y pies, estaba junto a la casa. Corrí, corrí por última vez con todas mis fuerzas.

—Pero te alcanzó.

—Sí, me alcanzó.

—¿Qué te hizo después?

—Bueno, esa es una historia para otra ocasión. Amanecerá pronto. ¿Recuerdas qué pasa cuándo amanece?

El pequeño Hugin abandonó mi hombro y voló hacia el algarrobo.

—Algún día traerá otro niño y necesitaré tu ayuda.

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La libreta Francisco Ariza

Podría afirmar que fui guiado de la mano a este lugar, pero no podría constatarlo. Era como una zona de guerra ya abandonada. Silencio, vidrios rotos, muebles inservibles, cajones saqueados y armarios sin prendas. Incluso cuadros sin fotografías. un colchón fuera de su lugar como si hubieran tratado de encontrar agua debajo de las piedras.

Mientras deambulaba en aquellas habitaciones, iba dando puntapiés a retazos de madera, basura acumulada, y a botones perdidos que jamás volverán a pertenecer a prenda alguna. Parecía que hordas de animales salvajes se lo habían llevado todo. Ahora no había nada que te hubiera pertenecido salvo una pequeña imagen de San Francisco de Asís dando testimonio sobre aquellas losetas fisuradas. Contrario al saqueo, aquel lugar estaba lleno de memorias y ausencias.

Me detuve por unos instantes en la sala de estar. El sol de mediodía iluminaba toda la estancia, podía notarse cómo el polvo delicadamente recorría aquel olvido. Agaché la mirada y reconocí el suelo sobre el que me encontraba. Un susurro ahogado y lejano trajo una voz que, junto con el polvo, llenaron el despoblado detenido en el tiempo.

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“¡Abuela, abuela, hemos llegado!”.

Las puertas abiertas me invitaron a salir al patio donde solo había musgo, maleza y paredes cuarteadas. No había rastro de ti. Con la mirada recorrí aquel aposento tuyo. Por un momento imaginé ver tus ojos claros y tu sonrisa. Me senté y recargué en una pared pelona que asomaba sus tabiques cómo queriendo escapar de aquel destierro. Tomé algunas piedras con mis manos y las lancé sin ningún objetivo en la mira. ¿Cuándo fue la última vez que estuve aquí? No lo tuve presente, pero sí la primera ocasión. Madre estacionó el coche y vi la inmensa casa verde, corrí por el pasillo y subí las escaleras hacia las estancias. “¡Abuela, abuela, hemos llegado!”.

Cerré mis ojos y escuché tu máquina de coser tactactac, una pausa y de nuevo tactactac. Visualicé tu paso presuroso sobre aquel pedal y tu habilidad para trabajar con tanta precisión y rapidez, cuando una corriente de aire azotó las puertas y detuvo el sonido de la máquina Singer.

En aquella ocasión me recibiste con un gran abrazo, pero tu sonrisa aún era mayor.

Me disté una granada partida a la mitad y quedé impresionado por el color y las formas perfectas de las semillas. Un sol fuerte daba con todo su esplendor y con mis ojos, ligeramente cerrados, volteé a mirarte y tomé asiento en el suelo, justo como ahora.

- ¡Abuela, abuela, hemos llegado! – escuché la voz que provenía de la entrada principal.

- ¡Abuela, abuela! – el eco retumbaba por los pasillos vacíos de lo que antes fue una casa verde.

- ¡Abuela, abuela! – se escuchaba por las escaleras y los pasos presurosos de un niño surcaban aquel encierro.

- ¡Abuela, abuela! – murmuraba cada rincón de aquella casona.

Un poco aturdido, tal vez por el sol, fui invitado a pasar de nueva cuenta al interior.

Antes de adentrarme miré por una pequeña ventana que daba al pasillo. Ahí es dónde te sentabas por las tardes con tu radio, una libreta y pluma en mano.

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Era muy pequeño para preguntar qué hacías, pero suponía que escribías tus memorias, tus vivencias. Cuando partiste, nadie habló de aquella libreta, tal vez por eso ahora me siento junto a una radio y trato de ordenar mis pensamientos, de emular aquel recuerdo enigmático.

Como si de invadir un camposanto se tratara, sentí preocupación por perturbar tu memoria. Todo era silencio, no había más máquina de coser, no más “¡Abuela, abuela!”, ni corrientes de aire que cerrarán las puertas. Todo era tan tranquilo.

Antes de partir, fui guiado a subir al techo de la casa. Caminé y a lo lejos vi algo consumido por el sol, la intemperie y la lluvia… tu libreta.

La tinta azul ya resultaba muy poco legible, pero por lo que pude constatar, la libreta estaba llena de chistes de la radio.

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Pinche Yescas Alan Dantés

Pinche Yescas, pinche escuela, pinche río, si saben cómo se pone “El Grande” cuando hay tormenta, ¿pa qué dan clases? Deberían haber cancelado el examen. Hace dos días que llueve pero no tan cabrón como anoche. Soy el mejor alumno, el que no puede fallar, el que tiene que atravesar el río aunque esté desbordado. Pues hoy no pude llegar antes porque el río iba bravo. No me fuera a pasar lo de la Jacinta.

Tarde pero llegué, todo mojado, goteando en la banca, con frío y con un hueco enorme en la panza pero aquí estoy, pa presentar el examen final de matemáticas.

Pasando el llano vivimos varios que vamos a la telesecundaria, de mi salón solo el John o el Dylan, ellos viven más lejos que yo pero cuando llueve, ni se levantan, no le chingan, les vale madres. Por lo que solo yo tengo que cruzar el puente de “La ahogada”. “¿Pa qué va usté a la escuela mijo? Mejor váyase al campo a cuidar que de ahí comemos”, me decía mi apá cuando me iba pa la escuela. Mi amá le decía que no me molestara y luego luego sacaba el negrito pa cuerearme. Ya ni le digo nada.

El viejo quiere que me vaya con él a trabajar la tierra.

No quiero. No me gusta. Si de por sí me da asco andar barriendo el chiquero y me ando vomite y vomite.

Cuando era niño me daba harto gusto ayudarle, pero 23

que chingas me metía. Regresaba de las pizcas todo chamuscado por el sol y con arañazos en las manos y piernas y con mis manitas llenas de espinas. Me ponía a cargar el azadón y las palas. Me sentía retecontentote que hasta chiflábamos la marcha de Zacatecas cuando volvíamos pero ya no me quería levantar pa la escuela al día que seguía. La cicatriz que tengo en el ojo derecho fue porque el zapapico se zafó del palo mientras lo tenía bien alto ayudándole al viejo a hacer una zanja. Al ver que la punta de metal recorría el palo alcancé a voltiar la cara, sino andaría tuerto. Si pinches reflejos, no me fallan desde morro. Figúrense, un niño de siete años con la cara ensangrentada. Mi pá me miraba y gritaba ¡Híjole! ¡Híjole! Y se reteapuraba a llevarme con Marta, la doctora. La gente se nos quedaba viendo, han de haber pensado que me madreó. Me acuerdo y me da risa.

Mi amá se reteespantó cuando llegué como momia a la casa y se dio un agarrón con mi apá. ¿Cómo me dejaba usar herramienta pa grandes? A la viejita nunca le gustó que me llevara al campo tan chiquito. El acabose llegó cuando me caí al Grande, pero no por pendejo. Teníamos una mula que, ¡Ah qué pinche carácter tenía! No la movía si se ponía rejega. Pues una de esas veces se me ocurrió cuerearla machín porque se veía la lluvia y no caminaba la cabrona. Figúrense que ya se venían las nubes negras y no movía ni una pinche pezuña. Era retelista y nada pendeja, a mi apá no se le ponía así, solo a mí. Tenía nueve años y pues ni cómo moverla. Después de la madriza caminó, pero cuando íbamos a cruzar el puente que ahora se llama “La ahogada”, la cabrona me empujó. Como me agarró en la pendeja me fui derechito al agua. Lo bueno que no había llovido y estaba el agua baja, si no, no la andaría contando.

Llegué y mi má al verme moqueando del frío y lo mojado me interrogó. Espero a que el viejo regresara y se peliaron de nuevo. Quién sabe qué le habrá dicho que desde ese día mi má no me dejó ir al campo y pus yo, feliz.

De haber sabido que los números nomás no se quedan quietos no hubiera venido.

Los leo, una, dos veces, diez veces, pero no les entiendo. Mis tripas crujen y yo sin un pan. Mis hermanas se fueron pal gabacho y dícenme y dícenme que me vaya pa allá. Mi jefecita está recontenta de que ellas estén bien y me dice que me vaya con ellas, pero no voy a irme. La jefa no se vio cuando Beatríz se fue, lloró lagos. Luego se fue Juanita junto con Isabel y mi má no se paró en diez días. Solo 24

se quedaba viendo el techo hasta quel jefe le dio unas cachetadas para que nos hiciera de comer. Allí fue cuando me prometí que no me iría. La viejecita ya no está para andar soportando partidas y por eso aquístoy, haciendo todo para que esté feliz. Y yo con esta hambre, si tan solo anoche me hubiera comido ese tlacoyito.

No llegué temprano a la escuela y por eso, ni una telera dura me tocó. “El Grande” todavía andaba bravo. Esperé sentado en la orilla desde antes de las siete esperando a que bajara. Lucas tienes mala suerte, me dije. Hacía reteharto frío y vi llegar a varios de la escuela que se regresaron por donde vinieron. Mientras, pensaba en el Yescas y en que mi iba a reprobar si no llegaba. Las ansias me comieron. Ni hambre tenía de la preocupación. Veía mi casio cada dos minutos hasta que no aguanté más. Apenitas y había bajado el agua y ya habían pasado dos horas, ya iban a dar las nueve y el examen ya iba a empezar. No pensé que estuviera tan hondo. Me metí y el agua me heló. Primero las piernas y luego los tanates. Luego me llegó al pecho pero ya estaba a la mitad del río. Ya entumido intenté correr lo más rápido que pude y di unas brazadas. He de haber pisado un hoyo porque dejé de sentir el piso y me sumergí una eternidad. Alcancé un leño gordo y floté salí como a diez metros de donde estaba. Sentía los madrazos en todo el cuerpo por las cosas que arrastraba el río. Apenitas y la libré.

Mi cartera no sobrevivió ni el Benito Juárez que iba en ella. Mis pinches veinte pesos se fueron junto con mi Guadalupana y mi tarjeta de Gokú de la suerte. Ora sí, que Dios me agarre confesado.

Ahora estoy aquí, frente a Yescas, en el examen final de matemáticas. Si hubiera llegado a las siete me hubiera tocado al menos la lechita rancia y el sándwich culero. Algo es algo pero no, como dice el Yescas cuando se burla de nosotros, la vida me dio limones y yo los exprimí con las nalgas.

Y luego, estar soportando a Yescas. El doctor, la eminencia, el gran maestro de matemáticas que viene de México y ha viajado por el mundo. El hijo de la chingada que siempre está viendo a quién se jode para que no se vaya a al Cobat.

