Walsh desde Torquinst

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To r q u i n s t

por Claudia Fino y Paula Tomassoni

es relato es mirada.

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To r qu i n s t

por Claudia Fino y Paula Tomassoni

La que sabemos todos: la historia es relato y el relato es mirada. El oeste que nos convoca: Tornquist, o más precisamente, el camino entre esta ciudad y Sierra de la Ventana. El suceso: uno de los puntos de la Resistencia peronista al golpe de estado de septiembre del 55. La mirada: la de la clase media, que apoyó masivamente la destitución del gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. La voz: la del joven Rodolfo Walsh, representante de esa ideología clasemedista que no mucho tiempo después comenzará a socavar.


El 18 de septiembre de 1955, a las cinco de la mañana, al sudoeste de la provincia de Buenos Aires, cuando los comandos civiles de la “Libertadora” detectaron una columna de ómnibus Leyland con pieza de artillería antiaérea a remolque parada en el camino que une Tornquist con Sierra de la Ventana, despacharon para atacarla una escuadrilla de siete bombarderos Grumman y seis AT-6 North American, al mando del capitán de corbeta Eduardo Estivariz. Su avión, que encabezaba la escuadrilla, fue el primero en lanzar bombas. Estivariz, en el cielo, ordenó arremeter sobre el objetivo, mientras sus explosivos ya causaban estruendo en las sierras y también fuego, humo y polvo. Abajo, en la tierra, las tropas de Perón, el Regimiento 1 de Caballería de Tandil, corrían para refugiarse a la vez que sus antiaéreas intentaban repeler el ataque. A las diez de la mañana, en la estación de Saavedra, al pie de Sierra de la Ventana, los leales a Perón bajaron tanques, semiorugas y blindados del tren que transportaba al segundo grupo de la resistencia. Media hora más tarde, una nueva escuadrilla de aviones al mando del capitán Estivariz salió dispuesta a detenerlos; pues si cruzaban el puente carretero de Dufour sobre la ruta 33, la “revolución” fracasaría. Otra vez el primero en despegar fue Estivariz. Sólo se nos acercan imágenes bélicas hollywoodenses. Un primer plano ruidoso de un avión viejo; su piloto intentar ubicar esta acción en el oeste bonaerense, como el momento último y heroico de un “patriota”: detectar la

posición enemiga, anunciar por la radio que inicia el ataque, soltar las bombas sobre el objetivo y recibir el fuego de los tanques y de los efectivos apostados en los techos. El avión desprende una estela de humo y se estrella en las afueras de Saavedra. Estivariz y sus compañeros tuvieron una muerte épica. Y entonces, su homenaje.

Dos son los artículos escritos por Rodolfo Walsh en los que se referencia el hecho heroico de Eduardo Estivariz y en los que se evidencia su apoyo a la movida militar que derroca a Perón, autodenominada Revolución Libertadora: “2-012 no vuelve” y “Aquí cerraron sus ojos”. Ambos fueron publicados en Leoplán, en diciembre de 1955 y en octubre de 1956, respectivamente, y constan como su primer desplazamiento de lo literario para incursionar en la escritura sobre hechos de resonancia pública .1 Si bien se pueden establecer diferencias entre ambos (la más destacada es el hecho de que en el segundo no hay ninguna referencia a la “Libertadora”), hay ciertos ingredientes y temáticas que se sostienen desde lo apologético para hablar de la situación del aviador muerto. El capitán de corbeta Estivariz recordemos para empezar - era amigo del hermano mayor de Walsh 2. El aviador se configura como un 1Se encuentran publicados en Walsh, R. (1998) El violento oficio de escribir. Obra periodística (1953 -1967). Buenos Aires: Planeta. 2 En el “Provisorio epílogo” de la primera edición de Operación masacre, Walsh dice: “Puedo, sin remordimiento, repetir que he sido partidario del estallido de septiembre de 1955. No sólo por apremiantes motivos de afecto familiar – que los había –...” En: Walsh, R. [2000 (1972)] Operación masacre. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, pp. 215.


