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La fe en los niños y jóvenes

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Editorial

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La fe en los niños y jóvenes de Cuba

P. Francisco Flores Muñoz, mg

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Llegué a Cuba el 5 de septiembre del 2016. Después de unos días, me fue asignada una parroquia cuyo patrono es san Pablo, en el pueblo de Caraballo, donde no hubo párroco fijo durante 12 años.

Mi experiencia en este lugar ha sido una bendición de Dios, pues vivir la fe en un país comunista, con las limitaciones que eso conlleva en todos los niveles, es un gran reto, que nos invita a ser creativos para acercar el mensaje de nuestra fe a los niños y los jóvenes.

Fe escondida

Durante casi 60 años la fe tuvo que vivirse a escondidas y con una gran influencia de la santería y brujería. El sincretismo entre los cristianos y la religión afrocubana es evidente en diversos aspectos. La niñez y la juventud no fueron educadas en la fe ni en valores cristianos, sino en el ideario revolucionario. Pero en 1996, la visita del Santo Padre Juan Pablo ii logró que el gobierno permitiera mayores manifestaciones de fe cristia-

na: las Iglesias pudieron abrir sus puertas con más libertad y la gente pudo decir: “Sí, soy cristiano”, aunque todavía con cierto temor.

Otras realidades con las que nos encontramos con mucha frecuencia son la separación de los padres (que viven segundas o terceras relaciones), las madres solteras y la migración de unos de los cónyuges. Para la educación y formación de niños y adolescentes estas situaciones representan experiencias que los marcan, pues tienen que enfrentarse a la vida en medio de cambios constantes y desequilibrio emocional; de esta manera, las familias se forman con valores escasos.

Animar a niños y jóvenes en la fe

Mi prioridad desde que llegué a la parroquia ha sido atender a la niñez y animar a los pocos jóvenes que se acercan, para que, con la ayuda de los adultos, les brindemos una nueva esperanza de vida en la experiencia de Dios. Me siento contento porque cada día se acercan más niños que serán, espero en Dios, jóvenes con formación cristiana.

Soy consciente de que no puedo cambiar el sistema, pero sí puedo tocar los corazones de nuestros hermanos y darles esperanza. Ahora nuestras celebraciones se ven bendecidas por la presencia de niños y jóvenes que pueden celebrar cada uno de los sacramentos con libertad. Ellos son y serán el presente y el futuro de nuestra Iglesia en Cuba.

Debemos poner nuestra confianza en Dios para que la niñez y la juventud se realicen vocacionalmente, teniendo lo necesario en el país; para que se quiten de la mente la idea de que es necesario migrar para vivir dignamente. Dios, en su bendita misericordia, nos dé fuerza y luz para acompañar al pueblo cubano en esta caminata e infundir en ellos la esperanza de un futuro mejor. Que el Señor Jesús resucite y reanime a nuestros queridos hermanos de Cuba para que puedan experimentar la vida nueva que todo lo transforma y que nos libra del desánimo y la frustración. Nuestra presencia misionera en las diferentes comunidades del campo donde estamos ha de ser un signo de esperanza y solidaridad para nuestros hermanos de esta isla.

Vida MG En ocasión de mi año jubilar1

P. Felipe de Jesús Martínez Navarro, mg

Soy el padre Felipe de Jesús Martínez Navarro, mg. Nací en la ciudad de San Luis Potosí, en una familia numerosa; fuimos 15 hermanos: 13 hombres y dos mujeres. Mi papá era michoacano y mi madre era jalisciense, hija de general cristero y muy comprometida con Jesús y la Iglesia católica.

Soy misionero de Guadalupe y he dedicado mis 50 años de ministerio a la evangelización en diferentes partes del mundo. Viví en África 35 años; 25 en Kenia y 10 en Angola. También pasé dos años en la selva de Brasil, atendiendo 49 comunidades en el Amazonas. Ahora estoy en México, con residencia en Guadalajara, apoyando un poco las obras de restauración del Santuario del Desierto de la Virgen de Guadalupe en San Luis Potosí, de donde salí para representar a mi diócesis y a México en las Misiones extranjeras.

El día 28 de este mes, fiesta de San Agustín, espero en Dios cumplir 50 años de mi vida sacerdotal misionera, y no quiero que esta fecha pase desapercibida, por lo que he decidido compartir por escrito algunas de mis experiencias misioneras.

Historia de mi vocación misionera

Todos tenemos una historia y llega un momento en que tenemos que decidir cuál será nuestro camino en la vida. Dicen los expertos en la materia que todos contamos con tres elementos que influyen en nuestra identidad, y por lo tanto en nuestras decisiones. Una tercera parte la traemos en los genes, es herencia de nuestros padres, y se trata de nuestras inclinaciones, gustos, cualidades y, a veces, hasta el modo de hablar y de caminar.

