El pino colina ecat

Page 1

7 Héctor Hidalgo EL PINO EN LA COLINA Y OTROS CUENTOS

El pino en la colina y otros cuentos

7 Ch

Cinco relatos que recuperan el tono clásico del cuento tradicional, lejano y misterioso que nos invita a entrar a mundos simples, mínimos y de pequeñas criaturas cuyos extraños móviles nos divierten.

El pino en la colina y otros cuentos

Héctor Hidalgo

Héctor Hidalgo es bibliotecólogo, editor y un importante escritor chileno de libros para niños y jóvenes. Reconocido y seguido por una gran cantidad de lectores, entre sus obras se pueden encontrar Cuentos mágicos del sur del mundo y Los derechos de los animales, publicados por SM.

Héctor Hidalgo

A PARTIR DE 7 AÑOS

122513

ISBN: 978-956-264-188-3

9 789562 641883

Portada_el_pino_en_la_colina_OK.indd 1-3

23-07-14 9:23



El pino en la colina y otros cuentos HĂŠctor Hidalgo

el pino en la colina.indd 3

21-07-14 18:04


El pino en la colina y otros cuentos Héctor Hidalgo Ilustraciones: Diego Artigas Dirección literaria: Sergio Tanhnuz Dirección de arte: Carmen Gloria Robles Diagramación: Mauricio Fresard Producción: Andrea Carrasco Primera edición: junio de 1999 Sexta edición: julio de 2014 © Héctor Hidalgo © Ediciones SM Chile S.A. Coyancura 2283, oficina 203, Providencia, Santiago de Chile. www.ediciones-sm.cI chile@ediciones-sm.cI ATENCIÓN AL CLIENTE Teléfono: 600 381 13 12 Registro de edición: 115.855 ISBN: 978-956-264-188-3 Impresión: Editora e Imprenta Maval Ltda. Rivas 530, San Joaquín, Santiago. Impreso en Chile/ Printed in Chile No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni su transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea digital, electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. 122513


Para mi hijo Pablo, quien siendo niĂąo aprendiĂł con los scouts que la nobleza de la naturaleza es la mejor reserva del amor.



1.

La colina del pino

E NTRE LOS boldos, los maquis y el pasto seco, cómo se destacaba la figura del pino de la colina. Aun cuando existían tantos árboles en la cercanía, tantos matorrales que suavizaban las ondulaciones de la campiña, el pino siempre se distinguía entre ellos por su espigada presencia. Como era el único pino existente en aquel lugar, el árbol brindaba a quien lo quisiera recibir toda la belleza de sus ramas, tan perfumadas y frescas. Tanto era así que cuando la brisa las mecía, el refrescante olor que surgía de ellas hacía recordar, inevitablemente, las grandes extensiones de pinares de las altas montañas. El pino atraía por igual a campesinos, a leñadores, a viajeros y también a los animales de los montes;

7


pues todos hacían allí un descanso, siempre cobijados por su sombra generosa. Aquel sitio era sin dudas un espacio digno de visitar. Un lugar que representaba plenamente la serenidad de la naturaleza, tan solo interrumpida por el canto de los pájaros o por la brisa que se desplazaba, susurrando entre las hojas de los árboles. Durante las tardes y en las mañanas de cada domingo, el tañer lejano de las campanas de la iglesia del pueblo, revoloteaba con su llamado limpio y melancólico, con todo ese sabor aldeano y fuera del tiempo. Las campanadas recorrían toda la anchura del valle salpicado de casas de tejas musgosas y también viajaban a través de las colinas, donde en una de ellas el pino dormitaba perezoso, asumiendo el mejor de los puestos en ese verde escenario. Así era la importancia que se le atribuía al árbol, justificado estaba entonces el respeto que todos le tenían. Por eso el paraje era conocido como "La colina del pino". 8


2.