Sus ojos azules siempre andan siguiendo las nachas de las viejas de tercero. Solo por ser güerito y todo el pueblo le anda besuqueando el culo. Quesque viene recomendado de mero arriba. Yo no me ando con mamadas y ni de lamehuevos 25

con ese cuatroojos de camisas cuadradas y pantalones planchados de mezclilla.

Por eso, ya me tiene entre ceja y ceja. La otra vez que nos estaba dando asesoría, me regañó quesque asegún yo lo estaba viendo feo. Ni me dejó defenderme y por sus huevos me mandó con el Director. Así de fea está la cosa con ese güey. Si tan solo tuviera algo en la pancita para aguantarlo.

Dylan dice que Yescas quiere ser el director de la escuela. En el salón nos ha dicho que mientras él esté nos va a volver más inteligentes, que le tenemos que echar ganas, que la vida no es fácil. El cabrón nos ha dejado hasta lecturas que no tienen nada que ver con su clase como el Llano en llamas, los Recuerdos del Porvenir o la Ciudad y los Perros, ese sí me gustó. También nos cuenta que no acostumbra quedarse mucho tiempo en los lugares. Le gusta ver el mundo. Para mí ya fue eterno. Llegó el año pasado y ya se cree el muy muy. De verlo siento la bilis arder.

Pinche hambre. Mis tripas rugen. Siento como luchan para ver cual se come a la otra. Hasta tengo que pasar salivita para que se me quite un poco, pero vuelve luego luego. Ni me puedo concentrar, no sé ni pa que vine. Si fuera como el John, o como Dylan, me hubiera valido madres y al menos no estuviera pasando hambre, pero ah, que pinches ganas de hacer feliz a la viejita.

Una vez estaba con el ganado pasando el llano, allá en la barranca y empezó el tormentón bien cabrón. Se veían las cortinas de la lluvia como arreciaban el campo. Caían rayos y más rayos, hasta la tierra se cimbraba. Entonces supe que “el Glande” se hincharía (me reí y Yescas me vio feo). Así fue, hasta parecía un río de los buenos, de esos que hay en los libros. Vi cómo se llevaba varios árboles y una vaca. Todavía no subía al puentecito y pensé que podía pasar pero, como iba con la manada iba lento y de lejos vi la crecida, y no, pus tuve que quedarme allí hasta que dejó de llover. Si pendejo no soy, bueno poquito, no me fuera a pasar lo de la Jacinta. Ya en la noche bajó y ya estaba mi apá del otro lado. Me vio pasar y contó los borreguitos. Ah, qué chinga me acomodó cuando se dio vianda que en lugar de quince había catorce, todavía me duele. Se quitó el negrito y ni tiempo me dio de correr. Como iba mojado me ardió hasta el tuétano. ¿Y yo? ¿Acaso el viejo se preocupó por mí? Que me lleve la chingada, desde ese día decidí ya no salir si llovía así de fuerte, pero este pinche examen, si no venía, el Yescas no se iba a tentar el corazón.

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Pero aquí estoy, sí llegué, no como la Jacinta hace dos años, ella tan chiquita y se atrevió a cruzar el río crecido. La fueron a recoger hasta Hueyotlipan, estaba toda inflada y morada. ¿En qué estaba pensando? Para acabarla de amolar el presidente municipal le puso “La ahogada” al puente. Pinches culeros. ¿Cómo yo no iba a llegar? Ya me esforcé todo un año viéndole la cara de baboso al Yescas como para que me repruebe al final. Llegué y el examen ya estaba empezando. No me iba a dejar pasar el cabrón, pero como no dejé de tocar abrió.

Me vio de arriba abajo, temblando y escurriendo, con la playerita pegada al cuerpo y el pantalón todo puerco por culpa del agua turbia. Me dejó pasar y me aventó el examen.

Ha pasado casi media hora desde que llegué y la verdad no me puedo concentrar.

El frío no me hace nada, lo mojado pues se quita al rato, pero el hambre, su pinche madre, nunca había tenido tanta. Ayer, solo por mamón, no me quise comer el tlacoyo. Quesque no tenía hambre. Ora por pendejo tengo la pancita vacía. ¡Ah! Lucas, cuándo aprenderás que tienes mala suerte. Nunca volveré a dejar la comida que me hace la jefa. Yo que siempre le dejo el plato casi lleno. Si solo tuviera algo en la panza. Ora por eso voy a reprobar, ora por eso el Yescas se va a reír de mí con ganas y mi apá otra vez me va a cuerear. Probe de mi jefecita, yo que lo hago por ella, solo por ella.

Y luego el Yescas que se para a lado mío, va a oír mis tripas rugir y me va a sacar de clase, por escandaloso. Parece que ya las escuchó porque se me ha quedado viendo y también a mi examen. Me hubiera ahogado, como la Jacinta y no tendría que andar pasando por esto. No habría frío ni hambr…

– ¿Desayunaste algo, Lucas?

– No, señor.

Yescas me dio la espalda, fue directo a su mochila y vino de nuevo.

–Ten. Vete al baño, quítate la playera y ponte mi chamarra. Comete ésta manzana allá afuera, donde te vea, y al terminar vienes a hacer el examen.

–Sí, señor.

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Una tarde, cuando el Sol se había tornado umbrío Samuel Segura

Ese que ves ahí, en el escenario principal del Vive Latino, es Luis Miguel.

Tiene más de sesenta años y hace unos quince que no ha sacado nuevo disco, pero sus clásicos lo siguen siendo y él, ahora que ya no da conciertos, aceptó participar en esta edición especial del festival, como cabeza de cartel, arriba de Caifanes, Café Tacuba o El Tri del octogenario Álex Lora.

Mira cómo tiene dominado el escenario, le digo a ella, quien sostiene su enorme vaso de chela rebajada, y sigo: aunque casi no tiene pelo y su movilidad es nula, la gente no puede zafarse de su encanto. Ni de la calidad de sus músicos. Son los mismos de siempre y tocan mejor que varios otros de las bandas que se han presentado hoy aquí, digo, mientras ella mira al frente conforme el Sol interpreta ¿Será que no me amas?

El cielo encima de nosotros irradia lo que le queda de furia; ya es el ocaso y a la distancia logran verse unas nubes negrísimas que se aproximan. Las luces del escenario en el que Luis Miguel toca empiezan a distinguirse mejor; aunque es headliner, el intérprete 29

ha optado por tocar temprano, al aire libre, como hacía tanto que no hacía. Como quizá no había hecho nunca, le digo a ella, y ella sigue sin decir nada, da un trago más prolongado a su caguama y enciende un churrito de mota de los varios que forjó antes de que llegáramos.

—¿Cómo está mi público esta noche? —dice Luis Miguel y la gente vitorea y grita y se arma el slam con Suave. Y explotan unos fuegos artificiales cuyo resplandor se refleja en los ojos de los asistentes que tienen puesta su mirada sobre él.

Como yo y como ella.

Trato de recordar su nombre y cómo fue que llegamos aquí. La recuerdo forjando, sí, sus churros, en lo que supongo es su departamento. ¿O será el mío? No, no puede ser. Yo no tengo un departamento. Vivo en Ecatepec, en la que solía ser la casa de mi abuela materna, quien murió muchos años atrás sin acordarse ya de nadie que la conociera.

Sin acordarse de mí.

—Gracias, joven —me dijo un día que la encontré en la calle, deambulando perdida, y la llevé a su casa, la casa que habito ahora.

Fue una tarde, cuando el sol se había tornado umbrío.

Y así yo ahora: no sé quién es ella, pero le hablo como si la conociera. Me sonríe luego de fumar; sus dientes están perfectamente alineados y blancos; su cabello es lacio y teñido de rojo.

La he visto antes, es cierto, pero en otros de mis sueños.

Claro, es eso, me digo: estoy soñando.

Basta con que me mire las manos para tomar el control del sueño y, si así lo quiero, despertar. Tal como se lo enseñó don Juan Matus a Carlos Castaneda en los libros que compartieron juntos.

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Vaya libros, por cierto, digo en voz alta, me gustan casi tanto como Luis Miguel, quien sigue cantando sobre el escenario del Vive Latino, y yo lo miro y ella también, cuando se detiene.

Cuando los músicos se detienen. Él se encorva, se agacha; todos vemos las venas de su rostro inflarse a través de las pantallas. Pareciera que va a decir o escupir algo, pero no lo hace, solo permanece así varios segundos, hasta que un par de personas de su staff se acercan a él y lo ayudan a incorporarse. Lo sacan de ahí.

—¿Qué le habrá pasado? —dice ella. Yo la miro, no le digo nada y doy un trago a mi caguama. Le pido un cigarrillo, ella extiende su cajetilla hacia mí y tomo uno, que coloco sobre mis labios sin encenderlo.

Luis Miguel desaparece del escenario y se forma una especie de silencio que en realidad son todas esas cabezas, miles de cabezas que están frente a nosotros bamboleándose de un lado a otro y cuchicheando palabras que todas juntas no tienen sentido salvo el de ser un ruido, un ruido leve pero audible entre el que ella dice: —Yo creo que ya se murió.

—No, no manches —le digo.

Yo creo que sí, mira el cielo, me dice, y ahí arriba, entre nubes las negrísimas repletas de rayos y truenos, emerge algo parecido al rostro de un hombre viejo, el rostro de un dios encabronado cuyos ojos empiezan a enrojecerse y a lanzar rayos que fulminan a los asistentes que los reciben; los demás corremos como podemos entre la turba donde la pierdo a ella de vista; mientras corro me miro las manos, una de ellas sostiene el vaso de chela vacío, los rayos de aquel dios siguen aniquilando gente junto a mí y entonces despierto junto a él, en nuestra cama.

Pinche Ismael, en la madrugada me despertó para hablarme de su sueño bien loco en el que Luis Miguel cantaba en un Vive Latino. ¿No está tan descabellado, o sí?, me preguntó, es hasta buena idea, ¿no?, me dijo con esa sonrisa que llena su rostro cada que dice algo que lo pone muy contento. Le dije que no estaba tan 31

mal, aunque la verdad pensaba que no era tan buena idea, y que si Luis Miguel se parase en un festival como ese o una de dos: o prendería a todos como él soñó, o lo bajarían —abucheándolo— del escenario. Me parece que la segunda opción es la más viable. Pero no siempre le digo lo que pienso. A Ismael. Para qué.

