Y así fue como finalmente volvieron a casa, dejando atrás la Vía Láctea y acariciando con los pies el amanecer. ¡Ya podían ver la casa de Sergio! Había llegado el momento de despedirse. —Tienes los ojos de color miel. El color de mis volcanes siempre me recordará a ti. Me encantará escuchar el pequeño rugido del viento en ellos; será como si estuvieras conmigo —le dijo el principito a Sergio.
Sergio y el principito se fundieron en un largo y cálido abrazo. Uno de esos que solo se pueden entender con el corazón.