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Editorial
Durante este mes seguimos viviendo el tiempo de Cuaresma, el cual precede a la celebración de la Pascua. Como ya se ha señalado, se trata de un tiempo valioso e importante en el que nos preparamos para el encuentro con Cristo, quien en la cruz reveló el amor de Dios por sus hijos y ganó la redención para todos en su Resurrección.
Los seres humanos tenemos impulsos que nos pueden llevar hacia el bien o hacia el mal. Los católicos consideramos que la raíz del pecado se encuentra en circunstancias externas, y el Catecismo de la Iglesia Católica señala que se halla en el corazón de cada persona (núm. 1853). Algunos son guiados por el egoísmo, se encierran en sí mismos y buscan imponerse al resto, lo que afecta su relación de equidad con los demás. Alrededor del mundo vemos que la gente padece diversos males, como la violencia y el enfrentamiento entre diferentes sectores de la sociedad; y nuestro país no es una excepción. Sin embargo, quienes nos consideramos discípulos de Jesús debemos siempre actuar de manera que la propia vida sea un testimonio directo de las enseñanzas de Jesús. De ahí que en este tiempo de Cuaresma se nos exhorte al recogimiento, a evaluar lo que hacemos para dar ejemplo, con nuestros actos, de los valores cristianos. Las prácticas tradicionales de la Cuaresma: ayuno, caridad, oración, además de ser un símbolo del compromiso de renovación de nuestra fe, son ideales para favorecer esta reflexión personal y nos impulsan a tener un estilo de vida a la manera de nuestro Salvador.
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Recordemos que Jesús es el Buen Pastor que guía a sus ovejas extraviadas hacia el camino divino; es el amigo que ofrece consuelo cuando sentimos que perdemos la esperanza. Él nos sostiene en la fe y nos conduce siempre hacia el bien, nos reconcilia con nuestro Padre y con todos los hermanos. Jesús nos acompaña en todo momento, sobre todo cuando procuramos el bien y trabajamos para construir un mundo mejor.