La llegada de los scouts

P ERO UN día la envidiable tranquilidad del lugar se vio violentada por una seguidilla de acontecimientos, siendo el primero lo que sucedió con el arribo de una patrulla de scouts. Rápidamente los niños tomaron posesión del territorio elegido. Cómo se hicieron notar con esos típicos cantos, uniformes grises, pañuelos azules ribeteados con franjas amarillas y múltiples banderillas que flameaban cual pájaros atrapados. El jefe de la patrulla ordenó a su gente que instalara el campamento y de inmediato los niños se movilizaron con prontitud y disciplina. Sin embargo, para levantar las carpas se necesitaba recolectar fuertes estacas, por lo que el

9


jefe recorrió el lugar con su mirada experimentada. Buscaba incansablemente la madera precisa para tal acción. Hasta que sus ojos se clavaron en el pino de la colina y, entonces, con fuerte voz de mando estiró la mano hacia la cima de la colina. Enseguida los niños, premunidos de hachas afiladas, partieron hacia donde estaba el árbol, con tanto alboroto que los pájaros volaron despavoridos. Mientras, el pino, presintiendo lo peor, y con la voz extrema de quien comprende que su vida peligra, clamó: —¡Eh, niños! ¿Qué pretenden hacer con esas hachas tan peligrosas? ¿No querrán atacarme, verdad? ¿Acaso no saben que la sombra que a todos regalo es un verdadero privilegio en esta colina? Cuando los niños escucharon la voz retrocedieron asustados, mirando al árbol con extrema sospecha. No podían creer que un árbol pudiera hablar y buscaron entre las ramas, detrás del

10



evaluó su perfecta rectitud y armoniosa forma cilíndrica, le hizo una marca con la uña y, silbando, levantó el hacha sin despegar su mirada del blanco prefijado. Antes de que asestara el primer golpe, el pino de la colina le gritó horrorizado: —¡Detente, hombre insano! ¿Qué te has creído, malvado? ¿Qué te he hecho para que quieras destruirme? El hombre, atemorizado, soltó el hacha. Miró y miró hacia todos los lados sin poder entender lo que estaba sucediendo. Después tocó una cruz que pendía de una gargantilla que colgaba en su pecho y se quedó paralizado sin atinar a nada. —¿Quién habla en esta colina solitaria? ¿Habrá por aquí algún espíritu errante? ¿Acaso un fantasma del campo? — murmuró el hombre lleno de temor. —No sigas buscando —dijo el árbol—. Soy yo quien habla, el pino de esta colina, y te repito: basta de tonterías, vete a tu casa y déjame tranquilo.

16



—Ah, eres tú, pino. No sé cómo te las arreglas para hablar, pero si lo sabes hacer, supongo que también sabrás comprender mis aflicciones. —¿Qué te sucede, hombre?, cuéntame—. No había caso con el pino, de inmediato se apiadó del hombre. —Soy un pobre obrero que se prepara para la Navidad que se avecina y no tengo dinero para regalarle juguetes a mis hijos. Por eso, con esta gruesa rama quiero hacer un hermoso trompo de siete colores para mi buen muchacho y calculo que con el resto de madera me alcanzará para construir una cunita para la muñeca de trapo de mi niña regalona. —Porque eres un buen padre te lo permitiré. Pero, eso sí, con una condición: que al pintar tanto el trompo como la cuna uses el color verde, así te acordarás de mí mientras tus hijos juegan. —Está acordado, pinito, no temas que así se hará. Y dicho esto, cortó la rama elegida

18


con sumo cuidado. Le desprendió todas las hojas y se fue feliz con el hallazgo. Ocultaría el madero en el techo de la casa, así mantendría la sorpresa; además, serviría para que se secara y adquiriera la consistencia necesaria. En las tardes, mientras los niños se encontraran en la escuela, él trabajaría en secreto preparando los juguetes para la Navidad.



4.

Los feligreses

A LA mañana siguiente, el pino descubrió a un campesino fisgoneando por los alrededores, sin dudas que algo buscaba en aquel lugar. Como ya conocía ese tipo de actitudes el pino se preocupó de inmediato; además, él no podía ocultar su llamativa presencia. Y sucedió lo previsible. El campesino fijó la mirada en la cima de la colina, apresurando el paso hacia el objetivo que aparentemente se había trazado. De nuevo el pino tuvo que defender su azarosa existencia y anticipándose a los hechos le gritó al campesino desde la distancia: —¡Eh, campesino! Solo te puedo ofrecer mi sombra y mis perfumadas hojas, ¿entendiste? ¡Nada más!

