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ALEJANDRA MOYA DÍAZ PÁGINA
una moneda de barro. No te detengas. Andrés reúne las astillas, Anekke descorcha el vino, Bernardo hace recuerdos de la nieve, tu gato regresa a ronronear trayéndonos un conejo muerto.
Prendamos el horno antes que todo se desvanezca; resopla, viejo dragón chino en medio de los avellanos, lanza chispas, aturde a los abejorros, que en el tambor de fuego ya se atisba el cristal.
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Y que nadie diga una palabra, somos, no somos,
¿y qué importa?
Estamos, y ya no estamos.
ALEJANDRA MOYA DÍAZ (1991)
UNA CHICA MAULINA QUE PODRÍA SER LA PROTAGONISTA MÁS TRISTE DE UN CUENTO DE MARIANO LATORRE,
hoy mujer mayor, de espalda corva y labios partidos, la piel curtida en el ceño fruncido, y su aflicción por terminar lo que le queda por picar de chacra.
SABE QUE HA DESARROLLADO UN CÁNCER A LA PIEL,
rucia de campo, tostada por la sal de mar y el sol quemante de los rulos de los valles de la costa maulina, le ha dado trabajo eso de la comezón, y guarda en sus ungüentos, secretos ancestrales para tratar diversos males.
SU HIJO, EL MÁS JOVEN DE LOS TRES VARONES QUE PARIÓ EN SU VIDA,
se colgó en la higuera hace unos días, árbol del cual aún pende la cuerda que conserva la transmisión holográfica, del último aliento de una vida arrancada de cuajo.