Siempre quiere que se lo diga, insiste mucho, y a veces lo hago, pero no siempre. Él sí. O creo que sí. Pretende ser sincero conmigo lo más que puede, pero a veces yo no quiero escuchar lo que me dice, porque no, no estoy acostumbrada a tanta franqueza. Me parece un síntoma de inseguridad. Pero no se lo digo. Es como este sueño que acabo de tener, en donde se apareció mi ex. Cogíamos, cogíamos mejor de lo que cojo con Ismael, para que voy a negarlo, pero eso no se lo puedo decir. No puedo decirle, siquiera, que soñé con mi ex porque de inmediato me cuestionaría e intuiría que tuve un sueño erótico con él. Eso reflexiona Susana mientras se quita las lagañas de los ojos y al fin se levanta de la cama, donde Ismael sigue dormido. Se encamina hacia el baño y se lava los dientes. Se recoge el cabello largo y rojizo en una coleta y se viste con un pants. Luego se pone unos tenis, toma la correa que tiene colgada en alguna de las paredes del depa que comparte con él desde hace unos meses, y se alista para pasear a Sara, una perra mestiza y gorda que recogió un día, en la calle, cinco años antes. Sara menea su pequeño rabo y bufa, contenta, en espera de hacer lo que hacen un momento después: salir del depa y avanzar por las calles del vecindario. Susana mira el cielo gris, casi blanco, que se posa sobre ambas. Es temprano, casi las nueve de la mañana; espera que con el paso de las horas se despejen las nubes y salga el sol, porque ese día es el día de lavar la ropa y colgarla en la azotea. Susana trota y Sara trota junto a ella, la lengua de fuera, el rabo sacudiéndose al ritmo de sus cuatro patas. Susana vislumbra el puesto de jugos y a quien lo atiende, un hombre moreno, bajo y bigotón al que le pide un litro de jugo de naranja con zanahoria.

—¿Lo puedo recoger a la vuelta? —le pregunta, en ese momento el señor escucha en su radiecito una canción de Luis Miguel. La de No sé tú. Ella sonríe, le parece una curiosa coincidencia esa de escucharlo precisamente luego del sueño de su novio, y vuelve a trotar con Sara hasta que llegan a las inmediaciones de un pequeño parque donde hay otros perros con sus dueños. Susana suelta la correa de su perrita para que esta huela el pasto un momento mientras ella hace una breve serie de estiramientos y flexiones para desentumecerse del todo. Susana piensa que de vuelta comprará un cuarto de jamón, tortillas de harina y queso 32

oaxaca para desayunar. Ismael ya se habrá levantado para entonces, piensa, y entonces evoca el sueño que acaba de tener: su ex metiéndole mano bajo el vestido, en la entrepierna, en el pasillo de la universidad. Es el turno nocturno y alrededor no hay nadie. Ella voltea a ver a todas partes cuidando que alguien no los descubra; él se saca el miembro y la penetra ahí, de pie. Susana se calienta por la imagen, la única vez que habría tenido sexo en un lugar público, mientras ve cómo Sara expulsa un par de cacas firmes aunque amarillentas que recoge al momento con una pequeña bolsa de plástico. Cuando levanta la mirada un enorme pitbull gris se acerca corriendo a toda velocidad; Susana es incapaz de detener el momento en que la bestia toma con sus invencibles mandíbulas el frágil cuello de Sarita, como también le dice, destrozándolo casi al instante. Susana se lleva las manos a la boca, horrorizada, y así se queda detenida viendo cómo el perro zarandea entre sus fauces a la única mascota que ha tenido en su vida. Entonces unos brazos fuertes toman al pitbull de la correa y logran desprenderlo de su presa; el hombre, su dueño, se percata Susana, es muy parecido a Luis Miguel.

No puede creer esta otra coincidencia, pero así es: este Luis Miguel tiene un poco más de pelo que el que ella recuerda, un pelo canoso y barba, como si fuera un viejo marino retirado que sigue manteniéndose en forma. Este Luis Miguel golpea con una especie de látigo el hocico del animal que ya tiene sometido con una gruesa correa que engancha al collar de picos. Susana reacciona por fin y recoge el cuerpo moribundo de Sarita, quien temblorosa exhala sus últimos segundos.

Susana corre aunque el Sol le pide que espere, por favor, que él la llevará a un veterinario, corre y corre conforme el sol sobre ella empieza a aparecerse en el cielo e ilumina todo lo que está bajo sus dominios. Susana no sabe muy bien hacia dónde correr: la veterinaria a la que suelen llevar a la perra queda muy lejos y siempre van en coche, así que opta por volver al depa para decirle a Ismael lo que ha pasado y que juntos la lleven.

Cuando abre la puerta el silencio de la casa la molesta: seguro este wey no se ha levantado, qué chingados se cree, y cuando entra en la habitación distingue el cuerpo de su reciente marido aún cubierto por los cobertores que compraron el fin de semana pasado en una tienda de autoservicio. ¡Ismael!, grita Susana, e Ismael alcanza a mover un poco el cuerpo, aunque sin despertarse del todo. ¡Un pinche perro atacó a Sarita en el parque, urge llevarla al doctor!, grita ahora Susana y entonces lo que parecía ser Ismael despierta por completo y alcanza 33

a incorporarse. Aquel torso desnudo es lo primero que Susana desconoce, luego aquel rostro lampiño, bien afeitado, que pertenece a Moisés, su ex.

—¿Qué haces aquí? —le pregunta ella.

—¿Aquí vivo? —le responde él— Más bien, ¿tú qué haces aquí?

Susana permanece en silencio otra vez y se percata de que también las paredes de aquella casa son distintas, las cortinas, los muebles…

—Yo... —dice, y se percata entonces de que Sarita no está consigo, ni su correa.

Susana lanza un grito que de nuevo cubre con ambas manos. Moisés se pone de pie y de inmediato la abraza.

—Ya, no te preocupes —dice él y la envuelve con todo su cuerpo. Ella lo abraza casi por inercia, por la cintura, y se aferra a él clavándole, sin querer, las uñas que lo despiertan. Moisés se levanta exaltado. Hace varios años que no sabe nada de Susana. El corazón le late rápido. Mira el reloj que está a un lado de su cama, sobre el buró: son las tres de la mañana. Afuera no se escucha ningún ruido, es una madrugada apacible. Sin encender ninguna luz, Moisés se encamina hacia el enorme ventanal de su depa. Toma un cigarrillo de la cajetilla que reposa sobre la mesa de centro, junto a unos libros de arte contemporáneo. Fuma y mira hacia la calle; una persona en bicicleta pasa en ese momento, enfundada en un impermeable amarillo que la cubre de la ligera llovizna que, Moisés intuye por los charcos, llevará un par de horas. ¿Le echaré un mensaje para saber cómo está?, se pregunta Moisés conforme mira a la persona del impermeable alejarse.

No, no creo, lleva un rato casada con Ismael, un escritor en ciernes desempleado al que no sé qué le vio, piensa Moisés y fuma. Mira entonces su teléfono móvil y, vaya sorpresa, está retacado de mensajes de Susana. Varios son de audio, que escucha; ella está absolutamente borracha y le relata una serie de incoherencias, especialmente una que llama su atención: esa tarde se peleó con Ismael y salió de su casa con Sara, su perra, y en la calle un pitbull sin correa la atacó y dejó moribunda sin que ella pudiera hacer nada. Moisés escucha y lee el resto de los textos; en alguno le reclama que fue su culpa por la que terminaron su relación.

Porque andabas con tus putas, le grita ella en uno de los audios, la voz atropellada por el alcohol. Pinche vieja, quién chingados se cree, piensa Moisés y se encamina hacia el refri, del que extrae una cerveza de lata. Bebe casi la mitad de un trago, sentado sobre el sofá, aún a oscuras en la sala. Se fuma otro cigarro. Al azar abre 34

uno de los libros que tiene ahí y que casi nunca consulta. Es justo donde lo abre que se encuentra con un flyer del Vive Latino donde participó Luis Miguel. Moisés recuerda que aquella ocasión fue con Abraham García, el escritor que entonces recién publicaba su novela Patricio. Previo al toque se habían echado dos litros de ron que consumieron en su coche, camuflándolos en una coca de tres litros que terminaron antes de ingresar. Para entonces ya estaban un tanto flamas y de inmediato compraron un par de chelas. Ambos estaban ahí por casi todas las otras bandas menos por Luis Miguel. A ninguno de los dos les gustaba, aunque admitían que era un mejor invitado que Los Ángeles Azules, quienes habían estado ahí casi quince años antes. Hubo medios especializados que calificaron el hecho como único e histórico, y se preguntaban cómo era posible que hubiera tardado tanto en suceder.

Aquella tarde Luis Miguel murió de un paro cardiaco que registraron todas las pantallas, pero en ese momento nadie supo que había muerto. Es decir, nadie del público lo supo hasta que terminó el festival, esa misma noche. Conforme él y Abraham desalojaban la zona de ese escenario como el resto de los asistentes, notó a la distancia la figura de Susana, abrazada a su entonces nuevo novio, de nombre Ismael. Sintió algo, una especie de celos, así que redujo la velocidad de sus pasos, evitando así un posible encuentro. Abraham ni se inmutó y siguió bebiendo; algunas personas lo abordaron pidiéndole una foto o un autógrafo, ya fuera en servilletas, vasos o pechos desnudos, que la reciente revelación editorial concedió de buen agrado, siempre sonriendo. Moisés lo miró hacerlo, y cuando buscó de nuevo con la mirada a Susana ya la había perdido por completo.

—¿Qué, vamos por otra chela? —le dijo Abraham a Moisés.

—Va, pinshi rockstar, pero tú invitas esta ronda.

Y fue así que ambos caminaron hasta el puesto más cercano de chelas, que por el susto de todos al ver al Sol abandonar el escenario de repente, tras quedarse quieto varios segundos, estaba lleno.

—Ojalá esté bien el pinche Luis Miguel —dijo Abraham.

—Quien sabe —dijo Moisés tras darle un trago a su trago— estuvo medio raro. En una de esas no lo volvemos a ver en vivo.

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Todo eso recuerda Moisés ahí sentado en la sala de su depa con el flyer entre las manos. De un par de tragos más concluye su chela y tras aplastar el bote y dejarlo sobre la mesa de centro, regresa a su cama. Ahí, entre las cobijas, piensa en Susana, en si debe o no marcarle. Pa empezar, cómo chingados consiguió mi número, se pregunta, no vaya a ser una treta sucia de alguien, de su novio, piensa.

Ni pedo, se dice, se las tendrá que arreglar sola, cuando alguien toca el timbre de su casa. De nuevo Moisés se levanta exaltado. Camina descalzo hacia la puerta y a través de la mirilla observa a una persona enfundada en un impermeable amarillo.

No logra verle el rostro.

—¿Quién es? —pregunta Moisés y así, sin levantar el rostro, la persona del impermeable le contesta: —Soy yo, Susana, ábreme por favor.

Moisés coloca una mano en el picaporte y con la otra descorre los seguros y abre.

