Alhué La Memoria Y Sus Soportes Materiales

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Alhué, la memoria y sus soportes materiales.

Catálogo Patrimonial Municipal
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Catálogo Patrimonial Municipal

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Alhué, la memoria y sus soportes materiales.

Alhué, la memoria y sus soportes materiales.

Catálogo Patrimonial Municipal

Investigación, textos y recopilación de imágenes referenciales: Bruno Jiménez Belmar.

Fotografías, diseño y diagramación: Sebastián Venegas Díaz.

SEREMI de Cultura, “Estrategias de Sostenibilidad para Planes Municipales de Cultura 2022”.

Ilustre Municipalidad de Alhué

Alhué, Chile, 2022

Significado de la palabra Alhué: “Alma del muerto” (Fuente: Ilustre Municipalidad de Alhué).

También traducida como “Morada de los espíritus” (Fuente: Memoria Chilena).

Imagen de portada: Villa Alhué, cartografía del año 1929. Fuente: Biblioteca Nacional.

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Introducción

Durante el segundo semestre del año 2022, el municipio de Alhué, a través de su Oficina de Cultura y Turismo, ha desarrollado un Catálogo Patrimonial para la comuna. Esta iniciativa forma parte del Plan Municipal de Cultura y da cuenta del interés y la reconocida necesidad de recuperar y proteger nuestras raíces más profundas, aquellos elementos que son el pilar para imaginar un futuro compartido.

El ejercicio de catalogar bienes patrimoniales, a la par de relevar la importancia de algunos componentes locales, le resta protagonismo a otras prácticas y objetos igualmente significativos de nuestra historia, aquellos que no fueron incorporados en esta oportunidad. Asumimos esto, entendiendo que la información que presentamos en las siguientes páginas intenta ser un primer aporte en esta sistematización, destacando ciertos casos representativos de una realidad mayor, compleja, como es la dinámica del proceso identitario de una comunidad.

No se trata entonces de una recopilación azarosa, pero sí restringida por los alcances de este primer catálogo. Y es que la selección de lo que se preserva y valora no es inocente y tiene

consecuencias directas en la construcción de identidades. Lo que elegimos recordar, estudiar, qué preguntas nos hacemos y cómo enmarcamos las respuestas, se fundamentan en posiciones teórico/políticas que son relevantes para la definición de aquello que nombramos como propio (McGuire 2019; Vargas 1997). En esta ocasión partimos de un concepto clave, el de memoria material, que opera como eje articulador y permitirá dar coherencia a esta selección de objetos y prácticas tradicionales, huellas de épocas pasadas y testimonios de oficios que aún perviven, todo en un mismo espacio, en Alhué.

La materialidad de la memoria

El presente catálogo aborda un recorrido histórico desde la materialidad, desde los objetos. Por eso, más allá de elaborar un listado de hitos culturales, lo que se propone es realizar un recorrido por el pasado desde una reflexión sustentada en dicha materialidad, en donde la línea de tiempo tradicional desaparece, para dejar lugar a una comprensión histórica dinámica, situada en un territorio donde los rastros del pasado conviven con las tradiciones en el presente, en un espacio común.

En este viaje tenemos un concepto central, el de memoria material, una idea que explica cómo los objetos, las cosas, se encuentran colmadas de significados desde el presente, por parte de quienes las investigan, usan y conservan, pero al mismo tiempo, conteniendo información de tiempos remotos, en tanto productos del trabajo realizado por seres humanos incluso hace miles

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de años. A ese trabajo le deben su valor las cosas que tenemos a la vista, fragmentos de una historia que hoy podemos tocar y “hacerles preguntas”. De la misma forma, la noción de memoria material nos permite entender el uso de objetos en oficios aún vigentes, formando parte de actividades y tradiciones que hunden sus raíces en varias generaciones anteriores.

De ahí que en este recorrido aparezcan vestigios casi imperceptibles a simple vista y propios del estudio arqueológico, fragmentos cerámicos o desechos generados luego de tallar una roca, por nombrar algunos; así como otros en pleno uso, por ejemplo, herramientas que aún siguen utilizando vecinas y vecinos de Alhué para sus labores cotidianas, como la fabricación de dulces chilenos, la talabartería o los tejidos tradicionales. En estos objetos culturales veremos sintetizados años de tradiciones, algunas ya desaparecidas, pero otras en plena actividad.

Reconocer estos elementos en una convivencia espacial en los terrenos de la comuna, en el ahora, lo proponemos como un ejercicio que aporte a la reflexión sobre la identidad local, a mirarnos como sujetos históricos, herederas y herederos de un pasado compartido.

En la naturaleza en cuanto tal no hay ningún producto, sino sólo cuando ha habido trabajo humano. En esto consiste la transformación de la naturaleza en cultura

(Dussel 2014)

Capítulo 1

Objetos del pasado en tiempo presente

La arqueología estudia la historia del ser humano, y lo hace a través de los objetos resultantes de sus múltiples actividades. Así, tenemos arqueólogos que se dedican al estudio de vasijas que fueron utilizadas hace 2.000 años, otros que podrían dedicar buena parte de su tiempo al análisis de rocas o restos óseos, en momentos incluso aún más lejanos, más de 15.000 años tal vez, pero también algunos que estudian huellas materiales más recientes, como las primeras tejas coloniales de hace 500 años, o los muros derruidos de una vieja estación de trenes, abandonada hace no más de 3 décadas. Esto por nombrar algunos ejemplos de la amplia diversidad de áreas de interés que puede tener la disciplina arqueológica.

Estos vestigios -eso que llamamos cultura material- pueden ser analíticamente reconocidos e identificados, convirtiéndose en huellas importantes para descubrir e interpretar los contextos sociales que les dieron origen, contextos que de alguna forma nos han traído hasta el presente y que por lo tanto, tienen mucha relación con las maneras en cómo nos organizamos, cómo entendemos y enfrentamos los problemas en la actualidad y cómo podemos imaginar distintos caminos hacia

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el futuro, a partir de la experiencia milenaria que disponemos como colectivo.

La cultura material es un puente entre las generaciones y los eventos (Bate 1998)

En Chile la arqueología es relativamente joven, desarrollándose sistemáticamente desde hace aproximadamente unos 50 años, al menos tomando como referencia la institucionalización de su enseñanza (Troncoso et. al. 2008). Si bien el país cuenta con un marco legal de protección de estos elementos patrimoniales desde el año 1970, la ley 17.288 de Monumentos Nacionales, el crecimiento más explosivo del campo laboral ha ocurrido gracias a su consideración dentro de la ley 19.300 sobre Bases Generales del Medio Ambiente, regulación postdictadura del año 1994, fruto de una lógica socialdemócrata de los gobiernos de la concertación, que buscaba no frenar la inversión en infraestructura y minería principalmente, pero sí generar una instancia de mayor control estatal en el tema medio ambiental. La arqueología comenzó a formar parte de los modelos de negocio de grandes compañías, como una instancia más, temprana, en la gestión de los terrenos necesarios de explotar, junto con el resto de los componentes ambientales en evaluación.

Por lo mismo, la mayoría de los hallazgos arqueológicos se producen a partir de la ejecución de obras de infraestructura o explotación de materias primas, en el marco de proyectos públicos o privados. Y Alhué no es la excepción.

Panorama arqueológico en Chile Central y los hallazgos en Alhué

La ocupación humana de los valles centrales de Chile es una historia de larga data. Sus más tempranas evidencias, de época prehispánica, se remontan a las de aquellos primeros cazadores recolectores que conocieron estos territorios australes, lejanos paisajes habitados tras el fin de las glaciaciones, y arriban hasta los últimos tiempos precolombinos, cuando en el siglo XV las poblaciones de los valles se enfrentan a las avanzadas incas, a partir de la expansión sociopolítica del Tawantinsuyu por diversas regiones del espacio andino.

Como veremos, estos antecedentes describen una trayectoria sociocultural que experimenta distintas formas de vida, en un asentamiento de al menos trece mil años. Desde bandas y pequeñas familias de cazadores recolectores que exploran y se asientan en diversos espacios ecológicos, hasta poblaciones que comienzan a intensificar sus prácticas recolectoras y hortícolas, permaneciendo cada vez más en sus lugares habitados. El devenir de estos procesos sociales muestra un uso cada vez más extendido de la alfarería y una permanencia más estable y sedentaria, conformando caseríos arraigados a la tierra.

Los primeros pobladores

Para la arqueología americana, el cuándo y cómo se ha poblado el continente, han constituido preguntas fundamentales, no exentas de polémicas hasta el día de hoy (Dillehay 2009). Los

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primeros pobladores habrían cruzado el Estrecho de Beringia hace al menos 12.500 años antes del presente, descendiendo desde Alaska a las grandes planicies norteamericanas, dejadas al descubierto con el fin de las glaciaciones. Estas bandas de cazadores recolectores, denominadas Clovis, debido a sus características puntas de proyectil, habrían seguido a las manadas de megafauna hasta los confines de Sudamérica. Sin embargo, sitios como el de Monteverde en Puerto Montt, Pilauco en Osorno o Quebrada Santa Julia y Valiente en la región de Coquimbo, han problematizado este planteamiento, donde fechas tan tempranas como 15.000 años antes del presente, cuestionan el modelo, o al menos sus límites temporales.

Una de las evidencias más tempranas de poblaciones cazadoras recolectoras en la zona central se ha registrado en la cuenca de Tagua Tagua, Región del Libertador Bernardo O’Higgins, apenas a unos 50 kilómetros al sur de Villa Alhué. El sitio arqueológico Tagua Tagua 1 data de este período de poblamiento, cuyas fechas radiocarbónicas lo sitúan entre 13.233 y 12.693 años antes del presente (en adelante a.p.) (Montané 1969), en un espacio temporal conocido como Paleoindio. Los restos arqueológicos de Tagua Tagua dan cuenta de las actividades de caza y faenamiento que estos primeros cazadores hicieron de los grandes animales hoy extintos, como el Gonfoterio (Stegomastodon Platensis) el caballo americano (Equss sp.), además de zorros culpeo, ranas, coipos, junto a otras especies de aves y peces (Casamiquela 1976; Núñez 1989).

