Suplemento Santa Fe en el Bicentenario

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Santa Fe en el Bicentenario

Rosario Express convocó a diez calificados historiadores para rendir un homenaje al Bicentenario de la Patria. El material que sigue fue ordenado en forma cronológica, para facilitar la ubicación temporal del lector en la interpretación de hechos históricos que no sólo dieron origen e identidad a nuestra provincia, sino que contribuyeron fundamentalmente en la conformación institucional de la República Argentina.


SANTA FE EN EL BICENTENARIO

DIRECCION EDITORIAL Oscar Bertone

COORDINACIÓN GENERAL

Marcelo Móttola - Danisa Primo

ILUSTRACIONES Marcelo Móttola

ARTE Y DISEÑO EDITORIAL Marcelo Rizzi

HISTORIADORES CONSULTADOS Darío Barriera Darío G. Barriera es Licenciado en Historia por la UNR y Doctor en Historia por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, Francia. Profesor Titular de la Cátedra de Historia de América Colonial en la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR. Director del Centro de Estudios de Historia Social de la Justicia y el Gobierno. Investigador Independiente del CONICET. Desde 1996 dirige la Revista Prohistoria. Autor del libro “Abrir puertas a la tierra. Microanálisis de la construcción de un espacio político (Santa Fe, 1573-1640)” Por este libro recibió el Premio de la Academia Nacional de la Historia, al mejor libro de Historia Argentina editado durante el bienio 2013-2014. Marta Bonaudo Doctora en historia por la Facultad de Letras y Ciencias Humanas. Universidad de Aix‑en‑Provence. Marsella, Francia. Profesora Titular de Historia Argentina II. Investigador Principal, CONICET. Área de investigación, Historia social y cultural de la política, siglo XIX y XX. Directora de la UER ISHIRCONICET/UNR. Dirigió las publicaciones: “Instituciones conflictos e identidades. De lo nacional a lo local”. Rosario, Prohistoria, Tomo II y el Tomo IV de Nueva Historia Argentina, “Liberalismo, Estado y Orden Burgués (1852-1880)”, entre otras. Miriam Moriconi Doctora en Historia CEHISO (UNR) - Grupo Religio (Instituto Ravignani-UBA) Prof. Titular de Historia Moderna en la Universidad Nacional de Rosario y en la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Autora de: Política, piedad y jurisdicción. Cultura jurisdiccional en la Monarquía Hispánica (siglos XVI-XVIII), Prohistoria, 2011. Mariano Ignacio Medina Profesor de Historia de Nivel Medio y Director de Museo Histórico Provincial de Santa Fe “Brig. Gral. Estanislao López”, dependiente del Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe. Trabajos de investigación sobre historia local y regional. Sonia Tedeschi Doctora en Historia. Profesional Principal (CONICET). Docente Investigadora (Facultad de Humanidades y Cs., UNL). Especialidad: Historia

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política rioplatense primera mitad del siglo XIX. Historiografía regional. Adriana Milano Docente auxiliar primera categoría cátedra Historia de Europa III (Moderna), Facultad de Humanidades y Artes, UNR Marcelo Móttola Licenciado en historia por la Universidad Nacional de Rosario. Docente del ProUApAM, UNR. Ilustrador. Griselda Beatriz Tarragó Profesora y Licenciada en Historia por la UNR, ha obtenido el Título en Estudios Avanzados por la Facultad de Filología y Geografía e Historia en la Universidad del País Vasco (España) y es Doctora en Historia por la Universidad de Milán (Italia). Coordinadora General del Museo de Historia Regional de la ciudad de San Lorenzo. Desde el año 1987 y hasta la actualidad forma parte y dirige equipos de investigación en Argentina y España sobre historia social y política del Río de la Plata en el periodo colonial e independiente y es autora de numerosas publicaciones nacionales e internacionales. Adriana Cristina Crolla Magister en Docencia universitaria. Profesora de Letras y de Italiano en la UNL y en la UADER. Directora del Centro de Estudios Comparados y de su revista El hilo de la fábula (FHUC-UNL); del Portal Virtual de la Memoria Gringa –www. fhuc.unl. edu.ar/portalgringo. Especialista en italianística e inmigración italiana, traducción y estudios comparados. Autora de varios libros sobre su especialidad. En 2015 el Presidente de la República Italiana la ha distinguido con la Orden de “Cavaliere dell´Ordine della Stella d´Italia”. Miguel A. De Marco (h) Doctor en Historia. Investigador del Conicet. Docente UBA-USAL. Director del Núcleo de Estudios Históricos de las Ciudades Portuarias Regionales (IDEHESI-Nodo IH), y de la revista “Rosario, su historia y región”. Miembro de la Academia Nacional de la Historia, y de las Juntas de Historia de Santa Fe y Rosario.


Los ecos de la historia

v

arios hechos hicieron de la provincia de Santa Fe un

la derrota de Napoleón a finales de 1813. Ni que decir del aporte institucional para

territorio determinante de la

la conformación de una república federal.

conformación institucional

Hay una coherencia histórica entre el Esta-

de la República Argentina.

tuto Provisorio que hace redactar Estanislao

Localismos aparte, nuestro territorio fue

López en 1819, primer texto constitucional

escenario, en Puerto Gaboto, en 1527, del pri-

que vio la luz en Argentina, los pactos federa-

mer intento de radicación europea en lo que

les forjados a sangre y fuego desde Santa Fe, y

después fue el Virreinato del Río de la Plata.

la Constitución de 1853 que nos rige.

En Cayastá, 45 años después, se fundaba

Hubo una primera ley de matrimonio

la primera ciudad que prosperó como tal en

civil en el país, y se puso en práctica en Santa

la zona del litoral argentino, núcleo produc-

Fe. También la primera iniciativa de instaurar

tivo del país. Con su Cabildo y su Rollo de la

la enseñanza laica y obligatoria. Y la funda-

Justicia, la existencia de Santa Fe precedió a

ción de un banco del Estado para financiar

la omnipresente Buenos Aires. No son hechos

a las empresas locales, el único del interior

anecdóticos ni casuales.

que emitía moneda nacional de curso legal,

La activa participación de los criollos

prohibiéndole esa potestad a un banco inglés.

santafesinos en la cruzada independentista

Y hubo una inmigración generosamente

dejó sus marcas en la creación de la Bandera

distribuida en nuestro territorio, y un Grito

nacional en Rosario y el bautismo de fuego

de Alcorta que le dio una fisonomía única a

del Ejército Argentino en San Lorenzo. Tanto

la explotación del campo argentino. Y tam-

Manuel Belgrano como José de San Martín

bién alguien que propuso darles a nuestros

fueron aquí no solamente hospedados con el

pueblos originarios el mismo status que a los

reconocimiento pleno de los vecinos de a pie.

colonos extranjeros.

Personalidades de su época, como el

Sin duda esta provincia, que celebró la in-

santafesino Francisco Candiotti o el rosarino

dependencia pero no envió delegados al Con-

Vicente Echevarría, contribuyeron material-

greso de Tucumán en 1816 porque no quería

mente en el sostén de los nacientes ejércitos

sujetarse al centralismo porteño, todavía tiene

nacionales. Aportaron dinero, cabalgaduras

mucho para decir y aportar en el acto perpe-

y logística, apostando, como diría Borges, “a

tuo de conformar la Patria que queremos.

ser lo que ignoraban: argentinos”, no sólo

“Santa Fe en el Bicentenario” es una

en aquellos primeros años inciertos de la

compilación de sucesos históricos cuyos ecos

“máscara de Fernando VII”. Lo siguieron

siguen resonando hoy como mandato his-

haciendo, confirmando su identidad nacional,

tórico, en la provincia probablemente más

cuando la excusa de recuperar el poder para

representativa, republicana y federal de las

los criollos en nombre del Rey cayó, junto con

que conforman el país. Localismos aparte.

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

Por las aguas de plata El fuerte de Sancti Spiritus, fue el primer asentamiento europeo estable en el río de la Plata, nombre éste que por entonces se usaba para llamar a un amplio territorio, de lo que hoy es nuestro país. Su promotor fue el navegante y cosmógrafo Sebastián Gaboto, quien erigió la fortaleza en la desembocadura del río Carcarañá, el 9 de junio de 1527, casi diez años antes de la primera fundación de Buenos Aires. Por Marcelo Móttola (*)

como especias, seda, metales preciosos y demás, que según se decía, abundaban por esas tierras. En su misión, debía entonces realizar el mismo recorrido que habían hecho anteriormente Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano. Sin embargo, algo pasaría de camino que lo haría cambiar su idea sobre el rumbo de la expedición.

L

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Noticias que ya eran noticia Sebastián Gaboto al mando de la empresa, compuesta por cuatro embarcaciones y unos 210 hombres, partió el 3 de abril de 1526 del puerto de

Ilustración: Marcelo Móttola

as noticias que llegaban a Europa por boca de los conquistadores, hablaban de tierras de peligros y de maravillas, de caníbales y de reyes cubiertos de oro y plata, sin embargo, lanzarse a estas tierras requería algo más que valor y sed de aventuras. El relato construido sobre el Nuevo Mundo, estimularía el imaginario europeo de manera profunda, y funcionaría como un motor alimentado por la codicia, para la exploración y conquista de las tierras allende el Atlántico. El derrotero de la expedición de Sebastián Gaboto por estas tierras, es un buen ejemplo de lo que estamos hablando. Sebastián Gaboto, nació en Venecia c. 1484. Obtuvo los conocimientos sobre navegación de su padre, quien cuando era muy joven lo llevó consigo en un viaje de exploración hasta Terranova, financiado por Enrique VII de Inglaterra. Algunos no dudan en reconocer a esta expedición, como la primera en llegar a la tierra firme del continente norteamericano. Trabajó luego para el rey Enrique VIII de Inglaterra, como cartógrafo en la localidad de Greenwich. En 1512, ingresó al servicio de España, y fue nombrado capitán por el rey Fernando II de Aragón. Sin embargo recién en 1525, consiguió del rey Carlos V, una capitulación para llegar a las Islas Molucas, un archipiélago de Indonesia, y regresar a España con los diversos tesoros,

San Lúcar de Barrameda, en Andaucía. Al llegar a la isla Santa Catalina, situada frente a las costas del Brasil, encontró a unos sobrevivientes de la expedición de Solís, cuya carabela había naufragado en 1516, y que durante todo ese tiempo habían sido admitidos en la sociedad de los indígenas. Allí Gaboto escuchó la historia, de la que ya había tenido noticias, que replantearía definitivamente el destino del viaje. La narración le hizo saber que durante el naufragio mencionado, varios tripulantes habían quedado en la costa, uno de ellos, el portugués Alejo


García, se aventuró con algunos de sus compañeros y una multitud de indígenas, en una incursión hacia el interior de tierra firme, en busca de la Sierra de la Plata y del poderoso Rey Blanco, en dirección al Alto Perú. Los expedicionarios llegaron hasta la misma frontera inca, y de su actividad saqueadora obtuvieron considerables cantidades de metales precisos, que en su mayoría perdieron al ser atacados durante su regreso, junto con la vida de muchos integrantes, incluyendo la del mismo García. Los náufragos relataron a Gaboto la posibilidad de llegar a esta tierra, remontando el río de Solís, que por entonces comenzaba tímidamente a ser llamado con el sugestivo nombre de Río de la Plata. Demás está decir que el veneciano quedó deslumbrado ante semejante oportunidad; la misión encomendada por la corona quedaba desechada. Hay quienes piensan que Gaboto ya tenía en su poder cierta información sobre el tema, en el momento en que dejó el viejo continente. Partió de Santa Catalina, el 6 de abril de 1527, penetró en el mentado río de Solís y llegó al sitio que llamó Puerto de San Lázaro, en la costa oriental del Río de la Plata. En la zona del delta del Paraná, se encontraba un joven tripulante sobreviviente de la expedición de Solís, llamado Francisco del Puerto, quien se presentó un día en el campamento para luego incorporarse a la expedición. Del Puerto, le confirmó las historias de las riquezas que ya había escuchado y le habló sobre los peligros de la empresa. De hecho, Gaboto ya había probado un tanto de estas penurias al entrar en el gran río, tormentas, enfermedades y el temido hambre. En San Lázaro se construyó una pequeña edificación para almacenar víveres, y que serviría de refugio para algunos marinos, que quedaron con dos de las cuatro embarcaciones de la flota. Gaboto remontaría luego el Paraná, con la carabela San Gabriel y la goleta Santa Catalina, el 8 de mayo de 1527.

Por el camino de la ambición El viaje continuó con escasos encuentros al pasar, hasta que llegó a la confluencia del Carcarañá, donde se abocó a la construcción de un fuerte. ¿Cuál era el motivo para detenerse allí? Precisamente éste era el río al que se había referido Francisco del Puerto, cuyo origen era la sierra de los metales preciosos. Luis Ramirez, quien era parte de la tripulación de Gaboto, relataría el acontecimiento así: “llegamos a Carcarañal, que es un río que entra en el Paraná que los indios dicen viene de la sierra, donde hallamos que el señor capitán general había hecho su asiento y una fortaleza harto fuerte para en la tierra. La cual acordó de hacer para la pacificación de la tierra aquí habían venido todos los indios de la comarca, que son de diversas naciones y lenguas, a ver al señor capitán general, entre los cuales vino una de gente del campo que se dicen Quirandíes. (...) Esta generación nos dio muy buena relación de la sierra y del Rey Blanco...” Como se podría suponer el encuentro del río, y los relatos de los indígenas habían traído un nuevo impulso a la idea de llegar a la ansiada tierra de las riquezas. Gaboto estableció su cuartel general y levantó paredes de tapia cubierta de madera y paja. Llamó a la construcción Sancti Spiritus, probablemente por haber llegado allí en la Pascua de Pentecostés. El 23 de diciembre Gaboto partió en dos naves y con 130 hombres, al encuentro del río Paraguay, que según evaluó, era el único camino viable de las dos posibilidades que tenía ahora, de llegar a la ansiada sierra. Dos meses después, llega a un caserío a cuyo puerto llamó Santa Ana, donde estuvo treinta días. Allí obtuvo nuevos indicios del lugar que buscaba y fortaleció la idea de que el río era el mejor camino. El 31 de marzo llegaba a la desembocadura del río Paraguay. Sin embargo, remontándolo, más que encontrar oro, solo encontró la muerte de mu-

Exploraciones de Sebastián Gaboto en el Río de la Plata 1526-1530. Amadeo Soler, “Los 823 días del fuerte Sancti Spiritus”, Amalevi, Rosario, 1981.

Sebastián Cabot, grabado de Samuel Rawle (1771-1860. Probablemente obtenido de una copia de un original de Hans Holbein y éste, a su vez, de un óleo destruido por un incendio en 1845. Publicado en Memorias histórica y topográfica de Bristol y su vecindad; Del primer periodo hasta el tiempo presente, por JM Gutch, 1 de agosto de 1824. Probablemente se trata de un retrato ideal, hecho después de la muerte del marino.

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

Detalle del mapa del cartógrafo italiano Egnazio Danti, circa 1570. Se aprecia la localización del Fuerte de Gaboto. Palazzo Vecchio Museum, Florencia.

chos compañeros en mano de los indígenas. La peligrosa situación, sumada a la falta de mantenimientos y a que se tenían noticias de la entrada en el río de naves extrañas, hizo que Gaboto no dudara en emprender el regreso al fuerte. Las naves en cuestión eran las del marino español Diego García de Moguer, quien indignado por haberse encontrado con el fuerte, increpó al veneciano sobre su desobediencia a la Corona y sobre su propia designación real para explorar este río. Luego de discutir con Gaboto, finalmente lo acompaño hasta el fuerte, donde construirían media docena de bergantines, para continuar juntos la exploración. A fines de julio y principio de agosto, Gaboto y García despacharon a dos emisarios a España, para informar y dirimir sus conflictos. Una vez en el fuerte, comisionó a su hombre de confianza, Francisco César, a entrar tierra adentro para descubrir ciertas minas que se decía existían por ahí. Por su parte Gaboto y García se hicieron nuevamente por el río, para intentar llegar a las fuentes de riquezas que se ubicaban en las nacientes del río Paraguay. Cuando ya habían avanzado bastante, rumores de ataques hicieron desistir de la empresa. A los pocos días también regresa al fuerte César, con la mitad de los catorce hombres que lo acompañaron. Algunos comentaristas

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decían que había llegado al rico Perú, pero los tiempos empleados en su expedición no parecen dar cuenta de esto. Según el historiador chileno José Toribio Medina, César y sus compañeros no pudieron haber llegado más allá de las sierras de Córdoba.

desnudos y sin armas que habían huido del horror del fuerte, que fue efectivamente atacado y donde habían sido asesinados treinta de sus compañeros. Las órdenes de Gaboto, para mantener el fuerte alerta, se cumplieron en muy poca medida. Entre fines de agosto y los primeros días de septiembre de 1529, no hay documento que dé cuenta de la fecha exacta, antes del amanecer, indígenas con hachas encendidas, atacaron el fuerte. Un grupo de españoles se refugió en un bergantín y se lanzaron corriente abajo, dejando en la orilla a algunos compañeros que pedían ser esperados. Estos y otros que no pudieron echar al agua otro bergantín perecieron en manos de los indígenas. Según lo relatado al historiador Gonzalo Fernández de Oviedo por uno de los sobrevivientes, cuando Gaboto y sus hombres llegaron al lugar del desastre, pudo certificar que sus soldados yacían muertos, “...hechos tantos pedazos que no les podían conocer”. Con su visión negativa sobre los habitantes del nuevo mundo, algo que ya había polemizado con Bartolomé de las Casas, enfatiza Oviedo, “aunque aquella gente comen carne humana, no los habían comido, (...) porque dicen que es muy salada”. Luego de lo ocurrido, Gaboto decidió el regreso a España. A pesar del fracaso del asentamiento, lo recabado por Gaboto esti-

Amanecer, sangre y fuego Gaboto quedó impresionado por lo relatado por César y decidió emprender el camino por tierra. Sin embargo, la situación con los indígenas vecinos al fuerte, parecía complicarse. Los españoles en carácter preventivo, asaltaron varias viviendas indígenas, secuestraron mujeres y niños y mataron a muchos hombres. Gaboto emprendió un viaje al puerto de San Salvador, donde se encontraba el capitán Antón de Grajeda, para poner a salvo la galera y tres bergantines, algo que había pensado hacer cuando decidió emprender el viaje por tierra. De camino unos indígenas amigos, le cuentan de un plan de otros indígenas para atacar el fuerte. A pesar de la alarma, Gaboto siguió su camino, confiado de que el fuerte podría defenderse de manera eficaz. Fue Asalto de los timbúes al fuerte de Corpus Christi, fundado por Juan así como estando en San Salva- de Ayolas en 1536, en las cercanías de las ruinas del fuerte Sancti Spiritus, atacado y destruido en 1529. Grabado 9 del libro Viaje al dor, vieron llegar un bergantín Río de la Plata de Ulrico Schmidl. Edición latina Levinus Hulsius, con unos cincuenta hombres 1599. Ejemplar del Museo Mitre, Buenos Aires.


Indios del Río de la Plata; uno de ellos exhibe boleadoras. Imagen obtenida del diario del viaje de Hendrick Ottsen, 1603.

muló otras fundaciones en la región. En 1536, la expedición de Mendoza funda Buenos Aires, y luego el fuerte de Corpus Christi, y el de Buena Esperanza, estos últimos levantados en las cercanías del destruido Sancti Spiritus. Ninguno de estos asentamientos logró prosperar, solo el fuerte de Asunción, fundado al año siguiente, tendría vida estable. El fuerte, de Gaboto, construido con los vulnerables materiales de la zona, quedó a merced de los elementos, crueles por cierto. Sin embargo durante varios años, su torre siguió siendo para los españoles, un triste e inquietante mojón en el fabuloso río marrón. Entró en el Paraná, y ya sabida La fuerza del río le ha sido roto Del Guaraní, dejando fabricada La torre de Gaboto bien nombrada. Argentina y conquista del Río de la Plata, Martín del Barco Centenera, Canto Primero. 1602.

(*) Licenciado en historia. Docente del ProUApAM, UNR.

Estrañas cosas de ver...

P

árrafo aparte merece la descripción que Ramirez hace de las habilidades de los querandíes... “Estos quirandies son tan ligeros que alcanzan un benado por pies. pelean con arcos y flechas y con unas pelotas de piedra redondas como una pelota y tan grandes como el puño con una querda atada que la guia los quales tiran tan zerteros que no hieran [hierran] a cosa que tiran”. La descripción es tan precisa, que hasta podría formar parte del gato El Explicau... ¡boleadoras! Muchos de los europeos que venían

a estas tierras, traían la idea de la tierra prometida propia, pues venían escapando de las difíciles situaciones de sus lugares de origen; la crisis del sistema feudal y las incesantes guerras, solo les permitía discernir a muchos de ellos, entre la miseria y la muerte. En el nuevo mundo, además de las mentadas riquezas, podrían tener sus tierras y la nada despreciable posibilidad de ser alguien en la sociedad. Al respecto Ramirez, en los párrafos siguientes, describe las bondades de estas tierras casi como una invitación a iniciar una vida de abundancia, sin atender demasiado a los peligros propios de la realidad de la región. “El pescado de esta tierra es mucho y muy bueno; (...) con tener dieta con pescado y agua asta hartar, en menos de dos meses que allí llegamos estábamos todos tan buenos y tan frescos como quando salimos de España. Y mientras en esta tierra habemos estado no [ha] adolecido ninguno de nosotros. (...) Hay en ella muchas maneras de cazas, como venados y lobos y raposos y avestruzes y tigres. Estos son cosa muy temerosa. Hay muchas ovejas salvajes,(...) tienen los pescuezos muy largos a manera de camellos; son estraña cosa de ver” (...) “esta tierra donde ahora estamos es muy sana y de mucho fruto, porque hago saber a Vuestra Merced que se senbraron en esta tierra para probar si daba trigo y sembraron cincuenta granos de trigo y cogieron por cuenta 550 granos, esto en tres meses, de manera que se da dos vezes al año. Escríbolo a Vuestra Merced por pare[cer cosa] misteriosa”. Carta de Luis Ramírez a su padre. Puerto de San Salvador, 10 de Julio de 1528.

Oveja de Indias, guanaco. Fascimil del grabado 13, del libro Viaje al Río de la Plata de Ulrico Schmidl. Edición latina Levinus Hulsius, 1599. Ejemplar del Museo Mitre, Buenos Aires.

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO Vista panorámica de la excavación.

Sancti Spiritus: el fuerte olvidado -¿

Cuándo comenzó esta inquietud de pretender localizar el fuerte de Gaboto, y cuáles fueron las dificultades al respecto? - En 1974 la Legislatura provincial impulsó un proyecto de reconstrucción del Fuerte, cuando no había evidencias de su localización o existencia. Así se edificó la empalizada de postes que actualmente se considera un Monumento Conmemorativo de la llegada de los europeos a la costa norte del río Carcarañá. En 1984, el Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de la provincia propuso intervenir científicamente y tratar de hallar el sitio del asentamiento español. Este proyecto se cristalizó en 2006. Debe destacarse que en los medios científicos y académicos siempre existió el interés sobre el tema y uno de sus impulsores fue el Dr. Alberto Rex González, ex profesor en la actual facultad de Humanidades y Artes de la U.N.R, quien a mediados del siglo pasado recorrió la zona. Además, los estudiosos sostuvieron numerosas hipótesis acerca del destino de las ruinas de Sancti Spiritus. - ¿Cómo estuvo constituido el grupo de trabajo? ¿Fueron todos profesionales argentinos?

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La localización del primer emplazamiento europeo en el actual territorio argentino, levantado por el piloto mayor de la Casa de Contratación, Sebastián Gaboto, en su incursión por el río de la Plata y por el Paraná, constituyó todo un desafío, y la articulación de tareas llevadas adelante por profesionales de diversas áreas. Entrevistamos a María Eugenia Astiz, Licenciada en Historia, miembro de Número de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe e Integrante del Proyecto Fuerte Sancti Spiritus. - En 2006 la Subsecretaría de Cultura de Santa Fe junto con el apoyo del Consejo Federal de Inversiones (CFI) convocó a los arqueólogos Gabriel Cocco, del Museo Etnográfico de Santa Fe, Fabián Letieri, del Museo Histórico Provincial de Rosario, y Guillermo Frittegotto. También, en ese momento, me incorporaron al equipo por haber realizado un trabajo de investigación de la documentación histórica de la expedición de Gaboto, publicado en 1986. - ¿Cómo se financia un trabajo de esta magnitud? En 2009 el proyecto cuenta con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID). En 2010 un equipo de la Universidad del País Vasco, dirigido por el arqueólogo Agustín Azkárate Garai-Olaun se incorporó al equipo de trabajo. Además, la investigación está bajo la órbita del ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe. - ¿De qué material documental se valieron para realizar la investigación? Se trabajó fundamentalmente con la documentación generada por la misma expedición. La misma comienza en 1528 con la carta de Luis

Ramírez, continúa con los juicios contra Sebastián Gaboto en España y los escritos Alonso de Santa Cruz y Roger Barlow. Además se consultaron la cartografía de la época y la posterior de los siglos XVII y XVIII. - ¿Qué factores determinantes descubrieron, para dar con el sitio exacto del asentamiento? - El factor que permitió determinar que el sitio denominado Eucaliptus, ubicado en la zona sur del pueblo Gaboto, en una zona de barrancas, es el lugar donde se construyó el fuerte, fue el hallazgo de materiales europeos, sobre todo cuentas de vidrio. Además, este descubrimiento está avalado por la documentación: Primero: todos los testimonios de la ubicación del fuerte recogidos por los documentos afirman categóricamente que el fuerte fue construido en la desembocadura del Carcarañá en el Coronda, desde el sitio arqueológico se ve la confluencia de ambos ríos. Segundo: la costa norte en donde se halla el sitio está representada por el mapa de 1529 atribuido a Diego Ribero. Tercero: la expedición llevaba gran cantidad cuentas de vidrio en su carga, las que se usaban como “resca-


tes” o sea para el trueque con pueblos del Extremo Oriente. - ¿Cuáles eran las características generales de la fortaleza? - Aunque en la documentación no se da una descripción completa del edificio, aparecen algunas precisiones: 1° los muros del mismo eran de tapia y en la excavación se descubrió un lienzo de la “muralla” de un metro veinte de ancho por cinco metros cincuenta cm. Se hipotetiza que el fuerte abarcaría una superficie de 1.500 metros cuadrados. 2° el ingreso estaría hacia el sur, hacia el río Carcarañá. 3° poseía dos baluartes artillados 4° en el interior existía una habitación que era del Capitán General donde se ofició la primera misa en el Río de la Plata, y su puerta estaba cerrada con llave.

Cuentas de vidrio.

