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Fabián heRReRo
en una primera lectura de un libro de Marcelo Rizzi, surge la sensación de que no es tarea fácil decir algo concreto sobre su poesía. En un breve, pero fulgurante prólogo a Driftwood (2020), Daniel Freidemberg, afirma en este preciso sentido que “se le escapa a uno, se le escurren a uno las palabras para dar cuenta de lo que le pasa a uno al leer. Ni siquiera, en realidad, sabe uno bien qué le pasa, pero le pasa.” Esta afirmación, por cierto, suena a primera vista retórica, son palabras sobre palabras sin sentido. Sin embargo, como ya lo insinué más arriba, en mi lectura de los poemas de Rizzi es algo que se me presentó de un modo similar. Hay algo del orden de lo incierto en lo que se lee. Una mezcla de poesía que apela al pensamiento y al mismo tiempo al juego con las palabras. A mis ojos, es como estar leyendo algo con aire de familia a lo que escribe Girri pero no es Girri, o es algo parecido a lo que hace Fogwill pero no es Fogwill. Sigamos escuchando al autor de En la resaca, “para leer a Rizzi hay que leerlo con extrema atención,
con todos los sentidos puestos en la tarea y algunos más, leerlo despacio y detenidamente, dándose tiempo, y releerlo, a pesar de que el ritmo, el manejo de los metros y los acentos lo mueve a uno a seguir adelante, abandonándose a una voluptuosidad que no por discreta y serena deja de estar gravitando. De esa irresoluble tensión o ese bamboleo está hecho este placer de leer: no nos deja asentarnos con alguna seguridad en una idea o un sentido ni permite que nos soltemos para sobrevolar livianamente las palabras.” Y con un tono que no excluye la simpleza, pero también la incertidumbre, concluye, “la poesía de Rizzi existe para complicarnos la vida, porque nos supone la clase de persona a la que le gusta meterse en complejidades. Complejidades y extrañezas: “el animal es una reliquia de lo increado”.
En la entrevista me interesó preguntarle sobre su trabajo con la poesía, sus lecturas, el armado de sus libros. Al final de ellas, reuní una serie de poemas que, en mi opinión, son representativos de su obra.
Fabián Herrero- Marcelo, quisiera comenzar preguntándote sobre tu labor con la poesía. ¿Tenés horarios para trabajar, lo haces por temporadas, necesitás un clima en ese proceso (lectura, música, silencio)?
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Marcelo Rizzi- Escribo, por el momento, de modo constante, pero también puede suceder, con intermitencias, sin duración fija. Hubo un tiempo, en otro país, en que viajaba bastante en tren y aprovechaba esos trayectos de ida y vuelta para escribir o bien corregir lo ya escrito. Era un contexto acompañado por paisajes lingüísticos y culturales diferentes; luego fueron otros, o como los actuales del mundo rural del norte cordobés, pero nunca tengo una modalidad definitiva, ya que lo que escribo, y que más tarde puede o no terminar en un poema, tiene varios disparadores: una lectura ocasional, otras en medio de actividades que pueden darse en entornos diversos, también por el asombro ante una materialidad natural insospechada que emerge (color, textura, dureza, fragilidad), o algo que surge de una escucha azarosa o de la torsión misma de esa escucha en un desplazamiento o directamente en su contrario. No creo que haya una música de fondo ni un entorno silencioso que sea la condición para la escritura, no es mi caso.
Fabián Herrero - ¿Cómo pensás tus libros? ¿Tenés un plan y lo seguís, lo armás a partir de una serie de poemas de un periodo o lo haces de otra forma?
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Marcelo Rizzi - No he tenido, con excepción de dos ocasiones, un plan definido de antemano. Voy escribiendo poemas que se van agrupando y que tienden a conformar una unidad en la medida que se van reescribiendo, corrigiéndose, y alojándose en una temporalidad que surge del propio movimiento de la significación. Son colecciones que tardíamente podrían leerse -con el beneficio de la retrospectiva- como una unidad predefinida. El formato libro obedece después a cuestiones que exceden el proceso de reunión de poemas.
Fabián Herrero - ¿Cómo es el trabajo de la corrección de tus poemas? ¿Hay un trabajo obsesivo, te das tiempo para esa tarea o pensás en la espontaneidad de lo que ha caído en el papel?