21



sobre sus hombros dos gruesas ramas del pino de la colina. Mientras, con todo lo que había sucedido, el pino tenía una triste figura. Ya no poseía sus mejores ramas, ni los pájaros buscaban su abrigo, hasta muchas de sus piñas habían caído resecándose en el suelo. El sol implacable fue apagando su verdor y como el pino sufría una inminente decadencia, asumió un color amarillento, para pasar paulatinamente al café y después al ceniciento. Sin embargo, el árbol, a pesar de lo mal que se veía, no perdía la esperanza de recuperar su anterior vitalidad. Los rebrotes regresarían con la temporada de las lluvias, pero faltaba mucho para eso: prácticamente el resto del verano y todo el otoño.

27



5.

El pino de Navidad

E N LA lejana ciudad todo el mundo se aprestaba a recibir la Navidad. Por todas partes había gran agitación y un ambiente de compras bullía en los sectores del comercio. Los escaparates y vitrinas de las tiendas se coloreaban con juguetes y golosinas, con guirnaldas y campanitas plateadas, mientras se escuchaban canciones navideñas y la típica carcajada del rubicundo Santa Claus desgranada de vez en cuando, invitando a entrar a los negocios. El anciano envuelto en un traje rojo, con sus botas, grueso cinturón negro, barba y cabello blancos como la nieve, aparecía a la entrada de las tiendas y tocaba una campanilla animando mucho más el ambiente, que

29


bien valía como el mejor de los escenarios para atraer a los padres, quienes buscaban los regalos adecuados para sus hijos. Mientras, en la colina, y totalmente ausente de las molestias provocadas por los ruidos de la ciudad o del jolgorio existente por la cercanía de la Navidad, el pino se mostraba muy preocupado. Sabía que ya no era el de antes, que solo le quedaba de su imagen de árbol bello y frondoso unas pocas ramas que verdeaban en su escuálida copa. «Allí está mi esperanza de vida», pensó el árbol con decidido empeño y agregó: «debo defender mis últimas ramitas en espera de la lejana primavera, porque desde ellas creceré como antes y me llenaré de nuevo de muchas hojas perfumadas». En eso estaba cuando se acercó a la colina un hombre y nada menos que con... ¡una infaltable hacha! —No pensarás cortar el último soplo de vida que me queda. Todos han

30



seco. Al poco tiempo los leñadores lo cortaron en trocitos y se lo llevaron sobre los lomos de sus mulas. Poco después los pájaros regresaron al lugar, dieron vueltas y más vueltas sin poder encontrar a su viejo amigo, el árbol, por ninguna parte. Los forasteros que se acercaban por el sector siempre preguntaban por qué a aquel lugar le llamaban "La colina del pino". Solo un hombre de la lejana ciudad podía responder verdaderamente. Él, con orgullo, exhibió en su casa el pino de Navidad más bello, más engalanado y el único en el mundo capaz de hablar o, por lo menos, que lo hizo hasta la Nochebuena de aquel año, cuando se le escuchó decir por última vez: «¿Falta mucho para que lleguen las lluvias?».


El río

A MANECÍA en las montañas. Hacía mucho frío, a pesar de que la primavera ya se había hecho presente y que en ese momento el sol comenzaba a restablecer los colores en la laguna; cada roca, cada arbusto y quebradas, asumieron las tonalidades correspondientes a aquella temprana hora del día. En el lugar todo era silencio, salvo el permanente silbido del viento que congelaba lo que tocaba. Al recibir el persistente embate del viento los escuálidos arbustos de la alta cordillera desprendían pequeños copos de nieve de las hojas. La laguna era un gran espejo rizado, encajonado entre robustas montañas. Arriba estaba el cielo trans-

