Revista "Reflexiones en torno a la danza (05)"

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Espectáculo: El caso Kuleshov, de Lanònima Imperial Foto: Juan Carlos García

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intercambiables» con pocas diferencias entre ellas en cuanto a la estética que adopta la danza y, en general, el resto de las artes. Arthur Rosenfeld, de Meekers Uitsgesproken Dans, tampoco cree en las identidades nacionales de la danza, ni en las de sus creadores, que deberían disponer de un «pasaporte de bailarín». Rosenfeld sostiene que hay tendencias y modas, pero en ningún caso nacionalidades. Parece, por lo tanto, que la opinión generalizada es la que defiende unos orígenes geográficos concretos de la danza tradicional, pero a la vez tiene en cuenta la evolución permanente de las formas artísticas de la contemporánea, hasta el punto de que la nacionalidad llega a borrarse como marca inherente en las creaciones. ¿Hablaríamos entonces de estilos, aunque evidentemente con peculiaridades territoriales —como mínimo en el origen—, más que propiamente de nacionalidades? ¿O tal vez de modas? Muchos coreógrafos coinciden en el hecho de que efectivamente se baila según modas e influencias temporales. Contact, release, danza-teatro... Actualmente son numerosas las clasificaciones, pero a la vez es complicado situar en ellas las diferentes coreografías, incluso para los propios creadores. Ahora bien, ¿tiene algún sentido hacerlo? Maria Rovira considera que, en general, las clasificaciones son contraproducentes. «En Cataluña se tiende a clasificarlo absolutamente todo. Creo que nos divierte inventar nombres nuevos». Y, según Rovira, cuando se etiqueta excesivamente, se dibujan unas barreras que dificultan la creación artística. Son, pues, barreras, fronteras trazadas con el propósito de diferenciar estilos y territorios, pero que en ningún caso acaban de convencer demasiado a los coreógrafos. ¿Resulta entonces que los espectadores y críticos estamos demasiado empeñados en poner etiquetas en cuanto a estilos y procedencias de la danza? El peso de las políticas culturales y la formación de un público Más allá de las identidades nacionales o culturales, muy a menudo hay factores económicos que afectan directamente las creaciones. No es de extrañar que los países con más subvenciones y apoyo a la danza sean precisamente los que disponen de más compañías y, a la vez, los que tienen más público interesado en la materia. Juan Carlos García

está convencido de que la diferencia se encuentra en los mecanismos de producción de las compañías de danza y no tanto en las identidades nacionales. En este sentido, la política cultural que sigue un país es el elemento clave que ha hecho que en países como Alemania surjan grandes coreógrafos y que ciudades de veinte mil o treinta mil habitantes tengan su propia compañía. Es una opinión que también comparten Ana Teixidó y Arthur Rosenfeld, de Meekers Uitsgesproken Dans. Ambos bailarines y coreógrafos destacan sobre todo el caso paradigmático de Holanda, donde hay un gran reconocimiento de la danza contemporánea con varias compañías estables, como la Nederlands Dans Theater, que hace poco que ha cumplido cincuenta años. De hecho, Holanda ha sido el país más valorado por la mayoría de los entrevistados. Después de Holanda, inmediatamente después Bélgica y en menor medida Alemania, el Reino Unido e Israel se apuntan, según los entrevistados, como los territorios de danza contemporánea por excelencia. Hay, sin embargo, quien no olvida el papel de Estados Unidos como origen de la llamada modern dance. Jacques Baril apunta que la danza contemporánea es un «fenómeno esencialmente norteamericano» (Barril, 1987, p. 434). Nombres como los de Marta Graham, José Limon y Merce Cunningham siempre se recordarán entre los pioneros americanos de la danza y, concretamente, del lenguaje coreográfico moderno. Maria Rovira es una gran admiradora de las compañías norteamericanas y del American Dance Festival, donde trabajó durante cinco años. De Estados Unidos destaca sobre todo la facilidad y la apertura presentes entre las diferentes compañías y la capacidad de crear piezas conjuntamente. Sin duda, Nueva York es, para la coreógrafa catalana, el centro indiscutible de creación y mestizaje de estilos. Rovira, sin embargo, también hace una mención especial de Lyon, ciudad francesa que, gracias a la iniciativa de La Maison de la Danse, ha conseguido convertirse en un referente mundial para la danza contemporánea. El peso de las políticas culturales (muy especialmente el de formación y desarrollo de públicos) es decisivo para el establecimiento de una cultura de la danza. «La reacción del público y el nivel de comprensión y satisfacción respecto a la danza van muy unidos a la experiencia cultural previa del espectador», sostiene Thomas Noone. De hecho, Paul Bourcier


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