Sabemos que la región fue el lugar de otros asentamientos españoles, unos años después. - ¿Qué indicios tienen, que den cuenta de que se trata efectivamente de la fortaleza de Gaboto, y no de otro asentamiento ligeramente posterior? - Sabemos que el ataque al fuerte fue seguido de un incendio que lo destruyó y provocó su abandono. Entre lo que se encontró había una masa informe de cuentas de vidrio derretidas que para estar en ese estado considerando que para derretir vidrio es necesario una fuente de calor importante. (El fuerte estaba techado de madera y paja y había pólvora en su interior) - Es sabido que la geografía de la zona es muy cambiante, inclusive en términos de decenios. Por otra parte sabemos que un terreno no inundable, también es vulnerable si está cercano a la costa. ¿Cómo actuó la erosión del río, para que las ruinas finalmente se preservaran? - El fuerte estaba ubicado sobre la barranca no en la llanura de inundación del río Carcarañá. - Según algunos documentos, el lugar elegido tenía la posibilidad de constituir un punto en común para explorar las dos vías consideradas para llegar a la Sierra de la Plata. ¿Hay algún indicio arqueológico o histórico, que indique que los españoles hayan pensado en algo más que un enclave militar de paso; algún tipo de establecimiento urbano? - En ese momento no, porque el objetivo fundamental de Gaboto era encontrar la Sierra de la Plata, es decir el Imperio Inca. Por otra parte, la expedición originariamente tenía un fin comercial y su meta era alcanzar las islas Molucas y no había recibido ningún tipo de mandato real para erigir un asentamiento poblacional definitivo. - De aquí en más, ¿hay algunos proyectos para continuar la investigación arqueológica de la región, dado el interés que el descubrimiento del fuerte ha despertado? - Sí, se proyecta seguir la excavación para descubrir todo lo que se conserva del muro perimetral del fuerte así como lo que pueda haber en su interior. Por otra parte, determinar las características de los asentamientos posteriores.


SANTA FE EN EL BICENTENARIO

Abrir puertas a la tierra…

Ilustración: Marcelo Móttola

Cuando en 1572 el cabildo de Asunción del Paraguay organizaba una expedición para ir hacia el sur y fundar puerto y pueblo a orillas del río Paraná, los europeos y criollos consideraban estas tierras como una geografía del fracaso: tenían fresco aún en la memoria la fortaleza de las poblaciones locales y las dificultades que Solís, Gaboto, Mendoza y García, entre otros, no habían sabido superar.

Por Darío Barriera (*)

E

l fuerte instalado por Mendoza en 1536, con su puerto y pueblo de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre (Buenos Aires), fue abandonado por los europeos hacia 1541. Asunción, fundada más de mil kilómetros río arriba en 1537 por

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la continuidad de la expedición de Pedro de Mendoza, fue la única ciudad en la cuenca del Plata hasta el año 1573, cuando se fundó Santa Fe sobre el río de los Quiloazas –actualmente el San Javier. Por otra parte, el paisaje local era muy diferente del que presentaban las áreas mesoamericanas o andinas, donde imponentes civilizaciones habían

sido conquistadas por los europeos a partir del aprovechamiento de sus propios desarrollos políticos y conflictos internos. Sacando partido además de sólidas estructuras urbanísticas, fundaron allí ciudades que les sirvieron de punto de apoyo para continuar la conquista. En el litoral paranaense no solo no había civilizaciones ni oro ni plata: tampoco había piedra… la naturaleza


era generosa pero de manera diferente. La ubicación de Asunción, tan lejos del océano Atlántico, no era óptima para las pretensiones europeas. Desde el momento de su fundación, los invasores sabían que si querían mantenerse allí, era prioritario establecer alguna ciudad donde había estado el puerto de Buenos Aires, y que, para ello, era necesario tener un punto de apoyo a mitad de camino. En 1572, una docena de europeos, sesenta criollos y un número nunca confirmado de nativos de lengua guaraní partieron desde Asunción, por río y por tierra, trayendo armas, gente y más de quinientas cabezas de ganado para instalar una nueva ciudad que cumpliera ese propósito. Esta expedición, al mando del vizcaíno Juan de Garay, fue la que fundó la ciudad de Santa Fe.

Asunción en 1572. De hecho, algunos se habían inscripto en el registro (llamado alarde) a cambio de no pasar por un procesamiento por rebeldes; otros fueron incluidos por la fuerza. La situación no era anormal: el hecho de que la mayor parte de los hombres que acompañaron a Garay fueran mestizos revoltosos que no habían conseguido un lugar en la ciudad de Asunción, es un dispositivo que se repetía a lo largo y a lo ancho del continente. Si la fórmula “demasiados perros para pocos huesos” se aplicaba casi cotidianamente en zonas ricas en minerales y con mucha fuerza de trabajo a la cual movilizar forzosamente, tanto más comprensible era que sucediera en una región que no había sido beneficiada o maldecida, según el punto de vista que se adopte, con la plata del potosí o el oro de los ríos en las islas del Caribe o en el norte de Colombia. El mecanismo era simple: la gente insatisfecha y sin lugar en las élites locales, dispuesta a rebelarse para conseguir más, era enviada a la fundación

de nuevos asentamientos, donde obtendrían el premio que creían merecer: la nueva ciudad les permitía dejar de ser “mancebos” y pasar a ser “vecinos”. Se les abrían posibilidades de tener tierra, poblar casa y participar en política. Para estos hombres, la movilidad geográfica estaba asociada a la movilidad social. Dos potencias se saludan… El encuentro de dos corrientes colonizadoras

Desde Lima, capital del virreinato del Perú, bajo cuya jurisdicción se encontraba la gobernación del Paraguay y Río de la Plata, el virrey Francisco de Toledo encargó en 1572 a un capitán andaluz, Gerónimo Luis de Cabrera, la fundación de una ciudad en los valles calchaquíes, donde hoy se ubica la ciudad de Salta (que todavía no existía). Cabrera lo desobedeció y siguió mu¿Quiénes vinieron a chas leguas al sureste: en 1573 fundó la la conquista de Santa Fe? ciudad de Córdoba y, ese mismo año, Los hombres que acompañaron a alcanzó las costas del río Paraná cerca Garay en calidad de hueste –es decir, de la actual ciudad de Coronda. Allí se los que conformaban la partida armada encontró con un grupo de hombres conquistadora– no eran todos que provenía de Asunción, al mandel mismo rango social. Unos do de un capitán vizcaíno que tampocos eran, como él, europeos bién había dejado el Alto Perú para y tenían armas propias, algún venir al sureste, se trataba de Juan dinero y animales. Pero la made Garay. yoría eran hombres jóvenes Juan de Garay había llegado “sueltos”, solteros, sin ocupaal Perú con su tío, Pedro Ortiz de ción fija, hijos de las uniones Zárate, y en Santa Cruz de la Sieentre los mismos conquistadorra (hoy Bolivia) se convirtió en res y mujeres indígenas. Cuanun capitán de cierta importancia; do no eran reconocidos por sus desde allí, ya casado, fue enviado a padres, era frecuente que se los la ciudad de Asunción, donde pasó llamara, utilizando una potente algunos años y en 1572 se le encarmetáfora que involucraba a los gó volver a intentar la fundación de vientres de sus madres, los hiuna población sobre el río Paraná. jos de la tierra. Eran mestizos Este encuentro entre Cabrera y también ilegítimos, lo que, en y Garay materializó el conflicto enaquella sociedad, equivalía a tre dos proyectos que se planteaban ser socialmente excluidos. ocupar el mismo territorio, para el En efecto, la connotación mismo rey, pero con diferentes jede la categoría no era solamente fes locales: uno provenía de Asunbiológica. La nota biológica iba ción y el otro desde el más lejano acompañada de un concepto Perú. Pero también fue el inicio de político: varios de los hombres un pacto entre familias: muchos que fueron enlistados con Gade los descendientes de Garay y ray para la fundación de Santa Acta de Fundación de la ciudad de Santa Fe, 15 de Noviembre de Fe habían intervenido en una 1573 (fragmento). Gentileza del Archivo General de la Provincia de Cabrera contrajeron matrimonio entre sí y se instalaron en distintas rebelión contra el gobierno de Santa Fe.

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

La elección del nombre

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ombrar es una operación clave en los procesos de organización del espacio. Para designar las grandes unidades políticas, los conquistadores apelaron a los reinos, regiones y pagos de la Península. Comenzaron desde lo más grande para, poco a poco, ir llegando a la reminiscencia de lo más pequeño: la grandilocuencia de un nombre como el de Nueva España (nombre que dieron al primer virreinato con capital en México) fue seguida por designaciones menos universalistas como las de Nueva Granada (hoy es Colombia), Nueva Toledo o Nueva Andalucía. ¿En qué pesaba Garay cuando eligió el nombre de Santa Fe? No se sabe. Pero éste ya había sido elegido por los Reyes Católicos para nombrar la ciudad desde donde encaminaron la conquista del Reino de Granada a finales del siglo XV. Por lo tanto, tenía un peso muy fuerte ligado a la etapa

final de lo que se llamó la reconquista hispánica. El nombre, el rollo de la justicia y una cruz fueron las primeras marcas de la ciudad. Todas provenían del universo de lo sagrado. Juan de Garay usó tres nombres para bautizar las poblaciones que hizo: Santa Fe (1573), San Salvador (1577) y Trinidad de Santa María del Buen Ayre (1580). Todos fueron asignados a ciudades que se ubicaban en una extensión que hasta entonces había constituido para los europeos la geografía de un fracaso.

El hambre en Buenos Aires. Grabado de Theodor De Bry, realizado para ilustrar la obra de Ulrico Schmidel, publicada en Francfort en 1599.

muestra que sus descendientes reavivaron la veta conflictiva de la relación… La fundación de la ciudad de Santa Fe es por lo tanto parte de un proceso complejo que involucra el funcionamiento de todo el conjunto del Imperio español: resolvió tensiones sociales internas de Asunción, facilitó las comunicaciones por agua y por tierra, y articuló, junto con Córdoba, un corredor que unía los caminos de agua del este con las rutas por tierra del centro y del oeste del sur del virreinato peruano, planteando también una impasse en el

ciu dades del actual territorio argentino pleito llevado años después ante la Real (Santiago del Estero, Córdoba y Santa Audiencia de Charcas, máxima autoriFe, por ejemplo). El cronista Rui Díaz dad judicial en el subcontinente, dede Guzmán relata que Cabrera socorrió a las huestes del vizcaíno en medio de una emboscada de nativos en las inmediaciones de Coronda, unas veinte leguas al sur del sitio donde Garay había asentado la ciudad. Estas latitudes estaban siendo recorridas por ambos empresarios: el 17 de septiembre de 1573, Jerónimo Luis de Cabrera había tomado posesión del “Puerto de San Luis”, el antiguo puerto de Gaboto. Según el cronista, Cabrera había fijado hasta allí la jurisdicción de la ciudad de Córdoba. Sin embargo, es evidente que negoció los términos jurisdiccionales con Garay, puesto que, como dijimos, mantuvieron amistad y hasta casaron entre sí a sus descendientes. Un Maqueta de la Ciudad de Santa Fe. Parque arqueológico de Cayastá.

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La ciudad, como una casa conflicto entre los que bajaban del Perú y los que bajaban del Paraguay. Desde su nacimiento, Santa Fe fue una llave de paso entre circuitos por los cuales pasaban personas y mercancías, plantas y animales, enfermedades y soluciones. Fue el cruce de caminos más importante entre Asunción, el Río de la Plata, Cuyo, Chile, el Tucumán y el Alto Perú. De la institución imaginaria a las instituciones reales Al fundar formalmente la ciudad y luego de plantar el rollo de la justicia en la parcela designada como la plaza central –organizadora física y simbólica de la ciudad como dispositivo urbanístico y político– Juan de Garay distribuyó entre los hombres de su hueste, solares y tierras para chacras, y les otorgó la prometida condición de vecinos. También se repartieron algunos indios en encomienda, sobre los cuales se distribuyeron cargas de trabajo de diferentes características –desde la penosa tarea de labrar la tierra virgen hasta las más aliviadas cuidar el ganado o guiar como baquianos a los invasores que se les habían impuesto militarmente. Quienes en Asunción habían sido “mancebos revoltosos” acababan de ser investidos, como vecinos de una ciudad. No obstante, los vecinos tenían derechos pero también obligaciones, debían llevar adelante el propósito que animaba la empresa: incorporar a los “naturales” a la comunidad cristiana universal (evangelizarlos) y expandir el territorio de la Monarquía más y más allá. Debían, según la expresión del propio Juan de Garay, abrir puertas a la tierra…

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unque parezca una completa anomalía, la transmuta o la mudanza de una ciudad completa fue algo bastante frecuente en el pasado. Solo en el territorio americano, se registran más de trescientos cincuenta traslados de ciudades entre los años 1550 y 1950. Asentadas en emplazamientos que sus fundadores juzgaron inicialmente propicios, muchas fueron luego trasladadas porque alguna razón natural, militar o de estrategia volvía imposible continuar la vida en ese sitio. Santa Fe no escapó a esta excepcional regla. En 1650, a causa de la crecida sostenida del Río San Javier, las inveteradas invasiones de mosquitos, y de lo que los habitantes hispanocriollos de la ciudad vivenciaban como “ataques indígenas”, el cabildo santafesino decidió el trasiego a un sitio juzgado más conveniente unas 12 leguas al sur, cerca del Rincón de Antón Martín. La mudanza, que duró toda una década, acarreó a los habitantes muchas dificultades y sufrientes trabajos –muchos de los cuales se cargaron, claro está, a hombros de los indios de encomienda–. Sin embargo, algunos supieron sacar una relativa ventaja de

la situación, posicionándose en el sitio nuevo con un solar mejor ubicado o sencillamente a causa de que la nueva localización mejoraba su propia explotación de ganado o, sencillamente, porque su actividad se beneficiaba con la mejora en las comunicaciones y el cese de las hostilidades de los nativos. Santa Fe de la Vera Cruz (la actual capital de nuestra provincia), fue diseñada a imagen y semejanza de Santa Fe la Vieja, cuyas huellas materiales podemos visitar sobre la Ruta provincial número 1, en la localidad de Cayastá. Allí funciona un formidable parque arqueológico –popularmente conocido como “las ruinas de Cayastá”–, dirigido por el Arq. Luis María Calvo. El sitio está compuesto por la trama urbana que sobrevivió al río y un museo. Organizado alrededor de lo que el río dejó de la Plaza central, pueden advertirse cimientos y bases de los muros de las iglesias-convento de San Francisco, Santo Domingo y de La Merced, partes del Cabildo y de algunas viviendas de miembros influyentes de la sociedad santafesina de entonces. En el museo se exhiben otros restos arqueológicos, como tejas, cerámicas y utensilios utilizados para la vida cotidiana.

Doctor en Historia, Profesor en la Universidad Nacional de Rosario e Investigador del CONICET. Autor de Abrir puertas a la tierra. Microanálisis de la construcción de un espacio político (Santa Fe, 15731640). El historiador Agustín Zapata Gollán, en las excavaciones en Cayastá, donde descubrió las ruinas de Santa Fe la Vieja, en 1949. Banco de imágenes Florian Paucke.

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

La presencia jesuítica en Santa Fe Fundada por el vasco Ignacio de Loyola en 1534 y aprobada por el Papa Paulo III en 1540, La Compañía de Jesús, fue pensada como una Orden de tipo militar al servicio de la Santa Sede. Su establecimiento en estas tierras, doscientos años antes de la Revolución de Mayo, ha constituido un hecho fundamental en el campo de la educación y en la construcción del espacio social de la región.

Por Mariano I. Medina (*)

Los jesuitas en América Los jesuitas tuvieron una activa participación dentro de la reorganización de la Iglesia propuesta por el Concilio de Trento (1545 - 1563) en cuanto a la defensa de la fe y obediencia al Papa. Como en la milicia, son virtudes esenciales, la disciplina y la obediencia. Al estar a las órdenes directas del Papa, deben hacer “cuanto éste les ordene, trasladándose a cualquier país, de turcos, paganos, herejes, sin réplica, condición ni salario, inexorablemente”. En una cristiandad amenazada por el protestantismo, La compañía de Jesús se convirtió en un firme soporte de la Iglesia de la Contrarreforma. Los jesuitas se caracterizaron por su rígida disciplina, su sólida preparación intelectual, su espíritu de lucha contra la herejía, su profunda vida espiritual, su influencia social a través de la enseñanza y su expansión misionera por América y Asia. Desde tiempos muy tempranos, la Compañía desplegó su acción no sólo en Europa dedicándose a la educación elemental y universitaria puntualmente en las colonias americanas. Aquí, no

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solo se abocó a la educación sino sobre todo a la evangelización de los pueblos originarios. En 1549 llegó a San Salvador de Bahía el primer jesuita, el portugués Manoel da Nóbrega SJ (Societas Jesu) con un grupo de cinco sacerdotes. Y ya para 1553 se constituyó la primera provincia jesuítica de América con treinta religiosos. Durante el reinado de Felipe II (1556 - 1598) y siendo superior de la Compañía el duque de Gandía Francisco de Borja (posteriormente San Francisco de Borja), se produce la llegada a las colonias españolas en América. En 1568 llegan religiosos a Lima y fundan la provincia jesuítica del Perú. Por pedido del Virrey Francisco de Toledo se les encargó el trabajo misionero entre los pueblos aimaras de la provincia de Chucuito para lo cual se establecieron en 1576 y organizaron un “laboratorio” en el que ensayaron métodos de evangelización, Doctrina de Juli, que luego les servirían en las misiones con los guaraníes, maynas, moxos y chiquitos. Durante los siglos XVII y XVIII, en el proceso de colonización de América, se desarrolló una forma particular de acción cultural y religiosa: las misiones

Retrato anónimo de San Ignacio de Loyola, representado con armadura. Siglo XVI.

o reducciones. Uno de los ejemplos más notables fue el de las Misiones Jesuíticas, iniciadas por la Compañía hacia 1609. Primero se establecieron en el actual territorio paraguayo y brasileño, y con el tiempo se extendieron hasta incluir el nordeste de las actuales Corrientes, el sur Misiones y el sureste del estado de Río Grande do Sul. Las misiones jesuíticas En el momento de la fundación de las misiones jesuíticas, la palabra reducción se utilizó, con el sentido de reunir o congregar. Los jesuitas pretendían reunir en las misiones a los indios con el propósito de proceder a su progresiva cristianización. Cada reducción contaba con una iglesia y cabildo propio con total autonomía para gobernarse siempre que existiera un representante del rey allí. La organización misionera no sólo se limitaba a tareas doctrinales, sino que organizaba la vida económica y po-


lítica fundada en la sólida preparación de los jesuitas. Las misiones no sólo producían para el autoconsumo sino que también abastecían a todo el Virreinato de ganado, algodón, trigo, azúcar y yerba mate. Desde el punto de vista militar, los indios se defendieron en forma organizada de las incursiones de los portugueses, quienes querían esclavizarlos. Una ordenanza dictada en 1611 garantizaba a los indios que nunca caerían en manos de encomenderos. Sin embardo, pese a estas reales órdenes, no estuvieron libres de las incursiones portuguesas. Entre 1628 y 1631, los indios capturados por los portugueses superaron los 60.000. Una de las claves del éxito de las reducciones fue el miedo a la esclavitud. Los bandeirantes eran bandas de mestizos armados que se dedicaban a la caza de esclavos. Con su gran desarrollo, las reducciones guaraníes se transformaron en fuertes competidoras de las ciudades cercanas (como Asunción o Buenos Aires). La situación estratégica entre

las posesiones de españoles y portugueses, se convirtió en tema peligroso y una de las causas de su ruina, porque las milicias de las reducciones eran un obstáculo serio para el avance portugués hacia el sur. Durante el reinado de Felipe V (1700 - 1746), la monarquía apoyó a los jesuitas por estas razones. Pero lentamente los constantes choques de España contra Portugal y la necesidad de concretar los límites entre ambos países las transformaron en un obstáculo. En 1750 se estableció que Portugal devolviera a España la provincia de Sacramento a cambio del territorio cercano al río Paraguay, donde había reducciones con más de 30.000 indios. Los jesuitas se negaron a abandonar las reducciones iniciándose la guerra guaraní que se extendió hasta 1756. Por estas cuestiones y la impronta ideológica que caracterizó a los Borbones en su política de centralización administrativa de la corona española, la Compañía de Jesús fue expulsada de los dominios españoles por decisión del rey Carlos III en 1767.

“Alumno del alumnado jesuita. Jesuita portugués con el cuadrado y el roquete. Jesuita español con su cuadrado y sobrepelliz de coro. Alumno del alumnado obispal. Alumno del alumnado jesuita con la insignia de doctor sobre la beca y en su cuadrado”. Ilustración y manuscrito del P. Florián Paucke SJ. Siglo XVIII.

Santa Fe y la presencia jesuíticas Luis María Calvo en “La compañía de Jesús en Santa Fe. La ocupación del espacio urbano y rural durante el período hispánico”, a propósito de la presencia jesuíticas en Santa Fe, comenta que ésta “originó un núcleo inicial, iglesia y residencia, que la incorporación de nuevas funciones fue modificando hasta conformar un conjunto arquitectónico de singular relevancia [...] por su capacidad para operar como nudo de operaciones de una vasta red de funciones esparcidas desde la periferia de la ciudad hasta los puntos más alejados del territorio: Iglesia, Colegio, Oficio de Misiones, chacras, estancias y reducciones fueron los componentes arquitectónicos, territoriales [misionales, y económicos] que desde sus funciones específicas se integraron en una compleja red de relaciones cuyo centro estaba frente a la Plaza de Armas y sus extremos en los puntos más alejados de la frontera [...]”. En nuestra región, el trabajo con los pueblos originarios por medio de las reducciones estuvo a cargo tanto de la Compañía de Jesús como de la Orden de los Frailes Menores (Franciscanos). Muchas de ellas dieron lugar a poblaciones actuales, como San Jerónimo del Rey (hoy Reconquista), San Jerónimo del Sauce, Santa Rosa de Calchines, San Pedro Chico, Cayastá y la más conocida de todas, gracias a las hermosas páginas legadas por Florián Paucke, San Javier. Los jesuitas en Santa Fe la Vieja A pesar de haberse instalado otras Órdenes religiosas en la nueva ciudad (Franciscanos y Dominicos), los vecinos se mostraron muy interesados en poder contar con la presencia efectiva de los Jesuitas dentro del ejido. Los registros del Cabildo santafesino indican que los padres L. Arminio y E. Grao, de la provincia jesuítica del Brasil, pasaron por la ciudad en 1587 y estuvieron en ella por tres meses realizando tareas misioneras. Luego de esta visita, se encuentran pedidos formales

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

Materiales y técnicas de construcción a técnica de construcción de los pueblos y reducciones fue generalmente primitiva debido a la forma de la vida de los indios y a la carencia de materiales importantes como la cal y el hierro. Las primeras construcciones se estructuraron en madera, con muros perimetrales y todo recubierto de tejas. Los edificios de poca importancia se realizaron en adobe o tapia; en otros casos usaron otros materiales como el ladrillo, la piedra de gres y una rica diversidad de madera procedente de la vegetación local. Tapia y ladrillos de adobe eran dos técnica generalizadas que tenían como materia prima el barro y como estructura constructiva “tablas grue-

sas y bien cepilladas” según la descripción del P. Florián Paucke. El mejor muro de piedra era el compuesto por piedra trabajada y bien encuadrada, encastrada perfectamente una sobre otra. En lo referente a la técnica de elaboración de la piedra, en la parte del muro que contornaba la apertura, las piedras que formaban el arquitrabe de las puertas y ventanas estaban realizadas con sumo cuidado y bien escuadradas. La madrea se utilizada sobre todo para realizar estructuras portantes. El cedro fue el más utilizado por ser más fácil de trabajar; éste era posteriormente pintado o decorado. El leño fue el más usado para el techo de las iglesias, para hacer falsas bóvedas y decoración con vigas, tablones, etc.

del Cabildo solicitando a los superiores la instalación de otros sacerdotes en la nueva ciudad. En 1590 el Cabildo trató la donación de “dos solares que están alinde a Diego Tomás de Santuchos, que fueron de Diego de Bañuelos” para que el P. Arminio “fije en ellos su casa y convento” (Acta del Cabildo del 09.01.1590,

Archivo General de la Provincia de Santa Fe). El requerimiento del Cabildo tardó cinco años en ser concretado. El 21.09.1595 arribó a Santa Fe el P. Juan Romero SJ, Rector del Colegio de Asunción, quien bajó a misionar en ella. Según el P. Lozano en su Historia de la Compañía de Jesús, se le había

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El núcleo de la reducción

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l complejo de los edificios religiosos, es decir, la triología de la iglesia, el colegio y el cementerio, constituían un bloque único que se separaba con gran resalto del cuerpo regular de la estructura interna urbana y próximos a ellas, se disponían los edificios de utilidad social: cabildo, coty guazú (casa de viudas), campos, hospital, hornos y despensas de víveres. Las casas, construidas por es-

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tancias independientes alineadas, formabas “cuadras”, separadas una de otras por calles que desembocaban en forma paralela en la plaza. Los edificios de la iglesia, el colegio y el recinto que delimitaba el cementerio y la huerta, y las casas rigurosamente ordenadas y alineadas constituían el núcleo de la plaza, que era el elemento central y el espacio sacro. La solución urbanística de la iglesia, el colegio el cementerio hacían resaltar la interpretación de la existencia humana en términos de preparación, muerte y promesa de vida eterna.

“De qué modo levantan las paredes de un edificio mediante tierra apisonada”. Ilustración y manuscrito del P. Florián Paucke SJ. Siglo XVIII.

preparado “una vivienda muy capaz con patio bien dilatado en que pudiese todos los días enseñar los rudimentos de nuestra religión católica a indios y españoles [...] no siendo capaz todavía aquel espacio para el numerso concenso que empezó a acudir a esta función, le favorecieron los religiosos hijos del Seráfico llagado [Franciscanos] con cederle su espacioso templo”. No obstante ello, el P. Romero quedó en Santa Fe algunos años, pero sin afincarse en la ciudad. El Gobernador Hernandarias de Saavedra gestionó la instalación definitiva de los Jesuitas, consiguiéndolo en 1610 con la llegada a tierras santafesinas del P. Francisco del Valle y del Hermano Juan de Sigordia que de inmediato comenzaron con la edificación de su iglesia y residencia. A tales fines, Hernandarias se encargó de la compra de un media manzana frente a la Plaza y lindera al río. Así, para el 31 de julio de 1611, fiesta de San Ignacio de Loyola, estuvo concluida la construcción del templo que fue inaugurado con la presencia del Gobernador y el Visitador Francisco de Alfaro, Oidor de la Audiencia de Charcas. (*) Profesor de Historia de Nivel Medio y Superior. Director del Museo Histórico Provincial de Santa Fe “Brigadier General Estanislao López”.


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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

La Rebelión de los Siete Jefes

¿Primer intento de autonomía en el Río de la Plata?