Una patada lo tira de nalgas hacia el piso; la figura enfundada en el impermeable amarillo revela su rostro: resulta ser el Luis Miguel barbado del parque, quien en sus manos lleva una daga afilada que Moisés mira aterrado en el momento en que Luis Miguel levanta el brazo para clavársela, pero despierta. Afuera, en su yate en medio del mar, hay un sol radiante que dota las aguas de un azul profundo. Luis Miguel sale en bata de baño hacia la proa, las gafas oscuras cubren su mirada verdemiel. Con ambas manos se sujeta del barandal: van un par de ocasiones que se sueña apuñalando a alguien. Será mejor que lo platique con un terapeuta, se dice, aunque piensa que es ridículo, pues no habrá nadie a quien le cuente nada sobre su vida, mucho menos esos sueños en los que se torna un asesino.

El mar frente a sus ojos se desplaza apacible, inmenso, cuando una figura enfundada en un traje oscuro se le acerca por la espalda y le dice: —Señor.

—Qué pasó.

—Le llama otra vez la tal Susana Mendiola, quiere contarle sobre…

—Si participaré en el Vive Latino.

—Exactamente...

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Luis Miguel mira el mar frente a sus ojos; a la distancia una ballena jorobada emerge de las aguas, un instante, haciendo un ruido raro, tras el cual se vuelve a sumergir. El cantante sonríe.

—A ver, pásamela —dice y el hombre de negro le entrega el teléfono, para retirarse de ahí tal como llegó: en silencio.

Equilibrio Ilustración por Wendo 37

El verso atemporal Hugo Labourdette

Estaba en una librería el otro día y me llamó la atención una sección cuyo nombre le quedaba grande a la estantería: “Mindfulnes”. El traductor me dice que significa consciencia. Buscarlo en google me dio más hebras que tejer: actividad que se define como una meditación de la atención plena “para estar en el momento presente de una manera equilibrada, con una actitud de aceptación y apertura”, es decir como si tuviera tres tazas de café encima haciéndome el paro. También descubrí que existen institutos que imparten esta actividad mediante cursos con colegiaturas, digo, cuotas de inversión que se pagan en dólares, vaya para estar en sintonía con la certificación internacional que ofrecen.

No es sorpresa que en nuestra época repleta de presiones constantes: deudas, conferencias, correos pendientes de leer y escribir, el mercado tenga una gran oferta de productos que prometen un bienestar interior. Esta oferta mercadológica de desarrollo personal, en el fondo está ligada a una búsqueda elemental del ser humano de nutrición espiritual, no a ser cada vez más productivo.

La poesía, como acto de creación, tiene puntos en común con la búsqueda espiritual; su palabra más allá de ser un mecanismo utilitario de 39

comunicación interlocutora, es palabra que habla hacia adentro, vibrando con la pluridimensionalidad del individuo. Lo refiere el poeta José Ángel Valente al mencionar en el primer párrafo de su ensayo La memoria del fuego (1985): «Palabra o voz no identificable, la palabra poética. Ininteligible, propiamente, en su aparición, pues reclama un intelligere incomprehensibiliter», en palabras de Nicolas de Cusa o un “entender no entendiendo” en palabras de Juan de la Cruz.

Para la palabra poética, cada verso es una realidad en sí misma: «Soy; más: estoy, respiro» verso de Jorge Guillén que Ramón Xirau disecciona en el «Sentido de la Presencia» (1953) para proponer un argumento redondo: el “soy” es una asfixia, mientras que “estoy” es una realidad concreta, “estar es respirar”. Dentro de la realidad poética el tiempo se encuentra a sí mismo para reposar su flujo constante, como Mauricio Beuchot en su ensayo “Cantos intempestivos: los de la Mística y la Poesía” (de publicación reciente) lo identifica en Juan Ramón Jiménez, premio nobel de Literatura en 1956, en su poema «Tarde» (de publicación no tan reciente):

Cada minuto de este oro, ¿no es toda la eternidad?

El aire puro lo mece sin prisa, como si ya fuera todo el oro que tuviera que acompasar —¡Ramas últimas, divinas, inmateriales, en paz; ondas del mar infinito de una tarde sin pasar!— Cada minuto de este oro, ¿no es un latido inmortal de mi corazón radiante por toda la eternidad?

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No existe el camino correcto para quien añore la atención plena. Alguien podrá hacer ejercicios influenciados por actos contemplativos de místicas orientales o podrá comprar un bonche de libros de la sección mindfulness (de los que me da la impresión que les están comiendo el mandado desde hace rato con esto de la plenitud en la atención) o, hablando de mí, puedo acercarme a lecturas que ofrecen consuelo a las presiones mundanas, en las que deje de existir para que sólo esté presente la lectura misma, el milagro en letra.

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La ventana

Esther Vázquez-Ramos

Ojos de papel volando A todos diles que sí Pero no les digas cuando Así me dijiste a mí Por eso vivo penando

Llega la noche, estás sola, como todo el día y los anteriores, más de ciento veinte, desde que amanece hasta que anochece.

Esta cuarentena rebasa el tiempo estimado. Sientes la soledad, sin nadita que beber, sin nadita que comer, sin nadie con quien conversar: ¡no hay posibilidades! ¿O sí?, día a día te preguntas.

Llamas a tu amiga, está ocupada con los nietos; dice que dejes tu mensaje, ella llamará más tarde; simplemente se le olvidó: sola tú y tu alma.

A la media noche tus ojos se abren totalmente, como si hubieras dormido las ocho horas. Levantada, tus manos hacen a un lado las cortinas, tu rostro se perfila en la ventana. Miras el cielo, la luna brilla con la silueta estampada de su conejito.

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El viento sopla y las hojas del árbol enfrente se mueven suavemente como el aire de una flauta. Pareciera que a las ramas las acompañara el viento, invitándolas a bailar, y ellas a ti.

Enciendes la radio, notas musicales. «Mmm, un son para bailar». Sonríes, tus caderas se mueven contra tu voluntad: «Ojos de papel volando…»

Piensas: «las mujeres enloquecen con la luna, ¿tú por qué no?». Entonces, tu cuerpo camina rítmicamente.

Tarareando, tus oídos saborean el Son de la negra. Tus pies descalzos bailoteando al ritmo de la música te conducen a la cocina. Preparas un café. Tomas pequeños sorbos, el estómago agradece su tibiez. Degustando el elixir regresas a la ventana, estás embelesada con la luna y la música que te tienen cautivada.

Dejas la taza a un lado, vuelves a la cama, quedas profundamente dormida.

Ciudad de México, 13 de agosto 2020

DATO CURIOSO El investigador Jesús Jáuregui, informa que El son de la negra fue registrado en la Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM) bajo la autoría de Rubén Fuentes Gasson y Silvestre Vargas Vázquez, líderes del Mariachi Vargas de Tecalitlán en los años cuarenta y cincuenta, aunque se sabe que las coplas son de autoría popular anónima y la melodía de la trompeta fue interpretada ad libitum por el músico Miguel Martínez Domínguez.

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Ojo de poeta Valeria Hipocampo

Son escasas las veces que tendremos la responsabilidad y maravilla de nombrar algo , un ser recién llegado a este mundo tal vez, o recién descubierto e inserto por obra de la denominación humana al reino de nuestra clasificación, lenguaje y métrica. Nombrar algo es hacerlo asequible pero también evocable. Memoria y lengua se confabulan para convencer a un recuerdo de hacerse presente, y esa alusión es tan concreta gracias a la palabra como ambigua por efecto de las implicaciones poéticas que pueda –o no– tener el vocablo que la nombra.

Pero los nombres les son impuestos a la materia muchas veces bajo cierta urgencia ordenadora más que por la necesidad curiosa de poder designar al mundo. Aunque la verdad es que tarde o temprano la imaginería colectiva triunfa sobre la clasificación inicial y es así como plantas, animales y artefactos terminan siendo identificados con absurdas y hermosas metáforas. Casi poemas anónimos hechos de palabra y cuerpo en los cuales perderse imaginando el contexto en que alguien decidió –y logró convencer al mundo– de que un juego de palabras era un nombre más apropiado para tal o cual planta.

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Alguna vez, hace años, durante un viaje en carretera llamó mi atención una flor de presencia insistente que se hacía más visible conforme me acercaba al siguiente pueblo. De pétalos anaranjados y centro oscurísimo, se esparcía por todo el camino gracias a su cuerpo de tallos trepadores; osada como todo lo que crece sin invitación. El resto de postales que vi durante el viaje hizo que olvidara preguntar su nombre hasta que salía del pueblo y me detuve en un puesto de flores a comprar un ramo de agapantos, que en oposición a la flor silvestre parecía casi ostentosa. De cultivo y elegantísima, el agapanto lleva en su nombre todo el peso del romanticismo como expresión enamorada del amor lo mismo que como momento histórico enamorado del pasado. Proviene del griego ágape: amor. El agapanto es la flor del amor. Pregunté entonces el nombre de aquella otra flor, la salvaje, la que crecía por todos lados. Ojo de poeta, me dijeron.

Llevaba en una mano mi ramo de agapantos y en otra un ramillete recién cortado a un lado de la carretera de Ojo de poeta. Un amor calculado, cuyo don es la elegancia que sólo se puede nombrar rebuscando palabras antiquísimas. Otro incalculable, nombrado quién sabe dónde por quién sabe quién. El viaje acababa e hice un hermoso manojo con ambas.

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Paseo

Francisco A. Cortés

Del sol a la luna y de la luna al sol, días enteros formulan la realidad que parece cada vez más breve, efímera e irreal. Como volúmenes geométricos, mis pensamientos se presentan gigantes, marchando uno a uno, disfrazados de deseos, ideas y sentimientos.

Son prismas, que hasta hoy me atrevo a explorar cada una de sus caras. Un viaje por la mente que se parece más a un juego o a un sueño, en el que ausente de cuerpo doy pasos en la dirección que va marcando mi voz. Basta acercarme a las sombras proyectadas en el piso para comenzar a sentir poco a poco el calor, el olor y el sabor de cada recuerdo. Mis alegrías huelen a naranja, mientras que mis tristezas a tierra mojada.

También noto un efecto iridiscente a la entrada de mis recuerdos de placeres y deseos. Camino por la orilla de mis ideas y descubro que hay lugares donde me muevo con mucha libertad, entre ellos, una especie de tiendita con forma cónica donde guardo dibujos de lo que recuerdo de mí mismo: dibujos de mí, jugando de niño, de cuando nadaba en el mar, o de cuando viajé en tren por las montañas. En lo alto del cono hay una banderita que cuelga y que cuando el viento le sopla desde el norte, le hace vibrar continuamente hasta reproducir un sonido parecido al chiflar de un pájaro. Este sonido me recuerda que aquí puedo refugiarme y encontrarme. Sentado y viendo hacia afuera, el sol me observa y me calienta. Algunas 47

construcciones viejas y gastadas me arrastran hacia ellas, se imponen firmes y me seducen para que entre por sus conocidas, pero siempre bellas puertas. En el interior me visita un fantasma atroz que pronuncia exactamente los nombres y las palabras que asfixian mis pulmones; y después los llena con miedo hasta que quedo completamente paralizado. Grito por el terror y la desolación, mientras que observo a mi fantasma agigantarse. Espantado y débil consigo revolcarme hacia afuera. Me doy cuenta que pasaron 5 años. Dirijo mis pasos por el lado este, y veo una elevada torre que en su fachada combina mármol blanco con mármol negro. En su interior tiene unas escaleras de concreto en forma de caracol, y a cada pisada que doy al subir, se activa una pieza de piano por toda la torre. Su forma cilíndrica genera un eco uniforme en su altura y, a medida que subo, este eco se convierte en una aurora helicoidal que pareciera que me abraza y me eleva. Subo brincando de dos en dos y la música que suena es alegre y agitada, como una Rapsodia Húngara; pero más arriba continúo lentamente y la torre me responde con un Vals de Chopin. Ya en la cima veo mis pensamientos agruparse coordinadamente, formando una marea que responde al ritmo de esta música.

