Mientras las princesas duermen

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de sus hijos en el cementerio de la iglesia. Yo nunca había asistido a un funeral y solo retrospectivamente caí en la cuenta de que el sacerdote celebró el rito más rápido que existía, seguramente porque mi padre había escatimado en el precio. Pese a lo precipitado de la ceremonia, noté cómo por un instante se aligeraba el peso de mi aflicción, como si Dios mismo me apremiara para que me desembarazara de ella. Mi madre y mis hermanos habían sido recibidos con los brazos abiertos en el cielo. Su sufrimiento había cesado. A la mañana siguiente, cuando el amanecer empezó a arrinconar la oscuridad, bajé del altillo y pasé de puntillas por delante de mi padre, que roncaba en su cama. Recogí del suelo el hatillo donde había metido las pocas posesiones que tenía: una camisa, un par de calzas de invierno, unas agujas de tejer y un poco de hilo, y una hogaza de pan. Con cuidado abrí la cómoda que contenía la ropa de mis padres y saqué el mejor vestido de mi madre, el que reservaba para los domingos. Con los años se había gastado y ensuciado, quedando así marcado para siempre como una prenda de campesina. Aun así la tela era de mejor calidad que la de mi ropa raída, de modo que me lo puse. Oí un revuelo de paja a mis espaldas y vi la cabeza de Nairn asomada por el altillo. Le sonreí, pero él se limitó a asentir sombrío antes de volverse. Después de las pérdidas que había sufrido, quizá ya no era capaz de aunar la voluntad para llorar mi ausencia. Esa fue la despedida del único hogar que yo había conocido. Dirigí mis pasos hacia el camino de carro que conducía al pueblo; la atracción de lo que me aguardaba era más poderosa que el miedo. ¿De dónde saqué las fuerzas para avanzar paso a paso hacia lo desconocido, sola y desprotegida? Hoy día aún no me explico por qué puse mis miras tan obstinadamente en el castillo. Lo único que puedo decir es que oí una llamada, nunca sabré si fruto de la tentación diabólica o de la voluntad divina. ¿O sí lo sé? ¿Es posible que, en su búsqueda de un acólito, Millicent realizara una llamada que solo yo fui capaz de oír, una llamada que no pude resistirme a responder? Sería una locura creer tal cosa. Pero ¿cómo explicar si no la certeza inexorable que me impulsó a seguir adelante? Todas las grandes leyendas son en el fondo un cuento sobre la inocencia perdida, y tal vez fuera ese el papel que yo estaba destinada a desempeñar. Ignoraba las opciones que el destino me tenía reservadas, de las cuales unas me elevarían a alturas que jamás imaginé y otras me inundarían el corazón de una desazón que me duraría hasta el día de hoy.


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