Marcelo Rizzi - Algo de eso te mencionaba más arriba. Corrijo los poemas con procedimientos no siempre iguales, el modo lo impone cada poema y nunca de modo obsesivo. En cada caso opera una modalidad diferente: puede ser el reordenamiento en la distribución de los versos, puede ocurrir que esa “limpieza” o “depuración” dé cuenta de mejor forma de ese pequeño universo semántico, conceptual, que se va construyendo hasta alcanzar un punto cuya
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provisoriedad tiene la apariencia de un cierre, de un final. De conservar ese instante primigenio donde se daría el inicio de un poema –me gusta la idea de “caída” que usás para referirte al fenómeno- el mismo se va diluyendo luego en el trabajo de corrección y de realojamiento de sus elementos. Lo único que quedaría como materialidad sensible, palpable, “como resto”, es el papel (me he encontrado muchas veces con cosas mínimas perdidas en medio de libros que estaba leyendo en otro momento) donde se transcribió la primera “intuición”, un primer destello, algo que sobrevuela en mi cabeza y de lo que muchas veces tengo la urgencia de volcarlo a la escritura.
Fabián Herrero - Tus poemas en general no llevan título, parecen escritos en forma de fragmentos. ¿Tenés una explicación al respecto, o solo escribís de este modo?
Marcelo Rizzi - Mi experiencia con la escritura poética desde hace años -y creo que con el paso del tiempo se ha ido afirmando más y más-, es que el poema es una instancia de pasaje, un momento de detención temporaria de un proceso sin origen ni fin, y que toma la forma de un objeto algo precario y determinado (una
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“reificación” momentánea, un instante intuido entre la mano que escribe y el trazo que se va elaborando). La forma fragmento es inevitable si se piensa desde esa perspectiva, sólo a condición de que a ese fragmento no necesariamente se lo considere como parte de una totalidad que la habría precedido o lo determine desde un afuera. Por el contrario, el fragmento es ya una totalidad en sí misma, un pequeño entramado de signos que se sostienen sobre una ontología ilusoria primero y, posteriormente, por los efectos de su lectura.
Fabián Herrero - En tu escritura se presenta, a mis ojos, un tono impersonal y, al mismo tiempo, la ausencia de una búsqueda de cuestiones personales, en el sentido de confesión o de enunciar cosas más bien íntimas. ¿Este tipo de escritura es lo que surge cuando escribís o es más bien una búsqueda de una determinada estética poética?
Marcelo Rizzi - Esa elisión es deliberada, es verdad. Puede ser leída como lo que decís: una “estética poética”, pero diría más bien que se trata de una ética poética. Borges decía que nuestros actos están todo el tiempo definidos por juicios morales. Quizá en ese contexto pueda leerse esa ausencia de un yo poético o lírico identificable, es decir,
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una moral propia de mi escritura. Quiero además decir con esto que “mostrar” las experiencias personales o elevarlas al estatuto de “poesía” puede ser interesante a menos que supere su condición de “vivencias” y su transmisión adquiera la forma de una verdadera “experiencia” comunicable.
Los vínculos filiales a los que se echa mano y que tan presentes están en mucho de lo que se escribe hoy en la poesía argentina, ¿a quién le interesa, a menos que de ello consideremos la aceptación generalizada y acrítica de un nuevo sentimentalismo? Tal vez me equivoque, pero pienso que también no sea más que una de las tantas formas que por estos tiempos ha ido tomando la Melancolía (con mayúscula) como forma enfermiza del espíritu, de malestar cultural.
Fabián Herrero - ¿Cuáles son los poetas que te han marcado y cuáles son los que estás leyendo en estos últimos tiempos?
Marcelo Rizzi - Mis poetas preferidos siempre han sido T. S. Eliot, Seamus Heaney, Lezama Lima, Philip Larkin y, por supuesto, Dante. No sé si me han “marcado” (el tema de las influencias es controversial y nunca queda del todo claro, me es incluso imperceptible a mí mismo).
Los he leído, traducido (actualmente estoy con
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mi propia versión de “Death of a Naturalist”), y los sigo leyendo con asiduidad como quien no los ha entendido del todo y es por eso que allí encuentro siempre novedad, más allá de los universos estilísticos de cada uno. Juarroz, Girri y, lejos ya de la fiebre objetivista de los noventa que lo pontificó, a Joaquín Gianuzzi, con la calma que se merece.
Fabián Herrero - ¿En tu trabajo con tus poemas te gusta leer en voz alta o bien pensás que es mejor hacerlo en silencio? Y con relación a los encuentros de lectura, ¿te resultan productivos o bien tenés algún tipo de cuestionamiento?