La madrugada del 31 de mayo de 1580 un motín agitó la fría noche santafesina. Unos treinta hombres, entre los cuales se contaban algunos vecinos notables, se habían complotado para desplazar a las autoridades de la ciudad que respondían a Juan de Garay y al gobierno de Asunción. Por Darío Barriera (*)

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os levantados, pretendían imponer como alcaldes y regidores del Cabildo a gente de su partido y colocar la ciudad bajo la jurisdicción del Tucumán, gobernada entonces por Gonzalo de Abreu y Figueroa desde la ciudad de Santiago del Estero, su cabecera. La rebelión duró menos de dos días y fue reprimida por una comisión comandada e integrada por varios de los que figuraban en la lista de rebeldes. Las razones Casi nunca existe una única causa, pero sí situaciones que constelan. Los “mancebos” que se rebelaron

en Santa Fe no eran extremadamente pobres, pero tampoco ricos; no tenían las mejores propiedades, ni eran desposeídos absolutos. Tuvieron su mejor momento hacia 1577, cuando la ciudad fuera visitada por el gobernador Diego Ortiz de Zárate y Mendieta, que se había apoyado en ellos para maltratar a Garay y los suyos. De su lado, el fundador de Santa Fe tramaba el casamiento de la mediohermana de Diego, la hija mestiza de Juan de Zárate e Isabel Yupanqui, con Alonso Torre de Vera y Aragón, quien gracias a ese casamiento, se convirtió en el cuarto adelantado del Río de la Plata. Así fue como Garay sacó del camino a Mendieta –derrocando su gobier-

no en Santa Fe–. Los mancebos no sufrieron represalias, pero quedaron del otro lado de la línea. Aunque siguieron ocupando algunas sillas de regidores en el cabildo, seguían sin logar que uno de los suyos fuera nombrado alcalde. Todavía existían fuertes resistencias para que un mestizo –un mezclado, que los europeos veían más cerca de los indios que de los españoles, impuro y por eso peligroso– llevara una vara representando la justicia del Rey. Pero Gonzalo de Abreu, el gobernador de Tucumán –dependiente del virrey del Perú, por entonces don Francisco de Toledo– estaba dispuesto a pactar algo con estos mancebos: les prometió el control del Cabildo santafesino a cambio de que pusieran la ciudad bajo su jurisdicción. Esto iba bien con las ambiciones del Virrey Toledo de consolidar la ruta al sureste del Alto Perú y de alcanzar lo más pronto posible una salida al Océano Atlántico. Controlar la ciudad de Santa Fe, esto lo sabía bien Abreu, era el paso previo. Garay quería curiosamente lo mismo: pero para su familia vizcaína, íntimamente ligada desde hacía algunas décadas al gobierno del Paraguay a través de los Zárate, quienes nunca se sometieron a la autoridad del virrey peruano. El asunto, como se ve, tenía ingredientes locales y otros a escala de gobernación y de virreinato. La conjura para derrocar a Garay se tramó durante más de un año y medio, durante el cual los mancebos y el gobernador Abreu intercambiaron mensajes y promesas. La rebelión estalló la madrugada del 31 de mayo, aprovechando la ausencia de Garay – que había dejado Santa Fe para ir a fundar una ciudad donde había estado el puerto de Buenos Aires, cosa que hizo efectivamente el 11 de junio de 1580. Ilustración: Marcelo Móttola

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¿Contra quién se rebelaban los mancebos? Libros de vulgata y manuales escolares, incluso la falible Wikipedia, han difundido una interpretación que intenta colocar a esta rebelión entre los “antecedentes” de la revolución de Mayo, como primer movimiento independentista del Río de la Plata. Ninguna lectura podría estar más errada. En primer lugar, los mancebos no hicieron la rebelión contra el Rey sino en su nombre. Todos los testimonios relevados asumen que el grito de guerra fue “que viva el Rey”, algo impensado en una revolución independentista. En segundo término, en todas las sociedades preindustriales y anteriores al liberalismo, las manifestaciones de descontento social se realizaban contra las autoridades locales. Entonces, incluso las más violentas eran compatibles con la lealtad al rey, ya que para levantarse contra un mandatario local generalmente se le imputaba haber cometido abusos de poder y se apelaba a teorías “tiranicidas” que justificaban la rebelión en nombre del buen gobierno que, en última instancia, tenía su legitimidad en Dios. Por último, los rebeldes no plantearon tampoco una diferencia étnica, ya que su protector –y quien más se hu-

biera beneficiado de haber triunfado la revuelta– no era otro que Gonzalo de Abreu, un andaluz gobernaba la provincia del Tucumán. Lo que buscaban, sencillamente, eran mejores condiciones económicas pero sobre todo más reconocimiento político y social en la ciudad que habían ayudado a fundar: Garay significaba un obstáculo y Abreu les había ofrecido lo que esperaban a cambio de quitar del camino al vizcaíno que, justamente, para él también constituía un obstáculo en sus objetivos. Por eso puede hablarse sin pudor de conjura y de conspiración. ¿Quiénes eran esos mancebos rebeldes? Formaban parte de la mayoría silenciosa que llegó con Juan de Garay a la fundación de la ciudad en 1573. Eran jóvenes, casi todos solteros, menores de 25 años, por lo cual legalmente no podían manejar armas de fuego y no tenían derechos políticos. Además, la mayoría dejaba Asunción del Paraguay porque allí no solamente no tenían expectativas sino que además tenían ya un expediente, o una pena pendiente a cumplir por desobediencias o revueltas de poca monta. Cuando Garay los aceptó como parte de su hueste en

Espacio ambientado, que recrea una casa principal en Santa Fe la Vieja, durante la primera mitad del siglo XVII. Parque arqueológico Santa Fe La Vieja.

Actas del Cabildo de Santa Fe del 1 de enero de 1577, donde se puede apreciar la firma de Lázaro de Benialvo, uno de los organizadores de la conjura de 1580.

1572, él mismo y contra la ley, compró 53 arcabuces para armar a los más pobres. La fundación de la ciudad de Santa Fe produjo en ellos una metamorfosis: dejaron de ser los mancebos revoltosos expulsados del Paraguay y se convirtieron en vecinos de una ciudad nueva. Esto les otorgó una dignidad: tierra para hacerse la casa, tierra para producir, y obligación de hacer una familia (avecindarse era también casarse y afincarse en el lugar) y defender a la ciudad con su cuerpo y con sus armas. Los europeos que llegaron con Garay obtuvieron los mejores solares en la ciudad y las mayores y mejores tierras en los alrededores. Y los mancebos, aunque habían conseguido una mejora evidente respecto de su situación anterior, pronto comenzaron a manifestar un malestar de todos modos muy comprensible: eran mayoría, recibían maltratos y, a la hora del trabajo o de la lucha realizaban esfuerzos que, según su punto de vista, los europeos nativos evitaban, aunque controlaban los mejores puestos en el cabildo. Este tipo de desigualdad era constitutiva de aquella sociedad, pero solía detonar no por la propia existencia de este desequilibrio como en contextos de abusos de autoridad o de incumplimiento de promesas.

(*) Doctor en Historia, Profesor en la Universidad Nacional de Rosario e Investigador del CONICET.

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

La virgen fundadora

Nuestra Señora del Rosario, la historia y la memoria del curato de Los Arroyos.

Hoy es un ícono del cristianismo local que, a diferencia del anonimato del religioso que ideó su hechura, del artesano que modeló su cuerpo y de la multitud que le confirió una larga vida, no ha perdido la marca de identidad más preciada: su nombre. Como el Hilo de Ariadna, el nombre “Rosario” indica el recorrido que ha seguido y los modos de regresar por él atravesando un laberinto que no es el de Creta, sino el trazado por los usos de la imagen y las complejas formas de la religiosidad. Por Miriam Moriconi (*)

Ilustración: Marcelo Móttola

El nacimiento de un ícono En una fecha imprecisa del siglo XVII, en un pueblo de indios del Litoral paranaense, alguna persona, presuntamente un varón indio reducido a vida cristiana, modela un trozo de madera en colaboración con su doctrinero. De esta labor conjunta se obtiene una pequeña talla que, adquiriendo la fisonomía de una mujer, perdió definitivamente la apariencia de un simple palo de yerba mate para ir acumulando, hasta el presente, usos y sentidos que la

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transformaron en una imagen de culto. La falta de certezas sobre algunos datos que hacen a su fabricación, no oculta las condiciones históricas de la relación entre ese indio y ese doctrinero cuando realizaron lo que en principio fue una artesanía. Una relación singularizada, pero configurada en un proyecto imperial asentado en la conversión de las poblaciones indígenas al Cristianismo. No se trataba de una virgen más que se sumaría, irreconocible, indistinta o vagamente, al repertorio de

la imaginería de la devoción mariana colonial. Esta no era la Virgen de la Inmaculada Concepción, ni la Dolorosa, ni la Virgen del Carmen, enaltecidas y celebradas cada una por sus respectivas cofradías de la ciudad y pagos santafesinos. La estatuita de madera a la que pintaron un vestido blanco y a la que, en distintas ocasiones, embellecieron con atavíos de raso labrado y los colores más variados de tafetán y terciopelo, fue y es reconocida como la imagen de Nuestra Señora del Rosario.


El periplo de una imagen Desde su remota creación a su actual paradero, la imagen de la Virgen del Rosario ha sido objeto de permanentes traslados y controversias generadas por su guarda, pertenencia y autenticidad y, por los motivos más variados, ha movilizado a gran cantidad de personas. En los últimos siglos coloniales, la agitada movilidad de la efigie mariana obedece al derrotero de las poblaciones. La presencia de grupos indígenas que no habían sido doblegados por la dominación española desestabilizan los asentamientos, incluso a aquellos que se consideraban más hispanizados. En este ambiente convulsionado, urgía arraigar a las poblaciones indígenas, españolas e hispanocriollas y las autoridades ensayaron soluciones de distinto tipo. Unas, contemplaron la vía militar trazando una línea de fortines para repeler los malones. Otras abonaron el entramado judicial, designando autoridades con vara de justicia como eran los alcaldes de la hermandad. Pero ninguna de las anteriores descartaba la apuesta por los dispositivos religiosos. Así, se establecieron reducciones, se sostuvieron doctrinas y se protegieron oratorios y santuarios. La historia de estas políticas en el territorio acusa esta impronta religiosa en la reiteración de topónimos. Por ejemplo, la advocación mariana “del Rosario” se utilizó mucho antes de la erección de la parroquia del Pago de los Arroyos, o de que ese nombre designara a la villa y luego a la actual ciudad. Desde el siglo XVII, la imagen de la Virgen estuvo consagrada a las prácticas religiosas en una capilla de una estancia cercana al sitio fundacional de la ciudad de Santa Fe. A pocas leguas de distancia, se encontraba un grupo de calchaquíes en encomienda cuya doctrina estaba a cargo de un religioso seráfico. Cuando fray Juan de Anguita consiguió que concertaran la paz, los indios se agregaron a la estancia del Salado. Allí conocieron la imagen de la Virgen y permanecieron hasta que una incursión de abipones amedrentó a los pobladores rurales que debieron mu-

Fotografía de finales del siglo XIX que muestra la talla sin vestiduras de la Virgen de Nuestra Señora del Rosario en el altar particular ornado por la familia Leiva. Fuente: URLhttp://ibna.com.ar

darse y desamparar la capilla que ya se nombraba como capilla del Rosario del Salado. En las mudanzas, la doctrina de fray Anguita también fue asumiendo la identidad mariana y, como el pueblo de indios a su cargo, se la identificaba como Nuestra Señora del Rosario de Calchaquí. No se sabe exactamente en qué sitio fueron relocalizadas las familias calchaquíes hasta el siglo XVIII. Pero, al contrario, la guarda de la imagen de la Virgen y sus alahajas fue objeto de minuciosos registros. Cada vez que cambiaba de mano se realizaba un inventario con detalles de su estado y ajuar y tanto el Cabildo como la Iglesia Matriz santafesinos asentaban los traslados y el nombre de sus depositarios. A finales del siglo XVII, cuando la

Inventarios, f. 42. Auto de presentación de Ambrosio Alzugaray, párroco de Los Arroyos, reclamando la imagen de la Virgen para su iglesia parroquial, 1731.

ciudad de Santa Fe ya funcionaba en la actual localización, los infieles guaycurúes seguían apostados en el Pago del Salado. Los vecinos santafesinos acordaron en sesión capitular rehabilitar una guarnición que nombraron: el Fuerte del Rosario. Para mantener la cantidad de gente necesaria, decidieron guarnecerlo con pertrechos militares y montar un altar para la asistencia religiosa. Mientras los milicianos demoraban en hacerse con sus armas, los capellanes y los curas doctrineros solían disponer más prontamente de las suyas. Hasta tanto llegaron las provisiones de pólvora y plomo, y ante los indicios vehementes de que los enemigos estaban en las cercanías, el Cabildo resolvió que se trasladase la imagen de la Virgen del Rosario. Ni las iglesias y capillas particulares que se mudaban con los curas y la población de las estancias, ni las doctrinas cuyos religiosos buscan abrigo en los conventos de la ciudad, lograron estabilizarse y la imagen, siguió su periplo. Pasó de estancia en estancia, de oratorio en oratorio y, finalmente, volvió a la ciudad de Santa Fe para quedar bajo la guarda de la Iglesia Matriz. Fue en 1731 que el cura rector Pedro González Bautista, a regañadientes y vencido en su enconada resistencia, entregó la imagen al cura Ambrosio Alzugaray, el primer párroco de los Arroyos. Fundar una parroquia Los conflictos desatados por la entrega de la imagen de la Virgen y sus alhajas se comprenden en la medida que se conoce qué significaba, en aquel tiempo, erigir una parroquia. Su fundación implicaba, además de la provisión de un cura párroco, la asignación de un término, una sede y rentas parroquiales. Por entonces, la iglesia matriz santafesina disponía de un territorio o curato que coincidía con el área jurisdiccional del Cabildo. De allí que el cura de la iglesia rectoral evaluase que, al delimitar el curato de Los Arroyos, se amputaba una parte de su territorio curatal y con él se recortaban los derechos eclesiásticos que percibía de estas feligresías. De manera que el

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encono obedecía a su férrea oposición a la creación del nuevo curato por ver afectados sus intereses crematísticos. Al ser instituidos en parroquias independientes, los curas necesitaban asegurar unos recursos mínimos. Convocar a la feligresía era parte elemental del asunto. Debían ofrecer servicios religiosos y para ello necesitaban dotar con enseres y reliquias sacras los modestos altares de las capillas particulares que fungieron como iglesias parroquiales. Encumbrar los templos con una imagen tan venerada como la de la Virgen del Rosario no fue un aspecto para nada trivial: la misma había sido traslada con un conjunto de adminículos fundamentales para las celebraciones litúrgicas que constituían los baluartes de las prácticas devocionales pero también de la subsistencia del párroco. Ante la negativa del cura rector, el padre Alzugaray apeló a las autoridades del obispado. Éstas, refrendando la creciente necesidad que padecía la nueva parroquia de lo que consideraban preciso para la decencia del Culto Divino, compelieron al rector santafesino a que entregase la imagen con sus alhajas. Desde el año 1731 hasta aproximadamente 1739, el párroco del Pago de los Arroyos dispuso de la imagen sin mayores contrariedades. Pero al ser designado el fraile Lucas de Leguizamón como doctrinero de un grupo de calchaquíes establecidos en las cercanas márgenes del río Carcarañá, la imagen volvió a ser objeto de disputas. El doctrinero la reclamaba en nombre de sus indios y no abandonó fácilmente este propósito. Por esta razón, la negativa a entregarla, esta vez,

protagonizada por Alzugaray, condujo la contienda a la vía judicial diocesana. A fines del año 1740, Pedro Rodríguez, vicario del obispado de Buenos Aires, se encontró en medio de una enardecida discusión en la que le correspondía determinar si la imagen pertenecía a los vecinos rurales –europeos y criollos– del Pago de los Arroyos o a los indios calchaquíes. En busca de pruebas para dirimir el litigio, recurrió al Cabildo de Santa Fe. Fue una oportunidad para que las autoridades santafesinas se florearan con relatos edificantes. La memoria del periplo de la virgen del Rosario surtía provecho para quienes se identificaban como cristianos españoles y daban testimonios de la proeza que habían protagonizado al salvaguardar la imagen de los infieles enemigos y depositarla en la Iglesia Matriz. Por el contrario, manifestaban no recordar nada de la participación de los calchaquíes en aquella piadosa diligencia. A pesar de los insistentes reclamos, que involucraban a figuras de peso, tanto del orden eclesial como político, el padre Alzugaray murió en 1744, sin entregar la imagen. La virgen fundadora Debido a la inexistencia de un acto fundacional, la entronización de la imagen de la virgen de Nuestra Señora del Rosario en la Capilla del Pago de los Arroyos, ha funcionado como hito en el relato instituyente de los orígenes de la actual Rosario. La historia local oficial abona, decididamente, este relato histórico. Las interpretaciones ofrecidas, las más divulgadas y las que concitan mayor con-

senso, se condicen con esas narrativas de los orígenes. Se sabe que la imagen apostada en la Catedral es la que llegó desde Cádiz recién el 3 de mayo de 1773, durante la gestión parroquial del cura Miguel de Escudero, aunque había sido realizada por encargo de su antecesor, el párroco Francisco de Cosío y Terán. Historiadores de oficio se han ocupado del tema, movidos por la pregunta sobre el destino de la primera imagen de la Virgen, aquella enaltecida en la prístina Capilla de los Arroyos. Se han reunido testimonios y pruebas documentales para abonar la hipótesis sobre que, la entregada al primer párroco Ambrosio de Alzugaray, sería la que está en guarda de una institución religiosa en la ciudad santafesina de Roldán. Para probar su autenticidad se practicó un estudio tomográfico helicoidal y radiográfico digitalizado de la imagen. Y para componer el relato histórico, el autor de “La Imagen Olvidada” –contador Miguel Chiarpenello– también apeló a la memoria de una descendiente de los Leiva, la familia de Coronda que aseguraba haber retenido la talla para poner a la Virgen a resguardo de los indios. Perla Picabea Mori de Vitri, miembro de la familia que Chiarpenello califica de “honesta y patriótica”, en 1983 la donó al Instituto Cristo Rey de la ciudad de Roldán. Como vemos, no se trata de falta de pruebas documentales ni de inconsistencia de datos fácticos. Por el contrario, si abordamos esos mismos datos distanciándonos del interés sobre el destino final, o de los debates sobre la autenticidad de una u otra imagen de las advocaciones marianas que circularon por esta región, es posible concentrarnos en los significados profundos que hay detrás de la persistencia en los usos de las imágenes sagradas.

(*) Doctora en Historia, CEHISO (UNR) Grupo Religio (Instituto Ravignani-UBA) Prof. en la Universidad Nacional de Rosario y en la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Autora del libro Política, piedad y jurisdicción. Cultura jurisdiccional en la Monarquía Hispánica (siglos XVI-XVIII). Capilla del Rosario y bajada al río.

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Un rosarino y su tiempo Repasar la vida de Vicente Echevarría, es hacer un recorrido por el paisaje histórico que comprende momentos decisivos de la historia nacional. El compromiso, pero también la habilidad y la astucia de este rosarino, le permitieron estar presente en lugares de peso, donde las decisiones tendrían trascendencia en la vida política de nuestro país.

Por Marcelo Móttola (*)

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icente Anastasio Echevarría, nació en la Villa del Rosario, el 22 de enero de 1768, se dice que, dado su débil estado, fue bautizado rápidamente. Su madre pertenecía a una familia local, mientras que su padre era de origen vasco, más precisamente de Vizcaya. En 1782 murió su madre y dos años después, su padre. Vicente, quedó a cargo de su tío, el hermano de su padre, don José de Echevarría y Madina. Dejó Rosario de los Arroyos y se instaló en la casa de su tío, quien lo crió como si fuera su propio hijo. Realizó sus estudios secundarios en el Real Colegio de San Carlos, de Buenos Aires, pues la decisión de su tutor era que fuera sacerdote. Luego completará su educación superior en la Universidad de Chuquisaca, donde se graduó en Leyes y Sagrados Cánones. A pesar de su vocación religiosa, y de la enérgica decisión de su tío, se decidió pronto por las leyes, al comienzo como practicante en la Real Academia, y luego como abogado en la Audiencia de Charcas y “Opositor a las Cátedras de

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Vicente Anastasio Echevarría ya anciano, portando la llave de la ciudadela de Montevideo. Daguerrotipo existente en el Museo Histórico Nacional.

Instituta y de la de Vísperas de Cánones de la Real Universidad”. Tal decisión le valió un largo distanciamiento con su tío. Vicente Anastasio Echevarría, fue el primer doctor que diera la villa del Rosario. Luego de quince años, en 1802, volvió a Buenos Aires, donde se ubicó como abogado en la Real Audiencia de Buenos Aires. Fue recibido de la mejor manera en su “casa paterna”, la de su tío, quien lo acogió como al hijo pródigo. Allí descubrió con asombro que su prima hermana, María Antonina, había crecido, y era ya una hermosa jovencita. En poco tiempo el amor floreció. La propuesta de matrimonio no cayó con beneplácito a su tío, quien era por entonces Escribano de la Real Casa de la Moneda de Buenos Aires, lo que dio origen a un proceso legal que daría que hablar. Un rosarino revolucionario Luego de actuar como abogado, en 1806, es nombrado juez de Alzadas del Tribunal del Consulado, cargo que des-

empeñó con gran eficiencia, y le permitió trabar amistad con el notable doctor Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. La figura de Echevarría ganó notoriedad pública cuando durante las invasiones inglesas, trasladó un cañón desde San Nicolás de los Arroyos hasta Buenos Aires. El acto fue premiado por Real Orden, con el comisariato de guerra. Gracias a este hecho el Virrey Liniers lo incluyó en su grupo de consejeros, e incluso llegó a ser su abogado, lugar desde el cual intentó persuadir, por pedido de su amigo Manuel Belgrano, al representante de la Corona de que no entregase el gobierno al nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, pero la tarea resultó estéril. Los hechos de Mayo de 1810, lo toman en plena participación pública, tomando partido frente a los pasos a seguir, dadas las noticias que llegaban desde España. Es invitado a la histórica sesión en el cabildo del día 22 en la que, siendo el único rosarino presente, participó en medio de acaloradas discusio-


nes y votó a favor del cese de Cisneros y su reemplazo por una junta nombrada por el cabildo. El desarrollo de la Revolución hizo que, en junio de 1810, fuera nombrado juez integrante de la Cámara de Apelaciones criolla. Su participación destacada dentro del gobierno revolucionario, se materializó en importantes donativos patrióticos en dinero y en libros para la biblioteca pública, todo un símbolo del régimen que se acababa de imponer. Su habilidad política le permitió abrirse paso por los sucesivos gobiernos revolucionarios, sin acaso sufrir las

Martín Malharro. “Corsario La Argentina”, c. 1899, óleo s/cartón, 57 x 98 cm. (Base Naval Puerto Belgrano)

Llave de la ciudad de Montevideo, al rendirse la plaza de Montevideo, en 1814.

consecuencias de los desplazados. En tiempos en que el río Paraná se encontraba amenazado en sus dos extremos, Echevarría, acompañó a Belgrano en calidad de diplomático a la Asunción, previo paso por Rosario, para conseguir la paz. El objetivo se alcanzó, pero a cambio se tuvieron que aclarar los puntos referidos a las relaciones entre los sectores en discusión. Entre estos puntos, estaba nada menos que el reconocimiento por parte de la Revolución, de la inminente independencia del Paraguay. Echevarría fue, además, comisario de guerra del Primer Triunvirato, secretario de la Asamblea del Año XIII y diputado electo por el cabildo de Buenos Aires, entre otras actividades que desarrolló en apoyo de la revolución. Fue también Secretario de Estado, cargo que le permitió acompañar al general Alvear en la toma de Montevideo y recibir la llave de manos del jefe español vencido Gaspar de Vigodet. Un objeto con el cual se quedó como propio y Acuarela de Emeric Essex Vidal (1791-1861): “La Plaza o Gran Plaza de Buenos Aires”. 1817.

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al que le tendrá un especial afecto. Lo atesorará durante toda su vida, hasta tal punto, que llegaría a retratarse con él; la reliquia hoy tiene un lugar en la sala Tesoros de la Independencia, del Museo Histórico Nacional. La amistad de Echevarría con Belgrano, hizo que fuera esperable que el General se hospedara en la casa de su hermana, María Catalina Echevarría de Vidal, en la ocasión en que éste se encontrara en la villa del Rosario para instalar las baterías en las márgenes el río Paraná. De navíos y de corsos Pero si algo puso a Echevarría en la consideración de sus pares, fue su habilidad como armador de buques. El desarrollo de la guerra contra el Imperio español, derivó en intentar dañar el comercio marítimo de la Corona, al tiempo que se proclamaba el levantamiento de los pueblos dominados. Con este objetivo, el gobierno utilizó la figura del corso, que permitía armar bajo su bandera a buques privados y atacar barcos realistas, cuyo botín se dividía según un acuerdo previo. El 18 de junio de 1816 el marino francés Hipólito Bouchard, después de haber participado en la expedición corsaria comandada por Guillermo Brown, retorna a Buenos Aires, al mando de una de las presas que había obtenido, la fragata española La Consecuencia. Echevarría que se ocupaba por entonces de armar las naves corsarias, vio en el importante tamaño de la embarcación, de 100 metros de quilla, una buena oportunidad de equiparla para la nueva expedición de Bouchard, que con el tiempo daría que hablar. En palabras de Miguel Ángel De Marco, “Era necesario alistar adecuadamente el velero y obtener la competente patente de corso. Ambos consideraron que el nombre más apropiado y bello para un buque que debía surcar lejanos mares enarbolando la enseña celeste y blanca era La Argentina” Luego de algunos incidentes con la tripulación, la nave zarpó el 27 de junio de 1817, en un viaje corsario alrededor del mundo, digno de una película de aventuras.

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Placa en forma de vela, colocada en el muro norte de la Catedral de Rosario, frente a la sacristía. Detrás de ella se encuentra el cofre que conserva las cenizas de Vicente Anastasio Echevarría.