35


debía cumplir. —¡Partimos!— exclamó el joven río y sin más se descolgó por una pequeña hendidura en la roca y junto con él, un centenar de salmones muy pequeñitos, con su piel plateada y reluciente, bajó muy rápido por la pendiente de las montañas. Gritaban los pequeñuelos entusiasmados por la invitación al paseo más fabuloso que pudiera existir. El río de inmediato comenzó a trabajar, se sentía el conductor de una gran nave donde los pasajeros eran unos niños sin experiencia a quienes había que cuidar. Solo que él era un niño más, apenas un hilillo de agua recorriendo las hondonadas, salpicando los arbustos de los montes, recogiendo el aroma de las hierbas de la montaña, dándole de beber a los pájaros; pero, a pesar de lo pequeño, era todo un señor de los caminos. Mientras tanto, los salmones se dejaban llevar por su corriente y caían cerro abajo como si estuvieran jugando en un gran tobogán. Todo esto sucedía cuando

38



la primavera se adentraba en las montañas y la naturaleza iba cambiando de aspecto a medida que pasaban los días y recorrían distancias. —Todo crece en la vida, amigos —comentó el joven río a los salmones —. Ustedes no se han dado cuenta, pero están mucho más grandes desde que partimos; y yo, ¡miren los brazos fornidos que tengo, escuchen mi rugido cuando salto por entre las piedras! Es que durante este viaje muchos hilos de agua provenientes de las vertientes se han unido a mí, pues todos quieren visitar el mar aunque no es tarea fácil, pero sí fascinante; ellos saben que conmigo llegarán sin tardanza. Los salmones pocas veces le contestaban —es que el río era tan parlanchín que terminaba aburriéndolos con sus historias y con esos aires de superioridad que se daba—, preferían alimentarse de pequeños gusanillos que se topaban en el camino, de las raicillas tiernas o simplemente saltar

40


por sobre las rocas para avanzar mucho más rápido todavía. En esto estaban cuando de nuevo escucharon al río, ahora gritaba con gran escándalo: —¡Cuidado, amigos, se acerca un cernícalo y lo único que quiere esta ave de rapiña quiere es un bocado de salmón tierno! ¡Entonces, a hundirse y no salir hasta que pase el peligro! Los peces que ya eran unos jóvenes vigorosos se escondieron bajo unas rocas y se quedaron quietos por largo rato. Desde arriba el ave observaba cuidadosamente la corriente del río, cada saliente de su superficie, cada remolino de agua, cada fondo transparentado. Inesperadamente se lanzó en picada hacia el borde del agua y entre sus patas capturó a una ratita que no alcanzó a esconderse en su madriguera. El ave se fue victoriosa con la captura de su presa. —Ya, muchachos, pasó el peligro. ¡En marcha!— ordenó entonces el río sin despegar la mirada del cernícalo que se alejó a gran velocidad.

41



Los salmones se aburrían con el río, pues era un mandón y jamás callaba. Sin embargo, reconocían en él a un buen amigo y así lo comprobaron cuando, un poco más abajo y antes de llegar al valle, se toparon con algo que antes no existía: los hombres habían construido una enorme represa para administrar mejor las aguas para el riego de los campos. —¡Ajá!, de aquí sí que nos va a costar salir ilesos— murmuró el río. —No creo que podamos seguir avanzando— agregaron unos cuantos salmones. Otro, temeroso, quiso regresar a la laguna pero sintió sobre su piel escamosa el reproche de todos sus amigos. ¡No podía ser tan cobarde! Todos prosiguieron hasta meterse en el enorme tranque de agua, con una superficie y profundidad mayores que la de la laguna cordillerana que los vio nacer. En el tranque también se encontraron con una gran población de peces, de diversos tipos.