En el espacio cordillerano de Chile central, las ocupaciones iniciales conocidas se remontan a 11.000 años, aunque no presentan evidencias de megafauna. En la caverna Piuquenes, ubicada en el río Blanco, afluente del Aconcagua, se hallaron los restos de quienes fueron los primeros exploradores de la montaña, cazadores de guanacos y vizcachas de la zona altoandina cuyas evidencias han sido datadas entre 11.670 y 10.240 a.p., momento en el que frente a la caverna se emplazaba una laguna (Stehberg y Blanco 2009; Stehberg et. al. 2012). Otros registros de estas primeras comunidades de la zona se encuentran en el sector andino del Cajón del Maipo, en la confluencia de los esteros La Batea y El Manzano, donde se ubica el sitio El Manzano 1, un asentamiento de bandas cazadoras recolectoras altamente móviles en el contexto de la escarpada geografía montañosa, durante el período conocido como Arcaico (Cornejo et. al. 1998; Cornejo et. al. 2005).

Durante los tiempos arcaicos, en que el modo de vida estuvo basado fundamentalmente en la caza y la recolección, las comunidades utilizaron diversos pisos ecológicos, cordilleranos o costeros, ocupando una tecnología de piedra para la elaboración de artefactos de rápida factura, como puntas de proyectiles o raspadores para trabajar cueros, morteros para moler granos o hachas para cortar árboles. El creciente conocimiento del territorio habitado y de los recursos alimenticios y tecnológicos presentes en el paisaje, va a favorecer nuevos procesos de experimentación como la domesticación de ciertos vegetales y animales (camélidos). Los

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asentamientos, hacia los 5.000 años a.p., se van haciendo cada vez más reiterados, acotándose a algunos espacios como la mencionada laguna Tagua Tagua, en que se ha encontrado el sitio Cuchipuy, un cementerio con una historia cultural que cubre buena parte de la prehistoria regional, desde 8.000 a 1.300 años a.p. (Kaltwasser et. al. 1980 y 1984). Otros hallazgos en espacios lacustres del valle fértil se han registrado en Lampa, en donde grupos de cazadores se instalaron en campamentos a cielo abierto (Jackson y Thomas 1994). En la costa, por su parte, se halla el sitio Punta Curaumilla 1, datado en 8.790 años a.p. (Ramírez et. al. 1991).

Período Alfarero Temprano (PAT), Culturas Bato y Llolleo

Hacia la era cristiana, unos 2.300 años atrás (350 antes de Cristo, en adelante a.C.), estas poblaciones de larga tradición cazadora comenzaron a compartir sus territorios con grupos horticultores y alfareros asentados principalmente en las partes centrales de los valles (Cornejo y Sanhueza 2003). Los aleros rocosos Las Chilcas, El salitral o El Carrizo en el cordón de Chacabuco, muestran las evidencias de este momento de nuevas experimentaciones y transición a un modo de vida agroalfarero (Pinto y Stehberg 1982; Hermosilla 1994; Casteletti y Pavlovic 1997; Stehberg y Dillehay 1998; Stehberg et. al. 1994). El alero Las Morrenas (3.400 años a.p.), en el curso medio del río Yeso, tributario del Maipo, es un claro vestigio de las originarias prácticas hortícolas en una sociedad fundamentalmente cazadora (Planella et. al. 2005; Planella y

Tagle 2004).

Las poblaciones que comenzaron a ocupar mayormente el valle, señaladas en su momento como Comunidades Alfareras Iniciales (CAI) (Falabella y Stehberg 1989), desarrollaron prácticas ceramistas desde hace siglos (800 años a.C.), aunque no habían masificado su uso. No abandonan la caza ni la recolección y no incluirán el maíz en su dieta sino hasta alrededor del 200 d.C. (Sanhueza et. al. 2003). Quinientos años más tarde, la cerámica alcanza ya una presencia fuerte y la horticultura empieza a ser paulatinamente explorada. Serían las poblaciones de lo que se conoce como Período Agroalfarero Temprano (PAT), especialmente la llamada Cultura Llolleo, las que adoptan el cultivo como fuente estable de sustento, principalmente de maíz (Falabella et. al. 2007). En este contexto, el sitio La Granja, ubicado en las cercanías de la ciudad de Rancagua, muestra claras evidencias sobre el manejo de cultígenos, con fechas que van desde los 130 a los 1.200 años d.C. (Planella y Tagle 1998).

El patrón de asentamiento hortícola, en torno a cursos de agua y suelos húmedos, concentró la ocupación en sectores de napas freáticas altas, cercanos a cursos menores o esteros tributarios de los ríos Maipo y Cachapoal, dispersándose por los valles de Melipilla, las cuencas de Santiago y Rancagua (Sanhueza et. al. 2007).

Como venimos adelantando, las poblaciones que consolidan la producción alfarera en el PAT han sido denominadas Complejos culturales Bato

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y Llolleo (Sanhueza et. al. 2003). Ellas marcan el inicio de la producción cerámica en las cuencas de los valles centrales, la que se consolida a la luz de especificidades técnicas y culturales desarrolladas por grupos relativamente independientes unos de otros (Sanhueza y Falabella 1999-2000). También se está frente a un afianzamiento gradual del sedentarismo, en relación a la importancia de la vida hortícola en estas familias extensas, que comienzan a conformar núcleos domésticos dispersos. Es un momento de cambios en el que la subsistencia, movilidad y relaciones sociales sufren fuertes modificaciones (Sanhueza et. al. 2003).

Las poblaciones Bato poseían una economía mixta de horticultura, recolección y caza, no sólo terrestre sino también marina, con asentamientos estacionales asociados a lomajes y terrazas litorales, así como a zonas interiores (Planella y Falabella 1987; Falabella y Stehberg 1989; Falabella et. al. 2007). Por su parte, las comunidades Llolleo serían definitivamente horticultoras, adoptando al maíz como fuente estable del sustento alimenticio, con un grado de cohesión intergrupal más alto y apreciándose una tecnología cerámica mucho más homogénea a nivel regional (Falabella y Planella 1979; Falabella y Sanhueza 2005-2006; Falabella et. al. 2007). Los restos materiales de la cultura Bato, hoy permiten interpretar una mayor heterogeneidad social que para la cultura Llolleo, aunque destacando un uso distintivo del tembetá, esa especie de adorno labial que también utilizan las poblaciones del Norte chico. A partir de los avances de la investigación, se ha su-

gerido para la cuenca de Santiago una mayor presencia de sitios Bato, “que puede ser interpretada como reflejo de una sociedad con una movilidad mayor que la Llolleo”

(Sanhueza et. al. 2003: 46).

Por su parte, uno de los rasgos más característicos de la materialidad Llolleo son las ofrendas de vasijas y las urnas cerámicas para enterratorios de infantes. El sitio El Mercurio, ubicado a los pies del cerro Manquehue, en la ribera norte del río Mapocho, da cuenta de un patrón mortuorio donde se registraron individuos flectados, asociados a ofrendas, con presencia de cantos rodados y piedras horadadas, además de una cantidad de artefactos de molienda que podría estar sugiriendo una alta producción de harina o chicha (Vásquez 2000; Planella et. al. 2010). Destaca también el sitio La Granja, mencionado previamente, donde la presencia de acumulaciones de bolones de río en asociación a morteros partidos y áreas de quema, contextos fúnebres y basuras domésticas, plantea que en este espacio se llevaron a cabo actividades de carácter ceremonial, lo cual se ve reafirmado por la recurrencia de prácticas fumatorias, manifiestas en la presencia de al menos 790 pipas en el sitio, cantidad que no ha sido observada en otros asentamientos del valle central de Chile (Belmar et al. 2016; Planella y Tagle 1998).

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Por otro lado y según se adelantó, la mayoría de los sitios asignables al período Alfarero Temprano se localizan preferentemente cerca de cursos de agua pequeños y aguadas naturales, ambientes lagunares y pantanosos que debieron abundar en la cuenca. La dinámica de ocupaciones correspondería entonces a un panorama de convivencia de la diversidad cultural, un escenario en que las similitudes y diferencias étnicas se van entrelazando, configurando una creciente complejidad social.

Se plantea a su vez un modelo de organización social sin jerarquías institucionalizadas, con distintos niveles de integración, desde la unidad doméstica, pasando por la localidad, el valle y la región, y donde las relaciones entre valles diferentes constituirían el grado más esporádico de interacción, logrando de todos modos homogenizar ciertos elementos culturales en estas zonas más amplias (Sanhueza et. al. 2019).

En el caso de Alhué, la más temprana ocupación humana registrada hasta ahora corresponde a estos momentos del PAT, con la presencia de vestigios Bato y Llolleo en el sitio Estero Alhué 01 (SA Alhué 01, en el presente catálogo) (Hermosilla et. al. 2012; Sarmiento 2018).

Según antecedentes disponibles, los materiales asignables al Período Alfarero Temprano se lograron identificar desde las primeras excavaciones en el proceso de caracterización del sitio, a partir de la ejecución de pequeñas unidades de sondeo (1 X 0,5 metros). Allí se reconocieron algunos fragmentos monocromos, o sea, de un

Figura N°1. Jarro Antropomorfo con asa puente, Cultura Llolleo, Colección del Museo Chileno de Arte Precolombino. Figura N°2. Olla Cultura Llolleo con inciso reticulado. Correa et. al. 2020
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solo color, con una arcilla que en la parte exterior de las vasijas muestra un refinado pulido, y en algunas ocasiones simplemente un alisado. Entre los elementos diagnósticos más significativos y que permiten sostener con mayor certeza que estamos frente a evidencias del PAT, se reconocen algunos fragmentos de la cultura Llolleo, como su particular decoración incisa reticulada (ver figura N°2 y N°3), o las decoraciones tipo Bato con pintura roja y hierro oligisto y los incisos lineales punteados (Hermosilla et. al. 2012).

En la etapa del rescate arqueológico, a partir de excavaciones de mayor tamaño (2 X 2 metros cada unidad) dispuestas en los lugares más importantes del sitio, se logró definir en términos porcentuales que la tipología cerámica asignable al PAT, o sea, los restos materiales atribuibles a las culturas Bato y/o Llolleo alcanzaban el 23,44% del total de la muestra analizada. En cuanto a las formas de las vasijas, y que también permiten distinguir elementos propios de estas tempranas culturas alfareras, se logró determinar la presencia de asas del tipo cinta y mamelonar, correspondiente a pequeñas protuberancias adheridas a las paredes de las vasijas, donde estas últimas presentaron modelados zoomorfos emulando la forma de “garra” o “pata” de animal. Se identificaron además algunos elementos decorativos, como áreas recubiertas por hierro oligisto, que otorga un singular brillo plateado a las piezas, los ya referidos incisos lineales y también algunos modelados antropomorfos, más conocidos como “ojos grano de café”, similares a los que observamos en la figura N°1. A su vez, se registraron

fragmentos de pipa, que responden a prácticas fumatorias por parte de estos grupos y orejeras de uso ornamental (Sarmiento 2018).