Marcelo Rizzi - Leer en voz alta pone a prueba, en algún momento del trabajo de corrección, ciertos puntos frágiles o decisivos que quizá pasan desapercibidos en la lectura en silencio (según San Ambrosio, esa sería la mejor manera de hacerlo), pero es un procedimiento que no practico todo el tiempo. La oralidad de un texto escrito tiene muchas implicancias, no solo fónicas. Los encuentros de lectura de poesía, respondiendo a la segunda parte de tu pregunta, son una herramienta de promoción eficaz para quienes participan o son convocados. Pero, bueno, están quizá organizados por motivos
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que tienen que ver con los intereses de grupos ocasionales o, simplemente, por mantener viva una tradición atávica de los encuentros ceremoniales humanos. Lamentablemente muchas veces allí los poetas leen sus obras muy mal, desmereciéndolas incluso, aunque no siempre es responsabilidad del poeta: como te decía recién, el pasaje del poema escrito al registro de la voz es un hecho cultural de enorme trascendencia a la hora de leer un poema. La poeta italiana Biancamaria Frabotta dice que la voz del poema nunca coincide con la voz material de quien lo escribe o de quien lo lee, y refuerza esa bellísima idea diciendo que en todo caso la voz de la poesía no es un sonido existente en la naturaleza.
Fabián Herrero - ¿Que relación mantenés con otros poetas y con las editoriales donde publicás?
Marcelo Rizzi - Mantengo una relación de intercambio de libros y de puntos de vista bastante productivos con algunos poetas contemporáneos, no muchos, entre ellos Raquel Jaduszliwer, Fabián Iriarte y Alejandra Boero (editora de “Gilgamesh”), también con Alberto Cisnero (infatigable editor de Mora Barnacle).
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Fabián Herrero - Para terminar, me gustaría que nos cuentes si leés alguna revista de poesía en particular, material de ensayo o de crítica de la poesía.
Marcelo Rizzi - Leo con mucho interés desde hace años “Hablar de Poesía”, la excelente “Op. Cit” (un trabajo impresionante de José Villa y Valeria Cervero Daer), “Aérea” (la excelente revista-libro que dirige el poeta Daniel Calabrese en Chile) y la peruana “Vallejo & Co.”. También ocasionalmente lo que se publica en “La Guacha” o en “Palabra de Poesía”, de Córdoba. Y, desde muchos años ya, la inglesa “The Poetry Review”. Desde el ensayo, por citar un par de ejemplos, me gusta mucho un libro de Giorgio Agamben (“El final del poema”), y el excelente “Spinoza poema del pensamiento”, de Henri Meschonnic. Y entre los ensayos estrictamente referidos a la poesía me gusta mucho el de Alicia Genovese, “Lo leve, lo grave, lo opaco”, o volviendo a Heaney, sus impecables trabajos reunidos en “De la emoción a las palabras”.
Fabián Herrero - ¿Qué poeta o poetas actuales te parecen interesantes?
Marcelo Rizzi - Me parece que alguien que está haciendo experimentos muy interesantes es
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Laura García del Castagno, aunque seguramente hay poetas que escriben obras o están haciéndolo a los que no accedo completamente, bien porque no leo todo el tiempo poesía, o porque mi lectura de los libros de poesía es siempre sobre la base de abrirlos en algún punto determinado, saltear páginas para seguir, o directamente abandonarlos hasta mejor ocasión. También me parecen admirables las cosas de Pablo Anania, con un entramado lírico y político de una complejidad densa y maravillosa, y Alberto Cisnero, que usa la brevedad con una contundencia muy potente que asombra en cada poema.
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(de El libro de los helechos, Barnacle, Ciudad de Buenos Aires, 2018)
§ con fe de amanuense haz que tu mano vibre sobre el azar; vivir entonces de lo prestado, que no será promesa de futuro para que dos hechos aislados cumplan su exacta función; oigamos entonces de cerca lo que nos dice el frutero desde su hora más real: vean esta naranja que ha convertido su mineral en exquisita fragancia, obsérvenla ahora como si fuese toda ella adversidad de difuntos; admiren cómo colgada con broches de ropa vuelve a ser noche la aurora boreal § que una cara de la moneda aloje lo cierto, que la otra el error; que quien para fortuna
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o desdicha una de las dos obtenga
—ese pequeño libro sin letras que cargará para siempre en su morral—, como artesano de Beocia, deje que hablen desde ese momento sus herramientas; que una vez colmado el impluvio salga a la puerta, de tal suerte que al regalar collares para las hijas del que siempre parte, done semillas de su huerta para el que está por llegar
§ me palpan de armas primero, me acusan luego de hablar con fantasmas; me interrogan más tarde por esos pájaros que al vacío desde ayer se arrojan; la materia es incómoda, aclaro, y a veces no se sienten del todo completos: encienden sus pechos con fosforitos del alba y ensayan clavados perfectos en lagos que de tan profundos los ven como prados y espejos
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(de Driftwood, Barnacle, Ciudad de Buenos Aires, 2020)
Observemos por un instante ese árbol fuera de sí, de la tiranía venial de los conceptos: sin saber que se ha iniciado ya la noche de su devenir, quizá éste haya sido su día más singular. Del tiempo real de nuestros congéneres, descreemos: por la forma de distribuir los platos y los afanes en círculos perfectos, de postular sueños de evasión dichos al oído y por debajo bajo la mesa; de formular principios absolutos para alcanzar apenas la ebriedad.
