Cruz del eje

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cientes del poder que tenían en sus manos ahora, con el salón lleno de ferroviarios de voluntad entregada. Tras media hora de debate, tan sólo habían conseguido aclarar el punto de partida. Ulovich se mostraba más creativo en la lluvia de ideas, pero Delledonne aportaba su gravedad y sentido común. —Los paros de dos horas son inútiles, porque sólo sirven para que nos las descuenten del salario semanal. Hay que obligar a Wilkinson a sentarse a hablar. Y eso es muy difícil —declaró Ulovich. —No le duelen las horas de retraso. Sólo habrá que trabajarsiente. Ya se sabe que está llamando gente de Buenos Aires y Córdoba para trabajar, pero para despedir a los que hagan huelga... —advirtió Yasante. Y continuó: —Con los paros sólo conseguimos eso, menos dinero y más conseguir que nos atiendan. Si llegan los trenes con la gente nueva, nos van a despedir a todos sin demoras. Todos sabían que había una causa principal para que la huelga no prosperase. Se trataba de la unidad de todos los trabajadores de la empresa. Pero ese era precisamente el toro que había que tomar por los cuernos. Había una parte de los trabajadores que no colaboraba en la lucha dado su carácter estatutario. Todos —Los maquinistas. La culpa la tienen los maquinistas. No nos acabar con las voces. —Sin ellos, esto no se para. Yasante era maquinista y sabía que era cierto, que sus compañeros, en su mayoría, gozaban de un estatuto diferente al del resto de los trabajadores de los ferrocarriles, lo cual les permitía encontrarse también en situación diferente. Era una herencia de cuando la empresa pertenecía en su totalidad a la Compañía Inglesa originaria. Hoy se hallaban en una situación extraña, dado — 134 —


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