Cultura Aconcagua

El tránsito de estas primeras poblaciones alfareras hacia lo que se conoce como cultura Aconcagua, es aún un enigma de la prehistoria de los valles centrales. Esta cultura se ha atribuido al período conocido como Intermedio Tardío, momento en que la sociedad se vuelve plenamente agrícola, entre los años 1.000 al 1.450 d.C. (Sanhueza et. al. 2003). En la zona se genera una especie de homogenización de algunos rasgos culturales, predominando los patrones estilísticos, artefactuales y funerarios Aconcagua. Los cementerios dan forma a un complejo mortuorio en túmulos, en que se depositaban

Figura N°3. Fragmento decorado Llolleo, inciso reticulado, Unidad 31A, sitio Estero Alhué 01 (SA Alhué 01) (Sarmiento 2018). Véase similitud con figura referencial Nº 2
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uno o más individuos acompañados de ajuares, vasijas, aros metálicos y otros objetos suntuarios, alcanzando hasta dos metros de altura (Durán y Planella 1989).

Se hipotetiza que el símbolo de unidad y cohesión para la cultura Aconcagua fue el trinacrio, un diseño en aspas plasmado en la alfarería (Sánchez y Massone 1995). La cerámica del tipo negro sobre una base color salmón, ha sido uno de los indicadores culturales más determinantes en el conocimiento de estos grupos, además de otras tipologías con diferenciales tratamientos de la superficie y pintura de las vasijas (Massone 1980; Durán y Planella 1989). Es interesante notar que a pesar de que esta tradición alfarera ha sido originalmente planteada para el valle homónimo, los estudios que han logrado definirla en profundidad se concentran en el litoral central, en la cuenca del Maipo y Mapocho y sólo en la cuenca inferior del Aconcagua (Falabella y Planella 1980; Massone 1978; Sánchez 2000).

Existirían ciertos principios comunes que estructuran la vida social y política de estas comunidades, similares a lo que se estaría observando para las del PAT. Uno de ellos es que los principales niveles de integración social, político y económico se dan a nivel de familia nuclear/extendida, la que puede configurarse de múltiples maneras, pero donde el parentesco y la conformación de alianzas son los dos mecanismos sociopolíticos rectores (Sanhueza et. al. 2019).

A pesar de cierta disimetría social, no emergió

un segmento de artesanos especialistas, pues la producción alfarera aconcagüina no muestra una regularidad formal propia de una fabricación regulada, sino más bien se observan manos de muchos alfareros, muchas singularidades en las maneras de hacer, distintas composiciones de la arcilla, de los trazos decorativos, lo que parece sugerir una tradición tecnológica a nivel del hogar o del caserío (Falabella 1997). Entonces, la producción artefactual se realizaría utilizando recursos locales, sin evidencias de centros regionales de producción y distribución, ni de movimientos a una escala mayor de bienes de subsistencia. No obstante, en la sociedad Aconcagua ya se observan cambios sociales e ideológicos que marcan ciertas diferencias respecto de los primeros horticultores, como la separación de espacios habitacionales respecto de los cementerios; en el ámbito de la cerámica, las escudillas parecen ser las formas más producidas, mientras la iconografía pintada se tiende a normativizar, siendo el trinacrio el diseño por excelencia, y donde también son comunes la utilización de colores rojo y pardo, además del ya referido tipo “negro sobre salmón” (Cornejo et. al. 2012).

Por su lado, la tecnología lítica también muestra cambios importantes respecto al PAT, observándose una notoria disminución en el tamaño de las puntas de proyectil, lo que sugiere un cambio en la tecnología de caza, predominando el uso del arco y flecha.

Las prospecciones arqueológicas realizadas en la cuenca de Santiago, muestran un asentamiento

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junto a fuentes alternativas a los ríos principales, relacionado con cuestiones tecnológicas y organizacionales, bajo el entendido de que no podrían sostener un sistema hidráulico capaz de obtener aguas de regadío en cursos demasiado caudalosos y muy variables anualmente (Cornejo et. al. 2012).

Investigaciones recientes (Sanhueza et. al. 2019) dan cuenta de avances importantes en la comprensión del uso del espacio de estas comunidades, tanto del PAT como del PIT, esto a partir de una aproximación a los patrones de asentamiento, en particular al tamaño y distancias entre ellos. Esta información es relevante cuando se está pensando en unidades domésticas coresidenciales y donde la comunidad o grupo local es el eje articulador. Estos últimos trabajos estarían evidenciando aspectos tales como la distancia entre los asentamientos, donde para ambos períodos se podría estar considerando un promedio de unos 2 a 3 kilómetros entre las unidades residenciales, nunca más cerca de 1.3 km. A su vez, también son semejantes los tamaños de estas ocupaciones, que en su mayoría no superan la hectárea como área de mayor concentración de restos materiales. Por su parte, una de las principales diferencias entre el Período Alfarero Temprano versus el Intermedio Tardío, es que en este último los asentamientos estarían mostrando mayor densidad, lo que podría implicar que la unidad doméstica/residencial contempla muchas más personas que viven juntas en un mismo espacio.

sos de agua se mantiene desde el PAT, aunque durante el Intermedio Tardío se abandonan los espacios dominados por lagunas, ocupados durante el Alfarero Temprano. En consonancia con la marcada mayor dependencia del maíz para esta cultura, se observa una preferencia por disponer de terrazas bajas junto a los esteros, con buena calidad de suelo y con disponibilidad permanente de agua. Esto último es sugerente a la hora de imaginar un posible uso del espacio en torno a los cursos de agua que atraviesan la comuna, como los esteros Pichi y Alhué, especialmente en relación a este momento de la historia precolombina.

La lógica del asentamiento en torno a los cur-

Figura N°4. Representación de mujer alfarera de la Cultura Aconcagua, pintando el motivo del Trinacrio en una vasija tipo escudilla.
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Fuente: Museo Chileno de Arte Precolombino

Si bien son escasas las investigaciones arqueológicas en Alhué, destaca el conocimiento que tenemos de al menos tres sitios arqueológicos asociados a la cultura Aconcagua, Estero Alhué 01 (SA Alhué 01), Yerbas Buenas (SA Alhué 02) y CVAR-025 (SA Alhué 06), siendo el primero el único sitio que ha sido excavado arqueológicamente, y por lo tanto, del que se tiene mayor cantidad de información. Los otros dos sólo han sido registrados de manera superficial, a partir de inspecciones visuales pedestres, aunque desde ya se advierte un alto potencial informativo en ambos casos.

En muchas ocasiones, la identificación de sitios arqueológicos se puede realizar sin hacer ningún tipo de excavación, sólo revisando los terrenos que hoy tenemos a la vista, sobre todo en campos de cultivo donde el paso del arado, a la par de intervenir las evidencias arqueológicas, permite su visualización. De esta forma es posible generar importantes catastros en los terrenos de la comuna, con actividades de bajo costo, esto en comparación a lo que implicaría ejecutar una excavación arqueológica.

Según sabemos, a partir de los resultados del rescate arqueológico realizado en el sitio Estero

Alhué 01 (SA Alhué 01) los tipos cerámicos pertenecientes a la Cultura Aconcagua alcanzaron un total del 75,15% de la muestra, siendo los vestigios de mayor presencia en el lugar. La alfarería descubierta arrojó profusa evidencia de tipologías diagnósticas asignables a esta cultura, como el uso predominante del color salmón y también algunos de tonos pardo, así como la aplicación de engobes rojo y blanco.

La tecnología lítica también presenta algunos rasgos asociados a la Cultura Aconcagua. Entre estos destacan las puntas de proyectil triangulares, de pequeños tamaños, en cuyas bases escotadas son frecuentes la presencia de aletas y también formas cóncavas (Hermosilla et. al. 2012; Sarmiento 2018).

De manera general y aunque no fue posible reconocer el típico patrón de túmulos funerarios, también se identificaron algunas características en el tratamiento de sus muertos que son atribuibles a lo Aconcagua. Por ejemplo, según expone Sarmiento (2018), existe un correlato interesante respecto a la profundidad de las 14 inhumaciones descubiertas, las que de acuerdo a la literatura disponible, en general se ubican entre 50 y 100 cm. condición bastante cercana a lo observado en el sitio. También destaca la presencia de un emplantillado de piedra sobre una de las fosas, posiblemente para demarcar su ubicación, y la recurrencia de ofrendas a sus difuntos, sobre todo vasijas, junto con la preparación de un fogón asociado a uno de los entierros.

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Figura N°5. Muestra de piezas analizadas por Irrazábal (2018) en su trabajo de investigación sobre el motivo del “trinacrio”. Vasijas del sitio Estero Alhué 01 (SA Alhué 01).
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Figura N°6. Muestra de piezas analizadas por Irrazábal (2018) en su trabajo de investigación sobre el motivo del “trinacrio”. Vasijas del sitio Estero Alhué 01 (SA Alhué 01).

Como dijimos, otros dos sitios arqueológicos ya identificados en la comuna también presentan características propias de la Cultura Aconcagua. Estos fueron registrados en el marco de evaluaciones ambientales para proyectos de infraestructura, y al día de hoy, permanecen en

condiciones bastante similares a las observadas al momento de su hallazgo original.

Se trata de los sitios Yerbas Buenas y CVAR025, denominaciones otorgadas en cada uno de los proyectos, y que en esta oportunidad nombramos como SA-Alhué 02 y SA-Alhué 06 respectivamente, de acuerdo al nuevo mapa arqueológico comunal (figura N°28). El primero se registra camino a Pichi y se descubrió en el estudio “Subestación y Tendido Eléctrico Sector Alhué”, a cargo de la Consultora POCH Ambiental (Vargas y Trejo 2009). El segundo se emplaza en el fundo el Membrillo y fue registrado a partir de las inspecciones ambientales del “Estudio de Prefactibilidad Construcción Conexión Vial Alhué-Rancagua, región Metropolitana y O’Higgins”, cuyo mandante fue la Dirección de Vialidad y el encargado de ejecutar, la Consultora INGÉROP Chile S.A. (2021).