Paso la tarde visitando otros lugares de mi mente. La suma de encuentros se vuelve intensa, sorpresiva e insoportable. Comienzo a llorar, y el cielo me acompaña. El agua limpia cada edificio, cada pasillo, cada entrada y cada fachada. Hay un eclipse que anuncia una inmensa noche. Es momento de regresar. Veo de lejos todas mis construcciones, y reconozco ideas que no estaban, puentes entre ellas, y escaleras que llevan a ventanas nuevas. Observo con curiosidad que las ideas de siempre tienen puertas de entrada en lugares que no había visto. Mis ideas de siempre ya no son las de siempre. Decido quedarme y habitarlas.

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“Ciudades sutiles” Francisco A. Cortés Instagram: @effcy Técnica: Digital 35 x 50cm 2020

Solicitud de empleo Zindy E. Rodríguez Tamayo M.LUXORI

Abordé el convoy en la estación Pantitlán. A pesar de los altos niveles de contagio, el tren estaba lleno.

Tenía el tiempo encima, así que no me importó mucho ir de pie en el vagón asignado. Me encantó ver a las chicas maquillando sus pestañas, mucho rímel, lápiz o sombras de ojos como compensación estética al cubrebocas. Tiempos del Covid-19. Frente a mí viajaban sentadas dos muchachas, calculé de menos de treinta. Una de ellas sacó un legajo de papeles e inició el interrogatorio: −¿Nombre, edad, estado civil?

La interrogada respondía entre risas, graciosa y fresca. −¿Ocupación del cónyuge? −¡Triunfador! Se largó.

Todas las testigos reímos sin pudor, aunque alguna lanzó discretos ojitos de amargura. −¿Escolaridad? −Ninguna, mensa, no sé leer. −¿Actividades que sepas desarrollar en una oficina? −La limpieza. −¿Meta en la vida? −¿Qué es eso, tú? Pues, trabajar… −¿Lenguas que dominas? −Español, a duras penas.

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−¿No hablas chinanteco? −Pss... ya se me olvidó… aquí te miran feo. −¿Ocupación de tu padre? −Labores del campo. −Te piden tres referencias personales, que no sean familiares. −Híjole... No tengo. No conozco a nadie.

El rostro de la chica denotó agobio. Sentí algo en el pecho. Algo que no se parece a la compasión, por cierto. La chica era espontánea y honesta en sus respuestas, no podía imaginarla sin amigas. −Yo puedo ser tu referencia− Le dije con una sonrisa en los ojos. La otra chica anotó mi nombre, número de teléfono, etcétera. Entendí el riesgo de proporcionar mis datos a una completa desconocida; también entendí que se trataba de mera burocracia para un trabajo que quizá no obtendría. −¿Por qué no mencionas tu lengua chinanteca? Es muy importante, es tu riqueza.

Mágicamente, otras dos pasajeras proporcionaron sus datos. La solicitud de empleo estaba completa.

Las jóvenes bajaron apresuradas en la siguiente estación. Antes de desaparecer, la chica nos miró y dijo: −Me llamo Laura y estoy feliz de ser su amiga.

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Corteza

Cynthia Candelas

De la tierra calzo los pies dolientes pero que nunca se detiene.

Un puño lleno de lágrimas latentes pero que la fe siempre sostiene.

La rabia en el centro del pecho de todas las madres sin respuesta.

La voz que no calla su derecho con cantos de justicia y protesta.

Los labios rojos de la juventud con el brillo de un sol contento.

El sueño de libertad y plenitud que nunca muere en el intento.

Suspiran las flores en la noche inundandonos de su fragancia.

Vida sin excusa ni reproche mar que busca paz y tolerancia.

Memoria de las calles sin celdas y el cielo azul despejado.

Dulce bendición de las abuelas un arrullo del sueño profundo.

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Desmemoria Daniel H. Solano

Futuro, que seré de pronto, vienes a decirme que todo tiempo

[no pasó de su inicio.

Se repite el drama mío: Me miran llorar sombras, [viejas lágrimas.

Los secretos que guardaste en [mi rostro, poco lo estaban.

Sobre mi máscara manifiestos, nos [delatan, traicionero, los dolores [del ayer y del mañana.

En medida que avanzas, gemelo [inmediato, me cercas, [me traicionas doblemente: Me pides recordar.

(Susurras marcha atrás; paso sin dar).

No queda más que puntual ir a donde siempre: Nos vamos.

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Y no serás ya, y yo próximo a ti, tampoco.

Aquí ambos, apunto de inexistir, ambos contra nosotros mismos nos vamos, para no sabernos, ni sufrirnos de memoria. ¡Qué perderse, contigo!, día hecho [de calles nuevas.

Temerosos nuevamente andamos por tu boca negra, hacia el tiempo recobrado que jamás es.

Abasolo, Ciudad de México, 2021.

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La pochota Romeo Duvalier Peña

Cerca de la orilla de la laguna creció una inmensa pochota como ella, ninguna, resguardando las historias que les ha contado la luna por más de cien años,

Ella cuenta anécdotas, su silbido sincroniza los cantares de pajarillos, ranas, sapos, el bailar de peces y tortugas.

Entre si se comunican cuando él está dormido todos parecen descansar si el comienza a silbar todos salen a bailar y nadar.

Su rechinar espanta a los seres que la quieren talar.

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Poemas Citlalli Romero

MÉMOIRES DE LA FORÊT Je me suis assis en face du soleil le cour intérieur avec son rosier, m’ai fait ses adieux Je me suis habillé avec le même robe

[noire vieille, avec laquelle je suis arrivé J’ai regardé le mur blanc en arrière-plan avec ses marques de pluie semblables aux vergetures de ma mémoire Cette après-midi Bach n’a pas sonné dans le piano, non plus la fête de chaque après-midi Mon corps propre, sans alcool et cocaïne, plein d’échec et d’incertitude a tremblé.

Je n’ai pas vécu dans la maison, je ne suis pas sorti pour courir tous

[le matins, pendant le soleil s’a poussé, jusqu’à la

[porte du château.

Je n’ai pas monté ce cheval nain de jouet parce-que ce n’était pas moi à la photo, Je n’ai pas ri plein de bonheur dans ce

[bureau.

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Je n’ai pas appris à jouer dans le piano La première partition du cahier de

[Magdalena Bach.

Ce n’était pas moi parce-que à la fin qui est je? mais juste une réalité du discours qui ne peut qu’être défini dans les

[termes d’élocution…

MEMORIAS DEL BOSQUE Me senté de cara al sol, el patio con su rosal maltrecho, me despidió.

Usé el mismo vestido negro viejo con

[el que llegué.

Miré la pared blanca al fondo, con sus marcas de lluvia, parecidas a las estrías de mi memoria.

Esa tarde no sonó Bach en el piano, tampoco la fiesta de cada tarde mi cuerpo limpio de alcohol y cocaína, repleto de incertidumbre y fracaso tembló.

Yo no habité la casa, yo no salí a correr por las mañanas mientras el sol despuntaba hasta

[la puerta del castillo, yo no monté ese caballo enano

[de juguete 60

porque yo no era la de la foto, yo no reí en ese estudio rebosando

[de felicidad, yo no aprendí a tocar la primera partitura del cuaderno

[de Magdalena Bach, yo no fui yo, porque al final de cuentas ¿quién es yo?

Sino sólo una realidad del discurso que no puede ser definido más que [en términos de locución…

NIÑA BLANCA En esa vela hay un presagio la mano derecha que limpia la afrenta tiembla se lava y reconjura al agua reza: “Purifica la injuria que la noche la lleve por entraña cloaca y no encuentre destino ni en el cielo ni en la tierra.

Agua lávame agua 61

purifícanos agua que te añoran los extraviados en

[el desierto dales la paz a nosotros el perdón agua tu que asciendes a los febriles del infierno que de tus entrañas no probemos las más saladas” En esa vela hay un presagio temo que mis versos no alcancen a salvarnos.

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Poemas

Zindy E. Rodríguez Tamayo M.LUXORI

ALADA Me dice oscuridad Mira hacia dentro Un beso de sambuca Calienta el cuerpo Viste de negro cuando llueve a cántaros Recomienda Beber la lluvia Del hueso del ala De una sola pluma Preguntó al oráculo Sobre el origen de la llave Madera de cinco runas Alianzas con estrellas Pero, ¿quién soy Yo? Encargo de dos máscaras Madera de la danza Una sola pieza Demonios de la capilla posa Una danza en el metro Me dice oscuridad Contemplo el vuelo.

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TLACHIQUERA Anhelo diario de tocar la Médula origen de sentir Sonrisa una para mi delicia A sorbos de la tierra brota Para ti, corazón de aguamiel A quien dedico mi silencio O mi canto de cuenco hueco.

La noche Toda sabe del voto sagrado Que rezo mientras mojo Los postigos de esa ventana Con agua salada Lluvia, gotamar, jugonube Ordeña delos labios oscuros Beso al Sur leche derramada Gotean todas mis paredes De flor De planta Savia dulce Quiero ser agua Bebe despacito un trago Tibio en la lengua O una fuente Niño que succiona Labios oníricos Labios de incendio Labios de sangre Labios de pan nuevo Labios transfigurados Labios sagrados Quiero ser tlachiquera Aspirar el néctar del Sexo vegetal y espina Mojada El río subterráneo 64

Del conejo doble Una gota de luna Caliente en la garganta.

MUJER POESÍA El marido de la mujer poesía no soporta

[el polvo en los anaqueles de libros que brotan como la lechuga mal puesta en

[un sándwich.

O la torre de colorida ropa sucia,

[tan estética.

Las compañeras de secundaria de [la mujer poesía fueron un día

[a su casa A tomar café y cizaña.

El café de la mujer poesía siempre

[es bueno.

Tantas fotos Pero filmaron la tarja llena de

[trastes standby para ridiculizarla, como en los viejos tiempos de

[toda mujer poesía.

La suegra de la mujer poesía Piensa que es adecuado que [su pequeño vástago [de cincuenta años Grite puta puta puta 65

Cuando la mujer poesía regresa

[del trabajo Tarde Con aliento seco y agrio, cada vez

[más amargo, mientras la mandíbula se afloja.