De la travesía, dirá Mitre con tono exultante: “Durante esos cuatro años, la bandera argentina, enarbolada por nuestros atrevidos corsarios, flameó triunfante en casi todos los mares del orbe: en el Océano Pacífico, en el Atlántico del Sur y del Norte, en las Antillas, en los mares de la India y en el Mediterráneo. El cañón de las naves patentadas por la República resonó a la vez en América, en Asia, en Europa y en Oceanía, batiendo los bajeles de guerra del enemigo…” Recordemos que en el momento en que el buque se hizo a la mar, nuestro país aún no ostentaba el nombre de Argentina, denominación que solo existía entonces en el campo literario, sin una formalidad territorial. Por otra parte, Juan Alvarez destaca otro aspecto no menos notable de la empresa, cuando expresa que “Cupo a este buque, perteneciente a un nativo de Rosario, el honor de hacer tremolar alrededor del mundo la bandera creada pocos años antes en las barrancas rosarinas” A pesar de que la empresa dejó financieramente muy mal parado a Echevarría, el rosarino nunca dejó de apoyar a la revolución. Durante los momentos más duros de la guerra civil, se lo puede ver intercediendo entre bandos y participando de comisiones donde es requerido como un asesor competente. Si bien la acción política ocupó gran parte de su tiempo y su dinero, el hombre tampoco descuidó sus negocios, que por entonces llegaron a ser importantes, puesto que entre otras operaciones transportaba yerba mate, azúcar o tabaco desde Paraguay y Corrientes para comercializarlo en el noroeste, trasladando la carga mediante

mulas, que a su vez también vendía en Salta. Recordemos que la mula es una mercancía que se transporta a sí misma. Echevarría siguió ocupando diversos cargos de importancia, entre ellos Diputado por Buenos Aires en el congreso de Tucumán en marzo de 1817, y en 1820 fue senador nacional con arreglo a la constitución unitaria de 1819. Más adelante ejerció el cargo de prefecto del departamento de jurisprudencia de la universidad de Buenos Aires, lugar desde donde hará valiosos aportes en la preparación de los estatutos y en el plan de estudios de la nueva casa. En 1828 se reúne en Santa Fe, la Convención Nacional. Allí don Vicente preside el cuerpo y edita dos periódicos, con una imprenta que él mismo trasladó desde Buenos Aires; hay quienes afirman que fue la primera que tuvo la provincia. La época de Rosas lo limitó en sus acciones políticas, por lo que debió volcarse a la vida profesional y comercial. Falleció en Buenos Aires el 20 de agosto de 1857, a los 89 años. Su archivo pasó a poder de Bartolomé Mitre, que lo usó como fuente documental para escribir su Historia de Belgrano. El 21 de setiembre de 1928 sus restos fueron trasladados en un buque de guerra, de Buenos Aires a Rosario, y depositados en la Catedral de esta ciudad.

(*) Licenciado en historia. Docente del ProUApAM, UNR.


Amor, leyes, costumbres y designios celestiales.

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La negativa de Echevarría y Maicente era por entonces un joven dina, además de los motivos religiodoctor en leyes, con un brillante sos, estaba fundada en que ya había futuro por delante. Su enamorada concertado a espaldas de su hija su era su prima hermana María Antonina, de diecisiete años, con la cual com- unión con otro hombre, un “hombre de bien y de bienes”. partía la cotidianeidad. La decisión de La presentación en la corte civil contraer matrimonio tenía sus dificulfue realizada por el mismo Vicente, tades, pues entre otras cosas, estaba quien se desempeñaba como Oidor el problema de tener que resolver la de la Real Audiencia. El alcalde dio prohibición del grado de consanguicomienzo a la primera instancia, en la nidad, muy importante en la sociedad que contempló el pedido de Vicente de entonces. de retirar a María de la casa donde Los enamorados ya habían hecho los esponsales pero de manera secreta, cumplía su retraimiento, por lo que se ordenó que fuera trasladada a la algo que sabían que podría enrarecer casa de la familia Ugalde Monasterio, el ambiente del posterior anuncio y pero se le prohibieron las visitas de su que tal vez provocaría la mala dispadre y de su enamorado. posición del padre de la novia. Sin La justicia civil ordinaria, resolembargo muy adentro guardaban la vió rápidamente, y declaró la irracioesperanza de que finalmente la unión nalidad del disenso, al pronunciarse a fuera aceptada. favor de los jóvenes. José no apeló al Dentro de las posibilidades, dictamen de la justicia civil, a pesar de se dio la primera, y el anuncio de que le cabía recurrir al recurso de hacasamiento por parte de Vicente, cayó cer valer su poder paterno, dado que como balde de agua fría en la cabeza de su tío, quien se opuso enérgicamente a la unión matrimonial. El irritado hombre, atribuía la actitud de su sobrino predilecto como un acto de traición, y aludía a que su hija había consentido por estar “seducida y engañada, al mismo tiempo que halagada por un primo que habitaba dentro de nuestra propia casa”. Por supuesto que el escándalo social no se hizo esperar, cuando literalmente echó a su sobrino de la casa familiar y obligó a su hija a permanecer “recogida” en la residencia de su pariente Cristóbal de Aguirre, quien por otra parte era un amigo de confianza, donde “…hoy vive no viendo ni oyendo, ni practicando sino labores honestas y muchos exercicios de piedad y devo“Iglesia de Santo Domingo”, de Buenos Aires. Acuarela de ción” Emeric Essex Vidal, circa 1817. “Picturesque illustrations of

su hija era menor de edad. A pesar del dictamen, la justicia civil, no logró extender y hacer valer su resolución al ámbito eclesiástico. Según lo demostrado por un trabajo de la historiadora Elsa Caula, paralelamente al juicio civil, los novios acudieron al Obispado de Buenos Aires y presentaron allí, un breve escrito, con intención de destrabar el tema de la consanguinidad. Luego de la negativa que obtuvieron de la curia porteña, los novios decidieron apelar ante el Arzobispo de Charcas, quien actuó a favor de la pareja. Sin embargo las autoridades religiosas porteñas no se amoldaron a la decisión superior. El tema se prolongaba y las fuerzas en conflicto engrosaban su arsenal. Fue así como los novios decidieron alcanzar la dispensa de la Santa Sede. En febrero de 1804 se iniciaron las acciones para que vía el Consejo de Indias, sus reclamos llegaran al mismísimo Papa. Entre tanto, José comenzó un trámite similar. El Fiscal del Consejo de Indias, decidió pronunciarse a favor de la licencia solicitada por Vicente y María Antonina para acudir a Roma. Finalmente la esperada dispensa llegó, cuando el 20 de diciembre de 1804, el Papa Pío VI, se expidió sobre el asunto. Pero la autorización papal debía pasar primero por la administración real en España, que la remitió en marzo de 1805. Sin embargo, el 14 de febrero José de Echevarría moría, posiblemente ya anoticiado de la dispensa papal. El matrimonio entre Vicente Anastasio Echevarría y María Antonina Echevarría, finalmente tuvo lugar el 4 de junio de ese mismo año. Información obtenida del trabajo de Elsa Caula, Jurisdicciones en Tensión, Poder patriarcal, legalidad monárquica y libertad eclesiástica en las dispensas matrimoniales del Buenos Aires virreinal, publicado en Prohistoria, número 5, 2001.

Buenos Ayres and Monte Video”. London: R. Ackerman, 1820

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

Francisco Antonio Candioti, entre el virreinato y la Revolución

Ilustración: Marcelo Móttola

Francisco Antonio Candioti, primer gobernador de Santa Fe en 1815, fue uno de los personajes destacados de la historia santafesina, en la transición entre el periodo virreinal de la segunda mitad del siglo XVIII y los primeros quince años de la etapa independiente.

Por Adriana Milano (*)

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i bien la gobernación santafesina es emblemática desde el punto de vista del proceso revolucionario iniciado en 1810, para Candioti, representó una faceta más en su vida, una muestra de combinación de actividades públicas y privadas. Como hombre de negocios supo aprovechar el contexto de expansión en la comercialización de ganado mular, con arreos habituales de animales para invernada hacia el norte del Virreina-

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to, para su venta en la feria de Salta y en otros puntos del Virreinato del Perú. Su expansión se consolidó en la etapa previa a la coyuntura revolucionaria iniciada en 1810. A causa de las continuas guerras se terminaron dislocando los circuitos mercantiles diagramados durante la etapa virreinal. No obstante, Candioti continuó con incursiones en la venta de cueros, yerba y otros efectos, en la nueva reconfiguración del espacio mercantil. Respecto de sus antepasados, su bisabuelo Teodoro de ascendencia ve-

neciana y nacido en Creta en 1666, se radicó en Lima alrededor de 1716, después de vivir en Madrid como mayordomo mayor del Palacio Real y viajar con el virrey del Perú hacia América. El padre de Francisco Antonio Candioti, Antonio Candioti y Mujica, fue comerciante en Concepción del Cuzco en los primeros años de la década de 1730 y pasó luego a residir en la ciudad de Santa Fe donde para 1740 se había convertido en vecino comerciante de la ciudad. Allí contrajo matrimonio en 1742 con una joven de familia notable,


María Andrea de Zeballos, hija del regidor Juan de Zeballos hombre que compartía escenario público con otros vecinos de prestigio como los Vera Múxica, Echagüe y Andía, Maciel, De Iriondo, Diez de Andino, Larramendi, Aldao, Crespo, entre otros. Muchos de estos nombres siguen resonando en nuestros oídos, más de doscientos años después. Nacido en 1743, Francisco Antonio creció en el seno de una familia de vínculos y relaciones importantes, hombres de negocios en el plano privado y partícipes de las decisiones políticas de la ciudad en diferentes cargos, al punto que su padre Antonio Candioti y Mujica falleció como gobernador de la Serena y Coquimbo en Chile en 1752. Francisco Antonio fue el encargado de gestionar los bienes y cuentas, luego del fallecimiento de su padre y continuó el crecimiento comercial con negocios propios y otros conjuntos con su hermano Francisco Vicente. Otro vínculo importante para Francisco fue su cuñado Juan Francisco de Aldao, miembro de otra de las familias santafesinas más destacadas. Casado con su hermana, Leonor María Manuela Candioti, junto con sus tres hijos y sobrinos se convirtió en su aliado y fueron, todos, sus colaboradores en la actividad tanto privada como pública. De hecho, su sobrino Luis Aldao fue retratado por el viajero y comerciante inglés John Parish Robertson en su crónica de viaje por Santa Fe, como el encargado de una de las principales estancias entrerrianas de Candioti, Arroyo Hondo. En este lugar fue alojado por Aldao, y Robertson tuvo oportunidad de conocer la hospitalidad de Candioti, el “Príncipe de los gauchos”, como lo apodaban. En el año 1800 contrajo matrimonio, a los 57 años, con Juana Ramona de Larramendi, hija de José Teodoro de Larramendi, con quien había compartido negocios e intervenciones en asuntos públicos en conjunto. Los Larramendi, quienes contaban entre sus ascendientes al último Adelantado del Río de la Plata, Juan de Sanabria y al fundador de la ciudad de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera, eran influyen-

Pintura de Francisco Antonio Candioti del artista José Antonio Terry, fechada en 1916. Se trata de una creación del artista, hecha un siglo después de su muerte, pues no hay ninguna imagen del personaje en qué apoyarse, a la hora de plasmar su fisonomía. Está trabajado a partir de la descripción que el viajero inglés Juan Parish Robertson, hace de su persona. El pintor, ha querido resaltar el porte, la dignidad y serenidad del Príncipe de los gauchos. Gentileza, Museo Provincial de Bellas Artes “Rosa Galisteo de Rodríguez”.

tes tanto en Santa Fe como en la Otra Banda del Paraná, actual Entre Ríos; hacendados propietarios de las principales tierras de la zona y promotores del desarrollo de la Villa de Paraná a partir de la donación de tierras que efectuara en 1778 la madre de José Teodoro, María Francisca de Cabrera Solórzano. Como hombre de negocios y hombre público supo cosechar gran número de contactos y relaciones a lo largo de su vida. Conocida es su relación con el comerciante y miembro de la elite porteña, Juan José de Lezica, con quien inició trato comercial y personal permanente, desde 1768 hasta la muerte de éste en 1811. Los contactos comerciales, convertidos en amigos en algunos casos, incluyeron a vecinos hacendados, comerciantes y hombres públicos ilustres de Salta, Perú, Potosí y

Lima. Con algunos de ellos se asoció en compañía para la trata de ganado mular y se convirtió en el nexo rioplatense, hasta que la coyuntura revolucionaria de 1810 marcara el declive de los circuitos comerciales desde y hacia el Alto Perú. Los papeles privados de Candioti revelan que todos ellos no eran los únicos contactos, otros comerciantes o encargados de gestión de negocios se comunicaban desde Asunción, Córdoba, las estancias entrerrianas, Santiago de Chile, Santiago del Estero, Buenos Aires, Tucumán Jauja, Lima, Salta, Oruro o Cochabamba. Mención aparte merece su relación con el general Manuel Belgrano a quien asistió, financieramente y con animales, para sus incursiones militares como refleja la correspondencia entre ambos y el reconocimiento que eL

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

cabildo santafesino le realizó, por sus aportes a la causa revolucionaria. Su participación política no fue una novedad en la etapa revolucionaria. Si bien prefirió la atención de sus asuntos particulares a la actividad pública, sus intervenciones comenzaron durante la dominación española virreinal. A pesar de la constante actividad pública de sus familiares directos y políticos, su incursión se inició en 1781, a los 38 años, cuando fue electo como alcalde de Santa Fe. A partir de allí, su desempeño se vio matizado con periodos de ausencia para dedicarse al negocio de mulas y la gestión de sus estancias. Así, fue alcalde en 1781, 1791, 1795, y 1808; alcalde de segundo voto en 1804; maestro de correos en 1786; abastecedor de carne para la compañía de Blandengues de Santa Fe en 1788; comisionado de la Real Audiencia en 1792; sargento mayor de milicias en 1795; diputado del Real Tribunal del Consulado de Buenos Aires en 1795 y 1796; alférez real en 1805; maestro de postas de Arroyo Hondo en 1808; diputado ante la Junta Provisional Gubernativa de Buenos Aires en 1810; sargento mayor de milicias urbanas de Santa Fe en 1810; diputado y representante ante la Asamblea General de Buenos Aires en 1812 y gobernador en 1815. En 1809 su comportamiento se vio cuestionado, fue acusado de un supuesto y nunca comprobado intento de sublevación contra las autoridades virreinales en el que Candioti operaría como apoyo santafesino del movimiento impulsado por Martín de Álzaga en Buenos Aires contra el virrey Santiago de Liniers. La propuesta de Candioti como candidato a primer gobernador santafesino fue elevada por los capitulares de la ciudad en reconocimiento a su trayectoria y plena confianza de que gozaba por parte de sus vecinos. Su designación se efectuó el 31 de marzo de 1815 por: “la necesidad absoluta de nombrar interinamente una persona de crédito, celo y actividad a quien encargar el Gobierno con todos sus ramos y que concurriendo estas y las demás

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La vida cotidiana en tiempos de Candioti.

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n conexión con otras ciudades y poblados, los vecinos santafesinos se caracterizaron por desarrollar múltiples facetas: comerciantes, hacendados, intermediarios, hombres de actividad pública y privada que alternaban estancias en la ciudad con viajes hacia sus explotaciones rurales, en especial en la Otra Banda del Paraná, actual Entre Ríos. La vida cotidiana no era sencilla; necesidad de ausentarse en viajes de negocios y arreo de mulas, sequías, amenaza de langostas sobre los cultivos y el peligro indígena latente, formaban parte de los retos a enfrentar. Los viajeros europeos al Río de la Plata retrataron sus vivencias a su paso por la región santafesina. Entre ellos, Félix de Azara recordaba en Viajes Inéditos, una travesía agobiado por la fatiga, el calor y los mosquitos; embarcado en un bote a remo: “sumamente molestados de mosquitos. Dá este brazo del Paraná muchas vueltas. Sus costas, según pude conocer, anegadizas y pobladas de sauces, timbos, seibos y otros árboles muy espesos… Siempre fuimos divisando mucha arboleda hacia la izquierda u orilla del Paraná: también la había de algarrobos y espinillos. Vi al paso dos o tres ranchos en el campo y

noté a ¾ leguas de ellos, la huella de un hombre, cosa que me admiró porque aquí nadie anda á pié, ni he visto otro tanto en América”. Agregaba además datos curiosos sobre los productos, las actividades y las mujeres: “Llevan de aquí a Buenos Aires muchas y buenas batatas de diferente especie que las de Málaga, no tan delicadas, muchos limones y doscientas mil naranjas dulces…Los naranjos son disformes y algunos dan cinco mil y más naranjas…” “Además del comercio viven estas gentes de la cría de ganados, principalmente mulas para el Perú. Sus estancias las tienen á la otra banda del Paraná, y también llevan mulas y caballos al Paraguay”. “El vestido y el lenguaje es el de Buenos Aires, bien que las mugeres gastan menos ropa. Sus camisas son bordadas por el pecho y hombros, de azul en la gente ordinaria, y las ricas usan cribos y bordaduras esquisitas de hilo que trabajan con primor: lo mismo hacen en sábanas, almohadas, toallas, calzoncillos y enaguas, y de todo esto llevan bastante á Buenos Aires. Tienen las mugeres fama de amables y hermosas y de taparse la boca cuando se rien, aun cuando tengan buenos los dientes.”

Fuente: De Azara, Félix, Viajes Inéditos. De Santa Fe a Asunción, al interior del Paraguay y a los pueblos de Misiones, Buenos Aires, edición de 1873, pp. 20-23.

cualidades necesarias en la persona del ciudadano Francisco Antonio Candioti”. Sin embargo la salud de Candioti se resquebrajaba, tal como él mismo manifestaba en su correspondencia personal. Así escribió sobre su preocupación el 28 de julio desde Santa Fe en una carta destinada a Álvarez Thomas en Buenos Aires. Se dirigía a su “venerado amigo y señor: retraido de los laberintos que presenta el mundo y

sugeto únicamente a pensar en el Altísimo por la grave enfermedad que me ha mandado”. El 29 de agosto de 1815 se recibió en Cabildo la noticia del fallecimiento del “príncipe de los gauchos” y su viuda, Juana Ramona de Larramendi, su suegro José Teodoro de Larramendi y sus sobrinos, fueron los continuadores de su explotación comercial extendida por tierras santafesinas y entrerrianas. Había rumores sobre la existencia


Describiendo un príncipe John Parish Robertson. CARTA XVII Candioti.—El Estanciero de Entre Ríos. Londres, 1838 “El gaucho Candioti”, del artista uruguayo Pedro Figari (1861-1938 ). El cuadro pertenece a la colección del Museo Nacional de Bellas Artes.

de un número considerable de hijos naturales. Circulaba desde siempre entre los vecinos y conocidos, se decía que algunos de ellos estaban a cargo de puestos y trabajan en sus estancias, según testimonio del citado John Parish Robertson. Pero Candioti sólo reconoció a sus dos hijas del matrimonio de Juana Ramona como sus únicas y legítimas herederas: María de los Dolores y Petrona Ramona quienes contrajeron matrimonio luego de la muerte de su padre con Antonio Crespo Zavala y José Urbano de Iriondo, hombres reconocidos del escenario político y social de Santa Fe y Entre Ríos. Acercarse a la vida de Candioti es importante no solo para conocer a un personaje particular de la historia santafesina. Es un ejercicio para pensar y revisitar un periodo fundamental de la historia rioplatense y americana; un periodo de ruptura con el orden virreinal y de comienzo de tentativas hacia un nueva distribución del poder político, de dislocación y reordenamiento de los circuitos comerciales, de surgimiento de nuevos actores y reorientación de las actividades. Un tiempo en que lo viejo se reconfigura pero también convive y pervive en función de nuevas variables del contexto. Y donde Candioti es, en este sentido, una figura que aporta para pensar a Santa Fe en ese punto de inflexión entre el Virreinato y la Revolución.

(*) Profesora y Licenciada en Historia. Docente integrante de la cátedra Historia de Europa III, Facultad de Humanidades y Artes, UNR.

Un día, después de la siesta, medio transformado en santafesino, estaba yo sentado, sin chaqueta y chaleco, con el grupo de familia en el zaguán, cuando llegó, al paso de su caballo, el caballero anciano más apuesto y lujosamente equipado que habíase presentado a mi vista. Allí, dijo Aldao, viene mi tío Candioti. A menudo lo había oído nombrar: ¿a quién que haya estado en aquel país no le ha sucedido lo mismo? Era el verdadero príncipe de los gauchos, señor de trescientas leguas cuadradas de tierra, propietario de doscientas cincuenta mil cabezas de ganado, dueño de trescientos mil caballos y mulas y de más de quinientos mil pesos atesorados en sus cofres en onzas de oro, importadas del Perú” (…) “…fui presentado al señor Candioti, e hice mi saludo con toda la deferencia debida a potentado tan patriarcal. Sus maneras y hábitos eran igualmente sencillos, y su modo de conducirse con los demás tan sin ostentación y cortés, como eran sus derechos a la superioridad y riqueza universalmente admitidos. El príncipe de los gauchos, era príncipe en nada más que en aquella noble sencillez que caracterizaba todo su porte. Estaba muy alto en su esfera de acción para temer la competencia, demasiado independiente para someter su cortesía por el solo beneficio personal; y demasiado ingenuo para abrigar en su pecho el pensamiento de ser hipócrita. (…) Cuando lo contemplé no pude menos que’ admirar su singularmente hermoso rostro y su digno semblante. Su pequeña boca y nariz estrictamente

griega, su noble frente y finos cabellos delicadamente peinados en guedejas de plata, sus penetrantes ojos azules y su semblante tan sano y rubio como si hubiera pasado la vida en Noruega, en vez de cabalgar en las Pampas, eran todos interesantes. También sus atavíos, a la moda y estilo del país, eran magníficos. El poncho había sido hecho en el Perú y, fuera de ser del material más rico, estaba bordado en campo blanco y en soberbio estilo. Además, tenía una chaqueta de la más rica tela de la India, sobre un chaleco de raso blanco que, como el poncho, era bellamente bordado y adornado con botoncitos de oro pendientes de un pequeño eslabón del mismo metal. Su ropa inferior era de terciopelo negro, abierta en la rodilla y, como el chaleco, adornada con botones de oro, pendientes también de pequeños eslabones que, evidentemente, nunca se había pensado usarlos en los ojales. (…) Las botas de potro del señor Candioti ajustaban los pies y tobillos, como un guante francés ajusta la mano, y las puntas dobladas hacia arriba, dábanles aspectos de borceguíes. A estas botas estaban adheridas un par de pesadas espuelas de plata, brillantemente bruñidas. (…) Si primoroso el atavío del jinete, era sobrepasado, si es posible, por los arreos de su caballo. Allí todo era plata prolijamente trabajada y curiosamente ataraceada. Las cabezadas del recado y las complicadas del freno estaban cubiertas con el precioso metal, las riendas con virolas del mismo y en la hechura de sus estribos debía haber agotado toda su habilidad el mejor platero del Perú, con un peso mínimo de diez libras de plata pina para trabajarlos. Tal, en carácter y en persona, era Candioti, el patriarca, de Santa Fe.

Robertson, John Parish, La Argentina en los primeros años de la Revolución. Traducción de Carlos Aldao, Biblioteca de la Nación, Buenos Aires, 1916, pp. 43-46

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Como el cielo refulgente

Ilustración: Marcelo Móttola

El izamiento de la enseña patria por parte de Manuel Belgrano, es el acontecimiento más trascendente de la ciudad de Rosario. Con el tiempo fue afianzándose un carácter casi fundacional para los habitantes de la otrora humilde villa, quienes se apropiaron de la escena para convertirla en su marca identitaria más destacada.

Por Marcelo Móttola (*)

¿Por qué Rosario? Fue el piloto José de la Peña, quien determinó que la zona más estrecha del canal del río, por donde deberían circular los barcos enemigos, era la que se ubicaba frente al caserío conocido como Villa del Rosario. Hipólito Vieytes, por entonces en el lugar, se apresuró a emitir la información a la Junta en Buenos Aires, algo que se hizo efectivo el 12 de marzo de 1811. Por entonces Rosario era un lugar clave en la lucha contra los realistas, pues por esta villa pasaban tanto tropas como suministros que requerían las fuerzas revolucionarias, para enfrentar a las fuerzas españolas en Montevideo. Cuando Vieytes envió su oficio, habían pasado solo unos días de la derrota de

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la primera escuadrilla patriota frente a San Nicolás. La situación era acuciante. El gobierno central, que había descuidado militarmente a la villa, cambió su postura y decidió instalar una batería en la orilla derecha del río, para intentar impedir que los buques enemigos navegaran río arriba, y evitar así que llegasen a Santa Fe. Según lo afirmó José de la Peña, la respuesta de la villa fue inmediata. La artillería a instalar tiene dimensiones importantes; los trabajos requieren de la activa participación local, algo que se pone de manifiesto en la esmerada disposición de los hombres y en las donaciones que hacen los vecinos para llevar adelante la instalación, Mientras tanto, una considerable cantidad de buques montevideanos, continúan incursionando en el Paraná, haciendo la

situación muy difícil para los pueblos ribereños. En 1812, Manuel Belgrano, acompañado por el 1° de infantería y el batallón de castas, formado por naturales, pardos y morenos, llega a la villa con la misión de vigilar el Río Paraná, contra los avances de los buques realistas de Montevideo, que ahora concentra su acción sobre el tramo del río Buenos Aires-Paraná, en un intento de cortar el suministro de tropas revolucionarias al Uruguay. Belgrano reanudó, por orden del Triunvirato, la instalación del proyecto de armar la costa, que había sido por entonces abandonado por la Junta. Allí se dispuso a la instalación de dos baterías, una en las barrancas de la villa, la Libertad, y la otra, la Independencia, en la isla de enfrente. Los nombres


elegidos serían significativos. Si a esto le sumamos su contundente frase “Las banderas de nuestros enemigos son las que hasta ahora hemos usado…” quedan muy pocas dudas de que, lo que tenía en mente Don Manuel era nada menos que la posibilidad de alcanzar la independencia de España. Desde los primeros momentos de la revolución, hubo personalidades que parecían haber interpretado la realidad como una oportunidad única, para contemplar la posibilidad concreta de manifestar una independencia de España. Con el rey Fernando VII preso, una organización local sería posible. Sin embargo la jura de la Junta en nombre del monarca depuesto, daba cuenta de ambigüedades. Las otras armas Luego de los primeros momentos de la revolución, Buenos Aires comenzaría a extender su protagonismo a lo largo del territorio, algo que no sería tarea fácil; las condiciones y resistencias de las provincias se harían oír, frente a esta nueva situación. El requerimiento de alcanzar la adhesión al dominio del gobierno porteño y el combate al realista, traía la necesidad de la elaboración de material simbólico, que marcase un adentro y un afuera de la causa revolucionaria. En estos casos, la apropiación del manejo del capital simbólico, constituye una de las prioridades del poder recientemente establecido, en su tarea de construcción de una conciencia colectiva, aunque aún no se hablaba de nacionalidad. Una línea de pensamiento expone que una vez instalados, los imaginarios sociales se manifiestan como fuerzas reguladoras de la vida colectiva de una sociedad, pues actúan como importantes elementos de control, al tiempo que garantizan la legitimidad del poder que los administra. Algo que, más allá de las disputas internas, el gobierno porteño necesitaba. Según Bronislaw Baczko, “los momentos de crisis de un poder, son aquellos en que se intensifica la producción de imaginarios sociales competidores”. La prisión del rey abría una gran posibilidad para la formación de un

Creación de la Bandera Argentina. V. Cajani. Museo Histórico Provincial de Rosario.

nuevo orden político, si bien exigía un tanto de prudencia. Además de las facciones promonárquicas en el interior del gobierno, la inexistencia de una identidad colectiva, como lo plantea José Chiaramonte, a escala del territorio del terminado Virreinato del Río de la Plata que sirviera como sustrato para que los nuevos símbolos hicieran su trabajo, complicaba el proceso. Izando un símbolo El 27 de febrero, de 1812, tan solo unos días después de haber propuesto el uso en el ejército de la escarapela, en un oficio a la autoridad central, Belgrano da las novedades de la jornada: “En este momento, que son las seis y media de la tarde, se ha hecho la salva en la batería de la Independencia, y queda con la dotación competente para los tres cañones que se han colocado, las municiones y la guarnición”.