En ambos casos se trataría de antiguas áreas habitacionales de estos grupos Aconcagua, vestigios constituidos por material cultural fragmentado, desechos líticos y restos cerámicos principalmente. Entre estos últimos y muy similar a lo registrado en SA Alhué 01, destacan fragmentos del tipo negro sobre salmón y pardo alisado. Los líticos, por su parte, nos muestran algunos núcleos y lascas resultantes del trabajo de tallar una roca, con predominio de la materia prima basalto, aunque también y en menor cantidad restos de obsidiana, esta última de notables condiciones para obtener piezas muy afiladas y que probablemente se consiguió en canteras ubicadas en la cordillera de los Andes, más al oriente. Todos estos restos aparecen en 21

Figuras N°7 y N°8. Puntas de proyectil descubiertas en SA Alhué 01, con características propias de la Cultura Aconcagua, como tamaño pequeño, forma triangular y base escotada con aletas, de cuarzo (a la izquierda) y basalto (derecha) (Sarmiento 2018). Figura N°9. Polígono del sitio Estero Alhué 01 (SA Alhué 01). En amarillo se indican las 36,4 hectáreas del sitio que serían intervenidas por la minera (Sarmiento 2018).

un contexto de alta dispersión de materiales en superficie, probablemente por acción del arado (Vargas y Trejo 2009; INGÉROP 2021)

SA Alhué 02 (Yerbas Buenas) 45.000 m2 aproximadamente. Destaca su ubicación justo al oriente del Estero Pichi. Fuente: elaboración propia en base a registro previo de Vargas y Trejo (2009) y visita de nuestro equipo de trabajo durante el 2022.

y derecha, fragmentos cerámicos monocromos aparentemente “Aconcagua salmón”, al centro, fragmento pardo alisado con engobe rojo, presenta decoración de ángulos paralelos. En este último caso se trata de un borde evertido de mediano espesor, 4 mm. Fuente: elaboración propia.

el Período Alfarero Tardío.

Figura N°10. Figura N°11. Izquierda Figura N°12. SA Alhué 06 (CVAR-025) 13.000 m2 aproximadamente. Fuente: elaboración propia en base a INGÉROP (2021) y visita de nuestro equipo el año 2022. Figura N°13. Panorámica del sitio SA Alhué 06. Fuente: elaboración propia.
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Es esta sociedad agrícola, que conocemos como Aconcagua -muy claramente representada en el territorio de Alhué- la que enfrentará la expansión incaica al sur del Cuzco, en lo que se conoce como

Figura N°14. Fragmentos cerámicos del tipo Aconcagua negro sobre salmón y pardo alisado. Líticos principalmente lascas secundarias en basalto, andesita y sílice café rojizo. Se observa también un fragmento de loza blanca con motivos color rojo, que da cuenta de una ocupación posterior en el sector, de tipo histórica.

Fuente: elaboración propia.

Imperio Inca.

El avance de las huestes incaicas en dirección al Kollasuyu hasta la zona central, tradicionalmente fechado entre 1400 y 1470, fue dirigido por Topa Inca Yupanqui, el décimo Sapa Inca. Aunque aún se discute el carácter de la dominación cuzqueña en estos territorios tan lejanos a la ciudad imperial, las investigaciones arqueológicas recientes tienden a plantear una ocupación considerable en el valle central. Se ha señalado que en la cuenca de Santiago se instalaron colonias o mitimaes incas que habitaron la ribera norte del río Mapocho, en el último confín de dominio incaico al sur (Silva 1986). Lo que hoy es el centro de Santiago, habría sido una frontera geopolítica exclusiva con una fuerte ocupación incaica (Dillehay y Netherly 1998).

El Tawantinsuyu establece su red vial o camino del inca (Qhapaq Ñan), centros administrativos, fortalezas y santuarios, a partir de un control del poder que llegó a ser plasmado también en las representaciones visuales rupestres, que configuraron un nuevo paisaje a partir de su dominio (Sánchez et. al. 2004; Troncoso 2004).

Una reciente investigación ha vuelto a abrir el debate de la ocupación incaica a partir de una mención en las Actas del Cabildo de Santiago del 10 de junio de 1541, en que se hace referencia a un “tambo grande que está junto a la plaza de esta ciudad” (Stehberg y Sotomayor 2012). Así, efectivamente el actual Santiago habría sido un importante centro administrativo del Tawantinsuyu, que se encontraría sepultado bajo el actual casco urbano. Dicho centro habría tenido “una plaza, edificios públicos, viviendas, depósitos, acequias y otras instalaciones acordes a la función política y socioeconómica que cumplió” (Stehberg y Sotomayor 2012: 142). Es desde aquí, en los momentos previos a la llegada de los españoles, que el gobernador inca Quiliquinta habría ejercido su administración, luego saqueada por los expedicionarios de Diego de Almagro. Con la llegada de Pedro de Valdivia, los españoles se instalarían sobre estas bases urbanas incas, fundando Santiago del Nuevo Extremo. Cabe mencionar que el avance de la ocupación incaica se ha registrado también más allá de Santiago, destacando especialmente algunas construcciones defensivas sobre cumbres estratégicas, llamadas pucaraes, como en cerro Chena, en Calera de Tango (Stehberg 1995) las ruinas de Chada, ubicadas justo antes de llegar al

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portezuelo que antiguamente unía la cuenca del Maipo con la del Cachapoal (Planella y Stehberg 1997); el cerro de La Compañía, catorce kilómetros al norte del río Cachapoal (Planella et. al. 1993) o el cerro La Muralla, junto a la laguna de San Vicente de Tagua Tagua (Sepúlveda et. al. 2014). Además, se conocen otro tipo de evidencias igualmente significativas aunque con características diferentes, como el enterratorio del cerro Tren-Tren y los cementerios de Nos (Stehberg 1995) o el sitio Coinco, un alero rocoso situado unos 20 km hacia el oriente de Alhué, al otro lado de los cerros en dirección a Rancagua, en el cual se registró un enterratorio con ofrendas cerámicas (Cáceres et. al. 1994). Estas evidencias incas al sur del Maipo, abren el debate acerca de las fronteras culturales y políticas que se establecieron entre incas y las poblaciones comarcanas de los valles centrales o promaucaes, cuya dinámica social parece estar teñida por una violencia latente que generó un reacomodo en el tejido social.

A su vez, hacia el sector poniente de Santiago, destaca el sitio arqueológico inca Los Jazmines de Melipilla, descubierto en el año 1985 en la ciudad, cuando una empresa constructora dejó al descubierto un cementerio indígena en las cercanías de la actual población La Foresta. Se recuperaron restos de 49 individuos y su contexto asociado. El cementerio tendría dos ocupaciones, una correspondería a la época de contacto indígena/español, siglo XVI, lo cual se evidenciaría en la presencia de elementos europeos y más de 25 vasijas asociadas a lo conocido como inca-local. La segunda ocupación corres-

pondería a un período acerámico más temprano, probablemente arcaico, el cual aparece corroborado por la existencia de un patrón funerario diferente (Ocampo 1986). Nuevos estudios en el sitio (Cortés 2017) entregan interesantes datos acerca de la cerámica registrada, con la utilización de una alfarería de tamaños más bien pequeños, utilizadas para el almacenaje y preparación de alimentos. Cortés concluye que el sitio Los Jazmines se configura como un sitio funerario de poblaciones locales durante el Período Tardío, que presenta transformaciones en las prácticas funerarias y en la cultura material asociada, producto de la presencia incaica en la zona. Estas poblaciones de Los Jazmines habrían interactuado luego con los primeros españoles que llegaron al valle, perpetuando temporalmente el mismo espacio funerario para sus muertos.

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Figura N°15. Algunas de las vasijas cerámicas del sitio Los Jazmines de Melipilla (Cortés 2017)

España y su reciente aparición.

Recién hace unos 500 años, desde 1541, los antiguos caseríos nativos se comenzarán a disgregar por los distintos valles del centro, escapando o haciendo la guerra a las huestes españolas. Comienza el derrotero de los pueblos de indios -sistema desarrollado por los españoles para concentrar y controlar mejor a las poblaciones locales, que seguían presentando un patrón de asentamiento disperso- la Hacienda y el repliegue en las pugnas de la temprana instauración colonial. Es el momento en que la forma de ocupación precolombina inicia su desarticulación a partir de las exigencias españolas por la construcción del Reino de Chile.

Durante este período, la historia del valle de Alhué estuvo fuertemente asociada a la minería, siendo un hito el descubrimiento de un importante yacimiento de oro a mediados del siglo XVIII en la zona, lo que generó la llegada de gran cantidad de población. Este mismo impulso productivo tuvo mucha relación con que, en el año 1755, se le diera el título de Villa de San Gerónimo de La Sierra de Alhué. Desde su fundación por parte de la corona, estuvo más asociada logística y administrativamente a la zona de Rancagua, situación que finalmente va a cambiar en 1884, con su incorporación al departamento de Melipilla y luego a la provincia de Santiago, pasando a formar parte, unos 100 años después, de la denominada región Metropolitana (INGÉROP, 2021).

textos, que comienzan a configurar el paisaje sociopolítico que nos trae hasta el presente, desde momentos de la Colonia, pasando por la joven República y atravesando también los revolucionarios procesos de industrialización del siglo XIX, llegando a eventos muy cercanos a nuestros días, analizando materialidades que incluso perviven en la memoria reciente de las actuales generaciones.

De los antecedentes comunales disponibles, también hay lugares que han sido definidos como sitios arqueológicos y que corresponden a momentos post hispánicos. Interesante resulta considerar los vestigios de tipo pirquinero, como los registrados por INGÉROP (2021) en el marco de la evaluación ambiental del proyecto “Conexión Vial Alhué-Rancagua”. Lo anterior, junto a recientes visitas realizadas por nuestro equipo a estos sectores, permiten advertir un intenso sistema de explotación minera en el valle de Alhué, destacando la zona del fundo El Membrillo, donde se registran varios conjuntos de estructuras tipo pirca asociadas a materialidades productivas, como grandes escoriales resultantes del proceso de fundición de metales.