Todos tenemos derecho a una ciudad flotante, a ese número errante, a una cifra que se pueda soportar. Predicha estaba desde siempre la orfandad de los que exhiben con su lengua maravillas, y dejan para charlas zodiacales el hablar sobre disfraces, de la vida como un fotomontaje, de la extraña amistad de los pies desnudos con el caracol y la tempestad.
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(Del cultivo de sí como un árbol de costumbre, Barnacle, Ciudad de Buenos Aires, 2022)
Qué debo entender de lo que sé. Veo ese viento y no lo veo: el que todo emprolija y acerca dos veces al día, como una marea, cada alma pequeña al cuerpo infinito de lo que no fue. Mientras, detrás de los estantes, más allá de la tierra firme, de la primera fila de casas, hay libros que se escriben solos, árboles de hojas caducas que se justifican por sí mismos y esperan la lluvia de pie. Viento parecido a un dios que nos entreteje a sus estambres secretos, que hace ceder los entumecimientos, sana y enferma como un fármaco perfecto.
Fuimos una vez los comulgantes de esas hostias que sabían a cerezas recogidas de un desierto, cuyo rojo anunciaba el final de la estrella peregrina. Hay luces todavía que aún conservan ese tiempo primigenio del único atardecer de la historia. Todo camino de cornisa nos conduce tardíamente a la casa del amigo de familia. Como en esas siempre postergadas visitas de invierno brillan sus tejados a lo lejos, se parecen al cuchillo que sumergimos una vez en agua marchita antes de abrir las carnes del cordero.
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A
esto llamaríamos bodegón si fuera cierto. Esa voz ha vuelto hoy a recordarte que una luz equinoccial, remota, divide al mundo en mitades imperfectas, que el loco que rondaba los mercados con una sola linterna busca ahora lo que habita un bosque de mudos objetos sobre una mesa.
Han descorchado tres botellas y bebido los dos a la vez desde ese efímero tazón del diablo.
Todo secreto ha devenido un cubo ensimismado, puesto a brillar desde horas inciertas, sin ventanas ni puertas, a la espera de esa mano que hasta ayer apenas rozaba la hierba de una tierra sin fin.
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Marcelo Rizzi nació en Rosario, Argentina, en 1961.
Estudió Historia y Filosofía en la Universidad de esa misma ciudad. Es traductor, Educador de Museos y Diseñador Gráfico.
Tiene publicados diez títulos: El comienzo oblicuo de todo desorden (DeBolsillo, Plaza&Janés, Barcelona, 2001), Sinopie (Melusina, Mar del Plata, 2003), Casa incompleta (Rosario, Premio Concurso Felipe Aldana de la Editorial Municipal de Rosario, 2007); La isla de los perros (Alción, Córdoba, 2009), La destrucción (e-book, poesíaargentina.com, 2015); El libro de los helechos (Barnacle, Ciudad de Buenos Aires, 2018); Los saberes esenciales (Ediciones en Danza, Ciudad de Buenos Aires, 2019), Driftwood (Barnacle, Ciudad de Buenos Aires, 2020), Prosa bisiesta (Ediciones A Capella, Ciudad de Buenos Aires, 2020), Del cultivo de sí como un árbol de costumbre (Barnacle, Ciudad de Buenos Aires, 2022).
Fabián Herrero Santa Fe, 1965. Es doctor en Historia (UBA). Investigador de Conicet (UBA-Ravignani). Publicó trece libros de poesía. Entre los últimos, Quien no le tiró una piedrita al mundo. Poemas, 19882018, Alción, 2020. La luna tiembla en mi cuerpo de agua, Barnacle, 2021; Días como perros perdidos, Barnacle, 2022; La nube es una flor que arrancó sus raíces, UNL, Santa Fe, 2023.
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