En la misma carta, el general expresa claramente, “Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la aprobación de Vuestra Excelencia”. El acto no fue muy bien recibido en Buenos Aires, donde el Triunvirato condenó lapidariamente la atribución que se tomó Belgrano. “…ha dispuesto este gobierno que, (…), haga pasar como un rasgo de entusiasmo el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocultándola disimuladamente y subrogándola con la que se le envía, que es la que hasta ahora se usa en esta fortaleza, y que hace el centro del Estado; procurando en adelante no prevenir las deliberaciones del gobierno en materia de tanta importancia…” La alteración del gobierno, estaba fundada en que la situación militar podría obligar a declarar una vez más la soberanía del rey de España; con ciertos temas primaba la cautela, de modo que Rivadavia le ordenó destruir la bandera y volver a izar la que se le enviaba para la ocasión, la rojigualda del Reino de España. Pero Belgrano ya no estaba en Rosario, pues se dirigía rumbo al norte, así que la orden le llega tiempo después. El firmamento su color te dio

Retrato de Fernando VII, óleo de Vicente López Portaña. Museo del Prado.

Más allá de la adhesión a una o a otra hipótesis sobre el origen de los colores patrios, como la de la banda distintiva de los Borbones o el manto de la Virgen de La Inmaculada Concepción,,

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cabe preguntarse si en la atrevida elección de Belgrano no estuvo presente también, la prudencia del gobierno de Buenos Aires que dio origen a la máscara de Fernando VII. Los colores que eligió, y que estaban presentes en la escarapela, no eran adversos a la corona, sino formalmente afines a la misma. Belgrano utilizó para su creación un material simbólico ya instalado en la sociedad porteña. Lo que hace pensar que no eran los colores los que alarmaban al Triunvirato, sino la creación de una bandera propia. Pensemos que en septiembre de 1811, la Junta conservadora, seguía considerándose parte de la nación española, y que el Estatuto Provisional aprobado el 22 de noviembre 1811, en su artículo 8 expresará, “El Gobierno se titulará Gobierno superior provisional de las provincias unidas del Río de la Plata a nombre del Sr. D. Fernando VII, ...” Y esto, sólo tres meses antes del izamiento en Rosario. Posiblemente la estrategia de Belgrano podría haber sido utilizar colores no controversiales, en un símbolo que significaría un quiebre con el poder colonial. Pero el gobierno de Buenos Aires también sabía de estos temas y de la importancia que significa una bandera propia, fuera de los colores que en ella se imprimiesen. La bandera es el más sagrado y el más determinante de los símbolos patrios. Sacar la bandera española del fuerte de Buenos Aires y cambiarla por otra, aunque sus colores no resulten ofensivos, era un camino de ida. Todavía no debía ocurrir. El ala es paño, el águila es bandera El triunfo de Belgrano en Tucumán reavivó la idea de independencia, por lo que el fuerte de Buenos Aires comenzó a poner, sobre la bandera que ya usaba, un gallardete de color celeste y blanco. El 13 de febrero de 1813, Belgrano volvió a presentar una bandera, e hizo jurar fidelidad y obediencia a la Asamblea; los aires eran otros, pero respecto a la bandera aún primaba la moderación. Recordemos que para entonces estaba en funciones la Asamblea del año XIII,

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Juramento de la Bandera, a orillas del Paraná. Acuarela Guillermo Da Re. Museo Histórico Provincial de Rosario.

que tenía como premisa declarar la independencia de Las Provincias Unidas y redactar una constitución, dos cosas que aún se harían esperar. El congreso, entre otras importantes resoluciones, se dedicó también a la construcción de material simbólico, como el sello, que sería luego el escudo nacional y que también portaba los colores celeste y blanco, la canción patriótica, la acuñación de la primera moneda nacional y la declaración de fiesta cívica al 25 de Mayo; al mismo tiempo que intentaba implantar una identidad, se despojaba de los emblemas españoles, al abolir el uso de su escudo de armas y el uso de la efigie del rey de España. Sin embargo aún no tenía lugar la bandera, pues ese paso tenía otra dimensión. En este nuevo clima, la bandera de Belgrano finalmente sería bien recibida, pero con la condición de que fuera usada como bandera del Ejército del Norte, y no aún de la nación. La bandera española seguiría flameando en el fuerte durante un tiempo más. El fin de la máscara El 17 de de abril de 1815, en Buenos Aires, el momento finalmente llegó. “Este nuevo día amaneció (...) puesta en el asta de la Fortaleza, la Bandera de la Patria, celeste y blanca, primera vez que en ella se puso, pues hasta entonces no se ponía otra sino la española…” (Memorias Curiosas de Juan Manuel Beruti) Fue un hito decisivo, pues por pri-

mera vez la Revolución se manifestaba militarmente contra España, desechando definitivamente sus símbolos. La Máscara de Fernando VII, había finalmente caído. En el Congreso de Tucumán, después de proclamarse la Independencia, el 9 de julio de 1816, se dictó el 20 de julio de 1816 la ley de creación de la bandera menor, especificando los colores “celeste y blanco”. El 25 de febrero de 1818, el Congreso, sesionando en Buenos Aires, aprobó la bandera de guerra, con el sol en el centro. La bandera de Belgrano había triunfado, pero aún le quedaba mucho camino para imponerse como auténtica bandera nacional, pues para las provincias era el símbolo del poder opresor porteño. Recién después de la batalla de Pavón, en 1861, momentos en que el país mantuvo una organización nominalmente federal, pero la preponderancia real de Buenos Aires se mantuvo inquebrantable, la bandera nacional comienza a generalizarse y a uniformarse, mientras que las banderas provinciales van desapareciendo, o suavizando su tenor frente al centralismo albiceleste. La batalla simbólica iniciada en Rosario cincuenta años atrás, había terminado.

(*) Licenciado en historia. Docente del ProUApAM, UNR.



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El combate de San Lorenzo El Convento de San Carlos Borromeo, fue uno de los escenarios de encuentro más significativo en las luchas contra los tropas de la corona española. Fue además el único combate que librarían en territorio argentino tanto el Regimiento de Granaderos a Caballo como su creador, el entonces coronel José de San Martín. Pese al carácter fugaz del enfrentamiento y junto con otra batería de medidas que instalaron la guerra sobre el Paraná, su desenlace tuvo consecuencias estratégicas de importancia para la causa patriota, ya que plantó un jalón de peso en la caída de la realista Montevideo. Por Griselda Beatriz Tarragó (*)

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esde el mismo año de 1810, la ciudad de Santa Fe y toda su jurisdicción fue foco de permanentes redefiniciones de su relación con los poderes revolucionarios impuestos desde Buenos Aires, proceso que se verificó en medio de una devastadora guerra que instaló a los ejércitos en tierras santafesinas. La guerra se transformará en el horizonte de la revolución durante diez años. El Paraguay se perderá rápidamente y la infructuosa guerra del norte dejará paso a la defensa, poco ortodoxa, de Güemes a partir de 1815. Pero la situación se complejiza en extremo en las alternativas del frente que se abre en la Banda Oriental, donde en el curso de pocos años la guerra contra el realista se transforma en guerra civil y alternativa revolucionaria de Buenos Aires. La disidencia significaba mucho más que la estricta disiden-

cia. Significaba instalar un centro de poder político en la campaña oriental sobre una base social rural. Inicialmente el alzamiento rural se articula con el enfrentamiento entre la Buenos Aires revolucionaria con Montevideo. El alzamiento rural se generaliza y el sitio establecido, desde 1811, comienza a erosionar la resistencia urbana. En octubre de 1811, y en la época del 1º Triunvirato, se firma sin consulta el armisticio con el autoproclamado Virrey Elío, debido a la amenaza de invasión portuguesa. Esto dio lugar al llamado éxodo oriental con el que se ponen en evidencia tanto el poder movilizador de Artigas como los conflictos latentes con Buenos Aires. La totalidad de la fuerza militar que reconoce como jefe a Artigas y el 80% de la población rural se retiran al interior de Entre Ríos. Producido el avance portugués, se firma en mayo de 1812 el armisticio (misión Rademaker). Después de esto, Artigas vol-

Julio Fernández Villanueva. Combate de San Lorenzo. Museo Histórico Nacional.

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Retrato del General san Martín cuya autoría es controvertida. Algunas fuentes lo atribuyen a Jean Baptiste Madou, otros al profesor de arte de la hija de San Martín, y otros sospechan que es el trabajo de muchas personas diferentes.

vió a penetrar en el territorio oriental, cuya economía ganadera se encontraba desarticulada y seriamente afectada por las alternativas de la guerra. Buenos Aires envió nuevas tropas al mando de Sarratea y en 1813 quedó establecido un nuevo sitio. En ese contexto, a comienzos de 1813 el coronel José de San Martín había sido comisionado para evitar el desembarco de tropas realistas desde el Paraná, en las cercanías del convento de San Lorenzo, punto especialmente

Espadaña o campanario. Desde allí San Martin habría observado a las tropas enemigas. Banco de imágenes Florián Paucke.


estratégico de entrada al territorio santafesino. El ejército que enfrentó a la escuadrilla española que amenazaba el litoral, se integraba por el propio cuerpo de Granaderos a Caballo recientemente creado, las milicias de Rosario a cargo de Celedonio Escalada y vecinos sanlorencinos, entre los que se destacaban Nazario Palacios, Tomás Medina y Pablo Rodrigáñez. El Guardián del convento San Carlos Borromeo era Fray Pedro García, con quien San Martin compartió horas previas al combate. Las tropas realistas estaban conformadas por once buques con unos 300 hombres al mando del capitán de artillería Juan Antonio Zavala. Esas fuerzas ascendieron por una bajada natural de la barranca cercana al Convento. San Martin utilizó el elemento sorpresa como estrategia. En la madrugada del 3 de febrero de 1813, las tropas patriotas guarnecidas por el edificio conventual, atacaron con tres cargas de caballería en forma de “pinza” y desde ambos flancos de esos muros. Aunque la acción no fue perfecta por el rodeo más extenso que realizó el Capitán Bermúdez, la empresa fue exitosa. Como cuenta la historia, en esa instancia el propio jefe cayó en combate y fue salvado de la muerte por sus granaderos, mientras el teniente Hipólito Bouchard capturó la bandera enemiga . El combate dejó 16 patriotas muertos, una veintena de heridos, y entre 40 y 60 bajas españolas. Esta «comisión» que encaró con su ejército de granaderos recientemente creado, a la postre, se convirtió en el primer combate de una larga serie que

libró el entonces Coronel, en tierras americanas, contra tropas de la monarquía española. Uno de los hermanos Parish Robertson fue testigo del encuentro: “Justo antes de despuntar la aurora, por una tranquera en el lado del fondo de la construcción, llegamos al convento de San Lorenzo […]El portón se cerró para que ningún transeúnte importuno pudiese ver lo que adentro se preparaba. El coronel San Martín, acompañado por dos o tres oficiales y por mí, ascendió al campanario y por una ventana trasera trató de darse cuenta de la fuerza y movimientos del enemigo[…]Era evidente, por el descuido con que el enemigo ascendía el camino, que estaba desprevenido de los preparativos hechos para percibirlo, pero San Martín y sus oficiales descendieron la torrecilla, y después de preparar todo para el choque, tomaron sus respectivos puestos en el patio de abajo. Los hombres fueron sacados del cuadrángulo, enteramente inapercibidos, cada escuadrón detrás de una de las alas del edificio. […]San Martín había ordenado a sus hombres no disparar un solo tiro. El enemigo aparecía a mis pies, seguramente a no más de cien yardas. Su bandera flameaba alegremente, sus tambores y pitos tocaban marcha redoblada, cuando en dos alas comenzaron sus lucientes sables la matanza que fue instantánea y espantosa. Las tropas de San Martín recibieron una descarga solamente […] La carga de los dos escuadrones instantáneamente rompió las filas enemigas, y desde aquel momento los fulgurantes sables hicieron su obra de muerte tan rápidamente que, en un cuarto de hora, el terreno estaba cubierto de muertos y heridos.” Un año después, una nueva forma de gobierno se estrenaría en el Río de la Plata. El director Posadas, tío del influyente Alvear encarnará en enero de 1814 el primer Poder Ejecutivo Unipersonal. En 1815 será el mismo Alvear quien ocupe esta posición, cuando el conflicto de la Banda Oriental va llegando a su etapa de mayor conflictividad. Nuevas guerras se avecinaban por

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l 6 de mayo de 1796 los franciscanos se trasladaron desde la antigua estancia jesuítica de San Miguel del Carcarañal, hacia el Convento de San Carlos, frente al río Paraná. A su alrededor fue cobrando forma el pueblo de San Lorenzo. El Convento constaba de una Iglesia provisoria con su campanario o espadaña de tres arcos, la Sacristía, celdas, cocina, despensa, corralón, claustros, librería, refectorio. Estaba construido con paredes de ladrillo y barro, tirantes de cedro y tijeras de palma, techos de tejuela y cal, pisos enladrillados. Hacia el lado oeste se ubicaba la “quinta grande” donde se situaba también lo que se conocía como “locutorio” compuesto de una salita para el portero y otra, a través de la cual, se accedía a un sistema de campanas: desde allí las personas necesitadas de asistencia espiritual, llamaban a los frailes. Sobre el Paraná, al norte del Convento, se hallaba un “puerto” sobreviviente del antiguo “puesto” de la estancia jesuítica. Allí se ubicaba una “ranchada”, refugio de pescadores o “arrimados” que trabajaban temporalmente en las estancias de la zona, El convento era un lugar de reparo y descanso para los viajeros que circulaban hacia el Paraguay, Cuyo o el Noroeste. Por la zona se localizaba la “Posta de San Lorenzo” y el Camino Real atravesaba el poblado. Conocidos como “batateros”, los habitantes de la zona se dedicaban al cultivo de batatas, sandías, trigo, y a la pequeña a producción ganadera. La pesca también era una actividad extendida. A principios del siglo XIX habitaban por estos lares apenas unos cien “sanlorencinos”.

estas tierras, pero esta vez sólo entre rioplatenses... (*) Profesora y Licenciada en Historia por la UNR. Estudios Avanzados por la Facultad de Filología y Geografía e Historia en la Universidad del País Vasco (España) y es Doctora en Historia por la Universidad de Milán (Italia). Coordinadora General del Museo de Historia Regional de la ciudad de San Lorenzo.

Antiguo Refectorio del Convento. Fue utilizado como hospital para los heridos del combate.

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Con olor a patria, con olor a infancia Quizá los encargados de construir el marco referencial de la incipiente nacionalidad, no se percataron, en su momento, de que los símbolos son más fáciles de integrar al imaginario, si hay algún tipo de identificación previa con el significante que se pretende instalar. Probablemente la predisposición casi universal de los niños a dibujar casitas, es lo que ha hecho que tanto el cabildo como la casa de Tucumán, infaltables en las celebraciones escolares, haya sido lo que llevó a que hoy deban ser considerados símbolos de la patria por derecho propio. Por Marcelo Móttola (*)

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l congreso convocado por el Segundo Triunvirato, que pasaría a conocerse como La Asamblea del Año 1813, tenía entre sus objetivos proclamar la independencia de las Provincias Unidas, redactar una constitución y formalizar una serie de símbolos que debían servir de referencia al incipiente sentimiento nacional. Será precisamente en Tucumán, tres años después, cuando el proceso independentista culminará, y será el lugar físico el que, sin

proponérselo, pasará a formar parte del imaginario popular con más fuerza incluso, que algunos de los símbolos decretados desde la centralidad de la asamblea porteña. Sin embargo, el valor simbólico de la residencia de la Declaración de la Independencia, bautizada popularmente como La Casita de Tucumán, no siempre estuvo bien considerado. “El 9 de Julio de 1816”. Uno de los bajorrelieves de Lola Mora, realizados para ornamentar el templete. En un gesto de gratitud, la artista ubicó entre los personajes al Presidente Roca, quien le había encargado la obra. El inmueble pertenecía a Francisca Bazán de Laguna, quien formaba parte de una influyente familia local. La vivienda, que había recibido como dote de sus padres, era una típica casa colonial con techos de tejas que había sido levantada en la década de 1760, en la llamada “Calle del Rey”, vía que desde el mismo día de la proclamación, comenzó a llamarse “Del Congreso” ó calle “Congreso de Tucumán”, nombre que mantiene hasta hoy. En una descripción que haría el arquitecto Mario Buschiazzo, en un libro publicado en 1966, año del Sesquicentenario de la Declaración de la Independencia, se lee: “Era una típica casona colonial, de 35 varas (aproxi-

Fotografía tomada por el italiano Ángel Paganelli, en 1869. (Museo Casa Histórica de la Independencia).

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madamente unos 29 metros) de frente por solar entero de fondo, con patio principal, segundo patio y huerta. Dos amplios locales, presumiblemente de comercio y otro más pequeño para portería, ocupaban el frente. El primer patio estaba encuadrado por las habitaciones privadas, con galería solamente en el costado opuesto al de la entrada, precisamente donde luego se efectuarían las reuniones. Esta ala con galería separaba el patio principal del segundo patio, y estaba constituida por cuatro locales, uno de ellos algo más grande que los restantes, probablemente el comedor. En el segundo patio sólo había dos habitaciones, posiblemente de servicio, y un pozo con su brocal…”. El frente presentaba un portal inspirado en la tradición barroca, con dos columnas salomónicas, aquellas de típico fuste retorcido de forma helicoidal. Sus muros eran de tierra apisonada, sistema denominado tapial, y adobes; sólo el portal y sus dependencias inmediatas, habían sido construidos con ladrillos. Como era usual, los muros estaban revocados con barro y cal. Este tipo de construcciones necesitaban un mantenimiento constante, algo que sumado al clima húmedo de Tucumán, hacían permanentes las tareas de reparaciones.


Una casa para un congreso Según la información proporcionada por el Museo Casa Histórica de la Independencia, después de la Batalla de Tucumán, en 1812, el ejército estuvo acuartelado en la ciudad y la casa fue utilizada como cuartel. En 1815 el Estado alquiló a la familia, que por supuesto ya no vivía allí, parte de la vivienda para instalar la Aduana, las Cajas Generales y el Almacén de Guerra. Hoy se supone que debido a esto y a que el cabildo se encontraba en plena etapa de reformas, fue que las autoridades dispusieron de la vivienda para la realización del congreso. Sin embargo, también es cierto que Doña Francisca, que por entonces contaba con 72 años, estuvo encantada de que los acontecimientos tuvieran lugar allí, por lo que decidió instalarse en una vivienda contigua, que también le pertenecía. Se hicieron algunas reformas interiores, para acondicionar lo que sería la sala de la Asamblea, que pasó a medir 15,40 por 5,40 metros, se construyeron letrinas y se incorporó mobiliario para los importantes acontecimientos que comenzarían el 24 de marzo de 1816; nada menos que la Declaración de la Independencia. Luego del traslado de la Asamblea a Buenos Aires, en febrero de 1817, la casa continuó siendo alquilada para la imprenta del ejército. Poco después la familia la ocupó nuevamente, y sólo fueron alquiladas las habitaciones del frente. En 1839 Carmen Zavalía Laguna heredó la casa de parte de su abuela, y decidió hacerle necesarias reparaciones extraordinarias, debido al estado en que por entonces se encontraba. El permanente requerimiento de mantenimiento, y algo de desidia, hicieron que a pesar de los esfuerzos, unas décadas después la casa se viera en ruinas. Los rostros de una casa La instalación en Tucumán del fotógrafo italiano Ángel Paganelli, quien ganó notoriedad por sus retratos, nos haría conocer la imagen más antigua que tenemos de la emblemática casa, cuando en 1869 tomó una fotografía

del frente del edificio, que muestra el estado ruinoso en el que se encontraba entonces, aunque conservaba aún los detalles arquitectónicos. En la foto aparecen el conductor del carro que llevaba el equipo del fotógrafo y su hijo. En 1874, la casa fue definitivamente adquirida por el gobierno nacional, que la destinó a edificio de Correos, anexándole posteriormente el servicio de Telégrafo, por lo que era necesario reformar el edificio. El Ingeniero sueco Federico Stavelius, de la Oficina de Ingenieros Nacionales, proyectó un nuevo frente de estilo neorrenacentista, que barrió con el antiguo y bello pórtico barroco de columnas salomónicas y reformó el primer patio. A pesar de la reforma, varios sectores del edificio y el Salón de la Jura, lo único que por entonces se consideraba valioso y que era usado esporádicamente para conmemorar el acontecimiento, subsistieron. En 1904, próximo ya al centenario de la Revolución de Mayo, la dama tucumana Doña Guillermina Leston de Guzmán, solicitó al entonces Ministro de Obras y Servicios Públicos de la Nación, Emilio Civit, que evitara la destrucción de la Casa. El Presidente Julio A. Roca, tomó cartas en el asunto y aprobó el proyecto de reformas.

En esta oportunidad la demolición alcanzó a todo lo que quedaba, salvo al Salón de la Jura, al que se le construyó un templete estilo Art Nouveau con techo de vidrio, para protegerlo. Dos murales de bronce realizados en Italia por la escultora tucumana Lola Mora, que evocaban las gestas del 25 de Mayo de 1810 y del 9 de Julio de 1816, fueron colocados en el atrio de acceso; se colocaron placas conmemorativas en los muros interiores y se construyó además un balcón desde donde las autoridades hacían sus discursos durante los actos. Repintando blasones En 1941 la Casa de la Independencia fue declarada Monumento Histórico Nacional, y es de esta designación que parte la posibilidad de revivirla. Soplan otros vientos. Es así como hace su aparición una comisión integrada por el Dr. Ricardo Levene, con otra visión del pasado nacional. Se trata de una corriente de fuerte perspectiva hispanista de la historia americana y argentina, algo que no es precisamente compartido por todos los intelectuales. Sin embargo estas ideas, que contemplaban una historia integral de España y de Iberoamérica, propiciaron una serie de investigaciones sobre el des-

Frente de la Casa, de estilo neorrenacentista, cuando funcionaban las oficinas de Correos y Telégrafos, 1874. (Museo Casa Histórica de la Independencia).

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Colores para la memoria

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e la famosa imagen de Ángel Paganelli, saldrían todas las demás imágenes de la casa que conocemos desde siempre. Aquella casita particular, de puertas verdes y paredes amarillas… Así es, la imagen billikinesca aún golpea duro en nuestra memoria. Sin embargo el Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán, posee unos documentos que dan fe, de que el Congreso de 1816 encargó la compra de pintura “Azul Prusia” para puertas y ventanas de la casa y de cal para blanquear los muros. Los colores no eran una cuestión menor pues eran los de la patria, establecidos por la Asamblea de 1813, algo que se haría concreto en la bandera que sancionaría el congreso tucumano. Entonces ¿por qué amarillo y verde? En 1872, Arsenio Granillo publicó un libro llamado La Provincia de Tucumán, que fue el que difundió el frente original de la casa, que comenzó a tomarse como emblema de la independencia. En 1893, se realiza una peregrinación de la Unión Universitaria que se instala sobre el frente del Salón, un telón pintado a escala natural que recreaba el frente demolido. Esta movilización trajo consigo la iniciativa de colocar placas conmemorativas, muchas de las cuales también recreaban el frente original de

Óleo titulado “Frente de la casa en que se reunió el Congreso de Tucumán, 1816”, de Genaro Pérez. (Gentileza del Museo Histórico Nacional)

la vivienda, imagen que comenzó a resucitar desde el bronce. A finales del siglo XIX, el artista cordobés Genaro Pérez había realizado un cuadro de óleo sobre madera que tituló: “Frente de la casa en que se reunió el Congreso de Tucumán, 1816”, que ingresó al Museo Histórico Nacional, en 1898 y es donde se encuentra en la actualidad. El pintor tomó como modelo la foto de Paga-

Imagen poco difundida de la Casa de Tucumán. Patio de entrada al templete inaugurado en 1904, destinado a preservar el Salón de la Jura. Sobre los muros laterales, los relieves realizados por Lola Mora. (Museo Casa Histórica de la Independencia).

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nelli, y a la hora de dotarla de color, optó por teñir las paredes de un ocre suave, al tiempo que dotó a las puertas de un verde oscuro gastado. El advenimiento de las impresiones en colores, por entonces de técnicas limitadas, llevó el ocre a un amarillo furioso, que parecía salirse de las imágenes y al verde de la puerta a una dimensión que no tenía en el óleo. Por efecto de arrastre, y por faltas de evidencias en contra, este modelo se perpetuó en las actividades escolares que lo reprodujeron año tras año, con vivos colores infantiles, algo que pasó a formar parte de la memoria colectiva. En 1996, los trabajos de investigación llevados a cabo por la Dirección Nacional de Arquitectura y dirigidos por el Arq. Juan Carlos Marinsalda, comprobaron la existencia de restos de pintura de la variante del color azul mencionada en los documentos, en la parte del antiguo edificio que aún queda en pie. La documentación histórica y la investigación arquitectónica, dieron la evidencia para que la emblemática casa recuperara finalmente sus dos colores originales, ahora con fundamento, algo que se hizo efectivo el 9 de Julio de 2009.

Salón de la Jura, protegido por el Templete. (Museo Casa Histórica de la Independencia).


cuidado patrimonio nacional, y dieron un impulso para el rescate de ciertos inmuebles que estaban destinados a ruinas. Así fue como comenzó una investigación al respecto, basada en antiguos planos y particularmente en las fotografías de Paganelli, realizadas por el conocido arquitecto Mario Buschiazzo, quien pudo reconstruir el edificio con su frente original. En la tarea se utilizaron materiales originales del lugar que pudieron ser rescatados y otros, de la época, traídos de demoliciones de distintos lugares del país. La casa fue pintada de amarillo y las puertas de madera fueron impregnadas en aceite de linaza. Las reconstrucción de la Casa fue inaugurada el 24 de septiembre de 1943 y permitió albergar el Museo de

la Independencia, que realmente solo pudo hacerse con muy pocos elementos de la casa original, sólo unas 50 piezas tienen directa vinculación con el Congreso de 1816, pero que contiene una gran cantidad de otros objetos de valor histórico, aportados por diversas fuentes; piezas que abarcan cronológicamente los siglos XVIII y XIX. En un discurso pronunciado en la ciudad de Salta, el 16 de abril de 1945, luego de hacer referencia a los símbolos más conocidos de la patria, Levene expresó: “...existen en fin, los símbolos plásticos o materiales, que no son meros adornos públicos. Evocan las costumbres, los episodios y sucesos históricos, como los objetos, los monumentos y los lugares que se conservan con devoción patriótica y se restauran técnicamente con versación científica,

porque un pueblo que carece de ellos ha olvidado su pasado y ha perdido la memoria de sus progenitores”. Aunque seguirían algunas reformas más, el sentido identitario de la casa ya estaba establecido. En la década de 1980, la Casa vio la incorporación de la Biblioteca Tucumana, y luego del Archivo de Documentos, la Fototeca y el Archivo Periodístico. A pesar de esta reformulación del inmueble, adaptado a la comunicación del pasado histórico-político de la nación, para muchos de nosotros sigue siendo La Casita de Tucumán, un pedazo de la patria, un pedazo de la Infancia. (*) Licenciado en historia. Docente del ProUApAM, UNR.