Nos enfrentamos a nuevas materialidades y con-

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Figura Nº 16. Recintos semirectangulares tipo pircas, en campamento pirquinero.

posiblemente provenga esta pieza

Por su parte, también de época reciente, Alhué cuenta con tres Monumentos Nacionales declarados como tal en las categorías de Monumentos Históricos y Zona Típica. En el primer caso, estamos hablando de la reconocida Iglesia de Alhué, en cuya declaratoria el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) destaca:

A mediados del siglo XVIII se funda, en una zona que actualmente pertenece a la Provincia de Melipilla, la Villa de San Gerónimo de la Sierra de Alhué. Se trataba de un área que concentraba un rico yacimiento de oro. La explotación del mineral dio origen al poblado que, como toda fundación colonial, necesitaba de al menos una iglesia. De esta manera, en 1753, se inició la construcción de la Parroquia de San Jerónimo de la Sierra de Alhué (CMN 2022a)

El mismo decreto indica que la primera capilla fue construida de adobe, madera y techo de paja, aunque fue de carácter temporal, siendo el año 1764 cuando se termina la construcción del actual templo, el que se levantó sobre cimientos de piedra bolón, con muros de adobe, techumbre de madera y tejas de arcilla. Por supuesto, el mismo CMN hace ver que en el transcurso de su historia la iglesia ha sufrido distintas modificaciones, principalmente a causa de los movimientos telúricos que tan frecuentemente azotan nuestro país, lo que sin embargo no quita la significancia

Figura Nº 17. Escorial resultante del procesamiento de mineral. Campamento pirquinero. Figura Nº 18. Detalle de escoria y fragmento cerámico hallado en el lugar. Figura Nº 19. A la izquierda, ladrillo refractario con inscripción “D DGE” registrado en Fundo el Membrillo, y a la derecha, ladrillo referencial de la fábrica “Dykehead Brickworks, Bonnybridge” de Escocia, con operaciones desde fines del siglo XIX, desde donde Figura N°20. Detalle mineral de cobre
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y valor histórico y arquitectónico del recinto.

patronal, con patio central que incorpora cinco centenarias palmas chilenas, y con un pequeño refugio para terremotos en su interior. A esto agregamos sus techumbres de auténticas tejas musleras, piso de ladrillo cocido y amplios corredores, todos los cuales son elementos típicos de este tipo de viviendas, cada vez más escasas en el país (CMN 2022b).

El otro Monumento Histórico corresponde a la Casona de la Hacienda de Alhué y predio que la circunda, la que:

(…) formó parte del territorio que don Pedro de Valdivia entregó a doña Inés de Suarez. Fue propiedad también de don Mateo de Toro y Zambrano. Esta vivienda originariamente era la casa de la administración de la Hacienda destinada a los usos propios de dicha función, así como a vivienda del administrador del predio agrícola. El terremoto de 1906 derrumbó la vivienda principal de la hacienda, de dos pisos de adobe, por lo que la familia propietaria paso a ocupar la casa de la administración, que se convirtió así en la casa principal de la hacienda (CMN 2022b).

Entre algunos de sus rasgos más destacables, podemos mencionar que esta vivienda de adobe presenta una disposición arquitectónica de casa

(CMN, 2005)

Según adelantamos, Alhué también cuenta con un Monumento Nacional en la categoría de Zona Típica, hablamos del propio casco histórico de la Villa, específicamente el sector comprendido entre las calles Av. Costanera Estero Alhué, Esperanza, El Molino, Esmeralda, 19 de agosto, L. Cruz Martínez, La Aguada y 1 Poniente.

Figura Nº 21. “Iglesia y gente afuera, Alhué” mediados del siglo XX. Fuente: educarchile.cl. La iglesia es Monumento Nacional por Decreto CMN Nº11 del año 1974. Figura N°22. Polígono declaratoria de la Casona de la Hacienda Alhué y predio que la circunda. Monumento Histórico
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En su declaratoria, CMN indica:

En un valle rodeado de cerros que forman parte de la Cordillera de la Costa y del Cordón Altos de Cantillana se ubica el Pueblo Villa Alhué, en la Región Metropolitana. Fundado en 1544, se caracteriza por su riqueza arquitectónica y por su entorno natural. Esta zona originalmente estaba habitada por indígenas, quienes la bautizaron Alhué que en mapudungun significa Lugar de Espíritus. Esta denominación ha sido la fuente para la creación de mitos e historias populares que han traspasado generaciones (…). Una de las características del pueblo es su apego a las tradiciones chilenas, tales como el rodeo, carreras a la chilena y bailar la cueca. La religiosidad también es un componente importante. Destaca en este ámbito la fiesta religiosa de La Purísima, celebrada cada 8 de diciembre, día durante el cual se realiza una procesión a la Virgen acompañada de un desfile de huasos a caballo y por parejas que ofrecen pies de cueca en su homenaje (CMN 2022c)

La declaratoria original como Zona Típica data del año 1983, y se otorgó en reconocimiento a su apego por las tradiciones chilenas y al valor arquitectónico de sus construcciones que conservaban características coloniales. Sin embargo, en el año 2008 se realiza una modificación al decreto, disminuyendo la zona protegida, argumentando que el terremoto de 1985 había derribado gran parte de su patrimonio inmueble, el que al ser reconstruido perdió su trazado, su diseño y su materialidad original, perdiendo las características por las que había sido reconocido. En el siguiente plano (figura N°23) es posible observar el polígono declarado actualmente, y también la representación del área originalmente reconocida, dando cuenta de la importante disminución espacial de esta protección. Esto mismo nos lleva a pensar en la fragilidad de estas materialidades históricas, y también sobre la importancia de implementar planes de manejo y conservación adecuados y actualizados periódicamente.

Figura N°23. En rojo, polígono actual de la declaratoria del Pueblo de Villa Alhué como Zona Típica (CMN 2008). En azul, polígono originalmente declarado. Decreto CMN Nº 125 de 1983 y N° 1521 de 2008.

Con todo, a partir de esta breve revisión, de este recorrido por algunos de los hitos más importantes que configuran la memoria material de Alhué, somos testigos del enorme potencial histórico de la zona, con evidencias tan tempranas como sitios arqueológicos prehispánicos de 2.000 años de antigüedad, y otras más recientes, pero igualmente significativas en el reconocimiento identitario local, como su iglesia, los campamentos mineros y el propio casco urbano de la Villa.

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Tabla N°1. Sitios y Hallazgos Aislados arqueológicos en la comuna de Alhué, conocidos formalmente hasta agosto del año 2022. Elaboración propia.
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Figura N°24. Emplazamiento de Sitios y Hallazgos Aislados arqueológicos en la comuna de Alhué. Reconocidos hasta agosto 2022. Elaboración propia.

Capítulo 2

Personas, herramientas, trabajo. Memoria material en curso.

Así como heredamos una historia contenida en sus objetos, también somos protagonistas del traspaso de esta información a las siguientes generaciones. Esto se logra no sólo a través de la protección patrimonial, del cuidado especial sobre ciertos elementos escogidos para tal fin, sino sobre todo en el uso diario que hacemos de estas materialidades, en los espacios que recorremos, en las herramientas que utilizamos.

La comuna de Alhué actualmente basa su desarrollo económico en la agricultura, ganadería y minería principalmente (Biblioteca del Congreso Nacional 2021), como las áreas más importantes de la producción local. Sin embargo, existen otras menos incidentes en las estadísticas, pero importantes en cuanto a la densidad de su tradición. Se trata de actividades que remiten a un imaginario propio, cercano y situado históricamente, prácticas que identifican a la colectividad.

A continuación, revisaremos algunos casos icónicos y representativos de ciertos oficios que aún resisten los avatares del mercado global, la com-

petencia indiscriminada y la falta de protección institucional de sus labores, bajo una perspectiva de Estado. El municipio de Alhué ha querido relevar parte de estas historias, en esta oportunidad, desde la perspectiva material de la memoria.

El cuaderno, un lápiz y mi voz. El canto a lo pueta de Ana Irrazábal.

Ana María me llamo

Irrazábal mi apellido

A este taller he venido

Aprendí algo que amo

Emocionada yo exclamo

Al terminar este verso

Lo hice con mucho esfuerzo

Pero le puse mi empeño

Parece que fuera un sueño

Escribir lo que converso.

Cantora y poeta, Ana Irrazábal nació en Alhué el día 26 de marzo de 1947, y aunque pasó algunos años fuera de la comuna, siempre ha estado ligada con su tierra natal y así lo recuerda en relación con el propio oficio del cantor:

“Cuando chica tenía un tío abuelo que era cantor. Y también ubicaba a algunos cantores como Santitos Rubio por ejemplo. Yo sabía cuando iban a cantar en Alhué, aunque yo era de Santiago. Entonces algo me tiene que haber gustado. Me interesaba” (entrevista noviembre 2022)

Y si bien desde niña había despertado en ella el gusto por el canto, no fue sino hasta el año 2006 cuando recién pudo ejercerlo a plenitud. Fue gracias a los talleres impartidos a través del municipio de Alhué, a cargo del maestro Domingo Pontigo y su compañero el señor Madariaga, 31

que Ana aprendió a escribir y cantar los versos, compartiendo esta experiencia con otros vecinos de la zona, como el talentoso Carlitos Soto, quien tocaba la guitarra y el guitarrón.

Ana practica el canto a lo divino y el canto a lo humano, tipologías del canto a lo pueta que se insertan en un conjunto de grandes temas o fundamentos en la provincia, identificadas por Dannemann (2011) como 1) a lo divino, 2) a lo humano, 3) por angelito, 4) por astronomía, 5) por geografía, 6) por historia y 7) por literatura.

Ella describe la complejidad de su trabajo, por ejemplo, cuando elabora un canto a lo divino:

“(…)Yo también transcribo los salmos, saco del salmo normal lo hago a lo divino (…) Yo pongo el salmo que viene en un librito o en el celular, y pongo la biblia. Con las dos cosas aquí. Porque tiene que uno meterse en el texto bíblico (…) aquí hay que armar una cosa para que resulte, no puede ser cualquier cosa. Entonces la gente se acostumbra porque yo canto una melodía no más para los salmos, se acostumbraron ya, mucha gente me ayuda a repetirla” (entrevista noviembre 2022).

La ley de Dios es perfecta

Y reconforta el alma

Al sencillo le da calma

Y sabiduría correcta

Su testimonio conecta

Y va a ti dirigida

Si tus preceptos olvidas

Recuerda con amor

Tus palabras Oh! Señor

Son espíritu y vida.

sonoridad. Ana recuerda que su compañero Carlitos sabía perfectamente su tono, y por lo mismo, cuando éste dejó de tocar, ella tuvo que seguir cantando sola, sin acompañamiento de guitarra. Posteriormente y gracias a nuevos talleres en la comuna, conoció al joven Gustavo, sobrino de María Inés Donoso, una de las principales impulsoras de la recuperación y resguardo de este canto local. Gustavo asumió el rol de la guitarra y es también uno de los nuevos exponentes del canto a lo poeta en Alhué, manteniendo vigente la tradición.

“La estructura de la décima se estructura por la rima. Por ejemplo, la rima es, ustedes tienen aquí A y A y aquí tiene B y B, aquí tiene A y A. Ahí tiene como la mitad de la décima y ahí cambia, a otra letra (…) Cuando te lo enseñan lo hacen así con las letras aquí” (entrevista noviembre 2022).

El soporte material de su trabajo, además de los documentos escritos, es por supuesto su voz, la

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Figura N°25. Ana Irrazábal. Entrevista noviembre 2022.

