Creo no hace falta anticipar la moraleja y destripar el misterio oculto que desvela una lectura hermenéutica del mito de la encarnación del hijo de dios como Logos: «Porque, en realidad —como aseguraba Joseph Campbell— Dios no se hacía hombre [ni divinizaba y adoptaba a un ser humano]; sino que el hombre, el propio mundo, se sabía divino; de cuya experiencia [antropológica] se derivaba un campo de inagotable profundidad espiritual». Luego, cada cultura vestía y coloreaba el mito con el discurso narrativo que consideraba más oportuno, usando siempre los elementos propios de una tradición determinada. Por supuesto, el pagano Celso fue uno de los primeros en escandalizarse ante literalidad con que algunos cristianos de su tiempo, al igual que los cristianos de ahora, leían y leen el mito de la encarnación del hijo de dios: un fragmento de divinidad, en realidad, contenido en el «si-mismo» de los hombres, según Jung.