La mujer poesía no está ahí No dice pío Las metáforas llenan sus neuronas Los endecasílabos, los hiatos o un haiku le endulzan el odio y la saliva.

La mujer poesía arde como zarza en

[el desierto.

Es la tierra prometida de un hombre que no le cobrará el arroz que se comió durante un mes O la pasta de dientes o el jabón O el gas, la luz, el wifi.

La madre de la mujer poesía lamenta

[que no haya sido abogada -Podrías ganar tus propios juicios,

[además de dinero.

El casero de la mujer poesía piensa que

[tiene buenas tetas Una lástima que sea mujer tan rara.

El amigo de la mujer poesía invita

[los tragos sin besos Porque tienen el pesado sabor del [alquitrán y otros oscuros abismos.

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El brillo de los ojos de la mujer poesía [tiene el tono de la marihuana fresca.

Pero solo es el color de algún soneto

[olvidado por alguien en el buró de un cuarto de hotel.

O el recuerdo firmado por un autor que

[viene a su platónica mente cuando desea romper un parabrisas

[con un palo de hockey O bañarse en sangre de dragón, como

[toda mujer poesía.

El hijo de la mujer poesía siente una [mezcla de orgullo y vergüenza.

La llama narcisista cuando recuerda [los males del mundo a los que

[está expuesto.

Entonces, milagrosamente, aparecen Las amigas de la mujer poesía.

Que son también mujeres poesía.

Todas bailan desnudas a la luz

[de la luna En círculo Los pies descalzos sobre carbones

[al rojo vivo Remembranza e impulso para su

[facultad de volar.

Las muy malditas.

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CUANDO LAS MUERTAS HABLAN DE AMOR (Con fragmentos de poesía de Edzna Tovar)

Maribel, Edzna, no me acostumbro a

[las hermanas muertas. ¿Será tía Enedina, la de los oídos llenos [de alpiste y las cuencas huecas, quien me cuente los secretos

[del violeta?

Morada, como la montaña de [la abuela Margarita, Ella recoge las legañas de los perros Para untar de madrugada en

[mis pupilas Y así ver a la huesuda y su guadaña.

No sé nada Tengo humedecida la palabra Los recuerdos como bancos de niebla Colapso de una torre con piezas jenga Cada amiga muerta nos muere

[las pestañas Las uñas, los dientes, la [sangre menstrual Gasta las lunas El secreto de San Juan, tu día.

Maribel, Edzna, no me acostumbro [a las hermanas muertas.

Llevo nuestros pasos después

[del cinematógrafo A la plaza Oxford y sus putas viejas 68

O recitar Altazor en San Fernando A toda voz Un sombrero de noche Callejones de Revolución Vieja Santa María donde El Doctor Atl nos contó a dentelladas Dos secretos De la pincelada del poeta enano Y su corona de flores.

Todos están muertos, Edzna, Sabes que es verdad.

No llores más tu lima/mira que el sol se ha ocultado/y hasta el otro año volverán los muertos/puede que esa vez/sí lo veas/tu lima, ya no llores. ¿Dónde estamos? ¿Oaxaca, Puebla?

Con la luna más grande. ¿Un laberinto en la librería de cristal?,

[¿otra iglesia gótica? ¿El túnel en La casa de todos?, ¿o el

[cine Latino?

Edzna, no existe más esa ciudad.

Es tan duro observar la estela brillante

[de tu barco Desde el muelle, agitando el pañuelito Decir adiós, adiós, adiós Nos vemos luego La raja entre los mundos está abierta ¿Qué queda?

No es poco lo que queda.

Es solo que…

Maribel, Edzna, no me acostumbro

[a las poetas muertas.

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Poemas

Juan Manuel Esquivel García

AQUELLOS POEMAS Los oigo todavía pájaros en desbandada escapan del tiempo de mí En los labios subsiste algo del aire de su aleteo Es inútil nada detiene su huir las palabras se sumergen lentas en el azul de la aurora Ni rumbo ni singladura de aquel cántico luminiscencia que vi manar bajo los párpados.

LA EXPULSIÓN Arrugas, torpeza, dolor.

Sale de la madriguera el castigo por haber vivido.

Qué decir, Emile, del jabalí que embestía en deseo.

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¿Y la frustración? Acibarado postre, imposible rechazarlo con un “no, gracias” en aquellos convites que brindaban

[la soberbia y la ingenuidad.

Allá el valle de los años; mientras descendemos, dime Emile, ¿de dónde nos expulsan? ¿Era el paraíso?

SI EN ESTE instante en que el cielo amaga con llover alguien me preguntara qué estoy mirando, no diría de la joven madre con su niña ni de la señora que indiferente va pasando junto a ellas.

Si alguien me preguntara qué estoy mirando, confesaría que las tres mujeres enmarcadas por la ventana no me recordaron el cuadro que pintara Klimt, sino aquel otro de Baldung el terrible.

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DONDE MORA LO VIVIDO Es un susurro. Lo sigues.

En la penumbra ella y tú.

Con las manos forman palabras, antiguo lenguaje sólo entonces [recordado.

Alguna vez un aroma es un susurro, la mano de Hermes guiándote donde mora lo vivido.

DOVE DIMORA IL VISSUTO Traduzione Antonio Nazzaro

In un sussurro. Lo segui.

Nella penombra tu e lei.

Con le mani date forma alle parole; antico linguaggio solo allora ricordato.

A volte un aroma è un sussurro, la mano di Hermes conducendoti dove dimora il vissuto.

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Poemas

Miguel Gil Castro

TARDE EN CASA DE MI ABUELITA He visto a un gran pato blanco beber despacio y, en silencio, detener en la curva de su pico

al universo.

Si no cargase el cielo de Lima, el temor de mi madre a los perros… ¿podría pintar en mi poema ese rojo metálico, ese graznido?

Esta tierra salada, seca, nos dio hace años camotes buenos, las buganvilias crecían, solo sabía soñar con fuego y dibujar abismos.

JISEI NO KU ¿En qué parte de mi cuerpo yaces, último intercambio? ¿y dónde espera el nombre secreto?

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Amarillo amarillo amarillo formas circulares rodean mi cresta.

El eco de un tambor se hace lento.

Yo fui una piedra afilada (y fui el deseo de sangre) Hoy la montaña que alumbra al frío.

Para robar el sonido de una hoja balanceándose de noche me convertí en su crujido.

CRAC. Cedo la voz a todos los pájaros que he conocido y amado.

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Escribir en la tormenta Alberto Issac López Díaz González

Escribir en la tormenta o sobre Animal distinto de Zindy E. Rodríguez Tamayo1

Escribo para que el agua envenenada pueda beberse.

Chantal Maillard

Augurar porvenir, pese a todo pronóstico en contra, es propio de la amplitud en la mirada poética. Ikram Antaki asegura que es gracias a ella y a su «frivolidad sin límites para levantarse por encima de la tierra», que «se hacen libros en las tormentas de la guerra y cálculos a la orilla de la muerte». Pensar así, con amplitud, nos ofrece claridad en las ideas sin extraviar la sensibilidad frente a la existencia; ingredientes necesarísimos para cocinar, a fuego lento, un libro de poesía en tiempos de incertidumbre.

Así, en la soledad del aislamiento, nace ANIMAL DISTINTO como salvación frente al delirio. Su autora, Zindy Rodríguez Tamayo, es una poeta de a pie: vertical en su escritura, caminante en la Ciudad y en sus poemas. Ella, editora independiente y docente en resistencia, da a luz a su primer libro en el año I de 77

la pandemia por COVID-19: época donde es indispensable el aliento de una voz, la voz de la poesía.

Los poemas que resguarda ANIMAL DISTINTO, tienen la profundidad de las raíces de un árbol nuevo que es un viejo árbol. Bajo su sombra, al comenzar su lectura, es indispensable saber que uno está abriendo la puerta que ha de conducirnos a la cavidad de un corazón que anida en el recuerdo de un hechizo de orégano y pimienta, al tiempo que habita el presente de una Ciudad de donde le brotarán las flores del propio jardín que nos revelarán el camino del misterio del café, para regresar al cielo emplumado de la noche maya. Todo esto, porque en la poesía no hay tiempo que regule el pensamiento. Mejor dicho, en un sólo poema convergen todos los tiempos, propios de la razón. Frente al poema, somos el tiempo suspendido donde solo es real el peregrinaje / y el amoroso abrazo.

ANIMAL DISTINTO está formado por cuatro espejos que develan la finitud de una mujer abierta a la sensibilidad y al raciocinio. Con un corazón atento a las correspondencias de la vida y con las ideas operando mediante un complejo sistema de bulbos y transistores, su autora nos ofrece cuatro capítulos que van y vienen de la poesía a la prosa poética y antropológica. En el primer espejo, Zindy Rodríguez rinde un homenaje a sus raíces mayas. Culebras ancianas es una ofrenda; ritual de sanación de la esclavitud vuelta libertad. Concilio de lo femenino y lo masculino porque lo que necesitamos siempre llega de manera generosa, en el momento justo. Al finalizar el capítulo, un glosario de referencias nos sugiere que los poemas del libro requieren de algunas llaves para abrirse a la profundidad de su comprensión. Frente a “Yo soy mi propio jardín”, segundo espejo, caminamos al microcosmos que germina con el agradecimiento y el recuerdo. Su jardín es celebración en espiral, salto al vacío / mientras el Poeta / canta / sobre el devenir / y el fuego. La médula espinal del libro se encuentra en el tercer espejo, capítulo que da nombre al libro. En Animal distinto la música de fondo es elemental: Frankie Valli, Mozart, John, Dylan, Cohen, Woody Guthrie, Patti Smith; sus melodías consuenan en las palabras de Zindy Rodríguez. Antes, más adentro, lo que no debe olvidarse: el frío de algunos días, la lectura en la borra del café, el vaivén del péndulo, un cielo azul y aquel instante cuando la garra de la muerte / ha rasgado nuestro corazón. La poesía se transfigura en prosa al llegar al cuarto y ¿último? espejo. Cacería y recolección nos aventura en las historias 78

que habitan una ciudad, al margen del ruido y del caos. Compuesto por textos breves y con ritmo urbano, sus relatos nos muestran una mirada antropológica de la Ciudad de México. Despojada de toda pretensión, sus palabras de uso común dan cuenta de la profundidad en el vivir de cada día. La culminación siempre será un inicio, así lo dicta una carta en el tarot. El final, envuelve todo el libro. Los Agradecimientos se hacen presentes a quienes hicieron posible la victoria ante el naufragio. El libro llegó, felizmente, a puerto seguro: las manos del lector.

Al leer poesía aprendemos a leernos como quien escucha, en tres acordes de guitarra, el buen suceso de la eternidad. Al leer poesía, se debe estar preparado para el encuentro con uno mismo. El o la poeta habrá cumplido su misión al liberar-se del poema, pero el poema sólo estará completo cuando, en una infinita sucesión de puntos, se engarce en la mirada de quien lo lleve a las honduras de un corazón distinto al que lo concibió.