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Impresiones de un franco A pesar de que buena parte de su educación era resultado de su vida en Argentina, Groussac compartió la inquietud y el asombro con aquellos viajeros decimonónicos que plasmaron con aire romántico, muchos aspectos propios de estas tierras. El acontecimiento fundacional que significó la Declaración de la Independencia, fue captado por este compilador de historias, en su aspecto social, tal como lo destaca en su pintura sobre el día después de tan significativa fecha. Su relato, nos permite ingresar en un ambiente descontracturado de un momento y un lugar, que daría origen a una de las ficciones fundacionales más significativas de nuestro país.

Por Marcelo Móttola (*)

Un francés en el Río de la Plata Paul-François Groussac, que había nacido en Toulouse, Francia, llegó a la Argentina en 1866, cuando contaba dieciocho años, y aquí se quedó. Pertenecía a una familia de buen pasar aunque no opulenta, por lo que recibió una importante educación. A pesar de que se matriculó en la École Navale de Brest, no optó por la carrera militar, sino que se dedicó a estudiar Bellas Artes, al tiempo que consumía los grandes clásicos de la literatura. Al llegar a nuestro país, trabajó un tiempo en el campo, pero gracias a sus inquietudes y formación no tardaría en integrarse al ambiente cultural local. Dictó clases en diversos colegios de la capital, mientras que continuaba con su formación autodidacta en la biblioteca, devorando todo tipo de literatura. Con el tiempo llega a convertirse en un amante de este suelo, de su idioma y de su gente. Publica en la Revista Argentina, escribe para el diario La Razón y dirige La Unión periódico del gobierno tucumano. Estuvo en esta provincia en 1871 invitado por el tucumano Nicolás Avellaneda y se quedó durante unos once años, por expreso Paul-François Groussac, 1848, Toulouse - 1929, Buenos Aires.

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encargo del gobernador Federico Helguera. Allí dirigió la Escuela Normal y fue nombrado Director de Enseñanza e Inspector Nacional de Educación. No se alejó demasiado de la visión liberal de la historia, como lo demuestra en su crítica a los federales, sin embargo se separa en varias ocasiones del predominante relato mitrista, al considerar, entre otras cosas, que las masas anónimas son las verdaderas protagonistas de la gesta Nacional. Su vida de discusiones y libros, terminará coronada con el cargo de director de la Biblioteca Nacional, que conservará hasta su muerte. Escritor polémico, sagaz y crítico, su actividad influyó considerablemente en el pensamiento de la época. Muchas de las impresiones que recogió en su vida se reunieron en El viaje intelectual, un libro que contiene relatos sobre diversos aspectos de la cultura argentina y algunos pincelazos parisinos, en su condición de viajero atento a los detalles y particularidades propios de cada lugar. En uno de estos relatos, el autor recuerda a la vieja Tucumán que conoció en su juventud, cuando habían pasado unos cincuenta años de los tiempos de la Declaración de la Independencia. “El Tucumán sencillo que disfruté en mi mocedad, bajo los plácidos

consulados de Frías y Helguera, no debía de apartarse notablemente del heroico sesteadero que, medio siglo antes, hospedara al Soberano Congreso de las provincias unidas” Luego de dar cuenta de las viejas casonas y de reflexionar acerca del cambio que van sufriendo, pasa revista a los apellidos patricios de la ciudad. Un poco más adelante del recorrido se encuentra con ella, el ícono indiscutido de la independencia… “A mitad de la segunda cuadra, por fin, mirando al naciente y haciendo frente a la familia López (…) , se encontraba y se encuentra — si bien, según me cuentan, muy remendada y peripuesta desde su promoción a reliquia oficial — la desvencijada vivienda que en sus buenos tiempos perteneció a doña Francisca Bazán de Laguna, tía de los Zavalía, y fué cedida para el congreso del año 16. Siquiera se ha conservado, al parecer intacto, el salón histórico, tal como lo conocimos, destartalado y solo, hace cuarenta años. Pero también las ruinas perecen (…); y no dista mucho el día en que ni los escombros exhibidos serán los primitivos y auténticos”. Memorias de los memoriosos La legendaria Casa de Tucumán, para entonces ya había sufrido los em-

“Tucumán 1812”. Oleo de Gerardo Flores Ivaldi. La pintura muestra el aspecto que tenía la actual Plaza Independencia. Pueden verse el Cabildo y la iglesia de San Francisco.

bates del tiempo y el abandono. Las palabras de Groussac resultarán tristemente proféticas al respecto. Sin embargo, más allá de las descripciones y conceptos acerca de los inmuebles, lo que realmente impactó al francés fue el encuentro con protagonistas de aquella época. “Para reanimar el yerto pasado, acudía en mi auxilio lo presente. Los hombres prestaban voz a las cosas mudas. Muchos ancianos quedaban aún que fueron testigos de los días grandes, y evocaban delante de mí, con senil abundancia, aquellos altos recuerdos de su adolescencia, los últimos que se esfuman en la memoria crepuscular” (...) “...los testigos del siglo preferían contarnos de sus años primaverales, aquellos en que sus ilusiones juveniles confundíanse con las de la patria, joven e ilusa cual ellos mismos” (...) “Desde principios de marzo comenzaron a llegar los diputados de las provincias, a caballo los unos, en galera los más, en sendas mulas de paso algunos de Cuyo, seguidos por machos cabestreros con sus cargas de petacas y retobos” Justamente, la intención de Groussac era, además de plasmar su visión política de lo acontecido, proporcionar una narración que pintase también formas, recuerdos, ambientes y climas que condimentaran los acontecimientos formales que tuvieron lugar en la pequeña y alterada Tucumán. “Muchos de los congresales, y desde luego los clérigos, se alojaron en los conventos de San Francisco y Santo Domingo; otros, en casa de los sacerdotes Molina, Colombres, Thames y el ex jesuíta Villafañe” “Dada la calidad de los huéspedes y conocido el humor de los hospedadores, no hay que decir si menudearían, en espera de los congresales rezagados, los paseos al campo y las tertulias caseras” Como puede observarse, pese a la

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“Declaración de la Independencia Argentina 1816”, obra de Francisco Fortuny

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y patio hasta la calle” Como era de esperar, hubo grandes festejos en Tucumán, pero estos tuvieron lugar al día siguiente de la firma del acta. El acontecimiento tan esperado por los convocados en “El Jardín de la República”, como se dice que Sarmiento bautizó a la provincia varios años después, contó con una serie de celebraciones que convocó a todo el pueblo, en un ambiente que no se parecía mucho al espíritu de la fiesta que describe Serrat; parece que los elementos no se mezclaban demasiado, juntos pero no revueltos. “Desde la mañana del 10, reprodujéronse con mayor júbilo y pompa

las ceremonias del día de la instalación. A las 9 de la mañana, los diputados y autoridades, reunidos en la casa congresal, se dirigieron en cuerpo al templo de San Francisco, encabezando el séquito el Director Supremo, Pueyrredón, entre el presidente Laprida y el gobernador Aráoz. (…) En la plaza mayor, todavía libre de columnas o pirámides, hormigueaba el pueblo endomingado: artesanos de chambergo y chaqueta, paisanos de botas y poncho al hombro, cholas emperifolladas, de vincha encarnada y trenza suelta, luciendo, entre los ojos de azabache y el bronce de la tez, su deslumbrante dentadura. No se enconIlustración: Marcelo Móttola

premura de la situación, había tiempos de distensión, que los visitantes supieron aprovechar. “Para los recién venidos, cuya edad fluctuara entre la juventud de Serrano — que no dejó de causar algunas averías — y la madurez de Pueyrredón, aquellas horas de tregua, gozadas bajo el doble encanto de la mujer y de la naturaleza tucumana, hubieran sido de indecible dulzura, si no las perturbara por momentos un rumor de truenos lejanos, que parecía envolver la ínsula privilegiada en un círculo de amenazas y peligros”. Así describe lo que pudo rescatar, de sus interlocutores y sus memorias, lo que fue la jornada del 9 de Julio. “A las 2 de la tarde el acto magno se inició. Era un día «claro y hermoso», según el extracto de un manuscrito todavía en poder de la familia Aráoz; un público numeroso, en que por primera vez se confundían ‘nobleza y plebe’, llenaba el salón y las galerías adyacentes. A moción del doctor Sánchez de Bustamante, diputado por Jujuy, se dio prioridad al proyecto de ‘deliberación sobre libertad e independencia del país’. No hubo discusión. A la pregunta formulada en alta voz por el secretario Paso : Si querían que las Provincias de la Unión fuesen ana nación libre e independiente de los reyes de España, los diputados contestaron con una sola aclamación, que se transmitió como repercutido trueno al público apiñado desde las galerías

“Minué de Los Altos de Escalada”, 1834. Litografía tomada de la obra de Charles Henri Pellegrini, Passe partout.


traba un solo “decente”, estando todos sin excepción en el cortejo oficial”. Luego de la misa, se llevó adelante una breve sesión para conferir al Director Supremo el grado de brigadier, y nombrar a Belgrano general en jefe del Ejército del Perú, en reemplazo de Rondeau. Mirada viene, mirada va… “El baile del 10 de julio, quedó legendario en Tucumán. ¡Cuántas veces me han referido sus grandezas mis viejos amigos de uno y otro sexo, que habían sido testigos y actores de la inolvidable función! (…) vagas visiones de parejas enlazadas, en un alegre bullicio de voces, risas, jirones de frases perdidas que cubrían la delgada orquesta de fortepiano y violín. Héroes y heroínas se destacaban del relato según quien fuera el relator” Notable es el recuerdo de doña Gertrudis Zavalía, quien destaca al General Belgrano como simpático. Don Arcadio Talavera, tenía la visión puesta en otra cosa, pues destacaba particularmente a las niñas que iluminaban la jornada. Entre las bellezas que engalanaban el momento se encontraban. Casi podemos ver sus finos gestos y el ambiente de delicada seducción que poblaba la sala de celebración. “Cornelia Muñecas, Teresa Gramajo y su prima Juana Rosa, que fue “decidida” de San Martín; la seductora y seducida Dolores Helguero, a cuyos pies rejuveneció el vencedor de Tucumán, (Belgrano) hallando a su lado tanto sosiego y consuelo, como tormento con madame Pichegru…” Esta última mujer era una francesa que Belgrano supuestamente, había conocido, en Londres y que al parecer había resultado ser una aventurera. Se cree que este desenlace afectó bastante al general. Lo que respecta a la decidida de San Martín, Juana Rosa Gramajo Molina, era la esposa de Rufino Cossio y Villafañe Aráoz, dueño de una de las estancias en las afueras de Tucumán, en la que se hospedó el Padre de la Patria. San Martín tuvo una estrecha

intimidad con la joven Juana, que por otro lado, era amiga íntima de la niña que sosegaba al creador de la bandera. Cosa que nos recuerdan que los héroes no siempre fueron de bronce. La fiesta tuvo de todo, incluso su propia reina. “...en un punto concordaban las crónicas sexagenarias, y era en proclamar reina y corona de la fiesta, aquella deliciosa Lucía Aráoz, alegre y dorada como un rayo de sol, a quien toda la población rendía culto, ha-

biéndole adherido la cariñosa divisa de ‘rubia de la patria’”. Lucía contaba por entonces 11 años, y será con el tiempo protagonista de una historia, como expresa Groussac, digna de “Capuletos y Móntescos de tierra adentro”; pero esto es otra historia.

(*) Licenciado en historia. Docente del ProUApAM, UNR.

Otras grajeas

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or entonces se encontraba en Tucumán el general Manuel Belgrano, quien luego de presentar sus conceptos al Congreso, debía tomar el mando del Ejército del Perú. El general Lamadrid, que en ese entonces formaba parte de dicho ejército, cuenta en sus Memorias que “declarada la independencia el 9 de julio, nos propusimos todos los jefes del ejército, incluso el señor General en jefe, dar un gran baile en celebridad de tan solemne declaratoria; el baile tuvo lugar con esplendor en el patio de la misma casa del Congreso, que era el más espacioso. Asistieron a él todas las señoras de lo principal del pueblo y de las muchas familias emigradas que había de Salta y Jujuy, como de los pueblos que hoy forman la república de Bolivia”. El impactante encuentro en el baile entre Belgrano, que por entonces contaba con 46 años, y la joven María de los Dolores Helguero Liendo, rubia de ojos negros y de apenas 18 años, fue el inicio de un intenso romance. Del idilio la joven quedaría embarazada, aunque de boda aún no se hablaba. En momentos en que el tiempo apremiaba, el general fue enviado en campaña con el Ejército hacia Santa Fe, para apoyar a Buenos Aires en su conflicto con Estanislao López. Ante la situación escandalosa para la época, a pesar de que era vox populi, los padres casaron a la mujer con un catamarqueño llamado Rivas. El 4 de mayo de 1819,

nació una niña a la que llamaron Manuela Mónica del Corazón de Jesús, nombre que claramente hace referencia a Belgrano. El Congreso continuó, y el 21 de julio fue jurada la Independencia ante la presencia del gobernador, el general Manuel Belgrano, el clero y demás corporaciones. El día 25 de julio también hubo festejos en las afueras de la ciudad. La presencia del oficial sueco Jean Adam Graaneer, agente del Príncipe Bernadotte, nos deja una pintura de lo ocurrido. “El 25 de julio fue el día fijado para la celebración de la independencia en la provincia de Tucumán. Un pueblo innumerable concurrió en estos días a las inmensas llanuras de San Miguel. Más de cinco mil milicianos de la provincia, se presentaron a caballo, armados de lanza, sable y algunos con fusiles; todos con las armas originarias del país, lazos y boleadora. (…) ”Todo se desarrolló con un orden y una disciplina que no me esperaba. Después que el gobernador de la provincia dio por terminada la ceremonia, el general Belgrano tomó la palabra y arengó al pueblo con mucha vehemencia prometiéndole el establecimiento de un gran imperio en la América meridional, gobernado por los descendientes (que todavía existen en el Cuzco) de la familia imperial de los Incas.”

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Ser Federal Santa Fe y la Causa de los Pueblos.

El 18 de diciembre de 1830, en el diario santafesino El Federal Lex populi, lex Dei se afirmaba que el sistema de Federación podía “garantizar de un modo permanente la unión, la independencia y la libertad de las provincias argentinas”. Para entonces, la necesidad del sistema se había arraigado en amplios sectores políticos y sociales, pero ¿cómo había sido el camino inicial de las ideas y las acciones en Santa Fe y la región? Por Sonia Rosa Tedeschi (*)

Ser federal durante la efervescencia revolucionaria ¿Qué era ser federal hace 200 años en estas tierras? La ruptura de las cadenas coloniales abrió un camino incierto sobre las formas de organización que debían regir en los pueblos del ex Virreinato del Río de la Plata. De pronto, ya no más obediencia ni respeto a la

unidad en torno al rey de España, había que discutir e implantar un sistema nuevo. Las nociones del ser federal y constituir Federación circularon luego de la revolución de 1810. Sus primeras manifestaciones se enmarcaron en los debates entre dos tendencias opuestas sobre la soberanía como voluntad política de autodeterminación y que repartían adeptos en todo el territorio: la que defendía el derecho de ejercer una única soberanía y centralizar el gobier-

“Gauchos federales”. Cesáreo Bernaldo de Quirós. Oleo sobre cartón.

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no en Buenos Aires, haciendo valer su papel de antigua capital virreinal y líder de la revolución y la que sostenía que cada uno de los pueblos –cada antigua ciudad y su entorno rural- poseía ese derecho soberano y que la forma de unión que más convenía a todos era la de federación o confederación –de uso indistinto en estas primeras décadas independientes-. Esta preferencia se fundamentaba en que los pueblos se ligaban en pie de igualdad, reconociéndose recíprocamente su libertad, independencia y ejercicio de sus prerrogativas soberanas. En esos tiempos de ásperos debates políticos, guerras revolucionarias y de independencia, afloraron conflictos locales entre ciudades cabeceras de antiguas intendencias y sus subordinadas. En el Litoral, Santa Fe reclamó el cese de su larga dependencia política de Buenos Aires para poder ejercer sus propios derechos locales. Aspiraciones que fueron respaldadas por José Artigas, quien encabezaba un proyecto alternativo al de Buenos Aires. El mismo proponía un modo de organización social basado en los principios de soberanía de los pueblos, libertad e igualdad y en una visión más amplia, su reunión en un sistema constitucional confederal. Santa Fe adhirió a la Liga de los Pueblos Libres, obteniendo el apoyo militar indispensable para enfrentar a los ejércitos


porteños que invadían sucesivamente su territorio. En 1815 declaró su autonomía y nombró por primera vez a su gobernador, Francisco Candioti. Sin embargo, la insistencia del Directorio en sojuzgar a los “disidentes federalistas” no cejó. La resistencia santafesina se afirmó con varios triunfos militares encabezados por el gobernador Estanislao López pero todavía sin la contundencia necesaria como para dar fin en su favor a la contienda. En este contexto de acoso y preocupación por el destino de la sociedad santafesina, López y algunos notables no perdieron interés por una organización política interna legal. La influencia del artiguismo en la recepción de modelos constitucionales se tornó evidente: el 26 de agosto de 1819 se dictó un Estatuto presentado por el gobernador a “sus paisanos” mediante un Manifiesto, cuyo remate era una elocuente síntesis de su propósito: “…Queremos formar una República en el corto seno de nuestro territorio, fijar sistema a la posteridad y formar el código de nuestra dirección…” En estos años, los partidarios del centralismo veían a las provincias del credo federal en estado de minoridad, sin capacidad de autogobierno, sumidas en la más feroz anarquía. Jefes y seguidores fueron considerados rústicos, ignorantes, rebeldes y criminales. Se percibe claramente en lo escrito en el diario porteño La Gaceta, diciembre 1819: “¿Por qué pelean los anarquistas?...Se les atribuye la pretensión de establecer la federación -¿hay alguno entre sus jefes que sepa ni siquiera pronunciar correctamente aquella voz?… quieren no solo que Buenos Aires no sea la capital, sino que como perteneciente a todos los pueblos divida con ellos el armamento, los derechos de aduana y demás rentas generales, en una palabra, que se establezca una igualdad física entre Buenos Aires y las demás provincias, corrigiendo los consejos de la naturaleza que nos ha dado un puerto y unos campos, un clima y otras circunstancias que le han hecho físicamente superior a otros pueblos…” La disputa central por los intere-

Retrato ideal de Francisco “Pancho” Ramírez (no hay imágenes contemporáneas de su persona). Cuadro anónimo conservado en la casa de gobierno de Entre Ríos.

ses económicos quedó expuesta, especialmente las rentas aduaneras que los porteños no querían ceder y que fue objeto de intensas discusiones en las futuras reuniones interprovinciales. A las puertas de 1820, la relación de fuerzas en el Río de la Plata comenzó a sufrir drásticos cambios. José María Paz, en sus Memorias, registró su impresión: el Directorio ya estaba desacreditado y era conciente de su inminente caída. En Cepeda, la derrota del Director Rondeau a manos de López y de Francisco Ramírez provocó el desplome del poder central y la disolución del Congreso de tendencias monárquicas y centralistas. Ser federal en el mapa renovado del poder y de las instituciones

José Gervasio Artigas. Dibujo de Juan Manuel Blanes. La única imagen de artigas tomada en vida del caudillo, fue la realizada por el viajero francés Alfredo Demersay en 1846 y pertenece a su vejez, a su exilio en Paraguay. Blanes, que por encargo realiza esta obra, no solo rejuvenece la imagen, sino que le da la impronta de hombre fuerte y seguro, creador de una leyenda histórica nacional en formación. El mismo Blanes expondría sus puntos: “Este óleo sin duda se parece tanto al célebre caudillo como un huevo a una castaña; pero yo no soy historiador sino artista”.

Retrato de Estanislao López, basado en un dibujo de Charles H. Pellegrini.

En 1820, la tendencia federal se consolidó en el Río de la Plata. Cada provincia inició un proceso interior de construcción estatal declamando sus atributos soberanos en base a instrumentos legales, aunque en la práctica su ejercicio fue desigual e imperfecto; en la mayoría de ellas, sus constituciones afirmaron su soberanía sin clausurar la aspiración de conformar una unión supraprovincial. En este sentido, Santa Fe fue la principal impulsora de una política de pactos interprovinciales, para cimentar la paz y el crecimiento mutuo. Estos pactos constituyeron un vínculo formalizado de base federal donde las provincias “en recíproca libertad, independencia, representación y derechos se reconocían en igualdad de términos”. Pese al Tratado del Pilar, los estertores del enfrentamiento entre Buenos Aires y Santa Fe se hacían sentir. La sangrienta batalla del Gamonal, septiembre 1820, puso fin a la espada con el triunfo santafesino; el Tratado de Benegas entre ambas provincias aseguró la paz, una indemnización económica a Santa Fe y la amistad entre López y el principal mentor del acuerdo, Juan Manuel de Rosas. Y siguieron los pactos: el Cuadrilátero y otros bilaterales forjaron una trama de relaciones que parecía augurar tiempos más estables y con mayor entendimiento. Pero la sombra de la división se

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La “revolución” de Arequito. El mérito de la desobediencia: hacia la autonomía de los pueblos, la Federación y la reafirmación del plan de Independencia. “Tengo la satisfacción de poner en noticia de V. S. que en la noche del 9 realicé mi proyecto de impedir la invasión contra la provincia de su mando. Tuve buen resultado y ha recaído en mí el mando del ejército. En esta virtud, puede V. S. reputarme por un amigo, que no desea otra cosa que la felicidad del país, casi arruinado por la guerra civil que debemos terminar de un modo amistoso… “

L

a carta de Juan Bautista Bustos a Estanislao López, fechada el 12 de enero de 1820 en el Cuartel General de la Esquina, auguró una amistosa relación entre los dos caudillos que duraría hasta la muerte de Bustos en Santa Fe en 1830. El hecho al que se refiere el jefe cordobés fue el motín militar en la posta de Arequito que tanta implicancia tuvo en la vida política rioplatense posterior. Un hecho inserto en el proceso desatado por la revolución y la independencia que presentaba varios frentes de lucha. En lo político, las diferencias entre centralistas y autonomistas se manifestaron tanto en virulentos discursos como en el campo de batalla. A la par, las incursiones armadas contra los realistas del Alto Perú en las que el Ejército del Norte tuvo activa participación se combinaban con las expediciones del Ejército de los Andes dirigidas por el Gral. San Martín hacia Chile y Perú. A fines de 1819, las políticas directoriales y las aspiraciones de autonomía bajo régimen de federación se encontraban en máxima tensión. Desde 1815, Santa Fe como provincia coaligada con los Pueblos Libres sufría invasiones de tropas porteñas pero las rechazaba una y otra vez. El Director Rondeau, ante la imposibilidad

reveló nuevamente con mayor aspereza. En el Congreso Constituyente en Buenos Aires -1824 a 1827-, unitarios y federales se definieron mejor como partidos y se enfrentaron en los dis-

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de doblegar al Litoral artiguista sólo con sus tropas, ordenó que parte del Ejército de los Andes y del Norte acudieran en su refuerzo para someter a los llamados “disidentes federalistas”. El Gral. San Martín se negó a cumplir la directiva de Rondeau aclarando con firmeza: “Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas, como éstas no sean en contra de los españoles y su dependencia”. Por su parte, el Ejército del Norte comandado por Francisco Fernández de la Cruz bajaba con aquel objetivo hacia el Litoral. No era la primera vez que el gobierno central llamaba a la poderosa división militar del Norte para controlar insubordinaciones provinciales y asegurar su gobernabilidad. Desde 1816, además de resguardar la frontera desde su asiento en Tucumán sofocó sublevaciones en La Rioja, Córdoba, Santiago del Estero y mantuvo el orden interno. Pero esta vez había malestar con el destino asignado por una autoridad central evidentemente debilitada y agónica. Llegado a Arequito, la mayor parte de oficiales

Retrato de Juan Bautista Bustos. Autor desconocido.

cursos de asamblea pero también en la prensa facciosa. Periódicos unitarios, como El Pampero y La Aurora Nacional, criticaron a las provincias federales con duros epítetos reclamando leyes

y tropas desobedeció la orden. El exitoso movimiento de resistencia fue encabezado por Juan Bautista Bustos, secundado por José María Paz y Alejandro Heredia. En sus respectivas Memorias tanto Paz como Gregorio Aráoz de Lamadrid –quien inicialmente no adhirió al motín-, coinciden en señalar que los amotinados pretendían sustraer al ejército de las guerras internas, no reprimir a las montoneras federales y sostener su principal misión de resguardar las fronteras contra los enemigos de la independencia. El motín no fue un hecho aislado sino parte de sucesivos focos violentos contra la autoridad abusiva del Directorio: se produjo a casi dos meses de la sublevación del Ejército del Norte en Tucumán, en simultáneo con la rebelión del Regimiento 1º de Cazadores de San Juan que simpatizaba con el sistema federal y fue inmediato antecedente de la batalla en los Campos de Cepeda del 1º de febrero, en la que los caudillos Estanislao López y Francisco Ramírez vencieron a las tropas de Buenos Aires al mando del Director Rondeau. Los resultados de este asalto final fueron la caída del Directorio y la disolución del Congreso despejando el camino para cambiar de manera radical el mapa del poder y la organización institucional dando inicio a la formación de Estados autónomos provinciales. Luego de los sucesos de Arequito muchos de los batallones del Ejército del Norte se incorporaron a los ejércitos provinciales con distintas formas y funciones, fuerzas que tendrían activa participación en los enfrentamientos entre unitarios y federales de la primera mitad del siglo XIX. Claramente, la percepción de Paz fue muy acertada: denominó revolución al motín, detectando en él un signo real de cambio político más que una reacción de coyuntura.

reguladoras de la convivencia política y caracterizando al pueblo de ignorante y sumiso a sus conductores: “¿Qué es el Sr. Estanislao López? Un déspota vitalicio y enemigo de la civilización.”.


El diario El Federal, constituido en voz legítima de “la santa causa de los pueblos” describió a los unitarios como bandidos sanguinarios y anárquicos y contraatacó: “El carácter irritable de Santa Fe, no tolera la opresión de nadie, y ningún hombre manda en ella mucho tiempo, si no se apoya en el voto público. El Sr. López obtiene no solo el voto público, el amor entusiasta de los santafecinos: obligado de gratitud, obtiene también el mando que muchas veces ha renunciado...”. De las palabras encendidas se pasó al choque de las armas. A fin de 1830, se formó la Liga Unitaria; el Pacto del 4 de enero de 1831 fundó la Liga Federal con Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires, una alianza militar que contenía un fin político más elevado: convocar a un Congreso General Federativo. Finalmente, los ejércitos unitarios fueron

derrotados. López, Quiroga y Rosas lideraron el cambio hacia una unión de provincias donde cada una conservaba su soberanía y delegaba en la poderosa Buenos Aires el manejo de las Relaciones Exteriores. Aunque el Congreso no prosperó a instancias de Rosas, todas las provincias fueron firmando el Pacto Federal, único lazo formal que perduró hasta la Constitución de 1853. En el ínterin, Santa Fe perfeccionó su base estatutaria; en 1841 la nueva Constitución reafirmó su soberanía particular y su pertenencia explícita a la federación, fiel a su primera adscripción. En las dos décadas posteriores a la revolución, el federalismo atravesó diversos escenarios con Santa Fe en un papel central. Resistió los fuertes embates del primer centralismo, se plantó firme en la coyuntura de 1820, se fortaleció en los poderes locales y en las

alianzas estratégicas de sus jefes, fue victorioso en la batalla y logró consensos políticos y jurídicos. Anarquía federal y orden centralista, luego anarquía unitaria y orden federal: el calificativo se fue trasladando de bando a bando. Acuerdos y rupturas, relaciones muy variables con fondo de violencia verbal y física fueron construyendo una cultura política rioplatense de importantes derivaciones en la construcción del Estado y en los marcos de convivencia social.

