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Misioneros en Kenia

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Página del lector

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Misioneros en Kenia, a 15 mil km de distancia

Rosa María Becerril Gutiérrez, mla

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Kibera es el barrio marginal más grande de Kenia y uno de los más grandes a nivel mundial. Con un sinfín de problemas, en esta ocasión quiero compartir con los lectores de Almas una experiencia que llevó a una comunidad en México a ser misioneros a 15 mil km de distancia.

El problema del fuego

Con una superficie de 2.54 km² y una población calculada en más de un millón de personas, podemos entender fácilmente que el hacinamiento y las dificultades que de él se derivan, entre ellos la violencia, son una presencia constante en la vida de los habitantes de Kibera.

Uno de esos problemas son los incendios, los cuales, desafortunadamente, se dan con bastante frecuencia. Estos accidentes pueden generarse por algo tan simple como una conexión eléctrica clandestina, alguna fuga en las parrillas de gas o keroseno, un anafre que se cae sin que la familia se dé cuenta o por cualquier otra razón.

Muchas veces, cuando los vecinos se percatan de algún incendio empiezan a sacar sus escasas pertenencias para ponerlas a salvo y enseguida derriban sus casitas, a manera de cortafuego, ya que lo estrecho de la mayoría de las calles y callejones en Kibera complica el posible acceso de un camión de bomberos. Por ello es común que el paisaje urbano cambie de forma inesperada luego de algún incendio.

El incendio de 2019

La Parroquia de Cristo Rey no es ajena al sufrimiento que estos incidentes ocasionan, pues muchos de nuestros feligreses han perdido sus posesiones más de una vez a causa del fuego. A principios de mayo de 2019 hubo un incendio en la zona de Soweto, donde está ubicada una de nuestras subestaciones. Esa vez el fuego llegó hasta nuestra capilla, que entre semana funciona como jardín de niños, y destruyó por completo el área en que se encontraban una pequeña cocina, el cuarto donde vivía el vigilante, un salón y el almacén de la escuelita.

Por fortuna el incendio ocurrió en la noche y no hubo ninguna pérdida humana que lamentar, aunque perdimos todo el equipo de la escuela:

sillas, mesas, libros, útiles escolares, utensilios de la cocina y hasta la comida para el mes que empezaba (nuestros pequeños alumnos reciben cada día el desayuno y la comida en la escuela). La misma capilla, construida con paredes y techo de triplay y lámina de zinc, sufrió daños en la estructura de madera que la sostiene. Por supuesto, las clases se suspendieron. Además, las familias de muchos de nuestros alumnos habían perdido prácticamente todo. La parroquia coordinó las acciones necesarias para reiniciar actividades tan pronto como fuese posible, y cinco días después del incendio se celebró Misa en la Capilla; al día siguiente realizamos una reunión con los padres de familia para buscar la solución al problema que enfrentábamos.

Ese problema no era nada sencillo, se trataba de empezar (literalmente) desde el suelo, en una zona en la que los recursos económicos son bastante escasos; buscar ayuda con la misma gente que había sido afectada por tal incendio no resultaba sencillo. A pesar de ello, acordamos reanudar las clases lo antes posible, confiados en que la Providencia Divina se manifestaría por medios que aún desconocíamos.

Mi comunidad parroquial en México

En algún momento platiqué con mi familia acerca de la situación por la que estábamos pasando y la comunidad parroquial de la que formamos parte también lo supo. Mi párroco, el P. José David Martínez Rodríguez, ha sido siempre un apoyo muy grande en mi caminar como Misionera Laica Asociada; está pendiente, junto con la comunidad, de cómo vamos por acá, y sé de cierto que me tiene presente en sus oraciones.

Cuando supieron del problema por el que estábamos pasando se organizaron y de poquito en poquito se hizo una colecta para ayudarnos a recuperar lo que el fuego había arrebatado a nuestros cristianos de Soweto, especialmente a los niños. Junto con mi familia, generosamente hicieron llegar su ayuda a través de las oficinas de Misioneros de Guadalupe en la Ciudad de México, y pocas semanas después del incendio recibimos un donativo “para Kibera”. ¡Qué emoción recibir ese apoyo de parte de mi familia y de la parroquia! Mucho más que el dinero, que mucho nos ayudó a seguir caminando con la capilla y la escuelita, me entibió el corazón darme cuenta, una vez más, de la riqueza de mi comunidad, no en el aspecto material, sino en su generosidad.

Quiénes hacen la Misión

Gracias a ese acto generoso, recordé mucho una frase que se hace presente en torno al Domingo de Misiones: “La Misión se hace con los pies de quien va, con las rodillas de quien reza y con las manos (y el corazón) de quien ayuda”. Y aquí planteo una pregunta: ¿Quién es “más misionero”: el que va, el que reza o el que ayuda? La respuesta es sencilla: ¡Los tres son igualmente misioneros! Y cada uno complementa a los otros dos, porque la Misión se realiza a plenitud cuando hay pies, rodillas y corazones dispuestos a salir al encuentro del hermano. ¿Hacen falta pies en los caminos de evangelización? ¡Por supuesto! Pero ¿hasta dónde podrían llegar sin el apoyo de quien ora y la generosidad de quien ayuda? Pienso mucho en las caras y los corazones que conforman mi comunidad parroquial: personas a las que he conocido desde hace tantos años y que, no obstante la distancia, siguen presentes en mi camino; personas que desde su sencillez y generosidad abren el corazón para compartir su ser no sólo conmigo, sino especialmente con hermanos a los que quieren sin siquiera conocer personalmente, pero de cuyo sufrimiento se conduelen y al cual buscan paliar. ¡Gracias, muchas gracias al Padre José David Martínez Rodríguez y a la comunidad de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro! Gracias por su generosidad, por su testimonio que fortalece mi vocación misionera. Agradezco también a la comunidad de la Parroquia de la Divina Providencia y al P. Saúl Romero, pues de igual manera se solidarizaron con nuestra gente, con los niños de Kibera. ¡Dios los bendiga y, en su infinita bondad, recompense con creces lo que por amor a Él han hecho.

No cabe duda, queridos Padrinos y queridas Madrinas, que experiencias como estas nos demuestran que todos los que colaboran en la evangelización son misioneros. Al igual que las comunidades parroquiales que aportaron directamente para brindar su apoyo a la gente Kibera, ustedes también son, a 15 mil kilómetros de distancia, misioneros en Kenia.

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