Otra parte depende de nuestro entorno, lo que tomamos de los amigos, la escuela y la calle; todo lo que nos rodea, todas las circunstancias y personas que diariamente forman parte de nuestra vida. Y la tercera parte, la más importante, se compone de lo que decidimos nosotros, pues Dios nos dio la capacidad de ser libres y poder decidir. Este regalo puede hasta modificar la influencia de las otras dos partes.

Mi familia

La tercera parte que corresponde a mis genes tuvo siempre una carga religiosa profunda y convincente. Mi madre y mis abuelos maternos jugaron un papel muy importante en mi vida. Eran una familia comprometida con Dios. Mi abuela vestía permanentemente el hábito de la Virgen del Carmen,pues prometió hacerlo si mi abuelo lograba salir adelante de un fuerte accidente que sufrió.

Mi abuelo había sido cristero y recuerdo en particular una vez que lo acompañé al centro de San Luis Potosí y entramos al templo del Carmen. Me senté en una banca y estuve observando por largo tiempo su conducta, pues, hincado y con los brazos en cruz, platicaba con Dios. Ese momento fue para mí un testimonio grande de fe y triplicó mi convencimiento de amar a Dios y servir a mis semejantes. Mi madre fue una mujer de fe, con mucha iniciativa y espiritualidad muy sólida. Y mi padre fue un hombre de trabajo, responsable y constante. En la economía familiar hubo épocas buenas, regulares y malas, pero nunca nos faltó qué comer, y nos dieron la mejor educación posible.

Decisión

La tercera parte que corresponde al entorno reforzó mis inclinaciones por buscar en mi vida futura un compromiso que llenara mis aspiraciones de ayudar al prójimo y así me cuestioné sobre tres posibilidades: médico, para salvar vidas; abogado, para defender a los pobres, o sacerdote, que lo abarcaba todo, pero implicaba muchos sacrificios.

No fue fácil, pero decidí ser sacerdote, y desde los 12 años, cuando tomé esta decisión, nunca dudé de ello. Por supuesto que hubo momentos de duda, pero nunca consideré seriamente echarme para atrás. Ingresé al Seminario Menor de San Luis Potosí y pasé luego al Seminario Mayor. Terminé mis estudios de Filosofía, empecé el primer año de Teología y posteriormente quise dar un brinco más alto: dejar a mi familia, mi tierra, y continuar mis estudios de Teología en la Ciudad de México, para prepararme a ser un sacerdote misionero.

Misionero

La tercera parte que conformó mi identidad para toda la vida nació mientras estudiaba en el Seminario Conciliar

de San Luis Potosí, y cuando cursaba Filosofía decidí irme hasta los últimos rincones de la tierra y no ponerle condiciones a Cristo.

Desde el Seminario Menor, la imagen de la Virgen de Guadalupe en la capilla me inspiraba a compartir con ella mis ilusiones y planes futuros. Mi director espiritual me acompañó y aconsejó siempre sobre estos deseos y durante toda mi formación filosófica fui reafirmando mi convicción de ser un sacerdote misionero.

Posteriormente también recibí apoyo del rector del seminario y del obispo de la diócesis. El día que recibí la autorización para ingresar al Seminario de Misiones, agradecí a la Virgen de Guadalupe y corrí a dar la noticia a mis papás, compañeros y amigos. Esa misma semana estaba yo en la Ciudad de México, y continuaba mis estudios de Teología en el Colegio Máximo de Cristo Rey, con los sacerdotes jesuitas. Tras cuatro años de estudios teológicos, un año de noviciado y otro año como maestro en el Seminario de Tula, había culminado mi formación y el 28 de octubre de 1971 recibí la unción sacerdotal de manos de Mons. Estanislao Alcaraz y Figueroa, en la Parroquia de san Miguelito, en la ciudad de San Luis Potosí.

Una espera más

Aunque en el momento de ser ordenado ya estaba listo para partir a tierras de Misión, mis Superiores me pidieron dos años de trabajo en México para promover las vocaciones misioneras. Así pasé un año en la Ciudad de México y otro en Guadalajara. Finalmente, en mayo de 1972 me nombraron para apoyar a los Misioneros de Guadalupe en Kenia, África. Pocos meses después se cumplió mi deseo de dedicar mi vida en lugares más lejanos, sirviendo a los más olvidados y necesitados. ¡Gracias, Virgencita de Guadalupe, por todos estos años de bendecido sacerdocio!

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