La Granja John Grisham

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montañés tullido y su hermana le habían comprado dos kilos de esmalte blanco para exterior y una pequeña brocha. Le pareció un poco raro que unos montañeses compraran semejantes cosas. —¿Cuánto cuestan dos kilos de pintura? —No mucho. —¿Vas a decírselo a Pappy ? —Sí. Efectuamos un rápido recorrido por el huerto, arrancando sólo lo imprescindible: tomates, pepinos y dos pimientos rojos que nos llamaron la atención. Los demás recolectores no tardarían en regresar de los campos y y o estaba deseando que se armara la gorda en cuanto Pappy se enterara de que estaban pintándole la casa. A los pocos minutos, oímos murmullos y breves conversaciones en el exterior. Me obligaron a quedarme en la cocina cortando pepinos, una táctica encaminada a mantenerme al margen de las discusiones. Gran escuchaba las noticias de la radio mientras mi madre guisaba. En determinado momento, mi padre y Pappy se dirigieron al lado este de la casa y examinaron el trabajo de Trot. Después entraron en la cocina, donde nos sentamos, se bendijo la comida y nos pusimos a comer sin hablar de otra cosa que no fuera el tiempo. Si Pappy estaba enfadado, no lo dejó traslucir. A lo mejor, estaba demasiado cansado. Al día siguiente, mi madre me entretuvo y se pasó trajinando por la casa todo lo que pudo. Lavó los platos del desay uno e hizo la colada, y juntos contemplamos el patio delantero. Gran se fue a los campos, pero mi madre y y o nos quedamos en casa, ocupados en las distintas tareas del hogar. No se veía a Trot por ninguna parte. Sobre las ocho, Hank salió perezosamente de una tienda y hurgó entre las latas y las jarras hasta encontrar las sobras de los bollos. Comió hasta no dejar nada, eructó y miró hacia la casa como si estuviera sopesando la posibilidad de hacer una incursión en busca de comida. Al final, echó a andar y pasó con pesados andares por delante del silo, en dirección al algodonal. Esperamos, atisbando desde las ventanas de la fachada. Trot seguía sin aparecer. Al final, nos dimos por vencidos y nos fuimos a los campos. Cuando mi madre regresó tres horas después para preparar la comida del mediodía, vio en las tablas de debajo de mi ventana una pequeña zona recién pintada. Trot estaba pintando lentamente hacia la parte de atrás de la casa, limitado por el alcance de su brazo y su deseo de permanecer en el anonimato. Al paso que iba, habría terminado aproximadamente la mitad del lado este cuando llegase el momento de que los Spruill hicieran las maletas y regresaran a la montaña.

Después de tres días de tranquilidad y duro esfuerzo, volvieron los conflictos.


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