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www.milenio.com 42 o Jueves 13 de septiembre de 2012

Jueves 13 de septiembre milenio de 2012 o 25

Cultura

Cultura

AGUA DE AZAR JORGE F. HERNÁNDEZ jfhdz@yahoo.com

El atardecer suspira SOLO NOS QUEDA el latido de la ausencia de Ernesto de la Peña, caballero andante de

todas las letras, habitante de libros, poeta de delicados versos y enciclopédico retratista de la rosa en todos sus pétalos

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e escucha un ligero manantial de cuerdas. Llevan un ritmo que palpita lentamente como sístole y diástole musical que precede al intercambio de miradas; se funden los alientos de un oboe y un fagot que en inglés se llama bassoon. Susana conversa con la Condesa Almaviva: pretenden escribirle a su marido el Conde una carta donde lo citan para un misterioso encuentro y así develar sus propensiones a la infidelidad. Las voces de las mujeres se entretejen como mirlos impalpables que llenan el ambiente con una dulzura traviesa sobre la brisa, cantan, cual pequeño Céfiro (dios griego del viento)… el atardecer suspirará… el atardecer suspirará bajo los pinos del breve bosque… y concuerdan las damas en que el resto del mensaje será perfectamente comprendido por el Conde. Con libreto escrito por el gran Lorenzo da Ponte, la música de un tal Wolfgang Amadeus Mozart eleva la sensibilidad de todo aquel que se deje hipnotizar por el infinito banquete de belleza que retumba en cada pasaje de esa ópera llamada en español Las bodas de Fígaro, continuación de El barbero de Sevilla. El párrafo anterior no se debe al sortilegio de oír el duettino donde se conjugan las voces de la Condesa Almaviva y la cándida Susana; se debe, por el contrario, al privilegio de escucharlas guiados los oídos por un sabio que hoy se vuelto inmortal. Ha fallecido en la Ciudad de México don Ernesto de la Peña, y cientos de radioescuchas y televidentes lloramos su ausencia con la sincera gratitud de sentirnos sus discípulos (o, por lo menos, alumnos semiatentos en lo que duraba el cambio de un semáforo): De la Peña es la voz tras bambalinas que nos enseñó que Céfiro no es una piedra para anillos, sino un dios griego cuyo nombre ya es sinónimo de brisa suave, y nos guiaba a lo largo de los enredos de un drama cómico, ópera bufa,

la crítica: ESPACIOS

ARTE IGNOTO

POR: LORENZO ROCHA

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explicando con bonhomía De la Peña dominaba 30 y erudición sin pizca lenguas, hablando con de pedantería cada fluidez un puñado de detalle en escena, idiomas; traductor de la etimología del los Evangelios canófagot y el perfil del nicos y apócrifos, era mentiroso o tirano. un faro de lucidez en La radio se volvía cualesquier laberintos visual, cualquier sillón de teología, religiones o todo despistado al y mística, siendo un volante se hallaba iluminado agnóstico de pronto sentado que hoy mismo ya en directo desde el conoce el misterio de Metropolitan Opera las pocas luces que House de Manhattan, permanecen incanal lado del genio bondescentes en medio dadoso de barba blanca de la más fría oscuridad. y mejillas rojas infladas de Fue también un apasioEDUARDO SALGADO callada sabiduría. nado de la literatura universal Uno se preocupa por su salud, y con e intemporal, tanto como no se guardaba gratitud amanece los días alimentado por conocimientos de la más engrasada y petantos buenos deseos de quienes ayudan destre culturita del asfalto, el habla de las a levantarse el alma, y de pronto, sin avi- banquetas, los retruécanos del lenguaje so, llega la partida inevitable de alguien que alburean las conversaciones cotidiaentrañable. Apenas el jueves pasado, las nas como enredaderas vivas de palabras, aguas del azar celebraban el muy mereci- todas las palabras que le interesaban a De do otorgamiento del Premio Internacional la Peña como parte de un inmenso mural Menéndez Pelayo a D. Ernesto de la Peña, y policromado del sabio bondadoso que nació hoy solo nos queda el latido de su ausencia, en 1927 en este México que le reconoció diría Lezama Lima. Es un vacío grande, pues, su grandeza polifacética con el Premio como consta en el acta de ese premio, De Villaurrutia, el Nacional de Lingüística y la Peña tenía el perfil enciclopédico, polí- Literatura y el Alfonso Reyes a lo largo de glota, polígrafo y genial que más se parecía una vida cuya trayectoria ya pública es al propio Menéndez Pelayo; tanto monta, en realidad corta, porque De la Peña fue monta tanto el raro caso del premiado que autor publicado y conocido habiendo ya honra al premio que merece porque era dedicado muchos años a la sapiencia sin un caballero andante de todas las letras, reflectores, la lectura entre los estantes habitante de libros, traductor de todas de las bibliotecas, el placer de transfigurar las palabras, poeta de delicados versos y toda la música y en particular el universo enciclopédico retratista de la rosa en todos de la ópera en un espectáculo que se lleva sus pétalos… Pero, sobre todo, un hombre a cabo tras los telones de los párpados. bueno, de las mentes brillantes que tienen Hace ya más de una década, en ese ayer la deferencia de hacer que su interlocutor tan ayer en que mis hijos eran aún niños, se sintiera inteligente. se nos planteaba en pleno agosto el dilema

