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Movimientos estudiantiles

El movimiento estudiantil en Colombia

La tarea reformista fue liderada por la Federación Nacional de Estudiantes creada en 1922, que celebró cuatro congresos en ese decenio: Medellín (1922), Bogotá (1924), Ibagué (1928) y Santa Marta (1930). Si bien los motivos académicos y educativos eran los que presidían las discusiones de los universitarios colombianos, también los desvelaban los asuntos políticos. Así, en el segundo congreso se proclamaba que “son los estudiantes quienes debían llevar a cabo la reforma universitaria”, lo que en ese momento se traducía en el nombramiento, por parte de los universitarios, de profesores más idóneos, creación de más cátedras y asistencia libre a ellas. Todo esto debía estar cimentado por la formación de “consejos de estudiantes para que realicen estas aspiraciones, con independencia absoluta de toda tutela oficial” (citado en Cuneo, s/f: 65). En verdad, la reforma universitaria fue el foco de muchas de sus acciones5: en algunos casos por depuración del profesorado o por cambios de pensum en carreras específicas, especialmente técnicas. En otros casos los cambios exigidos tenían que ver con la organización de las facultades o el nombramiento de directivas de los centros universitarios.

“En esa época, el movimiento estudiantil tuvo mucho eco en la gran prensa, y algunos de sus dirigentes escribieron editoriales en ella, como Luis Tejada y José Mar en El Espectador o Germán Arciniegas en El Tiempo” Pero, como decíamos, en estos debates académicos de los años veinte los estudiantes bordeaban la política, máxime en los estertores de la Hegemonía Conservadora. El sólo pedir que al lado de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús –costumbre que se impuso en el país a comienzos del siglo XX– se pusiera en el paraninfo de la Universidad de Antioquia la del patricio liberal Fidel Cano, como ocurrió en 1921, o que no se obligara a los estudiantes a ir a misa diaria, como sucedió en la Universidad del Cauca en 1926, era considerado por las autoridades como un acto de desafío al orden vigente. Por tanto, es entendible que la respuesta estudiantil haya sido beligerante y que en el tercer congreso en Ibagué se haya proclamado el “derecho sagrado a la insurrección” (Flórez, 1995: 133). Y siempre estos temas estuvieron matizados por una proyección continental, como se manifestó desde el primer encuentro nacional cuando se proclamó al intelectual mexicano José Vasconcelos “maestro de la juventud colombiana”6. En el segundo congreso se hizo una declaración en la que constaba que “en el espíritu de la juventud colombiana subsiste vigorosamente el ideal de la unión de los Estados latinoamericanos en un conglomerado de naciones, con una política internacional uniforme y un espíritu de solidaridad defensiva […] [para realizar] el magno proyecto del Padre de la Libertad colombiana” (citada en Cuneo, s/f: 66). Y el tercero concluyó con una proclama antiimperialista mientras se denunció a la dictadura de Juan Vicente Gómez en la hermana república de Venezuela (Flórez, 1995: 132). En cuanto a las modalidades de protesta también hubo novedad, pues al lado de los paros y movilizaciones se acudió desde la negativa a responder lista en


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