“Uno va haciendo y haciendo a medida que pasan las cosas. Es sobre la contingencia. Se inspira uno de repente y me sale un verso así. Pero otras veces me cuesta. El de mi hermana lo hice durante su velorio. El de mi sobrina también. Lo canté en el velorio y después en el funeral. Otras veces no hay caso” (entrevista noviembre 2022).

“Esta es una que hice para una cueca, un brindis para una cueca. He hecho por el Estallido, después por la Pandemia. Lo que pasó con la Sofía, la niña que violaron. A la Madre Soltera, este fue de los primeros que hice. Este le escribí a un caballero, Segundito, que tenía un almacén aquí en la esquina, un negocio que tenía de todo. Tengo a la sequía, a la primera, de ese año, no a la de ahora. Tengo otra porque llovió. Este sí que fue el primero, el del Estero:

En mi pueblo hay un Estero

De puras y claras aguas

Tiene sauces y pataguas

Verlo limpio siempre espero

Luchar por eso yo quiero

Era linda su blancura

Hoy el tiran la basura

Yo lo digo con pesar Contaminan sin pensar

Es verdadera locura. (Primera décima que Ana escribió: año 2006)

Figura N°26. En fechas importantes Ana participa activamente, invitada por las autoridades a los actos públicos y también en contextos más privados y familiares, como velorios. Figura N°27. Décimas manuscritas e impresas de Ana Irrazábal.
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Figura N°28. Décimas manuscritas e impresas de Ana Irrazábal.

El dulce de tablilla: Herencia viva de Carolina Donoso

De oficio repostera, Carolina nació el 9 de octubre del año 1974, y desde hace 20 años que trabaja en sus recetas con estricto apego a la tradición.

Yo me llamo Carolina

Rescato la tradición

Le pongo mucha pasión

Al canto y a la cocina

Con huevo grasa y harina

Y azúcar qué maravilla

El rico dulce de tablilla

Con una buena mistela

La receta de la abuela

La aprendí desde chiquilla

Su trabajo es reflejo de cómo las prácticas culturales se heredan y traspasan generaciones, en este caso, a través del icónico Dulce de Tablilla. Si bien desde pequeña recuerda haber disfrutado de estos sabores en su núcleo familiar -al tratarse de un dulce tradicional que solía hacerse en casi todos los hogares por alguna celebración- los secretos más importantes los obtuvo de su maestra, la Choli (Isolina Gamboa Serrano), con quien trabajó varios años en su juventud, como ayudante de su local.

“Alhué siempre ha sido el centro focal de todo, entonces había fechas como el día de Todos Santos o La Purísima, donde venían de todas las localidades, como Loncha. Venían todos los familiares a ver los difuntos aquí. Entonces se tenían estos dulces para recibir a las visitas. Y también para todas las fiestas se hacían dulces, tablillas, aparte de otros dulces. La mistela y esas cosas. Se supone que estos dulces se hacen de la edad de la Colonia, traído por las monjas” (entrevista noviembre 2022).

“Yo estaba muy lola. Siempre me produjo el interés. Siempre estaba pendiente de la receta. Los que conocen ambos dulces, me dicen que quedan iguales a los de la Cholita. Cuando ella estaba enferma yo le llevé dulces, y comió, los probó y me dijo “aprendiste, aprendiste discreta” (entrevista noviembre 2022).

El producto terminado, como una torta o el mismo Dulce de Tablilla, no permite ver a simple vista el trabajo involucrado en su fabricación. Cuando le consultamos por el tiempo que toma obtener una producción, Carolina nos indica que son al menos tres días, donde se cuentan actividades como hacer la masa, con la cantidad precisa de sus ingredientes y tiempos determinados para la mezcla, conocimientos expresados a través de gestos totalmente calibrados, involucrando a su vez otras tareas, como el estiramiento y después el corte de las hojarascas. De ahí el proceso de cocción, que suele realizarlo en horno de barro, donde la preparación y manejo del fuego es un arte de pocos. Posteriormente se debe preparar el relleno, esperar a que se enfríe y luego aplicarlo sobre la masa, un montaje que conlleva destreza y paciencia, considerando el tiempo adecuado para que se asiente. A su vez, y lo que dará la apariencia definitiva al dulce, corresponde la preparación del betún o merengue, con un secado a mínima temperatura en el mismo horno.

“Y entonces todo eso es lento, porque el secado es con un mínimo de calor. En el invierno es terrible y si está lloviendo peor, porque el betún con la humedad ambiental es horrible, nunca se endurece. Entonces ahí yo tengo que usar todas mis técnicas, prendo la cocina, caliento todo el ambiente, casi no abro la puerta. Ahí uno va inventando cosas” (entrevista noviembre 2022).

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Carolina intenta no variar mayormente la receta original, aunque según nos cuenta, ha tenido que adaptarse a los nuevos requerimientos de su clientela, en virtud de los contextos sociales actuales. Entre ellos hace referencia a ciertas enfermedades, como la diabetes, teniendo que buscar alternativas para bajar el contenido de azúcar en sus dulces, cuestión nada de fácil, sobre todo por la dificultad de obtener un betún de calidad y a la vieja usanza, esta vez sin el uso del ingrediente tradicional.

“(…) Pero también hay cambios en la calidad, porque las materias primas han cambiado mucho, porque antes eran como más puras, pero ahora uno no sabe realmente, las harinas sobre todo están muy intervenidas. Antes era trigo no más, ahora cuesta mucho encontrar harinas orgánicas y son muy caras. Antes uno en cualquier parte encontraba harinas locales, que molían acá mismo”

(entrevista noviembre 2022).

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Figuras 29 - 33. Preparaciones de Carolina Donoso. Herramientas como el batidor de palqui y tarro cortador de hojarasca. En imagen superior se ve a Carolina junto a su maestra “Choli”.

Antiguamente cuando trabajaba con la Choli, nosotros batíamos a mano y la Choli batía con varillas de palqui, que eran pedacitos de ramitas que se tenían que elegir que fueran todas más o menos iguales. Eso se limpiaba y amarraba arriba, y con eso batíamos. Yo también las ocupé. Tengo una herramienta que no cambié nunca: mi tarro para cortar las hojarascas, ese no lo cambio. Ingredientes: harina, huevo, materia grasa para la hojarasca, y azúcar. Es como mágico, porque con la harina, el azúcar y los huevos, con eso se hace el dulce (entrevista noviembre 2022). Carolina es activa participante en organizaciones, como juntas de vecinos y agrupaciones que buscan revalorar y proteger las tradiciones locales. Su lucha es también por su propio trabajo, al ser conciente de la herencia que porta manteniendo el oficio. Ella sintetiza varios siglos de tradición repostera en Alhué, formas de hacer que no han perdido su sello, tal como Carolina nos recuerda, el Dulce de Tablilla nunca puede faltar, acompañado siempre de un cortito de mistela.

“No quiero que muera esta tradición, porque yo sé que las pocas personas que hacemos esto nos vamos a morir y esto se va a acabar. Y como esto tiene tanto trabajo ya no le está interesando a nadie en aprender. Todo ahora es como tan inmediato y tan desechable, que nadie quiere esforzarse un poco en cortar hojarascas, después llenar y todo el proceso. De repente igual es triste porque no lo quieren aprender. Y uno va viendo que tarde o temprano a lo mejor muere esto y yo no quiero que pase. Así que hasta el último día voy a estar ahí, dándole. Ese es más que nada mi objetivo, que no muera. Por eso siempre lo estamos tratando de contar (entrevista noviembre 2022).

Juana Peña Videla y su telar

La señora Juana es habitante de Pichi, sector norte de la comuna de Alhué. Nació el 14 de junio de 1950, y hasta el día de hoy vive en la zona.

Juana guarda recuerdos tempranos de su madre hilando, primeras memorias de un oficio que en su juventud le fue esquivo. Recién, luego de arduos años de trabajo como manipuladora de alimentos, pudo dedicar su tiempo a una pasión que siempre estuvo latente, la del telar. Tal como le ocurrió a la señora Ana con el canto a lo poeta, Juana aprendió su oficio a través de un taller, siendo una persona ya adulta y posterior a toda una vida dedicada a otras actividades.

Yo hice un curso, cuando lo hice, 30 o 20 y tantos años atrás, lo hicimos por PRODEMU. Éramos quince, acá en Alhué. De esas 15 se fueron retirando retirando y quedamos dos con mi hermana. Y mi hermana falleció y quedé yo sola. Y aquí estoy, sola todavía (entrevista noviembre 2022).

Actualmente dedica la mayor cantidad de su tiempo al trabajo como telarista y vive de sus productos. Esto a pesar de las dificultades que significa sostener una actividad tradicional, cuyos costos y tiempos de producción no dialogan con las nuevas mercancías de corte industrial. Ella nos comenta que, de hecho, ha tenido que orientar su venta más al sector turismo, incluso al extranjero, porque se valoran más sus prendas que a nivel local. En algunas ocasiones participa en ferias junto a otros artesanos de la zona, espacios que le permiten mostrar sus productos y mejorar relativamente su vitrina de exposición. Cabe destacar que, hasta el día de hoy, la señora

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Figura N°34 Carolina Donoso y sus hornos de barro

Juana es la única telarista en la comuna de Alhué, compartiendo su trabajo junto a su hija Claudia, quien vive en la vecina comuna de Melipilla.

paciencia y sin duda amor por el oficio. La obtención de la lana es lo primero y afortunadamente Juana cuenta con apoyo de su comunidad, quienes le facilitan la materia prima de sus tres o cuatro ovejas que tienen por familia.

Antes de sentarse frente al telar deben ocurrir varios procedimientos, algunos que se realizan a la intemperie, como el lavado de la lana. Para este requiere el uso de una paila, un recipiente con capacidad para unos 50 litros de agua, la que debe ser hervida y mezclada con una cantidad adecuada de detergente, para así extraer todas las impurezas al material aplicando un intensivo enjuague, el que se ejecuta en una batea también dispuesta en la parte exterior de su taller. El frío del invierno o el intenso calor del verano, son factores relevantes para organizar esta parte del trabajo, evitando, dentro de lo posible, condiciones extremas.

Posteriormente corresponde escarmenar e hilar, todo esto antes de teñir, etapa esta última que recién permitirá disponer de lo necesario para trabajar en el telar.

La gente ve la prenda hecha, pero no lo que significa el trabajo que hay detrás (entrevista noviembre 2022).

