Fran Avilés Pérez entretenía pegando un moco, que supongo acabaría de extraer de su nariz, en la parte de abajo del coche. Mientras tanto, la chica pelirroja le propinaba a su compañera un discreto codazo con la mano en clara intención de querer mostrarle mi reserva. La palmera no estaba haciendo nada. Y no tuve tiempo de observar ningún detalle más cuando se escuchó. ¡¡Clac!! Ambas recepcionistas se cuchichearon algo al oído. - Imanol Vico Castellanos -empezó a decir con voz temblorosa mientras escribía en el ordenador-. Muy bien señor, habitación 808. Aquí tiene la tarjeta. La puso en mi mano y la soltó súbitamente, como temiendo que pudiera quemar. Sin mediar palabra alguna, me adentré en el ascensor dispuesto a subir las ocho plantas. Un suelo enmoquetado de azul me recibió al entrar en la habitación. A pesar de que sabía que tenía mucho que hacer por delante, estaba agotado por el viaje y decidí dejarme caer un tiempo en la 112