héroe cuyas virtudes – como las de todo héroe – aventajan con creces a las del resto. En primer lugar, está muerto, dio la vida, y a esa muerte se le adeuda “la victoria pagada con sangre”. Él se destacó, según Walsh, ante todo por el coraje, el heroísmo, la valentía y el arrojo personal, por su innegable cumplimiento del deber. El acto de jugarse la vida, de arriesgarse a volar bajo en un avión anticuado y recibir las esquirlas de sus propias bombas, enaltecido por las muestras de solidaridad y cuidado de la población civil al maniobrar, habla de su carácter heroico y no impulsivo al mismo tiempo. Un verdadero caballero en el oeste. Los rasgos de Estivariz que se acumulan en el texto refuerzan el carácter excepcional de sus cualidades, a las que se suman excelentes calificaciones, vastos conocimientos en materia aeronáutica, sus ascensos y el intachable recuerdo de los compañeros. Todo en él es extraordinario (“se recorta con perfiles extraordinarios como uno de los jefes más brillantes”, “el alumno más brillante de su promoción”, “un hombre excepcionalmente austero, excepcionalmente capaz, excepcionalmente valeroso”, “un extraordinario espíritu de sacrificio”). También se constata su humildad -la soberbia nunca es heroica-, ya que “insiste en actuar como subordinado”, a pesar de que “los hombres acuden a él instintivamente” en busca de instrucciones. Lo heroico de Estivariz se transfiere también al suboficial que no duda en acompañarlo aun siendo peronista. Es decir que importa menos el lugar en la causa, la posición política, que la devoción heroica y leal imperativa del deber. “No siempre un rótulo político basta para definir a un hombre, para abarcarlo en toda su profundidad” dice Walsh. Un héroe es un héroe, y en sus características se recorren lugares transhistóricos, casi universales, por ello indiscutibles: lugares comunes relativos a temas como el valor, el respeto, la lealtad... que constituyen el repertorio de la doxa. Y la doxa es lo que se cae de maduro, lo “necesario para pensar lo que se piensa y decir lo que se tiene que decir”3 . Y la 3 Angenot, M. (2010). El discurso social. Los límites

doxa –indudablemente– encierra los presupuestos propios no sólo de una época, sino también de una clase. Muchos años después, en el capítulo de Operación Masacre donde se rememora el juicio histórico de la ejecución a Aramburu, Walsh discute la construcción de la figura del ex dictador como prócer, ironizando sobre los mismos componentes heroicos y los mismos discursos de la doxa (salvando las distancias entre Aramburu y el aviador) que había resaltado para homenajear a Estivariz: El dramatismo de esa muerte aceleró un proceso que suele llevar años: la creación de un prócer. En cuestión de meses los doctores liberales, la prensa, los herederos políticos canonizaron a Aramburu mediante el uso irrestricto del ditirambo y la elegía. Paladín de la democracia, soldado de la libertad, dilecto hijo de la patria, militar forjado en el molde clásico de la tradición sanmartiniana, gobernante sencillo y probo que rehuía por temperamento los excesos de autoridad, son algunos de los conjuros que escamotean a la historia el perfil verdadero de Aramburu. Dos años después tenía su mausoleo, ornado de Virtudes. (Walsh, R. [2000 (1972)] Operación masacre. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, p. 176) Walsh, el de entonces, ya no era el mismo. históricos de lo pensable y lo decible. Buenos Aires. Siglo XXI, p. 40.


