La venganza de Hera

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LA VENGANZA DE HERA

“El día que se entere se arrepentirá. Mil doncellas fueron muchas y miles de hombres también lo serán. Si son romanos o son griegos eso a mí me dará igual, otros dioses o humanos eso no me importará.”

Muchas son las historias sobre Zeus y sus amores, pero nunca nadie ha pensado en Hera y sus temores. Diosa del matrimonio, fina y con decoro, no esperaba que Zeus fuera tan libertino mientras era su marido.

Los rumores no cesaban y en el Olimpo siempre se hablaba de Zeus y sus cincuenta formas sobrehumanas para seducir y conseguir más damas. Siempre dulce y comedida, Hera harta decidió un día que si él podía, ella también lo haría.

Una nota dejó en su alcoba y hambrienta de venganza cambió su forma a la de una bella humana con cabello de oro para seducir a toda Troya. Apolo con su lira, Poseidón en los mares, Ares en la tierra y Helios desde el sol no pudieron aguantar y sucumbieron a la tentación. Cayeron en las manos de esa bella mujer, sin esperar que fuera la esposa del gran Dios que de lejos los veía caer Desde Dioses griegos hasta gente del mar, ninguno logró descubrir que Hera se encontraba bajo el disfraz. Con lujuria y pasión, se embaucaron con fascinación en ese juego bajo sábanas sin saber las consecuencias que en el Olimpo les esperaba.

Tras dos semanas de aventuras y diez hombres con los que hacer locuras, la diosa despertó para encontrarse en la entrada a todos maniatados y con terror en sus caras.

Roto de dolor, Zeus la miró y con hipocresía le preguntó cómo podía haberlo hecho estando con él, rey de los cielos.

Una cínica sonrisa se dibujó en la cara de la chica, y se excusó con la verdad: solo había acabado lo que él empezó, y solo ahora sabe el daño que le causó. No podía comparar a diez con millones.

El Olimpo entero los miraba, pero el matrimonio sólo tenía ojos para el otro.

El orgullo roto de Zeus, la dulce sonrisa de Hera.

Por fin el gran Dios experimentaba la vergüenza que ella vivió cuando se casó con él tras ser violada. Hera sabía perfectamente que su esposo sería la comidilla del Olimpo, y no podía sentirse más orgullosa.

Al final iba a ser verdad: la dulce venganza siempre sabe mejor con tres hurras delante.

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