El proceso de trabajo involucrado en la obtención de una prenda es extenuante, demanda energía,

“En el lavado, por ejemplo, en el día puedo lavar máximo 4 a 5 sacos, de tres kilos cada saco. Desde la 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Es muy pesado el trabajo, muy sacrificado. Después de la limpia viene la escarmená, y después de eso hay que hilarla, y después de hilar hay que teñir. Hay que echar a remojar las yerbas dos a tres días antes, para que le salga el color y después volver a poner para que se afirme el tejido, ahí con sal gruesa de mar o vinagre, para que cuando usted la lave no se le salga la tinta (entrevista noviembre 2022).

Resulta importante considerar el uso responsable de ciertos insumos, como aquellos utilizados para el teñido, donde Juana sólo aplica ele-

Figura N°35 Juana Peña y su escarmenador
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mentos orgánicos de origen natural, respetando la tradición del oficio y además, estableciendo un relato frente al descontrolado uso de material sintético y todo lo que ello significa en cuanto a los residuos generados. Para obtener los diferentes colores utiliza cebolla, nogal (puede ser la hoja, la grama, el palo también), eucaliptus, entre las más comunes.

Por su parte, a la hora de evaluar el tiempo involucrado en la producción, Juana nos comenta que ha contabilizado al menos doce pasos antes de tener una prenda terminada en sus manos, transcurriendo alrededor de treinta días en este proceso.

La lana en que se seque se demora una semana. Los hilos se tiñen después del hilado. En un mes no alcanza a sacar una producción. Para una prenda muy chica se necesita al menos un kilo de lana hilada. Y eso demora. Dos echarpes de 2,5 metros X 60 cm., los tengo que sacar de aquí al viernes (entrevista día domingo). Trabajo en la mañana con fresquita y en la tarde me dedico a preparar lana. Avanzo como un metro x 60 cm. cada 4 horas, esto sólo en la parte del telar, en un diseño liso (entrevista noviembre 2022).

Las herramientas de trabajo son específicas para cada uno de los procedimientos. Muchas de ellas han ido cambiando en esta historia de treinta años de Juana como telarista, impactando positivamente en la optimización de sus tiempos y sobre todo, en la disminución del desgaste físico que generaban sus formas de trabajo iniciales. Un caso destacable es el propio telar, que de ser uno de dos pedales, totalmente artesanal hecho por su marido con trozos de madera recolectados en su casa, pasó a otro de cuatro pedales, del tipo Minerva, el que además de los

detalles técnicos más sofisticados, le permite trabajar sentada, gesto técnico que significó una verdadera revolución en su forma de hacer.

“Hay que equilibrarse muy bien, porque si no el tejido le queda… porque si usted baja un pie primero, le va a bajar altiro la pieza, entonces ahí se tuerce el tejido y se suelta. Hay que tener coordinación con los pies. Sino le sale otro punto” (entrevista noviembre 2022).

“Este telar antiguo no lo desarmo por ningún motivo. Es mi reliquia” (entrevista noviembre 2022).

“El huso, antes era un palito con una tortera que se llama, de greda o una papita. Tengo uno de recuerdo de mi mamá” (entrevista noviembre 2022).

“Uno tiene el interés de enseñarle a otra persona, pero que realmente le guste. No por el momento. Usted le deja de enseñar y tiren pal lado. Que sigan. Y a la vez que ellos vayan enseñando” (entrevista noviembre 2022).

Figura Nº 36. La “paila”, contenedor utilizado para lavar lana.
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Rogelio Acevedo: manos curtidas.

Rogelio Acevedo nació el 15 de mayo del año 1960, y toda su vida ha sido habitante de Talamí, sector suroriente de la comuna de Alhué.

De oficio talabartero, aprendió el noble trabajo del cuero mirando a su padre, quien le heredó esta tradición. De él también guarda sus profundos conocimientos del campo, la crianza de animales y la agricultura.

“Y yo como me gustaba estar al lado de él, comencé a mirar. Y antes como él nos hacía los aperos a nosotros, no metíamos mano nosotros. Ya después me salí de la casa y ya no me hicieron las cosas a mí. Y me quedó en la mente, como miraba yo como se hacía, intenté hacer, hice una montura, pero no me quedó buena a la primera. La desarmé, la armé de nuevo y ahí me quedó buena. De esa montura yo comencé” (entrevista diciembre 2022).

Hace más de 23 años que se dedica de lleno a la talabartería, antes de eso, trabajó en distintos rubros dentro de la comuna, minería, agricultura, obras municipales, entre otros. Debido a la calidad de su trabajo, prácticamente no ha parado de hacer implementos de huaso desde que comenzó, principalmente monturas del tipo Río Bueno o de campo, aunque también varias Corraleras.

Rogelio conoce al detalle su negocio, sabe dónde conseguir los mejores materiales para lograr el perfecto acabado de sus productos. Algunos los consigue en la capital, Santiago, como el pañete, el cuero para revestir y el cuero inglés (o cuero bayo), los que vienen ya procesados para empezar el trabajo directamente en su taller. Tam-

Figura N°37 y N°38. A la izquierda la hiladora y a la derecha, un antiguo huso con tortera de papa. Figura N° 39. Telar tipo Minerva en el espacio de trabajo de Juana Peña.
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bién se surte de algunas materias primas en la propia localidad, en la curtiembre o bien directamente desde familias que crian corderos en la zona, quienes le proveen los cueros en bruto, requiriendo un mayor trabajo de procesamiento antes de ser utilizados en la fabricación de las piezas.

Una de las etapas que demanda buena cantidad de energía es el lavado del cuero de cordero. Rogelio nos comenta que es una labor muy complicada, que requiere mucha fuerza. Primero se debe calentar agua y hacer una mezcla con detergentes altamente espumosa, luego de eso comenzar a refregar, aplicando incluso sendas patadas y palazos sobre el material. Una vez saliendo toda la mugre de la mota, “que salga el Omo blanquito”, ahí recién estará listo para comenzar su trabajo al interior del taller, no sin antes haber pasado por el secado correspondiente, etapa colmada de gestos cargados de años de aprendizaje.

“Después hay que enjuagarlo con agua limpia. Y ahí yo los extiendo así, al sol, pa que sequen, después los recojo. Después los dejo al sereno, y en la mañana voy, lo agarro y comienzo a sobarlo. Lo sobo a la antigua, con un garabato. Le pongo el pie yo, es una horcaja y un gancho, le pongo así y lo voy sobando. Me demoro unos 10 minutos en sobar, en dar la vuelta completa. Ahí le hace ejercicio a la pierna jajaja. Son cosas antiguas estas. Después de sobar lo estaco en la muralla, le pongo clavitos, lo dejo bien estiraito. Con el sol se seca la humedad que tenía y ya queda el cuero estiradito, y punto a trabaja lo. Y ahí lo traigo pa acá yo” (entrevista diciembre 2022).

“La montura corralera ocupa más cosas que la de Río Bueno, tiene más cosas. Yo hago primero la montura. Esto primero es una falda que llamamos. Después los cueros, después el pañete. La diferencia de la montura corralera con la montura de campo, es que esta es de fierro (la de campo o Río Bueno), más dura, más firme. Y estas otras son como de paseo no más (corralera), pero también quedan buenas aforrándola en otra cosa, cuero bruto, uno las aforra y quedan como un fierro, ahí quedan para usarla como pa laciar” (entrevista diciembre 2022).

“Lo más rápido que hago ahora es con la máquina. Antes se cocía una botas o cambucho que le llaman pal campo, se cocía todo a mano, y ahora se cuece con la máquina, para orillar el cambucho, la bota. Antes se demoraba mucho y usted no daría cuenta. Antes unas botas antiguas que se hacían se llenaban con algodón y se hacía a mano. Se le iba metiendo con un palillo o crochet cuadro por cuadro, se demoraba días. Ahora no poh, hay una esponjita, más rápido, le pasa la máquina no más y le hace los cuadritos, una gran cosa. Pero si le piden una bota antigua a usted, tiene que hacerla, con crochet, y esas son caras, rellenas a mano” (entrevista diciembre 2022).

La fabricación de una montura puede tomar, en promedio, 20 días de trabajo, esto según el material y detalles solicitados por sus clientes. Son múltiples los aspectos que pueden incluso extender estos plazos, como por ejemplo, cuando se debe aplicar un tejido en base a tientos, delgados cordeles de cuero de cabro que el propio Rogelio elabora, logrando finos acabados en los distintos componentes de la montura.

“De mi papá sólo me queda el caballo. Ese caballo tiene que tener algunos 80 años, por lo menos, ese caballito. Los nietos se montan arriba y ya le tienen todas las patitas sueltas, también mis chiquillos se criaron ahí arriba” (entrevista diciembre 2022).

Hace unos tres años y debido a la alta demanda en su taller, Rogelio sufrió un desgaste físico y emocional importante, llegando a estar internado unos días en el hospital. Ahí su médico le indicó una disminución en el ritmo de trabajo, el que si bien hace con gusto y pasión, es de todas maneras un oficio extenuante.

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“Yo trabajo puro mandao a hacer aquí. No me da el lugar para tener para mostrar o algo así. Yo termino una montura, me la llevan altiro y comienzo con otra (…) Han llevado monturas hasta Iquique oiga” (entrevista diciembre 2022).

Hoy por hoy, el oficio de talabartero goza de cierta vigencia. Rogelio nos comenta que, aunque hay algunos colegas que ya no están, personas que trabajaron el cuero durante largos años como el “gordito Maldonado” del sector Las Hijuelas, también sabe de gente joven que continúa con esta tradición, como los Santibáñez de Villa Alhué. Por su parte, él no pierde la esperanza de que alguno de sus hijos o nietos herede directamente la sabiduría de su trabajo, aunque por el momento, lo que más les ha causado interés ha sido el caballo (o caballete) que le dejó su padre, como fiel compañero de sus juegos.

Figura Nº 40. Rogelio Acevedo junto al “caballo” o caballete que heredó de su padre, el que sostiene una montura corralera pronta a ser entregada a uno de sus clientes.
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Figura Nº 41. Lazo fabricado a mano por Rogelio Acevedo.

Figura N°42. Set de herramientas utilizadas por el talabartero, entre ellas: tijeras, martillo, vela, alicate, cuchillo, caimán adaptado, atornillador y la “maestra” para cortar tientos (finos cordeles de cuero)

Del Alto lo vieron llegar. Ernesto Acevedo, arriero.

“Casi me crie solo, me crio una tía a mí. Porque mi mamá falleció. Para mi fue harto sacrificio. A los 8 años ya estaba cargando leñita para ayudar, ganaba cinco centavos por un atao de leña” (entrevista diciembre 2022).

Nacido en Pichi el 22 de marzo de 1942, Ernesto o “pelito de liebre”, conoce los campos de Alhué como la palma de su mano.