El paso dado de escribir a ser escritor no es un movimiento ingenuo. La puesta en circulación de una obra y de un nombre implica la construcción de una imagen que se definirá por distintas tensiones. La imagen de un escritor es la imagen que éste forja de sí, su idea sobre el mundo, la literatura, su relación con las tradiciones. Las consideraciones publicadas sobre las fuerzas de la “Libertadora” contra la Resistencia, marcan el punto inicial de un recorrido cuyo extremo opuesto es la definitiva consolidación de la imagen de Rodolfo Walsh como un intelectual militante de izquierda. Así, aquello que fue reconocido en un primer momento como “el otro” avanza en la configuración del “sí mismo” a partir de la cual el autor trasciende en la historia de la Literatura Argentina. La primera publicación en libro de Operación Masacre es de 1957, veinte años antes de que su autor fuera muerto al resistirse al secuestro por parte de agentes de las FFAA. En 1957 las actividades de Rodolfo Walsh se dividen entre correcciones de imprenta, traducciones, escritura de relatos policiales, notas periodísticas. En 1977 es considerado por la junta gobernante un activista de la “subversión”; había sido el creador de la Agencia Clandestina de Noticias, había militado activamente en Montoneros, había despedido sin enterrar a su hija Vicky y a varios amigos. En 1955, Walsh, al igual que muchos intelectuales, recibe con optimismo la llegada de la revolución de Lonardi y el exilio del presidente constitucional Juan Domingo Perón. La voz que enuncia, entonces, los artículos comentados, se levanta como voz de clase: es lo que se dice, es lo que hay que decir. Desde ese marco escribe el elogio al capitán de corbeta Estivariz y sus compañeros participantes del golpe de estado. “He tardado quince años en pasar del

mero nacionalismo a la izquierda” escribirá unos años después. Si las clases dominantes “construyen” sus intelectuales para perpetuar su hegemonía, la sociedad proletaria debe buscar esa voz fuera de su propia clase, en las clases “intermedias”. El intelectual deberá entonces, “acometer un largo proceso de silenciosa autocrítica hasta lograr despojarse de los hábitos de pensamiento y las cristalizaciones ideológicas condicionadas por las corrientes culturales en las que se formó”4 . El rechazo de Walsh hacia la “Libertadora” a partir de la investigación de Operación Masacre, poco tiempo después de sus publicaciones sobre Estivariz, puede pensarse como el primer paso en la construcción del intelectual de izquierda en el que finalmente se convertirá. Ahora bien, el relato de los fusilamientos en José León Suárez lo atrae desde sus intereses profesionales, pero no exclusivamente. En el prólogo, el autor aclara “Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito 4 Portantiero, Juan Carlos (2011), Realismo y realidad den la narrativa argentina, Buenos Aires, Eudeba, pp 37.Aires. Siglo XXI, p. 40.


desgarrador frente a la ventana ”5. Es decir, que aquello que hace torcer ideológicamente el rumbo del escritor no puede considerarse sólo desde circunstancias de rigor profesional. Algunas verdades irrumpen en la puerta que se abre de una vez y para siempre en el ’56 y a través de la que Walsh irá buscándose y construyéndose. La revisión del apoyo a la “Libertadora” aparece en Walsh enseguida de la investigación de los asesinatos en José León Suárez. No sucede lo mismo respecto a su relación con el peronismo. En 1957, en el Prólogo a la primera edición, la ironía con que el autor se refiere a los peronistas y a sus detractores hace pensar al “otro” en una instancia de construcción. Rodolfo Walsh apoyó la Revolución Libertadora, el golpe de estado que derrocara al gobierno democrático que, desde la voz de cierto grupo intelectual, acallaba voces. Al piloto Estivariz lo acompañaba el suboficial Rodríguez, sospechoso de ser “adicto al gobierno”. Murió con él al estrellarse el avión y ese hecho fue interpretado por Walsh como un gesto de fidelidad. Se elige en el texto un tono que no es ingenuo ni inocente: logra que esa configuración del “otro”, enfocada en el militante peronista, dé un giro para iluminar también desde la distancia, a su detractor. Walsh se pregunta cómo es posible no ver compartida (por “otros”) la certeza de que los peronistas “son seres humanos y pueden tratarse como tales”. Sin embargo, este gesto es discutido desde el cuerpo de la misma obra literaria que se está prologando: el personaje de Carranza es perseguido por peronista. Sus perseguidores no han dudado en detener a su pequeña hija para interrogarla sobre las ideas y acciones de su padre, quien tiene un acceso de furia cuando se entera: “A mí, que me hagan cualquier cosa. Pero a una criatura…”. Hay entonces ya un doble gesto en el posicionamiento respecto al “otro” desde donde pensar el giro ideológico del que dan cuenta los textos y acciones políticas del autor. 5 “Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un conscripto en la calle y ese hombre no dijo “Viva la patria”, sino que dijo: “No me dejen solo, hijos de puta”. Prólogo de Operación Masacre a la edición de 1964.