43



—¿No te quedarás aquí porque prefieres ser un gran tranque en vez de conocer el mar, verdad?— le gritaron al río como un verdadero desafío y agregaron—: Recuerda que nuestros padres te contaron sobre lo bello que es el mar. Nosotros sí lo vamos a conocer. Vamos, amigo río, no seas tonto, no pierdas más el tiempo. Y el río accedió, pero antes de dejarse caer por el gran chorro de agua se despidió de cada uno de sus familiares, mientras los salmones lo avivaban dándole la bienvenida. Así reanudaron el viaje tal como se lo habían propuesto, allá arriba, en las heladas aguas de la laguna de las montañas. Inesperadamente el cielo se nubló pero no con las típicas nubes blancas y llenas de agua de la montaña. No, eran nubes sucias de hollín y polvo en suspensión. Un salmón dio un acostumbrado salto y se encontró con que su amigo el

47


río sollozaba lleno de angustia. —Cof, cof, es que aquí no se puede respirar— refunfuñó el salmón— y tú, río, ¿por qué estás tan sucio? ¿De dónde sacaste tanta basura acumulada? Mira esas latas de bebidas, mira esos neumáticos, ¡uf!, ¡qué hediondo está todo esto! ¿Por qué sollozas? Cuenta, amigo, cuenta. Pero te escucharé bajo tu superficie, porque el hedor acá arriba es insoportable. El río se estremeció con las palabras del salmón, se dio un impulso y le contestó con nerviosismo: —No te atrevas a emerger de nuevo— le dijo el río muy afligido y avísale a tus hermanos que estamos pasando por el medio de una gran ciudad. Ya me habían contado lo terrible que era todo esto, debemos apurar la marcha. Y así lo hicieron. Dejando atrás la ciudad de los grandes edificios y de los puentes cruzando las aguas del río, que ya estaba muy crecido, se internaron de nuevo en el campo. Enseguida pasaron

48



de aventuras y ustedes también, algún día, sentirán nostalgia y se instalarán en el río madre que soy yo. Por mis aguas que siempre corren y corren, a pesar de mis transformaciones y vagabundeos, nadarán a contracorriente hasta llegar a la laguna de origen. Allá arriba, en las lejanas montañas, pondrán muchos huevitos para procrear nuevos salmones que harán el mismo viaje que ustedes hicieron recién. Así que ¡hasta pronto! Los salmones no le contestaron, prefirieron sumergirse en el mar. Con el alma encendida de ensueños acumulados se fueron a recorrer el mundo. Ya habría tiempo para el regreso, primero estaba la vida.


Chiang, el panda viajero

1. Un primer encuentro con los pandas

ACE muchísmos siglos, China H era un territorio cubierto por bosques de abedules, pinares, arces, abetos y grandes extensiones de bambúes. En el sudoeste de este inmenso país, además de sus espesos bosques, existen enormes montañas brumosas desde las que bajan saltos cantarinos y arroyos que bañan profundos valles castigados por inviernos muy duros. La nieve y la lluvia

53


permanecen en las montañas con tal entusiasmo, que el agua acumulada en el territorio favorece una abundante vegetación. Allí los pandas, desde siempre, han corrido alegres por galerías de cañas de bambúes y sus manchas blancas y negras en la piel se confunden con los colores del cielo nublado y los troncos de los árboles oscurecidos por la humedad persistente del lugar. Así se pueden camuflar cuando trepan a los árboles y escapan de los osos pardos o, peor aún, de los leopardos, sus más peligrosos enemigos. Pero esto no significa que los pandas no sepan defenderse, nada de eso. Siempre lo han hecho y muy bien. A pesar de que estos animales son pacíficos por naturaleza, a veces usan sus fuertes mandíbulas y afiladas garras para defender su territorio, a sus crías o el alimento que siempre les resulta problemático conseguir. Los pandas, desde siempre, se han alimentado de tallos de bambúes; es lo

54


2. Sebastián Alcázar envía un mensaje a China

S EBASTIÁN es una persona muy conocida entre los científicos de Chile. Ambientalista y zoólogo destacado y, como tal, un gran conocedor de los pájaros, reptiles, mamíferos y camélidos del altiplano. En su granja, ubicada al borde de la ruta costera central, cerca de Santiago, abundan las pajareras y muchos patos silvestres recalan en las lagunillas que él ha construido para que estas aves puedan hacer una parada en sus largos viajes en busca de los territorios soleados del norte. Es tan atractivo el paraje que Sebastián preparó, que muchos patos no siguen su viaje y se quedan en la granja. Entonces a Sebastián se le ocurrió estudiarlos y se 57