El oficio de arriero lo aprendió de uno de sus patrones, a la corta edad de 19 años, como dice él “como ayudante del verdadero arriero”. Según recuerda, siempre fue un trabajo muy sacrificado y no había forma de conocerlo sino subiendo y bajando la montaña, una y otra vez.

A medida que el aprendiz iba ganando experiencia, entonces rápidamente lo mandataban a realizar la travesía en solitario, acompañado sólo de sus animales y aparejos. De esta forma y con el pasar del tiempo, Ernesto se convirtió también en maestro, formando a nuevos expertos en este duro oficio.

“Empecé a trabajar con macho y estuve ayudante a capataz siete años. Alojábamos en el día, la noche lluviendo, había que estar en el cerro. Un sacrificio muy regrande. Usted se venía en la noche y quedaba estilando. Y allá por lo menos debajo de una mata hacía fuego y por una parte se estaba secando y por otra se estaba mojando. Ha sido lindo sufrimiento pa mí. Lo digo sinceramente, a veces lo pasa bien, pero a veces le toca pasarlo mal. Empezamos a tirar leña a la gente, a los carboneros, y bajar el carbón. Usted cargaba los machos en la mañana, los aparejaba en la mañana. Llegaba a las 12 allá. Empezaba a cargar los machos, eran 12 o 13 también, venía a llegar oscuro de vuelta, con un puro viaje diario” (entrevista diciembre 2022).

Figura Nº 43. El “garabato”, herramienta para sobar el cuero.
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A sus 81 años, Juan Ernesto mantiene plena actividad en el oficio, hoy perfilado hacia el ámbito turístico. Durante el año 2022 habrían sido más de 15 veces las que subió a la montaña, sobre todo por el sector de Altos del Cantillana, aunque también recorre otras rutas, como las que atraviesan Loncha. En ocasiones también opera como guía para equipos de trabajo, quienes realizan evaluaciones mineras y/o ambientales en ciertos puntos estratégicos y recurren a Ernesto por ser uno de los hombres más conocedores de los cerros en la comuna.

Por su parte, no se puede dejar de mencionar la amable personalidad y locuacidad teatral de “Pelito de liebre”, rasgos que le han permitido ser unos de los más reconocidos y preferidos en este rubro.

Para la temporada 2023 ya tiene agendadas cinco visitas al “Alto” y de hecho podrían ser más, pero sus dificultades de agenda no se lo permiten. Es que don Ernesto trabaja además como apoyo en el municipio de Alhué, durante todas las mañanas de lunes a viernes, y por las tardes aún realiza ciertas labores del campo, como el arado y el mantenimiento de sus animales.

A pesar de ser un hombre mayor, su condición física y brillante lucidez le permiten seguir activo en el desarrollo de sus tareas. De todos modos, no deja de llamar a la reflexión la cantidad de trabajo que aún tiene que sobrellevar Ernesto, a sus más de 80 años de vida. Afortunadamente y tal como él señala, las actividades que realiza son de su agrado, sobre todo seguir en contacto

directo con la naturaleza y compartir sus travesías con personas de distintos lugares.

“A veces van 14 personas, 19. Algunos van caminando y otros de a caballo y yo les llevo las cosas en los machos. Yo gracias a Dios y a la Virgen, me he sacado la ñoña y tengo cuatro machos. A veces se aprieta la guatita por dejar otras cosas de lado, por tener con qué trabajar o divertirse también a la vez. Uno sale con gente, conversa, cambia de tema, es bonito compartir con gente con quien uno no ha tenido conversa anterior, pucha que es bonito, compartir con gente y se aprende un poquito más de lo que uno no sabe” (entrevista diciembre 2022).

“Yo aquí, cuando estuve en edad de casi 10 años, o poquito más, me gustó mucho la música. A mí me enseñó la señorita Sara Troncoso, que hay un colegio aquí. Siempre me gustaba cantar o silbar. Me empezó a hacer recitar poemas, pa las fiestas del 18, las pascuas, año nuevo. Y me empezó a gustar la actividad a mí. Tocó la oportunidad de que me tocó hacer unos sketchs en unas veladas. No había electricidad, habían unos faroles no más en la plaza (…) Y yo tuve la mala ocurrencia de prestar el libro donde vienen las comedias, los sketchs, lo presté y no volvió nunca. Y no me puedo acordar del nombre pa buscarlo en las librerías” (entrevista diciembre 2022).

Figura N°44. Ernesto Acevedo, entrevista diciembre 2022
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“Pa ser un arriero tiene que tener soga, tiene que tener macho, lo más esencial, las herramientas necesarias: el macho, el aparejo y la soga, que son para apretar el animal. Después uno sale confiado con lo que lleva, porque sin ese apero uno no puede hacer nada” (entrevista diciembre 2022).

En sus recorridos por el cerro, Ernesto ha tenido oportunidad de encontrar vestigios de antiguos habitantes de estos territorios, probablemente comunidades indígenas que anduvieron en busca de minerales. También recuerda una particular imagen grabada en un Peumo, la figura de un huaso a caballo de enormes dimensiones, ubicada justo al borde del antiguo paso de Pichi hacia Tantehue. Diferentes momentos de la historia que se encuentran en un mismo espacio, en rutas centenarias que hoy “Pelito de liebre” sigue recorriendo, herencia y tradición que podrían desaparecer.

referencia a otras personas que continúan y mantienen el oficio, como los hermanos Tapia, también nos conversa sobre el desgano y el exceso de comodidad que caracterizarían a las nuevas generaciones, condición que no dialoga con el tipo de trabajo que demanda la montaña. A lo anterior agrega la falta de animales en la zona, de “machos”, problema que también se cruza con la crisis hídrica que azota a la comuna hace varios años.

“Entre medio del monte he encontrado en varias partes. Acá en Piche donde los señores Troncoso, hay unas partes unos cortes del cerro entre medio del monte, hay piedras, que yo me traje dos. Aquí hay una, esta que está aquí es como piedra de moler, pa hacer harina tostá. Aquí mismo en Polulo hay cortes de cerro, dicen que eran aposentos de los indios. Hay unos cortes grandes, largos, anchos. Yo creo que andaban buscando mineral, entre medio del monte buscan mineral los viejos, oro, lavadero, todo eso me imaginaba yo” (entrevista diciembre 2022).

Ernesto teme que el trabajo de arriero no se siga practicando a futuro. Si bien él mismo hace

Figura N°45. El “choquero”, recipiente utilizado para servir agua caliente.
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Figura N° 46 y N°47. A la izquierda la soga o lazo, a la derecha, manta y botas del arriero.

“Este mismo fundo tenía burros pa las yeguas, las yeguas parían los machos, ahora no hay. Para este sector se terminó todo eso. Son escasos los machos que hay ahora. Entonces no hay, se va a terminar todo esto” (entrevista 2022).

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Figura N°48. Ernesto Acevedo junto a su caballo, El Farol.

Como hemos señalado, la selección, en este caso patrimonial, siempre implica dejar fuera. Pero ello no es sinónimo de que los otros objetos, espacios y la propia comunidad, desaparezcan del flujo histórico local. Por lo mismo, al municipio de Alhué le parece importante mencionar a un grupo de vecinas y vecinos que de igual forma llevan consigo y representan una multiplicidad de tradiciones, un legado que es orgullo para su gente.

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Reconocimiento especial a María Inés Donoso Núñez.

Hija de padre aculeguano y madre alhuína, María Inés es heredera y ha sido una perseverante impulsora del rescate de la cultura y las tradiciones locales.

Por años se ha desempeñado en varias funciones y acciones para el desarrollo socio-cultural en la comuna, siendo sus inicios en las pastorales como catequista. Tempranamente ayudó en las restauraciones de la iglesia y fue una destacada impulsora de la primera sala dental en la posta.

Empezó sus labores en la Municipalidad de Alhué en el año 1998, en un programa piloto donde trabajaba a la par con mujeres de la comuna. Esta iniciativa y el trabajo posterior de la fundación Jica, dieron origen a la actual Dirección de Desarrollo Comunitario.

Hoy en día, María Inés se desempeña como encargada de la oficina de Cultura y Turismo de la municipalidad. Además, actualmente es una de las cantoras a lo pueta más renombradas de la región.

Junto a otros cantores y cultores, ha dedicado buena parte de su vida a la salvaguarda de estas expresiones tradicionales, labor que la comunidad de Alhué agradece y reconoce.

Ilustre Municipalidad de Alhué, enero 2023.

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Epílogo

Las actividades realizadas durante el segundo semestre del año 2022, han permitido configurar un panorama general sobre el patrimonio cultural en la comuna de Alhué.

Como vimos, este abordaje se realizó a partir de un concepto central, el de Memoria Material, idea que nos permitió articular una mirada dinámica en relación a los objetos, los que siendo fruto de diferentes contextos sociohistóricos, encuentran un espacio común en el presente, en el territorio de Alhué. Hablamos de los soportes materiales de la historia, elementos cargados de información y sujetos a constantes reinterpretaciones por parte de las nuevas generaciones.

Hicimos un recorrido por las huellas más tempranas de la historia local, aquellas pertenecientes a las primeras comunidades alfareras de la zona, nuestros antepasados originarios. Reconocimos también algunos hitos arquitectónicos significativos, los de una villa consolidada desde época colonial, destacando sus casas de barro y por supuesto la icónica iglesia del pueblo. Lejos de los adoquines del centro urbano, visitamos también algunas ruinas silenciosas, aunque igualmente relevantes, aquellos vestigios de actividades mineras dispersas en los cerros, que nos recuerdan la profundidad histórica de estas labores en la zona.

Por su parte y gracias a conversaciones directas con sus protagonistas, contamos hoy con un panorama inicial, aunque representativo, sobre prácticas tradicionales aún vigentes en la comuna. Gracias al generoso testimonio de sus vecinos(as), fue posible acceder a detalles no siempre reconocidos sobre estos oficios, destacando por supuesto sus materias primas y herramientas. Registramos conocimientos, procedimientos y gestos técnicos necesarios para conseguir un dulce de tablilla, de la mano de Carolina Donoso, o un poncho de lana orgánico de la señora Juana Peña. No olvidaremos los versos de Ana Irrazábal, escritos de puño y letra en uno de sus cuadernos originales, las aventuras e historias de arriero de don Ernesto Acevedo, “Pelito de liebre”, ni la maestría de Rogelio Acevedo, don “Geo”, en cada uno de los detalles que componen sus monturas.

Esperamos con este catálogo aportar al constante reconocimiento de la historia local, de sus memorias, sabiendo que aún resta mucho camino por recorrer.

Agradecemos profundamente a todas las personas que colaboraron en su elaboración.

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