Alberto Isaac López Díaz González

1. Reseña escrita para la presentación del libro Animal distinto de Zindy E. Rodríguez Tamayo, en el Complejo Cultural Los Pinos el 12 de agosto de 2021.

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Gaia y Ctonia1 Giorgio Agamben Traducción y notas de Juan Manuel Esquivel

I En el griego clásico la tierra tiene dos nombres que corresponden a dos realidades distintas si no opuestas: Ge (o Gaia) y Chton. Contrario a una teoría hoy difundida, los hombres no solamente habitaban Gaia, sino que en principio estaban relacionados con Chton, que en algunas narraciones míticas asume la forma de una diosa cuyo nombre es Chtonie, Ctonia.

Así, la teología de Ferécides de Siros2 menciona, al comienzo, a tres divinidades: Zeus, Cronos y Ctonia, y relata que «a Chtonie le correspondió el nombre de Ge, luego que Zeus le diera como regalo la tierra (gen)». Aunque la identidad de la diosa permanece indefinida, Ge es con respecto a ella una figura Publicado originalmente en italiano el 28 de diciembre del 2020 con el título Gaia e Ctonia en «Una Voce», la columna del filósofo italiano, disponible en https://www.quodlibet.it/giorgioagamben-gaia-e-ctonia.

1

Filósofo presocrático, nació en el siglo IV a.C. en la isla de Siros. Con Anaximandro es uno de los Siete Sabios de Grecia y también uno de los primeros pensadores griegos en emplear la prosa. Viajó a Egipto donde estudió. Se le atribuía la predicción: anunció naufragios, terremotos, invasiones. Su muerte es un misterio. Fue enterrado por su alumno y sobrino Pitágoras en Delos. Enseñaba en una gruta.

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accesoria, casi un nombre ulterior de Chtonie. No menos significativo es que en Homero los hombres sean definidos con el adjetivo epichtonioi (ctónicos, que están sobre Chton), mientras el adjetivo epigaios se refiere sólo a las plantas y a los animales.

El hecho es que Chton y Ge nombran dos aspectos de la tierra, por así decirlo, geológicamente antitéticos: Chton es la cara externa del mundo ínfero, la tierra desde la superficie hacia abajo; Ge es la tierra desde la superficie hacia arriba, la cara que la tierra dirige hacia el cielo. A esta diferencia estratigráfica corresponde una divergencia de las prácticas y de las funciones: Chton no es cultivable ni se le puede extraer nutrimento, se escapa de la oposición ciudad/campo y no es un bien que pueda ser poseído; Ge, por el contrario, como lo recuerda con énfasis el epónimo himno homérico, «nutre todo aquello sobre Chton» (epi chtoni) y produce los cultivos y bienes que enriquecen a los hombres: para aquellos que Ge honra con su benevolencia «los surcos de la gleba que dan vida se cargan de frutos, en los campos prosperan sus rebaños, la casa se les llena de riquezas y gobiernan con leyes justas las ciudades de las mujeres hermosas».

La teogonía de Ferécides contiene el testimonio más antiguo de la relación entre Ge y Chton, entre Gaia y Chtonia. Un fragmento conservado por Clemente de Alejandría3 define la naturaleza de su vínculo precisando que Zeus se une en esponsales con Chtonia y, cuando según el rito nupcial de la anakalypteria4, la esposa se retira el velo y aparece desnuda ante el esposo, Zeus la vuelve a cubrir con «un manto grande y bello» el cual «han bordado con varios colores Ge y Ogeno (Oceano)».

Chton, la tierra ínfera, es por tanto algo abisal incapaz de mostrarse en su propia desnudez y los vestidos con los cuales el dios la cubre no son otros que Gaia, la Contrario a lo que se piensa no nació en Egipto, sino en Atenas alrededor del 150 d. C. y en el seno de una familia pagana y adinerada, de ahí que escribiera en griego clásico y las constantes referencia a poetas y filósofos griegos en sus obras. En busca de maestros cristianos, viajó por Grecia, Italia, Palestina hasta llegar a Egipto.

3

Anakalypteria, palabra que podría traducirse como aquello cuya cualidad es carecer de cubierta o velo, pues en su raíz está kalyptein, que significa cubrir, de ahí que a la ninfa Calipso se le conociera como «la que oculta». Aunque esto nos da cierta luz para entender el «desvelo» de la novia en el conjunto de ritos y costumbres en torno al matrimonio en la Grecia más antigua, ¿qué es lo que aparece desnudo ante el marido?, ¿qué queda desvelado en este ritual que aún hoy nos pervive?

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tierra superna. Un pasaje de El antro de las ninfas de Porfirio5 nos cuenta que Ferécides caracterizaba la dimensión ctónica como profundidad, «hablando de huecos (mychous), de fosos (bothrous), de antros, (antra)», concebidos como las puertas (thyras, pylas) que las almas atraviesan en el nacimiento y la muerte. La tierra es una realidad dual: Ctonia es el fondo informe y oculto que Gaia cubre con su abigarrado bordado de colinas, praderas floridas, aldeas, bosques y rebaños.

En la Teogonía de Hesíodo también la tierra posee dos rostros. Gaia «base sólida de todas las cosas», es la primera creatura del Caos, sin embargo, el elemento ctónico es evocado inmediatamente después y, como en Ferécides, definido con el término mychos: «el oscuro Tártaro en lo profundo de la tierra espaciosa (mychoi chtonos eyryodeies)». Donde la diferencia estratigráfica entre los dos aspectos aparece con mayor claridad es en el himno homérico a Deméter6. Ya al inicio, cuando el poeta describe la escena del rapto de Perséfone mientras esta recogía flores, Gaia es evocada dos veces, en ambos casos como la superficie floreada que la tierra dirige hacia el cielo: «las rosas, los azafranes, las bellas violetas en un tierno prado y los iris, los jacintos y los narcisos que Gaia hace crecer según la voluntad del dios» … «Al aroma de las flores todo el cielo en lo alto y la tierra sonrieron». Pero en ese mismo instante, «Chton, la de los vastos senderos, se abrió (chane) de par en par en la llanura de Nisa7 y de la abertura salió (orousen) con sus caballos inmortales el Señor de los muchos huéspedes8». Que se trate de un movimiento de abajo hacia arriba es subrayado por el verbo ornymi, que vale por «surgir, aparecer», casi como decir que del fondo ctónico de la tierra el dios emergiera sobre Gaia, la cara de la tierra que mira hacia el cielo. Más adelante, 5 No esta demás recordar que Porfirio (Tiro c. 232 – Roma 304 d. C.) fue neoplatónico, nada más el encargado de sistematizar toda la obra de Plotino. El pasaje referido es clave pues nos conecta con la doctrina del Fedón y en menor grado con las enseñanzas del Fedro.

6 La mención de dicho himno es un claro guiño a los Misterios de Eleusis, quizás la iniciación más importante de la Antigüedad grecolatina. Algunos datan su origen en el siglo XV a. C. Se dice que los iniciados alcanzaban la Epopteia, “la Visión”. Esto cambiaba sus vidas, pues adquirían la certidumbre de la inmortalidad.

Antigua ciudad ubicada en la región de Caria en la península de Anatolia, hoy Turquía. La llanura se extendía hacia el sur de dicha ciudad.

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Uno de los muchos sobrenombres para referirse a Hades, dios y señor del Reino de los Muertos, mansión donde efectivamente habitan «muchos huéspedes».

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cuando la misma Perséfone le narra a Deméter su rapto, el movimiento se invierte: es Gaia la que esta vez se abre (Gaia d’enrthe koresen), porque «el Señor de los muchos huéspedes» podía llevarla bajo tierra en su carro de oro. Es como si la tierra tuviera dos puertas o aperturas, una que se abre desde lo profundo hacia Gea y otra que desde Gea conduce al abismo de Ctonia. En realidad, no se trata de dos puertas sino de un solo umbral que pertenece enteramente a Chton. El verbo que el himno refiere a Gaia no es chaino (abrir, partir) sino choreo, que significa simplemente «hacer espacio o lugar». Gaia no se abre, sino que hace espacio para el tránsito de Proserpina; la idea misma de un pasaje entre lo que está arriba y lo que está abajo, de profundidad (profundus: altus et fundus) es íntimamente ctónica y, como la Sibila recuerda en la Eneida, las puertas de Dite9, antes que nada, están orientadas hacia el ínfero (facilis descensus Averno).

El término latino correspondiente a chton no es tellus, que designa una extensión horizontal, sino humus, el cual implica una dirección hacia abajo, hacia lo hondo (humare, sepultar, enterrar, inhumar). Es significativo que con este se haya trazado la denominación del hombre (hominem appellari quia sit humo natus10). Que el hombre sea humano, es decir terrestre, en el mundo clásico no implica una relación con Gaia, con la superficie de la tierra que mira al cielo, sino ante todo una conexión íntima con la esfera ctónica de la profundidad.

Mítica ciudad del inframundo, aparece tanto en la Eneida como en la Comedia; pero mientras Dante la relacionará con el infierno cristiano, en la obra de Virgilio tiene una connotación muy distinta, así nos lo aclara Minor Herrera Valenciano: «Cabe destacar que Dite o Dis Pater fue una creación original de los romanos, ya que dite es el neutro nominativo de dis, que tienen por genitivo ditis. De igual manera, la palabra Dis resulta ser una contracción de diues (resplandecer, alegrar; opulento, rico, abundante). Dis Pater fue el nombre dado por los latinos al dios del inframundo, al cual relacionaron con el griego πλοῦτος (riqueza, abundancia, opulencia), de donde se origina el nombre del dios Plutón o Pluto. Los latinos entonces consideraban al inframundo como la casa de la riqueza, donde Proserpina se erigía como la Ditis Domina». Este comentario es clave para captar la profundidad del texto de Agamben.

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Frase extraída de la Institución oratoria de Quintiliano. Permítaseme reproducir una parte del párrafo al cual pertenece, pues esclarecerá la nota anterior: «Pero, ¿hemos de permitir también que las palabras se deriven de contrarios, como lucus, “arboleda”, de luceo, “brillar”, porque, siendo espesa de sombra, parum lucet, no brilla? ¿Como ludus, “escuela”, de ludo, “jugar”, porque está lo más lejos posible del juego? ¿Como Ditis, “Plutón”, de dives, “rico”, porque no es rico en absoluto? O permitiremos que homo, “hombre”, sea de humus, “la tierra”, porque surgió de la tierra...». Al referirse al rétor romano es evidente que Agamben está dialogando intensamente con su tradición, nuestra tradición.

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Que Chton evoque la idea de pasaje es evidente en el adjetivo que tanto en Homero como en Hesíodo acompaña constantemente el término: eyryodea, que puede traducirse como «del ancho camino» sólo si no se olvida que odos implica la idea de tránsito hacia una meta, en este caso el mundo de los muertos, un viaje que todos estamos destinados a hacer (es posible que Virgilio escribiendo facilis descensus haya recordado la fórmula homérica).