Por un lado, la manifestación explícita de no apoyar ya la Revolución Libertadora. Por otro lado, el cambio de foco que se corre del hombre peronista y apunta al poder que lo oprime. La película Operación masacre comenzó a filmarse en la clandestinidad en 1971 y se concluyó en 1972. Se exhibió centenares de veces en barrios y villas de la Capital y el interior. Julio Troxler, sobreviviente de la Operación masacre, participa activamente discutiendo el libro y actuando después en el film. Escena: el basural de José León Suárez; voz en off: Julio Troxler: “Mentalmente regresé muchas veces a este lugar. Quería encontrar la respuesta a esa pregunta: qué significaba ser peronista. Qué significaba este odio, por qué nos mataban así. Tardamos mucho en comprenderlo, en darnos cuenta de que el peronismo era algo más permanente que un gobierno que puede ser derrotado, que un partido que puede ser proscripto.” Y más adelante: “El peronismo era una clase, era la clase trabajadora que no puede ser destruida, el eje de un movimiento de liberación que no puede ser derrotado, y el odio que ellos nos tenían era el odio de los explotadores por los explotados”.


La primera persona del plural usada en algunos pasajes del texto (nosotros los peronistas) y la configuración del “otro” como el poder opresor dan cuenta del giro ideológico que venimos marcando. La apuesta se redobla cuando, en el film, tras las imágenes del golpe del ’55, la voz en off recuerda, entre otros sectores de la sociedad, a los intelectuales que lo apoyaron. Nueva confirmación del reparto de roles y de la redefinición de “el otro” y de “sí mismo”. En 1968, en España, Perón hace las presentaciones entre Walsh y Raimundo Ongaro, Secretario General de la CGT de los Argentinos. El 1° de mayo de ese año aparece el primer número del Periódico de la CGT, que él funda y dirige. En 1969 se publica ¿Quién mató a Rosendo? Inaugurando una línea en la que el “otro” también sigue siendo peronista, pero bajo la sombra de la burocracia sindical. Walsh empieza a militar en el Peronismo de Base. En 1972 crea una escuela de periodismo en las villas miseria y publica el Semanario Villero. En 1973 se involucra con Montoneros y redacta, junto a Paco Urondo, Noticias. La amenaza de un golpe de estado y su posterior ejecución, la pérdida de su hija y amigos, lo llevan a mantener una visión crítica hacia Montoneros, que escribirá en sus Papeles en 1976. Walsh da un rodeo, en menos de veinte años de historia, en el que la idea del “otro” se abre, se complejiza, se multiplica al dividirse. El “intelectual tipo” de sus inicios ha sido redefinido. Sin embargo, y en coherencia con este recorrido Walsh mantiene una postura crítica que le ha permitido moverse y actuar corporativa o individualmente. De sus diferencias con la cúpula de Montoneros, su mujer de entonces, Lilia Ferreira, se lamenta porque no ha sido escuchado.

El análisis de la crónica homenaje al capitán de corbeta Eduardo Estivariz permite observar, en primer lugar, el modo en que una voz hegemónica construye verdades desde donde narrar la historia, pero también la forma en que un intelectual comprometido busca su propio relato, aunque esta búsqueda sea un recorrido lento. Desde “20-12 no vuelve” y “Aquí cerraron sus ojos” en adelante pueden ir marcándose los pasos del itinerario que surca Walsh en el desarrollo de una voz propia, a partir de la ruptura con su clase intelectual de pertenencia, de la mirada crítica, de permitirse reconocer que la violencia le “ha salpicado las paredes”.


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