Mientras las princesas duermen

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circunstancias han cambiado enormemente. Hoy estoy aquí para anunciaros algo mucho más trascendental. Mi esposa está encinta. Oí gritos ahogados a mi derecha procedentes de las damas de la corte. Miré a la reina Lenore, que había bajado cabeza con modestia. ¿Encinta? Llevaba meses a su servicio y no sabía nada al respecto. Los pensamientos se me agolpaban en la mente, una mezcla de alegría ante la noticia y dolor por que no hubiera confiado lo bastante en mí para revelármelo. Poco a poco empezó a extenderse un sonido por toda la estancia. Primero unos pocos aplausos, luego murmullos que se hicieron cada vez más fuertes hasta convertirse en un eufórico grito al unísono. La ola del sonido alcanzó una gran altura llenando el salón. El rey se levantó de su trono, disfrutando del regocijo general, y alzó las manos pidiendo silencio. —Mi esposa y yo os agradecemos vuestros buenos deseos. Para celebrar tan feliz nueva, invitamos a los miembros de la corte a unirse a nuestras plegarias en la capilla. No podemos dejar pasar este día sin dar las gracias al autor de este milagro. Después del oficio religioso estáis todos invitados al banquete que se servirá en la gran sala. ¡Os prometo que hoy nuestros cocineros se han superado! Hubo más aplausos y la multitud se abrió para dejar paso al rey y la reina. Me descubrí volviéndome hacia el príncipe Bowen, que seguía sentado totalmente inmóvil, con los labios apretados en una línea tensa. Aunque era un gran alivio saber que pronto se marcharía del castillo, al ver su mirada iracunda me estremecí. Me volví, alterada, y sorprendí a Millicent con una sonrisa de autosatisfacción. De pronto lo comprendí. Ella sabía que la reina estaba encinta y que tendría lugar ese anuncio. Ciega a las formas en que la sed de poder puede atrapar a un hombre obcecado, yo no podía comprender por qué el rey Ranolf querría humillar públicamente a su propio hermano. El rey había proclamado su dominio, pero se había creado un enemigo peligroso. Uno que jamás olvidaría el agravio cometido contra él. Me reuní con el resto de la corte en la capilla, donde recité mudamente las palabras de acción de gracias mientras me daba vueltas la cabeza. Sentada justo detrás de la reina Lenore, viéndole inclinar la cabeza al rezar, no pude evitar sentirme traicionada. ¿Cómo podía habérseme escapado el estado de mi señora? ¿Y por qué ella no me lo había comunicado? Cuando la reina pidió permiso para retirarse al término de las plegarias, el rey la despidió con un beso en la frente. De nuevo solas en sus aposentos del piso superior, me coloqué detrás de ella para desabrocharle la capa, consciente de que era mi deber ocultar mi dolor en aras de su felicidad, y la felicité por la buena noticia. La reina Lenore levantó las manos y me asió las mías. —Gracias, Elise. —Su voz sonó tan afectuosa y su gratitud me pareció tan genuina que mi pueril enfado se desvaneció—. No sabes lo difícil que ha sido guardar silencio. Pero me he llevado tantos chascos que no quería dar falsas esperanzas hasta no estar completamente segura. Isla y yo incluso le ocultamos la noticia al rey, hasta que el regreso de Bowen no me dejó otra salida. Isla. Seguro que ella sabía hacía meses que su señora no necesitaba utilizar paños femeninos. Su secreto compartido era una prueba más del vínculo que las unía, un vínculo que yo no aspiraba a reemplazar cuando Isla estuviera casada. Casada con un criado del príncipe Bowen. —¡Isla! —exclamé de pronto—. ¿Qué hará ella? La reina Lenore me miró con tristeza. —Ha seguido a su futuro marido, como he insistido en que hiciera. Tenía el equipaje listo en caso de que fuera precipitada la partida. Isla no celebraría su boda en el castillo, ni podría despedirse con calma de la mujer que había sido su señora y su amiga. Mi anterior rival había marchado, dejándome sola para atender todas


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