En Roma, una apertura circular llamada mundus, que según la leyenda fue excavada por Rómulo al momento de la fundación de la ciudad, mantenía en comunicación el mundo de los vivos con el mundo ctónico de los muertos. Dicha apertura, cerrada por una piedra llamada manalis lapis11, se abría tres veces al año; en esos días, los cuales se conocían como mundus patet, el mundo estaba abierto y «las cosas ocultas y escondidas de la religión de los manes12 eran llevadas hacia la luz y reveladas»; casi todas las actividades públicas se suspendían. En un artículo excelente, Vendryes13 ha demostrado que el significado original de nuestro término «mundo» no es —como se había sostenido siempre— una traducción del griego kosmos, sino que deriva exactamente del umbral circular que desvela el mundo de los muertos. La antigua ciudad se funda sobre el «mundo» porque los hombres moran en la apertura que une a la tierra celeste con la subterránea: el mundo de los vivos y el de los muertos: el presente y el pasado, y es a través de la relación entre estos dos mundos que resulta posible orientar las acciones y hallar inspiración para el futuro.

Lapis manalis o piedra de los manes, son en realidad dos piedras sagradas distintas. Una cubría la entrada al Hades u Ostium Orci, «puerta de Orco». La otra fungía como invocadora de la lluvia; aunque no posee relación con los manes quizás allí esté el origen del verbo manare, manar, brotar.

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Generalmente conocidos como penates y lares, los manes eran dioses familiares y domésticos, por lo general espíritus antepasados protectores del hogar. Fuera de Roma, los persas y otras naciones asiáticas los llamaban genios. El pater familias era el «sacerdote» que oficiaba sus ceremonias y ofrendas. Sin embargo, en su De Deo Socratis, Apuleyo discrepa un poco con lo anterior: «El espíritu del hombre después que ha salido del cuerpo pasa a ser o se trasforma en una especie de demonio que los antiguos latinos llamaban lemur. Las almas de aquellos difuntos que habían sido buenos y tenían cuidado y vigilancia sobre la suerte de sus descendientes, se llamaban lares familiares, pero las de aquellos otros inquietos, turbulentos y maléficos que espantaban los hombres con apariciones nocturnas se llamaban larvae; y cuando se ignoraba la suerte que le había cabido al alma de un difunto, es decir, que no se sabía si había sido trasformada en lar o en larva, entonces se la llamaba mane».

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Joseph Vendryes (1875-1960), lingüista francés.

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No sólo por su nombre el ser humano está ligado a la esfera ctónica, también su mundo y el mismo horizonte de su existencia limitan con los recovecos de Ctonia. El hombre es, en el sentido literal del término, un ser de lo profundo.

II Una cultura ctónica por excelencia es la etrusca. Quien recorre abatido la necrópolis esparcida por la campiña de la Tuscia14, percibe inmediatamente que los etruscos habitaban Ctonia y no Gaia, no sólo porque de ellos nos sobreviva esencialmente cuanto tenía que ver con los muertos, sino también, y principalmente, porque los sitios que eligieron para sus moradas —tal vez llamarlas ciudades sería inadecuado— aunque en apariencia están sobre la superficie de Gaia, en realidad están epichtonioi, ellos moraban las profundidades verticales de Chton. De ahí su gusto por las cuevas y los huecos cavados en la piedra; por los altos barrancos y desfiladeros; por las paredes escarpadas de peperino (piedra pimienta) precipitadas hacia algún río o torrente. Quien súbito se encuentre en Cava Buia, cerca de la región de Blera15, o en los caminos socavados de San Giuliano, sabría que no se halla más en la superficie de Gaia, sino ciertamente, ad portam inferi, en uno de los accesos que penetran hacia los declives de Ctonia.

Este carácter inconfundiblemente subterráneo de los lugares etruscos, si se parangonara con otras regiones de Italia, también se podría expresar diciendo que esto delante de los ojos no es un paisaje propiamente dicho. El afable y acostumbrado panorama que se abraza serenamente con la mirada y se desborda en el horizonte pertenece a Gaia, pero en la verticalidad ctónica todo paisaje desaparece, toda perspectiva se borra dando lugar al rostro aterrador y nunca visto de la naturaleza. Y aquí, en los arroyos rebeldes y en los abismos, no sabríamos qué hacer con el paisaje, la tierra es más tenaz e inflexible que cualquier paisajística pietas16. A las puertas de Dite, el dios se ha hecho tan cercano y temible que ya no exige más religión.

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Actual nombre de la provincia de Viterbo en la Italia meridional.

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Cava Buia, literalmente caverna oscura. Blera también pertenece a Viterbo, en la región del Lacio.

Pietas era una de las principales virtudes de la Antigua Roma que ha sido traducida de formas diversas como «deber», «religiosidad» o «comportamiento religioso», «lealtad», «devoción» o «piedad filial».

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Es por esta irremisible devoción ctónica que los etruscos han construido y velado con tanta atención las moradas de sus muertos y no al contrario, como podría pensarse. No amaban la muerte más que la vida: para ellos la vida era inseparable de la profundidad de Ctonia; podían habitar los valles de Gaia y cultivar las campiñas sólo si no olvidaban jamás su verdadera morada vertical. Es por esto que ante las tumbas cavadas en la roca o en los túmulos no únicamente nos enfrentamos a los muertos, no sólo imaginamos cuerpos acostados sobre sarcófagos vacíos, sino que a la vez percibimos las motivaciones, los gestos y los deseos de los vivos que las construyeron. Que la vida sea más gratificante en cuanto más tiernamente custodia en sí la memoria de Ctonia; que sea posible edificar una civilización sin jamás excluir la esfera de los muertos; que haya entre el pasado y el presente, entre los muertos y los vivos, una comunidad intensa y una continuidad ininterrumpida es el legado que nuestro pueblo ha transmitido a la humanidad.

III En 1979, James E. Lovelock, un químico inglés que había colaborado activamente en los programas de la NASA para la exploración del espacio, publicó Gaia: a New Look at Life on Earth. En el centro del libro hay una hipótesis que ya un artículo escrito con Lynn Margulis cinco años antes en la revista Tellus había anticipado en estos términos: «el conjunto de los organismos vivientes que constituyen la biosfera puede actuar como una sola entidad para regular la composición química, el Ph superficial y quizás también el clima. Llamamos Hipótesis Gaia a la consideración de la biosfera como un sistema activo de control y de adaptación, capaz de mantener a la Tierra en homeostasis». La elección del término Gaia, que fue sugerida a Lovelock por William Golding17 —quien describiera magistralmente la perversa vocación de la humanidad en su novela El señor de las moscas—, no es una mera casualidad: como lo precisa el artículo, los autores «identificaron los límites» de la vida en la atmósfera y se interesaron «sólo en menor medida por los límites internos constituidos por la interfaz entre las partes internas de la Tierra, no sujetas a la influencia de los procesos de la superficie». No menos significativo aún es un hecho que los autores no parecieron —al menos en aquel momento— considerar: la devastación y el aniquilamiento de Gaia han alcanzado su máximo Efectivamente, el Premio Nobel de Literatura inglés y dicho científico fueron vecinos en la comunidad de Bowerchalke en Wiltshire, Inglaterra.

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nivel justo cuando los habitantes de ésta decidieron extraer la energía que exigen sus nuevas y crecientes necesidades de las profundidades de Ctonia, en la forma de un residuo fósil formado por los millones de seres vivos que habitaron en el pasado remoto y que llamamos petróleo.

Según toda evidencia, no es posible mantener la «identificación de los límites» de la biósfera, la superficie y la atmósfera terrestres: la biósfera no puede existir sin el intercambio, sin la «interfaz», con la tanatósfera ctónica18; Gaia y Ctonia, los vivos y los muertos, deben ser pensados a la vez.

Lo que ciertamente ha ocurrido en la modernidad es que los hombres han olvidado y desterrado su relación con la esfera ctónica, ya no habitan más Chton, sólo Gaia; pero en tanto más eliminaban de su vida la esfera de la muerte, tanto más su existencia se tornaba invivible; cuanto más familiaridad perdían con la profundidad de Ctonia —reducida como todo a mero objeto de explotación—, tanto más la amable superficie de Gaia era progresivamente envenenada y destruida19. Lo que hoy miramos es la extrema deriva del destierro de la muerte: para salvar su vida de una supuesta amenaza, de un confuso peligro los hombres renuncian a todo aquello que la hace digna de ser vivida. Al final, Gaia, la tierra sin profundidad, que ha perdido toda memoria de la moradura subterránea de los muertos, está completamente a merced del miedo y la muerte. De este miedo sólo podrán sanar aquellos que reencuentren la memoria de su doble morada, aquellos que recuerden que sólo es humana una vida donde Gaia y Ctonia permanecen inseparables y unidas.

Si biósfera, según el diccionario de la RAE, es «el conjunto de los seres vivos del planeta Tierra», tanatósfera lo sería de los seres muertos; interesante neologismo de origen desconocido y escasamente empleado el que ha escogido el filósofo italiano.

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En Invitación al mito, Francisco Segovia, poeta y ensayista mexicano, llega a una conclusión semejante: «Los ríos y las montañas que hemos desacralizado, desmitificado en nombre del progreso ya no nos inspiran reverencia, y a menudo ni siquiera respeto: se han convertido en cosas mudas y sin sentido, en meros recursos económicos, bienes contables y acumulables, aunque rara vez renovables».

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Visita al cementerio Manuel López Gómez

Juega, sin alejarte mucho, donde yo pueda verte.

Limpiar la tumba de mi mamá es una tarea que realizamos en familia, pero en esta ocasión sólo me acompaña mi pequeño hijo. Me concentro en las labores de desyerbar, barrer y lavar, pero sin descuidarlo. Lo veo pasar corriendo y escucho su risita, le hablo y me responde para saber que está bien.

Continuó porque ya es tarde. Termino por cambiar las flores y encender una veladora, cuando el vigilante me informa que la hora del cierre se aproxima. Es cierto, ya no hay nadie más en el panteón.

Le hablo a mi pequeño y lo cargo. Tu abuelita esta de este lado, justo enfrente. Le digo, mientras volteo y observo a mi lado un letrero que dice: SECCIÓN DE SEPULTURAS INFANTILES Él, levanta su manita haciendo un ademán mientras se despide de sus amigos.

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Las tres metamorfosis Hagop Der Hagopian Tlapanco Instagram: @hagopderhagopian Técnica: lápiz de grafito

La hora más silenciosa Hagop Der Hagopian Tlapanco Instagram: @hagopderhagopian Técnica: lápiz de grafito

Spiral Out, Keep Going... (2020) Hagop Der Hagopian Tlapanco Instagram: @hagopderhagopian Título tomado de la letra de la canción Lateralus, de Tool Técnica: lápiz de grafito

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