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Voz del seminario

Un encuentro con Cristo sufriente

en los hospitales

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S. Fulgencio Ochoa Reyes

“Te amo, Señor. Eres mi fuerza, mi fortaleza, mi liberación. Eres, Dios, mi roca en la que encuentro mi refugio” (Sal 18).

Hace algunos años, tuve la oportunidad de realizar el apostolado apoyando a la pastoral de la salud, éste consistió en hacer acompañamiento a los enfermos en dos hospitales: el issste y el Hospital General, ubicados en Tijuana, Baja California. Este acontecimiento, fue una de las experiencias que he valorado mucho durante mi caminar misionero y que, además, influyó mucho en mi vocación, pues me permitió ser un instrumento del Espíritu Santo en el que pude ver el rostro sufriente de Cristo en los enfermos a través de los acompañamientos en los hospitales.

Escuché muchas historias, alegres y tristes, me sentí interpelado por aquellas personas que se encontraban solas y abandonadas porque no tenían algún familiar o amistad que les asistiera en momentos muy críticos de sus

vidas; compartí y recibí alegría del amor y misericordia de Dios presentes en medio del dolor y sufrimientos. También, tuve una bonita convivencia con el personal de salud.

En situaciones concretas, aprendí a entablar diálogo y respeto con personas de diversas denominaciones religiosas; aprendí a ser empático y no mirar a los enfermos con lástima, ya que iba a motivarles y a animarlos a poner su fe en Dios. Algunas veces sentí el rechazo de parte de algunas personas que decían no ser creyentes de Dios o de la fe católica. Siempre, era consciente de que no podía transgredir su libertad de decidir si querían un acompañamiento: algunas veces, era providencial que, aunque ellos no quisieran escuchar alguna oración propia para enfermos o algún pasaje bíblico, pasaba que el enfermo de al lado decía sí a ese momento de encuentro con Dios, lo que algunas veces hacia que personas que al comienzo se negaban, después me llamaran para acompañarlas.

De cierta forma, Jesús me enseñó a transmitir el lenguaje del amor en esas experiencias; Él nunca hizo distinciones con nadie cuando transmitía sus enseñanzas. Estar abierto a estas vivencias implicaba contemplar, buscar la unidad en el Cristo sufriente, solo, angustiado, enojado, triste, alegre, etcétera.

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