dedicó a observar sus vuelos, formas de nadar y costumbres. Para atraerlos, se valió de grabaciones reales de graznidos de patos y todas las mañanas los llama a través de pequeños altoparlantes escondidos entre la hierba. Las aves acuden a su llamado y reciben el alimento que él les proporciona. Después, los patos nadan incansablemente en las lagunillas y repasan los bordes para picotear las raíces sumergidas en el agua o para buscar allí gusanitos que les apetecen muchísimo. Mientras tanto, Sebastián anota en un cuaderno con lujo de detalles cuanto descubre de ellos. A veces llega a la granja una camioneta de la que bajan enormes jaulas con aves rapaces heridas o enfermas. Sebastián se encarga de sanarlas y alimentarlas hasta que restablecen su vitalidad. Al poco tiempo revisa los papeles que corresponden a cada ave y, como si se tratara de enfermas dadas de alta en un gran

58




3. Wong-Pie en los bosques de la China meridional

D ESPUÉS de unas cuantas horas de vuelo, Wong-Pie se encontró en el corazón del invierno. El aeropuerto estaba cubierto por una bruma tan espesa que el avión aterrizó con muchas dificultades. A pesar de ello, nadie se hizo problemas, puesto que esto era típico en aquella fría región, donde el invierno parecía una estación permanente. El lugar, sin dudas, era muy bello: verde, húmedo, brumoso, enmarcado por grandes montañas cubiertas de nieve y una copiosa vegetación, donde naturalmente había bambúes en abun-

65


administrativas. A la mañana siguiente, ChiangTze preparó la salida y viajó en el todo-terreno con su amigo Wong-Pie; también les acompañaba Sue-He, quien jamás se perdería una excursión tan interesante. Estuvieron por varias horas desplazándose por senderos rodeados de bosques y colinas verdes y sombrías, hasta que después de cruzar los montes Wugong, bajaron por un extenso valle cubierto por un bosque de bambúes que se cimbraban permanentemente con el viento frío de las montañas y con las carreras nerviosas de los pandas jugueteando entre las cañas. La tarea de encontrar un cachorrito era dificilísima, a pesar de los controles que realizaban cada cierto tiempo Chiang-Tze y su hija, la ayudante inseparable. Estuvieron todo el día buscando y buscando y, cuando les dio la noche en medio de los bosques, acamparon en un claro, en la corona de una pequeña colina.

68




4.Chiang en la granja de Sebastián

G RAN escándalo armó el pequeño Chiang cuando llegó a la granja de Sebastián. Allá lo esperaba toda una delegación de perros que ladraban llenos de curiosidad. Nada nuevo, puesto que siempre lo hacían a la llegada de los distintos animales venidos de todas partes. Sebastián los atendía y estudiaba durante la temporada que permanecían con él. El científico tenía tres perros revoltosos y cuatro gatos que solo abrían un ojo cuando sentían el sonido de los platos con la comida, ya que se lo pasaban durmiendo a la sombra de un sauce cercano a una acequia. También el queltehue Tomás era regalón de Sebastián. Se llevaba cantando y revoloteando por las lagunillas o 75


persiguiendo a los perros intrusos que se asomaban a su territorio. El queltehue llegó un día y nunca se acostumbró a vivir en una jaula. Tan apegado a Sebastián fue desde un principio que pronto se transformó en una buena compañía. Donde el científico iba, allá lo seguía el avecilla con sus largas zancadas, saltos o vuelos rasantes. Era divertido. Tomás era muy divertido. Dos tencas tenían su nido en el espino cercano a los establos. Su mejor número era la imitación del canto de los demás pájaros. Con su colas largas y cuerpos estilizados se instalaban en la copa del árbol y desde allí cantaban a los cuatro vientos como unas verdaderas artistas. Era muy difícil distinguir quién estaba cantando: un gorrión, un zorzal, un tordo o estas simpáticas imitadoras profesionales. Lucrecia era una tortuga del amazonas. Llegó a la granja muy pequeña. Sebastián la alimentaba con hierbas tiernas y a veces le compraba un

