Mugre

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mauro

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Para Lorena.


Intentar el movimiento, la quietud mientras todo palpita. El silencio que dice, la palabra que abre. Ser todo siendo uno. Seguir intentando.

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Madera y luz, detalle con ritmo y aroma. La vida se expresa, mas poco se atiende y menos se comprende. Sudo. Y me hago tierra.

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Inabarcables son los seres del bosque. Las escalas, las faenas, los propósitos, sus consecuencias. Observo. Destinado a dejar una huella, silencio esa mala idea.

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Huele húmedo y el color satura mis ojos. Los trinos pintan alegrías y los reflejos provocan mi sonrisa ligera. Te abrazo. Y en vos, al universo.

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Las chicharras estallan al bosque mientras el aire grave presagia un naufragio inminente en un tiempo lento y esponjoso que abruma.

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Diluvia. Al fin de tanta seca el monte es una boca abierta que espera, ansiosa, ese beso húmedo que promete mucho. Después, lo de siempre. Cada vez menos.

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Ah, ¡las cotorras! Bulliciosas e impertinentes graznan y se hacen notar. Parecen interferir en el recuerdo. Pero la serena elegancia de la garza amarilla, fue, sin duda, la gloria del día.

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Viento. Latigazo feroz que arquea la madera, dócil, elástica, que debería amputarse para saciar el deseo de los que llevan la civilización a cuestas y temen la caída.

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El sonido del ñacurutú abre la oscuridad. ¿Lo sentís? Amantes de lo extraño, abrazamos ese pulso que nos vibra, cual voluntad mayor, en la ilusión de deslímite.

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Muchos árboles imponentes, coloridos achaparrados, torcidos. Vive primavera y el ciruelo comparte sus flores blancas. Se siente el bosque. Feliz.

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Asumimos vivir en el error, el conflicto permanente, la objeción al mundo. Una sucesión de fracasos que impulsa hacia el vacío, olvidando el aire, ahogándonos.

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Qué importa la idea acotada, parcial. La vida sucederá como un gesto exagerado, mientras miro el rayo de luz correr, sin sentir el trazo que me hace casi nada.

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Influencias. El tallo va y vuelve bailando. Corre la brisa y quien no fue, canta. Sensible, suma al coro majestuoso.

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El calor aprieta el aire estanco y las moscas se empecinan zumbando cerca. El fluir del tiempo me ocupa a la espera de un crepúsculo que promete alivio.

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Atracción, rumor de estrellas. Otra noche vive ahí, frente a la mía. Espío atento. Imposibilitado de entendimiento, me rindo. Solo disfruto.

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La gravedad que nos sujeta a un suelo no elegido no puede impedir el salto que promete ese imposible que debe suceder para ser.

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Inesperadas y salvajes, seductoras flores asoman en medio del monte. Me suspendo. Intuyo un aire anómalo, universal e íntimo. Una felicidad posible lejos de la ciudad circo.

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Todo. Ese caos vital que enmudece e invita a zambullirse sin saber flotar. A probar un fondo escurridizo, inalcanzable, incierto.

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Árbol mapa. Continente único de recorrido extasiado. Una línea vital que se renueva en cada ciclo, como la última vez que me abandonaron.

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Elijo la quietud. Moverme poco y casi lento. Ver hasta aburrirme. Sin paraíso que perder, intento el vuelo. La caída irremediable no me detiene.

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La cuerda se agita y trae un sonido ajeno al bosque que me atrapa con sus misterios que riman con vos.

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Luz oro, capricho ocular. Altarcitos únicos en viaje disparado por una emoción hechizada. Pero pica el tobillo... ¡Ey, acá estamos!

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Un insecto somete a otro y dispara el morbo en la red que habitamos. Devorarse como plan de una razón insensible, expone el destino único, acotado e incomprendido.

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El cielo moja y el verde es más que nunca. Los brillos se acumulan y caen con ritmo discontínuo. Huele a tierra fresca. Después, los pájaros. El monte se alegra. Fecundo.

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Otoño en calma lenta. De pronto, algunos marcan presencia. Motosierras y desmalezadoras, un coro demente aturde al bosque y quiebra la tarde que era bella.

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El día se está haciendo. Un mundo sucede exhuberante, sin espacio para la nada. Entonces siento como el reloj avanza, preciso y decidido, hacia el final de mi vida.

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Crataegus, fresnos, anacahuitas. Canelones, talas, espinillos. Cautela. Aquí el bosque clava sus espinas en la distracción.

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Mientras se estira largo, el eucaliptus busca el celeste inalcanzable. Su piel lisa, invita al abrazo. El malo, ajeno al odio de los demás.

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El viento trae recuerdo de río ancho que llega sin correr. Se estremecen las ramas y el follaje alborota la escena. Habrá tormenta.

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Suena la lluvia. El casal de mariposas blancas danza, como si nada, recortado sobre infinitos matices de verde hoja. Una tercera rompe el par. Y vuelan juntas.

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La tierra brinda lo que negamos ser. Nos habita una desesperación por el entendimiento y el control, que distrae. Mientras, morimos sedientos.

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Una noche temprana, fresca en verano, me asomo al monte. Destellos. Legiones de luciérnagas juegan la vida intermitente.

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Lo que sé, lábil y escaso, lo tomé por ahí. El resto, lo que define, se presiente acá. Invisible entre los árboles.

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Me detengo, respiro el bosque. Siento ese distante extrañamiento, donde lo aparentemente intrascendente, crea el universo. Y me hace.

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Sur, frágil, izquierda. Materia, fragancia, sombra. Líneas que disponen atenciones imposibles, indican belleza. Cada instante ilustra y construye pertenencia. Somos naturaleza.

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Somos naturaleza.

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Miedo a lo desconocido Miedo a lo incomprendido Miedo a lo oculto Miedo a lo no revelado Miedo al exceso Miedo a lo inmanejable Miedo a lo distinto Miedo a lo posible Miedo al movimiento Miedo a la transformación Miedo a la sorpresa Miedo al riesgo Miedo al misterio Miedo al imprevisto Miedo a deslumbrarse

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Miedo a la razón Miedo al otro Miedo a la estupidez Miedo a vivir.

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Mugre. (Del lat. mucor) f. suciedad. Dícese de la vegetación o flora baja, rica en alimentos y usos medicinales que, según extendida costumbre de las personas, debe ser removida para mantener los terrenos “limpios”. Plural popular: mugrera. Antónimos: limpio, higiénico, estéril.

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Textos y fotografías: Mauro López Ilustraciones: Leo Arias Todas las fotografías se tomaron en el balneario Santa Ana, en Colonia, Uruguay. Primer ejemplar único. Impreso en Latingráfica. Octubre 2020.

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