(*) Doctora en Historia. Profesional Principal (CONICET). Docente Investigadora (Facultad de Humanidades y Cs., UNL). Especialidad: Historia política rioplatense primera mitad del siglo XIX. Historiografía regional.


SANTA FE EN EL BICENTENARIO

El brigadier Considerado por algunos como un auténtico gaucho, con todo lo peyorativo que esto contenía, El Brigadier, como se lo conocerá luego, llevó adelante una tenaz actividad por la afirmación de la autonomía federal. Fue un hombre de guerra, pero también dispuesto a la paz. Sus esfuerzos por institucionalizar la provincia y su labor en el campo constitucional, son reconocidos como actos pioneros en el país.

Por Griselda Beatriz Tarragó (*)

A

diferencia de otras familias más tradicionales y antiguas de Santa Fe, Estanislao López provenía de un hogar menos notable. Era hijo del Capitán de milicias de Caballería Provinciales, Juan Manuel Roldán y de María Antonia López. Tuvo dos hermanos: Catalina, su melliza (nacidos el 22 de noviembre de 1786), y Juan Pablo. Su abuelo materno, José López, provenía de Paraguay y como tantos otros, se radicó en Santa

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Fe a principios del siglo XVIII. Se casó con María Josefa del Pilar Rodríguez del Fresno el 17 de noviembre de 1819, con quien tuvo siete hijos y falleció el 15 de junio de 1838 de muerte natural, siendo enterrado al día siguiente con los honores de gobernador. Fue sepultado con el hábito de San Francisco pues pertenecía a esa orden terciaria. Estanislao estudió primeras letras en la Escuela de San Francisco y muy tempranamente en su vida, se incorporó a la carrera militar. A los 14 años ya

era parte del Cuerpo de Milicias de la Frontera Norte junto a su padre, en el fuerte del Socorro. Sirvió en la reconquista de Buenos Aires en 1806 durante las invasiones inglesas. Después de 1810 formó parte de la expedición al Paraguay comandada por Manuel Belgrano. Pero su carrera más importante la realizó como jefe del cuerpo de blandengues, custodios de la frontera santafesina. En 1815 la provincia de Santa Fe declaró su autonomía y los años que siguieron fueron de tensiones internas


y externas extremas, agudizadas por la guerra y el avance constante de los ejércitos porteños. En 1818 llegó al poder como gobernador de la provincia de Santa Fe, apoyado por sus soldados y se erigió en un árbitro, en un señor de la paz interna, asumiendo el mando de la provincia alegando la “corrupción, arbitrariedad y violencia en la Administración de Justicia....el estado de calamidad, miseria y desesperación a que se había reducido a la población... las reiteradas invasiones....”. Tras el armisticio con Buenos Aires firmado en San Lorenzo en 1819, Estanislao López decidió legitimar su condición e institucionalizar el status provincial. En un oficio remitido al cabildo el 18 de junio escribió: “El cielo que sostiene nuestra causa corona nuestros triunfos concediéndonos este día feliz [...] los escollos que se nos presentaban se han destruido con gloria. La provincia es libre, y el primer acto de esta prerrogativa debe sellarse con el nombramiento de la suprema autoridad. La felicidad común se afianza doblemente ejerciendo el poder un Magistrado formado de este modo; las pasiones se comprimen al aspecto de un gobierno elevado por el de justicia y los aspiradores ven perecer la intriga, cuyas fatalidades aún sentimos por el vestigio que han dejado sus crímenes [...] Los enemigos se hallan en

Casa de Estanislao López, donde funciona actualmente el Archivo Histórico de la Provincia. Banco de imágenes Florián Paucke.

Brigadier Estanislao López. Banco de imágenes Florián Paucke.

su marcha retrógrada, mas, no hemos fijado bases de concordia y podemos de nuevo ser provocados. En tan altos motivos pesen V.S.S. mi decoro; él me estimula a deponer en manos de mi Pueblo un derecho que sólo obtuve por su bien. Mis deseos por su felicidad no hallaron término a su anhelo, y aunque a mi pesar haya estado sujeta mi administración al extravío, yo lo estoy a la ley de los mortales.” El 8 de julio, después del derrocamiento del gobernador Mariano Vera, se reunió la Asamblea de Comisarios o junta Electoral y proclamó gobernador a López por uniformidad de votos. Este encargó a la junta la redacción de un estatuto para la Provincia, que definiera las instituciones de gobierno, su rol y las funciones del gobernador. Se desconoce cuál fue el proyecto presentado, pero sabemos que López lo rechazó y disolvió el Cuerpo. Las probables causas del rechazo podrían ser el carácter demasiado “moderno” del texto, ya que limitaba la autoridad del gobernador. El brigadier argumentó que “la voz de la Patria le había detenido” ya que se creaban una multitud de autoridades que fomentarían los partidos

Último documento firmado por Estanislao López el 14/12/1830. Banco de imágenes Florián Paucke.

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

o facciones, y se reducía el gobierno a una insignificante autoridad. Sugestivamente, el gobernador presentó un nuevo proyecto al cabildo, que fue aprobado el 26 de agosto de 1819, en el que afirmaba que “siendo su objeto el público beneficio es sin duda de nuestra aceptación y de nuestra obligación darle debido cumplimiento”. El documento finalmente aceptado, que entró en vigencia en ese momento, es el denominado Estatuto Provisorio, considerado como la primer Constitución provincial. Se lo reconocía por entonces como un caudillo, antigua palabra que designaba al jefe de las huestes que llevaron adelante la conquista americana, y así aparecerá en el Estatuto de 1819, el que –aún imperfecto y bastante elemental- fue el primer texto constitucional no sólo de nuestra provincia, sino de la Argentina entera. En él, se diseñaba un dibujo o diseño -todavía en borrador-, de un estado moderno y se planteaba la necesidad de la separación y autonomía de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En 1820 se dispuso que el gobernador fuera elegido por la Junta de Representantes después de lo cual debía jurar de la siguiente manera “Juro por Dios N.S. y estos Santos Evangelios, que desempeñaré con fidelidad el cargo de Gobernador, defenderé la causa general que defiende la América del Sud y la independencia de la Provincia, que observaré y haré cumplir el Estatuto provisorio.” En este contexto, el cuerpo capitular fue alcanzado por la mano política del gobernador. Si bien el Estatuto capacitaba al cabildo para ejercer el mando de la provincia en ausencia del gobernador, en los hechos y a través de

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as manifestaciones públicas de diverso orden se asociaron con el correr del siglo a la causa Federal y a las victorias militares del Brigadier. El 10 de julio de 1821 el coronel Orrego alcanzó a Pancho Ramírez cerca de San Francisco mientras huía con su mítica

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una resolución, fue el mismo gobernador el que designó a su sucesor. El ámbito de la justicia tampoco quedó fuera del proceso, ya que López mismo supervisaba las actuaciones de las autoridades judiciales. Otros “Artículos de Observancia para el cabildo”, no hicieron sino restar funciones y poder al cuerpo capitular, subsumido a la junta de Representantes. Después de una larga agonía durante la cual se fueron expoliando sus funciones, en 1832 se decidió su disolución. Cada vez más fortalecido el caudillo santafesino y como parte del proceso de establecimiento de vínculos duraderos entre las provincias del litoral, el 25 de enero de 1822 se firmó en Santa Fe el tratado conocido como del Cuadrilátero, con la participación de Entre Ríos, Corrientes, Buenos Aires y los anfitriones. Por el mismo, las provincias firmantes se comprometían a auxiliarse mutuamente y a aliarse frente a ataques externos. Se fijaron parcialmente los límites de Entre Ríos y Corrientes, y se declaró la libertad de comercio entre las provincias pactantes. Como reconocimiento, el gobierno de Martín Rodríguez le envió a López una espada de oro. El 8 de agosto, López agradeció el obsequio y prometió no desenvainarla sino en beneficio de la patria. Finalmente, el 4 de enero de 1831, se rubricó el Pacto Federal, único instrumento del vínculo confederal que funcionó hasta la sanción de la Constitución de 1853, al que finalmente adhirieron todas las provincias. Por el mismo se determinaron dos cuestiones medulares de la dinámica política de entonces: por un lado, la delegación del manejo de las relaciones internacionales y de la guerra en la provincia amante, La Delfina. Alcanzado por las armas federales, su cabeza fue cortada y enviada a Santa Fe. El trofeo de guerra fue exhibido públicamente: embalsamada, la cabeza permaneció a la vista de todos hasta que López la hizo enterrar en la Iglesia de La Merced.

de Buenos Aires, más concretamente en la persona de Rosas y, por otro, la obturación de la libre navegación de los ríos interiores, fuente de futuros y enquistados conflictos. A pesar de estos pactos parciales, permaneció indefinida la organización política de los pueblos rioplatenses, generándose una progresiva pero contundente transferencia de poder hacia Buenos Aires, especialmente luego de la llegada de Rosas al gobierno. Después de la caída del directorio, último intento del período revolucionario de conformar un Estado nacional, las provincias sostuvieron la ambigua condición de “estados libres, independientes y soberanos”. Sin embargo, al seguir llamándose “provincias”, aceptaban en los hechos una posición subordinada a una unidad política mayor inexistente. Durante la primera mitad del siglo XIX las pretensiones autonómicas de las provincias coexistieron con otra tendencia política que aspiraba a reunir en una sola unidad lo que sería el futuro Estado nacional argentino. La llegada de Juan Manuel de Rosas al gobierno de Buenos Aires (el que ejerció durante dos períodos: 1829-1832, 1835-1852), inició el proceso de construcción de hegemonía de esa provincia sobre la Confederación Argentina, cuya solidez se fundó parcialmente en el manejo exclusivo de la aduana y de los ingresos del puerto.

(*) Profesora y Licenciada en Historia por la UNR. Estudios Avanzados por la Facultad de Filología y Geografía e Historia en la Universidad del País Vasco (España) y es Doctora en Historia por la Universidad de Milán (Italia). Coordinadora General del Museo de Historia Regional de la ciudad de San Lorenzo.



SANTA FE EN EL BICENTENARIO

Santa Fe, cuna de la Constitución nacional El 1º de mayo de 1853 se sancionó en la ciudad de Santa Fe la Constitución de lo que por entonces era la Confederación Argentina. Las sesiones del Congreso General Constituyente, constituido con la asistencia de Diputados elegidos por las Provincias todavía bastante desunidas del Río de la Plata, había comenzado el 20 de noviembre de 1852. El trabajo que tenían por delante no era nada sencillo, incluso se habían realizado otros intentos que fracasaron completamente o consiguieron éxitos parciales. Por Darío Barriera (*)

Lámina de Amadeo Gras con los 25 daguerrotipos de los constituyentes; circa 1855. Museo del Bicentenario.

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Lealtades políticas y economías regionales Entre 1835 y 1852, algunas de esas provincias que, a partir de las ciudades emergieron como instituciones políticas tras la disolución del virreinato del Río de la Plata, en uso de sus atribuciones soberanas, se integraron en la Confederación Argentina. Su arquitectura se basa en el pacto interprovincial del 4 de enero de 1831 (conocido como Pacto Federal) que inicialmente suscribieron Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes. En 1833 adhirieron al mismo otras 9 provincias y, desde 1835, la representación exterior y la jefatura de la guerra fueron confiadas al titular del gobierno de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. Se trató sin duda de una unidad política que, desde el principio fue amenazada desde el exterior, pero que también estaba larvada desde sus entrañas. Los intentos desestabilizadores de los unitarios exiliados durante los gobiernos rosistas, así como una serie de onerosos conflictos bélicos –la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana; la Guerra Grande, las invasiones anglo-francesas de 1845– dieron a esta experiencia su carácter turbulento, pero su inestabilidad se debió sin dudas a las profundas diferencias que los distintos gobernadores mantenían entre sí acerca de decisivos temas del gobierno


del estado (como la recaudación impositiva, el reparto de las cargas y los beneficios de la guerra o la navegabilidad de los ríos y su impacto en las economías regionales). Urquiza con Rosas, Urquiza contra Rosas El gobernador de Buenos Aires había sabido mantener desactivadas muchas de esas profundas diferencias. Pero el crecimiento de las provincias del litoral, y sobre todo de Entre Ríos, recuperada económicamente tras la guerra grande, con base en la actividad ganadera y los beneficios que sus estancieros obtuvieron como abastecedores de Montevideo durante la guerra, fungirían como detonantes de esa verdadera bomba de tiempo que era el pacto federal. Cuando fue reelecto en 1850 para su tercer periodo de gobierno al frente de la provincia de Buenos Aires, y como ya había hecho antes, de mane-

Primera página del Manuscrito original de la Constitución de la Confederación Nacional de 1853. Museo del Bicentenario.

Los Constituyentes del 53 (boceto definitivo), Antonio Alice (1886-1943) Gentileza, Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez.

ra formal, Rosas renunció a la comandancia de las relaciones exteriores. En esta ocasión, Corrientes y Entre Ríos aceptaron la dimisión y asumieron de hecho el ejercicio de las relaciones exteriores. Las diferencias comenzaron a manifestarse y las presiones del litoral para organizar constitucionalmente a la Nación llevaron a escalada de conflictos sin retorno entre los gobernadores de Buenos Aires y Entre Ríos, que culminó con la breve batalla de Caseros, tras la cual Rosas renuncia y se exilia en Inglaterra. En la estancia de San Benito de Palermo, Urquiza y otros gobernadores redactan un protocolo que encarga al primero la conducción de las relaciones exteriores y lanzan la invitación para una convención constituyente, con el propósito de organizar jurídicamente el estatuto político de la Nación Argentina. Tras el protocolo, hubo una segunda reunión de los gobernadores en San Nicolás, donde el 31 de mayo de 1852 acordaron que, hasta tanto se diera una constitución, la ley fundamental de la República era el pacto federal firmado en 1832, siempre bajo

la conducción diplomática y militar del General J. J. de Urquiza. Las provincias recuperaron el control de los ingresos aduaneros, lo cual provocó el lógico rechazo de la provincia de Buenos Aires. Urquiza trasladó la sede del congreso a la ciudad de Santa Fe, donde se reunieron los constituyentes que sancionaron la Constitución Nacional el 1 de mayo de 1853. ¿Qué es una Constitución? Desde las Revoluciones norteamericana (1776) y francesa (1789) surgió un nuevo sujeto político, el pueblo, que para reemplazar al Rey y a Dios como fuente de la soberanía, enfrentó el desafío de edificar nuevas referencias y construir una también nueva organización política. Los pueblos y las naciones comienzan a formar parte de un vocabulario político que corresponde al inicio de un proceso que irá vaciando de contenido el carácter sagrado –y por eso hasta entonces incuestionable– del poder político y de la justicia. Los pueblos fueron construyendo, con materiales disponibles, un conjunto de principios y de leyes escritas fundamentales sobre las cuales basar su

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

Fragmentos de la intervención del Dr. Iván J. M. Cullen, Convencional por Santa Fe, en la Asamblea Constituyente, Santa Fe, 19 de julio de 1994.

“…la gran desgracia argentina en los últimos cuarenta años ha sido precisamente la discontinuidad del ciclo constitucional. Desde 1955 a 1983 —28 años— hubo 18 años de gobiernos de facto, y sólo 10 de jure. Se trataba de un proceso que venía creciendo: los gobiernos de facto eran cada vez de mayor duración y más intensos y abarcativos en su accionar, mientras que los gobiernos de jure eran más débiles en su funcionamiento y más limitados en el proceso temporal en que se desarrollaban.” “[…] conocimos el espanto y la desgracia y tuvimos que ir hasta el fondo para llegar a la más abyecta y tremenda violación de los derechos fundamentales a fin de darnos cuenta de lo importante que era la democracia. Así fuimos convocados ordenamiento filosófico, político, institucional y administrativo. Aunque con marchas y contramarchas, el reemplazo de un orden jurídico y político indisponible por otro que podía discutirse colectivamente había comenzado. La participación política se orientó fuertemente hacia la representación: el acto de elegir representantes no era nuevo, pero sí lo eran los objetivos para los cuales se los designaba. En todos los

por un hombre que está sentado en esta Convención y lo hizo recitando el Preámbulo de la Constitución. No interesa por quién votamos; lo importante es que todos los argentinos nos sentimos unidos por ese Preámbulo que nos aseguraba la libertad para nosotros y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.” […] “Cuando Juan María Gutiérrez, José Benjamín Gorostiaga, Manuel Leiva, Pedro Ferré y tantos otros se levantaron, aplaudieron y aclamaron el artículo 29 de la Constitución, pensaron en su historia reciente. De la misma manera, nosotros deberemos sancionar esta norma pensando en nuestra historia reciente, que es la de la discontinuidad constitucional, y en nuestra historia futura, que tiene que ser democracia para siempre en el país de los argentinos.” (Aplausos) territorios que pertenecieron a la Monarquía hispánica e Inglesa, por ejemplo, comenzaron a dictarse declaraciones y proclamaciones pero también Cartas o Leyes Supremas que condensan los principios fundamentales sobre los cuales se organizaban estos nuevos cuerpos políticos: los Estados. A comienzos del siglo XIX, durante el largo periodo que duró la disolución de los reinos de la Monarquía Hispánica en América, fueron surgiendo en nuestro continente provincias y estados que pugnaron por desvincularse de su antiguo centro hegemónico y también se vieron frente al desafío de darse las bases para el propio ordenamiento jurídico y político. Por esa razón es que hubo muchísimos intentos de redacción de cartas constitucionales, dado que de su buen ar-

Estudio de manos para el cuadro Los Constituyentes del 53, Antonio Alice. Gentileza, Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez.

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mado dependía la construcción del resto del edificio jurídico y político con el cual los pueblos americanos pretendían autogobernarse. El congreso Al no poder imponer su criterio de una representación basada en la proporcionalidad de habitantes, la provincia de Buenos Aires retiró sus diputados y el congreso se compuso con dos representantes por provincia, dándose de hecho y de derecho una segregación entre la Confederación y el Estado autónomo de Buenos Aires. No todos los constituyentes eran oriundos de la provincia que representaban: Pedro Ferré, que era correntino, representó a Catamarca, mientras que Entre Ríos fue representada por el porteño Juan María Gutiérrez, La Rioja por el cordobés Regis Martínez y San Luis por el salteño Delfín Huergo. Una Constitución para la Confederación Argentina Cuando fue sancionada, el Estado de Buenos Aires no integraba la Confederación. Sin embargo, sus lineamientos liberales y federales, inspirados en la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, la gaditana (1812), la chilena (1833) y las francesas de 1783 y 1848, terminaron por ser funcionales a la criatura política que se consolidaría durante la década siguiente, cuyos constructores fueron de diversas formas conscientes de la fuerza de su Poder Ejecutivo así como de las luces y las sombras que implicaba la representación de las provincias en un legislativo bicameral. Solo diez artículos se ocupaban del Poder Judicial, en rigor casi exclusivamente del más alto tribunal de justicia, la Corte Suprema de la Nación. En este punto era claro que prácticamente todo estaba por hacer. Muchas de las influencias que tuvo el texto llegaron a través de dos textos del tucumano Juan Bautista Alberdi. Desde su exilio en Chile, Alberdi respondió a las requisitorias de Juan María Gutiérrez y otros amigos primero con un libro titulado Bases y puntos de


partida… (que hoy reconocemos como las Bases), editado en mayo de 1852, y luego con otro texto, ya un proyecto de constitución, que acompañó a la segunda edición de las Bases. La Constitución es una ley fundamental porque define la forma de la organización política del Estado (una república, representativa, de tipo federal), determina la división de los Poderes del Estado y regula su actuación; establece la manera en que tienen que crearse las leyes y, por último, enumera y garantiza los derechos básicos de los ciudadanos y de los habitantes del territorio en general, sean argentinos o extranjeros.

Su sanción fue el primer y fundamental paso en la organización jurídica de un Estado para la Nación Argentina, pero no consiguió resolver problemas clave tal y como la integración de las economías regionales, la formación de ejércitos regulares bien equipados o el pago de sueldos en término. Al contrario, la escindida Buenos Aires creció sostenidamente y la profundización de las igualdades regionales promovió el escenario que –aunque también resuelto por la vía armada– remató en la unidad en las nuevas condiciones. La Constitución del 1º de mayo de 1853 hoy se llama Constitución de la Nación Argentina y es una de las

El cuadro que inmortalizó al Congreso Constituyente

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os constituyentes del 53 es un óleo de 3,60 x 5,42 que fue terminado por Antonio Alice (1886-1943) en 1922. Realizó bocetos de cada una de las figuras de los constituyentes y además del ambiente en que se dio la sesión del 20 de abril de 1853, cuando Juan Francisco Seguí, diputado por Santa Fe, replicó enérgicamente al Presidente de la Asamblea, Facundo Zuviría

–diputado por Salta– consiguiendo que se acelerara la discusión y la Constitución redactada por la Comisión se aprobara rápidamente. Alice debió realizar la ambientación de su cuadro observando el Cabildo de Buenos Aires dado que el de Santa Fe se había demolido en 1906. El gobierno santafesino no pagó el trabajo al pintor y la ley 12757 de 1942 dictaminó que el Gobierno Nacional

más antiguas de América, después de la norteamericana y la chilena. Sólo puede ser reformada por una asamblea reunida para ese fin, que se denomina Convención Reformadora, la cual fue convocada en 1860, 1866, 1898, 1949, 1957, 1972 y 1994.

(*) Doctor en Historia, Profesor en la Universidad Nacional de Rosario e Investigador del CONICET.

pagara el trabajo de Alice así como que el mismo fuera colgado en la Cámara de Diputados de la Nación. La obra estuvo en Santa Fe a comienzos de los años 1970, pero luego, durante la última Dictadura cívico militar, un fallo judicial ordenó emplazarlo nuevamente en el Salón de los Pasos Perdidos de la Cámara de Diputados de la Nación. En 2003, en el marco de las celebraciones por los 150 años de la sanción de la Constitución Nacional, la Cámara de Senadores de la Nación aprobó unánimemente un proyecto del Senador por Santa Fe Oscar Lamberto que el cuadro se trasladara a Santa Fe para la realización de la Asamblea Legislativa del 1º de mayo de 2003, cuando se cumplió el 150 aniversario del Congreso Constituyente de 1853. Los retratos de Alice se pueden observar en la Sala IV del Museo Histórico Provincial de Santa Fe y el Archivo General de la Provincia de Santa Fe nos permitió publicar estas versiones digitalizadas de sus “bocetos” y “estudios” que están en Museo de Bellas Artes “Rosa Galisteo de Rodríguez”. Su obra máxima, Los constituyentes… sigue expuesta en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso Nacional. Apuntes para “Los Constituyentes”. Banco de Imágenes Florián Paucke. Gentileza del Archivo General de la Provincia de Santa Fe.

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

Los Beck Bernard

Presencias basilares en el proceso colonizador de la Pampa Gringa. La historia de la colonización en tierras santafesinas no puede soslayar las figuras de los esposos Beck-Bernard, y sin embargo una parte importante de su obra pasó más de un siglo sin que se conociera y se pusiera en valor. Por Adriana Cristina Crolla (*)

H

aber encontrado en la Biblioteca del Museo Histórico de San Carlos una copia de los tres ensayos que Lina Beck escribiera entre 1868 y 1872, donados por su descendiente, la Baronesa Chantal de Bavier de Nora en 1986 en oportunidad de una visita realizada a la colonia fundada por su bisabuelo y el aporte del hijo de la Baronesa y tata-

ranieto del matrimonio Beck-Bernard, nos permite conocer a un matrimonio muy importante en el proceso de colonización de Santa Fe. Lina Beck Bernard, como mujer e intelectual de avanzada acrecentó los recorridos ya iniciados en algún sector de la academia argentina en el ámbito de la imagología y de los estudios de género.

Escribió, además de los tres ensayos, en 1872, bajo el título de Fleurs des pampas, tres novelas breves: Telma, Frère Antonio y L´Estanciade Santa Rosa. Scènes et souvenirs du désert argentin. Amélie Lina Bernard nació en Bischwiller, Alsacia, el 10 de febrero de 1824 y murió en Lausana, Suiza, el 27 de septiembre de 1888. Se casó en

Charles Beck y Lina Bernard. (Gentileza de Matteo de Nora).

Casa que habitó en Santa Fe, la familia Beck-Bernard. Calle San Jerónimo frente a la Plaza Mayor. Fotografía tomada en 1802. Colección del Dr. Clementino s. Paredes.

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1852 con Charles Beck, nacido en Amsterdam, Países Bajos, Holanda, el 15 de abril de 1819 y muerto el 6 de abril de 1900 en Lausana, Suiza. Tuvieron cuatro hijas: Noémi y Amélie que nacieron en Suiza, y Elisabeth y Hélène Mathilde, que nacieron durante la estancia del matrimonio Beck Bernard en la ciudad de Santa Fe y se tiene constancia de que al menos una de ellas, Elisabeth, murió en esta ciudad en 1861, hecho doloroso que aceleró el regreso de Lina a Suiza. Lina Beck Bernard llegó a Santa Fe en 1857 acompañando a su marido, director principal de la Sociedad Colonizadora Suiza “Beck y Herzog”, encargada por Aarón Castellanos (primer empresario de la colonización) de suministrar colonos para habitar las tierras de la llanura santafesina, cercanas a la ciudad capital. Castellanos había acordado con el gobierno provincial un proyecto de colonización de este territorio, por lo que había partido para Suiza y traído el primer contingente de 200 familias para fundar la primera colonia, Esperanza, en 1856. En 1857 Beck firma un contrato con las autoridades de la Provincia funda en 1858 dos nuevas colonias: San Jerónimo y San Carlos. Trayendo consigo por vía fluvial inmigrantes suizos, alemanes, franceses e italianos. El matrimonio Beck Bernard se domicilió en calle San Gerónimo frente a la Plaza de Mayo de la ciudad de Santa Fe y las imágenes y experiencias vividas van a florecer bajo la pluma de Lina en estampas de ricas asonancias. En Le Rio Paraná transforma en exquisitas estampas el panorama de la variopinta cultura santafesina que le proveían las terrazas. También las actividades filantrópicas organizadas por las damas del Club del Orden (institución creada hacía poco, cuando el matrimonio había llegado a la ciudad y, que Beck había presidido durante algunos meses entre 1859-1869). Lina miró esta realidad extraña con una profunda penetración psicológica. Y dos años después de su regreso a Suiza, su curiosidad y memoria, no sólo

no habían disminuido sino que se habían acrecentado notablemente. Las impresiones maceradas en la lejanía, florecieron en los textos en los que las registró y ficcionó historias basadas en las escenas vividas durante los cinco años en los que residió en la ciudad. Charles Beck por su lado, volvió en 1864 a Suiza con el mandato del Presidente Mitre de colaborar en la tarea de promoción de la inmigración suiza a estas tierras. Y entre 1868 y 1886, se desempeñó como Cónsul Argentino en ese país. La presencia y escritura del matrimonio Beck-Bernard en tanto visitantes privilegiados e interesados, posiciona sus palabras como testimonio de relevancia para comprender los modos de constitución de nuestra propia matriz cultural. Indagando en sus biografías y accionar, leyendo sus pensamientos y producciones, alcanzamos el convencimiento de que la breve estancia de Charles y Lina Beck en esta ciudad y zona, tienen que haber tenido un enorme impacto local. No sólo en lo relacionado con la función colonizadora y lo económico, sino también en contaminaciones con la vanguardia cultural que ellos portaban consigo y que, además, deben haber provocado un fuerte escozor modernizador. Con ellos debe haber abrevado el romanticismo europeo y haberse impregnado de ideas progresistas y de genuina alta cultura, la adormecida y tradicionalista sociedad santafesina de entonces.

