Cruz del eje

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te hablar con él, Don Joseph, puesto que quiere vender maquinaria europea en la zona. —¿Maquinaria? ¿De qué tipo? —De la que seguro llamará su atención, Don Joseph—dijo Rade Colinas. tedes ya casi estamos prácticamente todos los invitados. Cuando Gorgonio empezó a excusarse por la ausencia de Ochandiano, el otro caballero español que esperaban acudiera a seph Louton levantó el mentón para ajustar las lentes a sus ojos y miró durante un momento indiscretamente largo a Colinas. Y éste, consciente de ello y un tanto asombrado, para no forzar el momento de incómoda inquisición, se dedicó a recorrer con la mirada a toda la concurrencia. Seguía notando Gorgonio la miRamos, quien se había distraído con otros invitados por un momento, para solicitarle ayuda en la tarea de aclimatación. Pero de repente —para su sorpresa— Colinas sí supo idenigual de hermosa, igual que la recordaba de la primera vez que la había visto en Buenos Aires. Allí estaba con todo su porte y ravillarse Colinas de lo pequeño que es el mundo a veces... Completamente vestida de blanco, reinaba con una total naturalidad. Aquella mujer reunía en sí magnetismo y saber hacer a cantidades idénticas, ya que atraía sobre ella las miradas de los hombres, al tiempo que la envidia sana —no la insana— de las mujeres. Aparte de inspirar en ellas las ganas de decir que era claramente tenía algo aquella mujer que las compelía a pensar que harían lo mismo de estar en su situación. No iba acompañada esta vez de Kinoto, su bajito marido, Director de Recorridos del Ferrocarril, a quien vieran en el Armenonville de Buenos Aires. Esta vez iba con Thomas Langston, según le llegó a decir Ramos después. — 165 —


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