Para que algo nazca, algo se tiene que romper, y este enlace entre la vida y la muerte es lo que distingue a ambos movimientos. Por las características de Mé xico, el estridentismo tenía forzosamente que ser una explosión urbana de encuentro con la civilización; mientras, la antropofagia brasileña, concebida a partir de una ciudad que el tiempo consagraría como el cen tro industrial de nuestra América, iría al encuentro de las raíces, deglutiendo en lo primitivo las complejida des heredadas o, mejor, impuestas por la colonización. Los liga la herencia aceptada de Europa, a la manera inocente o maligna de la consagración infantil (dadá) o de los abismos oníricos (surrealismo) que, en el Bra sil, se reparten entre Tarsila, Oswald, Raul Bopp y Murilo Mendes. Y más aún, los contemporáneos mexicanos también coinciden con nuestros poetas de la fase “heroica” o de formación; y las temáticas de Drummond, Cassiano Ricardo, Cecília Meireles etc., encuentran correspon dencias admirables allá. Y todavía, coincidiendo, ya en nuestros días, con el constructivismo deflagrado a par tir de 1945, se suceden los textos, acá y allá, como si fue ra un diálogo de sordos pero entre primos hermanos. Valdría despertar la curiosidad de los investigadores pi diéndoles que procurasen conocer a Ramón López Ve larde o a José Emilio Pacheco, para sentir cómo ellos podrían haber escrito en portugués, realizando aquí, sin perjuicio de la categoría lírica, el tránsito del siglo xix al xx, como lo hizo Ribeiro Couto, hasta lo coti diano y la protesta según la inquietud posterior de Lêdo Ivo. Y si miramos atrás, llega la mención de Sor Juana Inés de la Cruz o de Gregório de Matos. La gente aho ra entiende por qué los enlatados de la tv, ligándolos, tratan de separarnos; pues nuestro trazo de unión (o raya) son nuestras diferencias. Similares. Diría además que lo que se diga para México vale para toda América, yo poeta | josé santiago naud
sin excluir siquiera a Canadá y Estados Unidos, siem pre que nuestra atención no se distraiga de lo que es auténticamente cultural. Entre tanto, en lo que concierne al mundo abajo del Río Grande o Río Bravo, urge instalar en el empo brecido y escuálido currículo nacional, más que una cátedra, la residencia de nuestra comunidad continen tal. Por zonas, el Plata o los Andes, el Caribe, el Istmo o la Parte Ecuatorial, desde Jalisco (¡no te rajes!) a la Pa tagonia, todo ha de converger en el corazón del Brasil. Y no sólo en el corazón, también en el cerebro y en la entraña. Podemos honrar la Trinidad, que forma parte antigua de nuestras devociones, sin menosprecio de la Trimurti oriental, según los valores de la Tríada, que la física actual, más inclinada al número que al expe rimento, comienza a comprender entre el yin y el yang. Pues esto somos, los desheredados de América, más allá de nuestras venas abiertas, la mágica posibilidad complementaria de reunir macho y hembra en un glo bo perfecto o círculo de luz. Lo supo y lo sabe —por que siempre lo supo— la Poesía. No quiero hacer ahora un rosario de nombres, ni me fastidia cualquier lista biográfica. Pero cuando sa cudamos nuestra pereza o nuestra desconsideración, el paraíso de nuestra ignorancia será compensado con el tejido orgánico de nuestro acto o de nuestra inspira ción, que así incluirá totalmente, como la piel envuel ve el cuerpo, el aticismo barroco de un Franz Tamayo, en Bolivia, y los atomismos parnasianos de los herma nos Campos, en Brasil. Neruda, Vallejo, Parra, Huido bro, Carranza, Cardenal, Borges, Benedetti o Paz, son eminencias evidentes, pero no estarán solos. Nosotros, los brasileños, por ejemplo, nos sorprenderíamos si com parásemos la evolución de Rogelio Sinán con el des pliegue de nuestro modernismo, y lo consideráramos en la tela de la poesía panameña, tan firme y esplendo