LO TENGO EN LA PUNTA DE LA LENGUA: CÓMO Y DÓNDE ALMACENAMOS LAS PALABRAS Las palabras se organizan en redes: cuando aprendemos una nueva, no se queda aislada en medio del cerebro, sino que se coloca en su sitio y establece vínculos con otras unidades léxicas que ya estaban en nuestra memoria.
A mediados del siglo XX, los pocos investigadores que se preguntaban sobre cómo se almacenan las palabras en nuestro cerebro pensaban en un listado a modo de diccionario en el que se vinculaban los sonidos o las letras con los significados. Esa es la imagen que muchos todavía tienen sobre cómo se guarda el léxico en nuestra memoria. A partir de la década de los ochenta, sin embargo, las investigaciones de autores como Aitchison descubrieron que la realidad es muy diferente. Por lo que sabemos, las palabras, lejos de formar listados, se organizan en múltiples redes. Una gran tela de araña que hace que cuando escuchas o piensas en una palabra concreta (por ejemplo, camión), detrás, como tiradas por hilos mágicos, asoman otras: las del hilo del significado (tráiler, furgoneta, autopista), las del hilo de los sonidos (jamón, talión, cañón), las del hilo cultural (Loquillo, feliz, pecho, tatuado), las de los hilos que han creado nuestras experiencias personales... Esto explica lo que nos pasa cuando tenemos una palabra en la punta de la lengua y nos van viniendo otras que no son, pero que se relacionan con ella de una u otra manera: a esta la trae el hilo del sonido, a esta otra el del significado... Esta red explica también que, cuando aprendemos una palabra, esta no se queda aislada en medio del cerebro, sino que se coloca en su sitio y establece vínculos con otras unidades léxicas que ya estaban en nuestra memoria. La nueva pieza se une firmemente a otras y son precisamente estos enganches los que afianzan el aprendizaje. De ahí que cuantas más palabras tengamos, más sencillo resultará aumentar nuestro vocabulario. Claro que en nuestras telas de araña mentales no todas las palabras son iguales. En un trabajo reciente, Stella y sus colaboradores encontraron que algunas forman una red tan densa que todas ellas están relacionadas entre sí directa o indirectamente en cada uno de los niveles estudiados. Estas palabras hiperrelacionadas normalmente las hemos aprendido pronto (antes de los siete años), su uso es más frecuente y son más rápidamente identificadas en las tareas de laboratorio. Tiene sentido. Como decíamos antes, aprender palabras significa crear relaciones. Por tanto, cuanto antes hayamos aprendido una palabra, más tiempo habrá tenido para entablar relaciones y más fácil será que acuda a nuestra mente al hablar. Por eso son más frecuentes y presentan tiempos de reacción más rápidos en el laboratorio (se reconocen antes). Y aún hay más: según el estudio de Cuetos y colaboradores, estas unidades son las más resistentes al olvido, por lo que son las últimas en desaparecer en los procesos de degeneración neuronal (por