iempre me he preguntado por qué nos sentimos atraídos permanentemente por alguna obra de arte en particular. Por ejemplo, quizá he escuchado mil veces el Réquiem de Gabriel Fauré, pero no puedo decir que lo conozca enteramente, y cada cierto tiempo necesito escucharlo de nuevo. Así es el arte en general: no lo podemos conocer y simplemente después olvidarlo; aunque hayamos experimentado (visto/oído/tocado) la obra una o varias veces, necesitamos experimentarla de nuevo. Como decía el arquitecto estadunidense Louis Kahn: “La obra de arte es aquello que nos muestra que lo que hace el ser humano va más allá de lo que la naturaleza es capaz de hacer”. En relación a la percepción de la arquitectura, sucede un fenómeno aún más complejo, ya que respecto al arte edilicio se aplica más que en cualquier otro caso la máxima de Heráclito: “No se puede cruzar dos veces el mismo arroyo”. Quizá en la primera visita, un espacio nos deje indiferentes, pero ese mismo espacio nos puede emocionar en una segunda ocasión y disgustar en la tercera.

ESPECIAL

El Instituto Salk, en La Jolla, California.

El edificio siempre será el mismo, pero la luz siempre cambia y el estado de ánimo y sensibilidad del visitante son factores clave para el resultado emocional de su percepción, y a su vez ésta va más allá del conocimiento del objeto, creando lo que el filósofo francés Georges Didi-Huberman ha llamado “mirada dialéctica”. No tengo duda en afirmar que la obra arquitectónica que más me ha emocionado y siempre me ha causado un efecto distinto

existencial de una próxima Navidad incierta. Ni ellos ni yo teníamos idea de cómo podríamos estar juntos una Nochebuena más, y de cómo se decidiría por momios el decurso para la llegada de un año nuevo. Desayunábamos los tres en pleno agosto, y la sobremesa perfilaba como un suspiro que no sabíamos cómo indicaríamos meses después una nueva estrella para los Reyes Magos, ni si podríamos instalar una chimenea en un cuarto de hotel para Santa Claus. En eso entró al restaurante don Ernesto de la Peña, y a mis hijos se les iluminó el alma. Engañándolos con el no tan falso argumento de que yo lo conocía mejor que ellos y de que andaba de incógnito (“… ¡Pues claro!, ¡si no viene de rojo!”), me acerqué a saludarlo y le pregunté alguna babosada sobre el Evangelio de Marcos, y a él le divertía ver que, a lo lejos, mis hijos le hacían reverencias como si fuese un monarca o algún Conde de ópera en persona. Justifiqué todo el trance confiándole la gratitud de mi admiración y, de vuelta a la mesa, surgió sin querer la magia: Santi no se explicaba cómo el santo del Polo Norte me había confiado que le traería una bicicleta si aún ni escribía la carta con globo, y Bastián se comportó a la mesa como si fuese querubín de catálogo… y se nos concedió que cada Navidad estemos unidos, convencidos de que todo deseo se cumple, tal como pude confiarle años después al propio De la Peña, riéndose con sano humor, que decía que no era la única vez que alguien le recordara el parecido. Con sincera gratitud me despido por hoy de un sabio generoso que enseñó, con bondad e inteligencia, tantas perlas del saber a miles de personas con la lúcida guía de sus palabras en radio, televisión y tinta de párrafos que hoy mismo habrá que leer… para escribirle una carta cada diciembre y confirmarle que aquí suspira el atardecer. m

al anterior es el Instituto Salk, edificio construido por Louis Kahn en La Jolla (cerca de San Diego) en 1966. Lo he visitado en varias ocasiones y aún siento que es ignoto para mí: lo visitaría muchas veces más y estoy seguro de que siempre me provocará una emoción diferente. Este edificio me remite a la descripción que hizo en 1949 el pintor Barnett Newman acerca de la revelación que experimentó al visitar una ruina de adobe en Ohio. Newman afirma que entre estos “simples muros de barro” pudo constatar la “evidencia de la esencia del acto artístico, su perfecta simplicidad”. Pero las palabras del pintor se acercan aún más a la sensación que me ha provocado la experiencia de situarme en el patio del edificio de Kahn, mirando hacia el Océano Pacífico, cuando Newman describe su sensación de que “ahí es el espacio” donde no hay “nada que pueda ser expuesto en un museo, ni incluso fotografiado; es una obra de arte que no puede ni siquiera ser vista, solo puede ser experimentada en el lugar donde se encuentra”. m


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