A pocos kilómetros de Colombo comenzó a llover y como pudieron avanzaron hacia el interior del vagón. El rostro de un joven llamó la atención de Greta, su cabeza asomaba por encima de las demás, debía tener unos 25 años, el pelo largo y varias cicatrices enmarcaban su cara. Las miraba fijamente. Desde que eran pequeñas estaba acostumbradas a las miradas de desconocidos, sorprendidos por su gran parecido, pero aquellos ojos inquietos escondían algo. Amanda miraba, en su móvil, las fotos que le habían enviado los padres de Robert. Retratos de su pequeña, cómo ella la llamaba, jugando en la playa, con la cara manchada de helado, con su abuelo en el Tío vivo… Llegaron a la estación de Colombo al anochecer, la lluvia había cesado y el calor era insoportable. Cargaron las mochilas y subieron las escaleras que conducían a la salida, enseguida las rodearon lugareños ofreciéndoles alojamiento y transporte. El cansancio les impidió iniciar el habitual regateo y montaron en el tuk-tuk más cercano. Amanda sacó un papel con el nombre del hotel y después de enseñárselo al conductor iniciaron la marcha. El vehículo frenó en seco. El joven de las cicatrices estaba delante del tuk-tuk y el conductor le gritaba y gesticulaba para que se apartara. Mantuvieron una corta conversación, el conductor asintió y el joven se acercó a Amanda. Se metió la mano en el bolsillo y les mostró el elefante blanco. Las dos miraron enseguida la mochila, de la que colgaba la cadena del llavero rota. —He says found it on the floor of the train. —dijo el conductor señalando al joven. —Thank you very much— Amanda le ofreció unas monedas al joven, que esbozó una leve sonrisa y se apartó de la carretera sin aceptarlas.
—Se acabaron las vacaciones —Amanda guardaba el monedero en un bolsillo de su mochila. — Espero que lo hayas pasado bien conmigo. — ¿Bromeas? Han sido las mejores vacaciones de mi vida. Si te soy sincera cuándo me propusiste el viaje no supe cómo decirte que…
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