(*) Magister en Docencia universitaria. Profesora de Letras y de Italiano en la UNL y en la UADER. Directora del Centro de Estudios Comparados y de su revista El hilo de la fábula (FHUC-UNL)

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SANTA FE EN EL BICENTENARIO

Pionera colonización de Santa Fe Por Marcelo Móttola

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uego de la Batalla de Caseros, surgió la necesidad de un reordenamiento económico y político del territorio. El proyecto de Urquiza proponía ganarle espacio al desierto y poblar las tierras con colonos europeos. Por entonces, dentro del litoral, era la Provincia de santa Fe la que presentaba el mayor estancamiento económico, las tierras se encontraban prácticamente despobladas y la actividad mercantil sensiblemente afectada, producto de las guerras civiles. Pero estaba la tierra. La ley de derechos diferenciales pretendió incentivar la reactivación comercial y el plan de colonización agrícola posibilitó poner en movimiento al campo. Uno de los puntos clave de este proceso fue el puerto de Rosario, que se transformó en el eje de una impresionante transformación económica. La primera etapa del movimiento colonizador, tuvo lugar entre las décadas de 1850-1870 y se centralizó en el centro-norte, en departamentos de Las Colonias, Castellanos y San Cristóbal. Las experiencias de estos asentamientos, y el desarrollo del ferrocarril, fueron la base a partir de la cual se fundaron nuevas colonias. La mayoría de las concesiones de tierras fueron otorgadas por la modalidad conocida como colonización oficial, en la que intervenían empresarios o compañías colonizadoras, quienes compraban tierras al gobierno provincial a precios muy bajos, bajos clausulas que comprendían la instalación de pobladores, así como la entrega a los mismos de todo lo requerido para trabajar la tierra. La primera colonia agrícola organizada del país, fue la Esperanza, cuyo origen se encuentra en el proyecto del gran empresario salteño Aaron Castellanos. Según la historiadora Blanca Zeberio, “Cada familia recibió algo más de treinta hectáreas, algunos bueyes y

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Tareas agrícolas en Colonia La Esperanza.

caballos, alimentos y materiales de construcción. Asimismo, se organizó la administración de la colonia con un juez de paz, un representante de los colonos y dos administradores designados por el gobierno nacional. Así nacía la Esperanza, y si bien el apoyo estatal permitió la subsistencia de la colonia, como muestran las crónicas, faltaba de todo y a veces hasta comida”. Sin embargo el milagro productivo era inminente. Así describió el explorador angloirlandés Thomas Joseph Hutchinson, en su libro “Buenos Aires y otras provincias argentinas”, a la primera colonia agrícola del país. “...La transición de Santa Fe a la Esperanza es tan grande como lo es de Herculánea o Pompeya a un rico departamento agrícola de Inglaterra. Esta colonia fue fundada en el año 1854, siendo sus primeros pobladores 72 familias de alemanes, franceses, suizos y vascos. En los primeros cuatro años sufrieron horriblemente por la seca y por la langosta que destruyó sus sementeras pero hoy (1863) están en decidida prosperidad (...) (...) El terreno señalado al principio para la colonia era de 6 leguas cuadradas, pero de éstas, sólo 1936 cuadras cuadradas o poco más de 6000 acres de tierra se hallan ocupadas y cultivadas. (...) De 1861 a 1862 ha producido: 4715 fanegas de trigo, 617 fanegas de cebada, 3061 fanegas de maíz,

61 fanegas de maní, 710 fanegas de papas. Además de esto, los colonos tienen ahora 291.800 vástagos de viña prontos para ser trasplantados, así es que se puede asegurar que en breve se convertirán en viñadores. Tienen plantados, en todas las casas de la colonia 27.890 árboles frutales, principalmente duraznos. Tiene también dos molinos, uno movido por un par de mulas y otro movido por el viento. El último ha sido edificado y toda su maquinaria arreglada (trayéndose de Francia las piezas de hierro) por las manos de un solo hombre, su propietario, el señor Suber. Hay tres máquinas de segar y dos de trillar para alquilarse. Por todas partes hay aspecto de industria y trabajo y por consecuencia de contento y salud (...) Actualmente hay 230 familias católicas y 60 familias protestantes. Como la libertad de culto fue una de las condiciones establecidas al fundar esta colonia, hay aquí un templo protestante y un ministro, como un cementerio para los mismos (...) El Sr. D. Juan Gaspar Helbling, señor alemán que habla inglés perfectamente, tiene una escuela en la que generalmente hay 90 o 100 alumnos. Ni el gobierno provincial, ni el nacional contribuyen con nada al sostenimiento, la que educa tanto a católicos como protestantes. Los padres sólo pagan al maestro dos reales mensuales por cada uno de los hijos”.


Revisitar la experiencia de Alcorta (1912-2016) Durante la presidencia de Roque Sáenz Peña, la rebelión agraria de pequeños y medianos arrendatarios rurales de 1912 que sacudiría al sur santafecino, y que pasaría a conocerse como El Grito de Alcorta, significó todo un hito, que marcaría la irrupción de los chacareros, mayoritariamente inmigrantes españoles e italianos, en la vida política nacional del siglo XX. Por Marta Bonaudo (*)

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más de cien años nuevamente el denominado “Grito de Alcorta” nos interpela y desafía nuestra capacidad de reflexión ya que se trata de un acontecimiento que puso en evidencia no sólo las relaciones existentes entre diversos actores del mundo agrario sino que dio cuenta del tipo de estructura social que se pretendía fortalecer en el mismo, del papel que se asignaba al Estado en el proceso y de las políticas de redistribución del excedente generado.

La experiencia que se inició el 25 de junio de 1912 puso en escena a un actor subalterno que se había ido gestando en los intersticios del modelo agroexportador de finales del siglo XIX y principios del XX y cuyas demandas conmovieron la dinámica social y la esfera política durante casi dos décadas: el chacarero. Actor complejo, difícil de conceptualizar, signado en la mayoría de los casos por su extranjeridad, emergió de la configuración de diverso tipo de relaciones sociales. En oportu-

nidades, se lo identificó como un ocupante campesino precario de una parcela reducida que no lograba acumular; en otras, con un pequeño o mediano arrendatario sujeto al pago de elevados cánones y coartado en su libertad para planificar y realizar su producción; también se lo asoció con un pequeño o mediano propietario que, si bien disponía de su propiedad y producción, se vio con frecuencia condicionado en la realización de sus beneficios y , en momentos de crisis, sujeto al endeuda-

Carros transportando cereales en Alcorta, a comienzos del siglo XX.

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“Chacareros en 1935”. Óleo sobre arpillera que conmemora el Grito de Alcorta. Antonio Berni pintó su obra utilizado como soporte de la pintura, bolsas de arpillera tucumanas que habían contenido azúcar, algo que da cuenta de su visión social del arte. Museo Eduardo Sívori, Buenos Aires.

miento y al riesgo de perder su propia parcela. Unos y otros, integrados a esa trama heterogénea de actores subalternos de un modelo de desarrollo agrario en el que primaba la gran propiedadconcluida la significativa etapa de redistribución de tierra pública y privada para colonizar-, serían los protagonistas centrales del movimiento. La inserción de la pampa húmeda argentina y, por ende, del sur santafesino en la economía mundial había gestado en la etapa del Centenario una

particular trama de desarrollo agrario capitalista: tierras valorizadas, predominio del sistema de arrendamientos, agricultura extensiva, aumento del costo de la fuerza de trabajo, alto valor de los insumos, existencia de circuitos de comercialización monopolizados por grandes empresas extranjeras así como una fuerte dependencia de los procesos de acumulación de los países industrializados para colocar las materias primas en el mercado mundial y expandir la renta diferencial. Frente a

Asamblea de colonos reunida en el salón de la Sociedad Garibaldi.

Primer comité central de la Federación Agraria.

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esta dinámica diversas voces al interior del Parlamento o dentro de la administración Sáenz Peña se levantaron destacando la profunda vulnerabilidad de tales condiciones de desarrollo y proponiendo la necesidad de una intervención del Estado para hacer frente a los desafíos más urgentes. Sin embargo, como lo declaraba el propio presidente, pocos preveían un conflicto inmediato entre los factores de la producción agrícola- la tierra, el capital, el trabajo- y por ende, sólo había que perfeccionar


algunos aspectos del régimen porque, en definitiva, eran innecesarias las reformas de fondo y, en algún momento, el arrendatario se transformaría en propietario. Desde la mirada de los chacareros del sur santafesino, en cambio, las respuestas urgían. El fracaso de la cosecha de maíz de 1910-1911 operó como detonante al agudizar las condiciones estructurales y profundizar el endeudamiento precedente de muchos productores así como la posibilidad de afrontar un nuevo ciclo agrícola con insumos altamente valorizados. El debate que comenzó a partir de marzo de 1912 en Firmat y Alcorta dio cuenta no sólo de la agitación que corría en los campos sino de la necesidad de aglutinarse para actuar. La multitudinaria asamblea del 25 de junio en Alcorta abrió el camino a la huelga a la que entre julio y agosto se plegaron no sólo los chacareros del sur santafesino sino importantes sectores de Buenos Aires, Córdoba y la Pampa. En agosto la vitalidad del movimiento era indiscutible y los chacareros habían dado un paso más en su lucha, la generación de una organización gremial de defensa de sus intereses: la Federación Agraria Argentina. El diario La Capital de Rosario, en un editorial del 26 de junio de 1912, marcaba el nudo de debate planteado en los “pliegos de reivindicaciones”: “El colono se siente dueño absoluto de sus actos y se resiste a ejecutarlos bajo el imperio de contratos que restringen su libertad individual; se siente dueño absoluto de su trabajo y quiere percibir sus frutos”. En la búsqueda de soluciones para el conflicto no sólo operarían los grupos terratenientes interpelados o los sectores vinculados a la comercialización de la producción agraria -algunos integrados a la Cámara Sindical de la Bolsa de Comercio de Rosario- sino los representantes del estado provincial y del estado nacional. A excepción de los terratenientes y el representante del gobierno nacional, todos compartieron el mismo diagnóstico: el conflicto

La Cuestión Agraria. Revista Fray Mocho. Buenos Aires, 26 de julio de 1912. Se lee : “Pero este pobre colono ¿no es libre? ¿Por qué no se manda a mudar?”

300 agricultores frente al almacén de ramos generales de Ángel Bujarrabal. 25 de junio de 1912.

El Dr. Francisco Netri, abogado recibido en Nápoles, alentó a los colonos a resistir y continuar con la huelga. El 5 de octubre de 1916, un sicario lo asesinó a balazos en la vereda de calle Urquiza casi esquina Mitre, en la ciudad de Rosario, cuando se dirigía a la Federación Agraria.

era fruto de las condiciones impuestas por el régimen de tenencia vigente. Un régimen de tenencia sobre el que en la coyuntura ni el estado provincial ni el estado nacional pretendían operar. El planteo dejaba en evidencia, por una parte, la visión que el liberalismo proponía sobre las relaciones entre Estado y Sociedad, ya que consideraba al mundo de la producción básicamente autorregulado por el mercado. Por otra, que el sector terrateniente operaría como la variable de ajuste de menor costo para que el sistema productivo siguiera funcionando ya que los otros intereses dominantes, como los de la esfera de la circulación, eran mucho más poderosos. Individual o colectivamente los terratenientes fueron convalidando los pliegos de reivindicaciones que, sin embargo, una y otra vez se violentaron. Esto generó una conflictividad recurrente a lo largo de la década que obligó al estado nacional a apelar con mayor o menor éxito- en diferentes momentos de los años veinte y treinta - a herramientas legislativas que regularan las relaciones entre capital y trabajo en el mundo agrario. Han pasado más de cien años, el universo rural se ha transformado profundamente, las relaciones sociales dominantes han gestado nuevos actores que, sin embargo, se enfrentan hoy a un desafío que tiene aires de familia con el de 1912: la urgencia de reformular la dinámica entre Estado y Sociedad, la necesidad imperiosa de condicionar desde el Estado las lógicas del mercado a fin de alcanzar una distribución más equitativa del excedente social.

(*) Doctora en historia por la Facultad de Letras y Ciencias Humanas. Universidad de Aix‑en‑Provence. Marsella, Francia. Profesora Titular de Historia Argentina II. Investigador Principal, CONICET. Directora de la UER ISHIR-CONICET/UNR.

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El puerto de Rosario y el desarrollo de la industria santafesina La actividad portuaria fue el eje de la sorprendente transformación social, económica y cultural, operada en Rosario y su región desde 1852, y la matriz ordenadora de su complejo ferro portuario industrial.

Fleuty, Eduardo. Rosario de Santa Fe. Litografía 1875. Museo de la Ciudad.

Por Miguel A. De Marco (h) (*)

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a apertura de los ríos interiores a la navegación universal y por ende al tráfico de ultramar (monopolizado hasta entonces por Buenos Aires) significó la inserción de Rosario en los tiempos del mundo. La independencia y desarrollo de los países dependieron de políticas fijadas desde sus ciudades portuarias (en su carácter de plataformas del comercio internacional y de acumulación de recursos), y las prerrogativas aduane-

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ras determinaron la suerte de los imperios, naciones y regiones. Su correlato en la cuenca del Río de la Plata fue la pugna entre las provincias argentinas y Buenos Aires. Aquel fue un momento verdaderamente fundacional para la entonces humilde Villa del Rosario por el hecho de que existió una decisión política de una autoridad nacional, -representada por el Director Provisorio de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza-, de que la misma fuera el nuevo centro económico de la Argentina federal a

manera de contrapeso de la poderosa Buenos Aires, formalmente separada del país al rechazar el Acuerdo de San Nicolás, el 11 de septiembre de 1852. A tal fin se dotó a Rosario de puerto con aduana propia, de un servicio fluvial regular de pasajeros; administración general de correos; servicio de diligencias a las provincias; se organizó la primera administración política y judicial; y se gestaron los encuentros iniciales entre los representantes de las incipientes fuerzas productivas para constituir una sociedad pro puerto y el


comienzo de las gestiones para construir un muelle, el que fue habilitado en 1855. La conjunción de los factores mencionados produjo un vertiginoso crecimiento demográfico gracias a la inmigración. La ciudad de Rosario que en 1842 tenía 1.500 habitantes pasó a contar con 9.785 en 1858, y más de 230.000 para el primer bicentenario de la Independencia Argentina. Para entonces el 54% de la población era extranjera. Derrotado el modelo Confederal en la batalla de Pavón, Buenos Aires volvió a regir el comercio internacional del que ya Rosario no podía ser soslayado por su incontenible crecimiento, y se convirtió en pilar de la Argentina agro exportadora. Una actividad que desbordó la capacidad de los puertos privados existentes, y el comercio rosarino inició una larga batalla, frente a las autoridades nacionales a Buenos Aires, en 1861, por obtener de los gobiernos centrales la construcción de muelles apropiados para la nueva actividad. Un hito fundacional de la etapa que posicionó a Rosario en el mercado mundial lo constituyó, el primer embarque de trigo del país al exterior, que, en 1878, impulsó el empresario español Casado del Alisal: 4500 toneladas, que fueron traslada­das a Glasgow, Inglaterra. La construcción del Ferrocarril Central Argentino, que unió la joven urbe con Córdoba, la convirtió en el más moderno complejo ferroportuario de Latinoamérica, contando además con establecimientos bancarios conformados con capitales locales e internacionales. Rosario era un puerto natural envidiable, en especial para la exportación de cereales. Por la altura de sus barrancas y la profundidad del río, podía operar sin necesidad de construir muelles. Sin embargo, la evolución de la industria naval y el creciente volumen de operaciones requirió la existencia de muelles. Desde 1856, año en que se construyó el primer proyecto portuario, “el de Hopkins”; y hasta 1902, convivieron muelles nacionales y particulares. A partir de entonces se inició

una etapa de cuarenta años, desde 1902 a 1942, en la que el mismo quedó bajo la concesión y explotación de una empresa privada. Como correlato de la dinámica que el puerto imprimió a la ciudad se produjo la apertura de talleres y fábricas que tuvieron por finalidad la construcción de viviendas, obras y servicios públicos. El eje del desarrollo argentino pasó por el corredor Córdoba-Rosario y los mercados Atlánticos, y a partir de allí el sur santafesino se transformó en una de las regiones más prósperas del planeta, y el principal mercado del interior. A partir de entonces la trama provincial de comunicaciones confluyó hacia el puerto de ultramar de Rosario, convertido en la salida natural de la producción. Los gobiernos nacionales y provinciales del modelo agroexportador delegaron en las Sociedades Rurales la promoción agrícola e industrial, y en materia mercantil y de producción cerealera confió esta labor a las bolsas de Comercio de Rosario y al Centro Comercial de Santa Fe. Los mandatarios santafesinos recurrieron a la exención impositiva como la principal herramienta de promoción industrial en el territorio provincial. La holgura financiera de la segunda mitad de la década de 1880 permitió desgravar fiscalmente a distintos tipos de establecimientos:

refinerías, usinas eléctricas, fábricas de almidón, de cal y de vidrios, obras de salubridad y sociedades cooperativas, lo que se revirtió a partir de las crisis económicas de 1885 y 1890. La prioridad nacional y provincial en el plano productivo era el sector agroexportador y en función de ello no adoptó medidas a largo plazo solicitadas por los clubes industriales los que ante la falta de respuesta terminaron debilitándose y desapareciendo. El sector industrial que más atención despertó de las autoridades a partir de 1898 fue el molinero, al que pertenecía como encumbrado empresario el gobernador Juan B. Iturraspe y su sucesor, su sobrino Rodolfo Freyre, y que había sido especialmente afectado por las malas cosechas. En este esquema, las industrias que más posibilidades de desarrollo tuvieron fueron aquellas directamente vinculadas a la exportación y de allí su ubicación estratégica junto al río Paraná. La flamante Refinería Argentina de azúcar se convirtió en un emblema de la industria local, por ser la única de su tipo en el país, la modernidad de sus máquinas, y la magnitud de sus instalaciones, con estación de ferrocarril y embarcadero. Recibía de los ingenios de Tucumán los azúcares terciados y

Puerto, Construcción. Galpones. Grúa Nº 6. Colección Gaspary. 1905. Gentileza Departamento de Fotografía Antigua, Carrera de Museología, Rosario.

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los devolvía completamente purificados. En julio de 1892 empezó sus tareas con regularidad. Hacia 1910 las principales industrias santafesinas siguieron siendo las relacionadas con la elaboración de materias primas, (radicadas preferentemente en Rosario y el interior provincial, no así en la ciudad de Santa Fe) y de ellas, la más importante era la molinera, a pesar de su drástica disminución de 74 a 42, en el lapso de quince años. Existían además 20 fábricas de manteca y de queso; dos ingenios azucareros; y cuatro fábricas de aceites vegetal. Las grandes firmas exportadoras y comerciales afincadas en Rosario en la segunda mitad del siglo XIX ofre-

cían para el primer centenario de la Independencia Argentina un grado de solidez y desarrollo que permitieron el surgimiento de firmas financieras y de seguro con capitales locales. El puerto de Rosario, la gran plataforma del comercio exportador del interior del país, acompasado a la economía internacional sufrió los embates de las crisis financieras del período y en especial la interrupción de las rutas navieras a causa de grandes conflictos bélicos. La década del 20 será la de mayor intensidad operativa del puerto de Rosario y la bonanza económica repercutió en la multiplicación de emprendimientos y sociedades comerciales. La población sobrepasó en 1926 a las 400

mil personas, triplicando a los habitantes existentes apenas veinticinco años antes. Las necesidades de producir bienes y servicios acordes a una demanda en ascenso favorecieron el surgimiento de emprendimientos que, gracias al sostenido incremento inmigratorio, contaron con mano de obra calificada y de bajo costo. Inauguración oficial de la Exposición Provincial del Rosario de Santa Fe, una exhibición perdió su Industrial. posición de de artes e industrias, realizada en septiembre de 1888Rosario y organizada por el Club Museo Histórico Provincial de Rosario Dr. Julio Marc. principal puerto exportador de cereales del país a partir de 1939. Ante la Industrial de Rosario, en el actual l 28 de marzo de 1875 se fundó gravedad de la situación provocada a barrio de Arroyito. Se presentaron la “Sociedad Cosmopolita de consecuencia de la crisis económica de empresas locales y de la región en Artesanos”, con el objetivo de 1929 y el estallido de la Segunda Guerra los rubros “metales fundidos”, “hecontribuir al fomento del desarroMundial, el gobierno argentino consirrería y latonería”, “tapices y decollo industrial y fue la primera de deró ineludible profundizar la centrarados”, “tonelería”, “pieles, cueros y una serie de entidades surgidas lización de la administración portuaria plumas”, “ropa de hombre y mujer”, para representar al sector que no y aduanera, tal como ocurrió en otros “alimentos” (chacinados, fideos, y perduraron por sucesivos conflictos países. Asimismo, el puerto de Rosario harinas), “bebidas”, “carros, carreinternos. El Club Industrial Protecenfrentó, además de la disminución de tas y vagones”, “relojería”, “instrución al Trabajo, contaba en 1881 con la demanda exportadora mundial, una mentos musicales”, “máquinas y 117 socios activos, editó el periódico sumatoria de variables que incidieron herramientas agrícolas”, “tipografía “La Voz de los Industriales” y en negativamente en su condición de uly encuadernación” y “bellas artes”. 1888 realizó la Primera Exposición tramar.

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En 1942, el puerto fue estatizado y puesto bajo la administración nacional, contrariando los deseos locales que aspiraban a que quedara en manos de una administración mixta, donde pudiera obtener injerencia en su marcha. Las consecuencias fueron inmediatas. Para 1944, el 91,2% de la recaudación aduanera y portuaria correspondió al puerto de Buenos Aires, que recuperó su condición anterior a Caseros de “puerto único”. La reactivación del puerto comenzó a producirse a partir de la década del 60 y para 1971 consolidó su lugar de primer centro exportador del total del conjunto de granos de la Argentina. De sus muelles salieron el 31,1% de todo lo embarcado en ese lustro mientras a Buenos Aires le correspondió el 27,9%. Industrias de bases, metalúrgicas, químicas y petroquímicas, se asentaron próximas a las riberas del río Paraná, utilizando predios aún disponibles que ofrecían ventajas para integrar la exportación de la producción vía fluvial y ferroviaria, y la cercanía de conglomerados urbanos que proveyeran de mano de obra. El proceso de industrialización, fomentado con el apoyo crediticio estatal, modificó la estructura demográfica rosarina. La ciudad que en 1960 tenía 594.063 habitantes pasó a albergar en 1970 a 697.257, sin contar con el constante crecimiento poblacional de localidades del Cordón Industrial. En 1968 se creó el Parque industrial de Alvear. La realidad imponía armonizar el crecimiento de la actividad portuaria con la explosión urbanística. En 1970 se puso en marcha el denominado Plan Regulador del Puerto Rosario, que comprendió la planificación integral de toda la zona portuaria, cuya primera etapa se inauguró cinco años más tarde. En diciembre de 1976 se inauguró el Canal Emilio Mitre, que unió al río de la Plata con el Paraná de las Palmas, cuyas obras habían sido suspendidas en 1930, acortando las distancias. Este hecho, gestado simultáneamente con el principio de la radicación de terminales portuarias en el cordón industrial del gran Rosario especializadas en el movimiento de gra-


nos y subproductos, tuvo implicancias directas en el incremento de las toneladas exportadas, superando los valores más altos obtenidos en la década del 30, cuando sólo era sobrepasado en tal sentido por los puertos de Montreal y Nueva York. Rosario presenció la reinstauración de la democracia ocupando el primer lugar en las exportaciones de granos y sub productos que alcanzaron, en 1985, ya durante la presidencia de Raúl Ricardo Alfonsín, el máximo valor histórico, al superar los nueve millones de toneladas, seguido por el de Bahía Blanca. Hacia fines de esa década, el de Rosario cedió parte su relevancia como centro exportador a favor del complejo de terminales agroexportadoras de Puerto San Martín-San Lorenzo. Por entonces la Nación desafectó del uso portuario y transfirió a la Municipalidad los terrenos y muelles ubica-

dos entre calle Sarmiento y San Martín, con la finalidad concreta de posibilitar la construcción del Parque de España. Este fue el inicio de un proceso que permitió a los rosarinos recuperar en su zona central el acceso a su río. El cambio de legislación tan solicitada y promovida por la dirigencia rosarina tuvo lugar recién en 1990, cuando el gobierno nacional proclamó la descentralización portuaria a nivel nacional, revertiendo la política que había dominado en la materia durante casi medio siglo. En 1992 se dictó la nueva ley de puertos y en 1993 se adjudicó al Consorcio Hidrovías S.A. el mantenimiento de la señalización y dragado del río Paraná. Un año más tarde se transfirieron a la provincia de Santa Fe, los puertos de Villa Constitución y Puerto General San Martín, y se traspasaron el puerto de Santa Fe y Rosario a entes administradores.

La capacidad de interrelación de las redes económicas, sociales y culturales rosarinas vinculadas entre sí compensó, en parte, la dependencia política que sujetó a Rosario a las dos ciudades portuarias que secularmente compitieron con ella por la misma zona de influencia: Buenos Aires y Santa Fe. Situación que históricamente obstaculizó la adopción y aplicación de estrategias consensuadas para el desarrollo integrado de las actividades portuarias, ferroviarias e industriales y las necesidades derivadas de las complejidades propias del gran polo logístico conformado en Rosario y la región.

(*) Doctor en Historia. Investigador del Conicet. Director del programa Identidad más Desarrollo y del Núcleo Ciudades Portuarias Regionales (IDEHESI-Nodo IH).



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