76



alimento en base a colitas de camarones. Lucrecia tenía una larga vida por delante y no se apuraba ante nada, los mayores esfuerzos que hacía eran para sumergirse en las lagunillas y, cuando se asustaba por la cercanía de algún extraño, metía la cabeza en el caparazón y de ahí no volvía a salir ni con un temblor. A Chiang le esperaba una casita de ramas construida en medio del bosquecillo de bambúes. Allí, nadie lo molestaría. Tendría el tiempo necesario para acostumbrarse al clima y aprender a comer como todos los pandas del mundo. Sebastián leyó una larga carta de su amigo Wong-Pie quien le contaba todas sus aventuras en las montañas de Wugong y de la amistosa bienvenida que le dio su amigo Chiang-Tze y su encantadora familia. El científico sabía lo que vendría ahora. Tenía que cuidar y alimentar al cachorro hasta que se valiera por sí solo.

78


A los tres meses le salieron los dientes y comenzó a dar sus primeros pasitos, con tantas dificultades que rodaba como si fuera una pelota de fútbol. Había que cuidarlo como a un bebé. Sebastián le preparaba unas sabrosas mamaderas y lo envolvía, arrullándolo tal cual lo hizo con sus hijos. Chiang se dejaba querer y gemía lleno de complacencia. Entonces Sebastián lo dejaba que se metiera por entre las ramas de los bambúes para que fuera asumiendo los olores de los finos tallos. A la distancia se sentía el rumor de las aguas de una acequia y los patos graznaban llenos de fiesta en las lagunillas.


Chiang no solo se fue acostumbrando a los bambúes y a la presencia cariñosa de Sebastián, sino que también a los cantos de las aves cada amanecer y a las distintas y hermosas manifestaciones de comunicación que cada animal establecía en la granja a toda hora. Cuando cumplió cinco meses, el panda dio sus primeros pasos y comió la primera rama de bambú. Desde ese momento no paró de comer. Fue como si hubiera descubierto una torta tan grande como una montaña dispuesta solo para él; lo que restaba era comérsela hasta la última miga. Así vio el bosquecillo de bambúes y entendiendo que se encontraba en medio de ramas tan sabrosas, se metía entre ellas y las mordía una y otra vez, saboreando su jugo. A veces acudían a la granja los alumnos de Sebastián, muchachos que estudiaban veterinaria y que recorrían con verdadero entusiasmo el lugar.

80



Llevaban cuadernos para tomar apuntes de las historias que Sebastián contaba acerca de cada animal huésped o de los datos científicos y descripciones anatómicas que hacía de cada especie. Su esposa, Rebeca, se acercaba a los jóvenes con una gran bandeja repleta de vasos de jugo refrescante. Tan oportuna llegada era recibida de inmediato con tantos aplausos que los patos salían volando escandalizados. En estas visitas guiadas la novedad la constituía Chiang. Al principio observaba a los jóvenes seguir a Sebastián atentos a cada palabra del científico, desde una prudente distancia pero ante el primer trozo de chocolate que caía por ahí, Chiang se sumaba a la comparsa y parecía no perder ninguna explicación del científico, como el mejor de los estudiantes.

82


5. Chiang cumple un año

C UANDO Chiang cumplió un año, Sebastián le dio como regalo un paseo por la granja. Chiang se había convertido en un panda juguetón y muy diestro. Caminaba con seguridad y comía brotes de bambú del bosquecillo durante todo el día. También le gustaba la miel y ese día se ganó un buen trozo de chocolate. ¡Cómo lo mimaban! Chiang recorrió todas las jaulas, los corrales y las lagunillas, pero lo que más le llamó la atención fueron las llamas, que lo miraron con ese gesto altivo y orgulloso tan propio de ellas. Como no se movían de puro orgullosas, Chiang las miró con curiosidad, acaso pensando que eran de peluche. Tal inquietud provocaron en el panda estos “juguetes

83



6. El zoológico de Santiago

C UANDO Sebastián enfiló en su camioneta por el cerro San Cristóbal era un lindo domingo de primavera, de cielo despejado, muy azul, salpicado por pequeñas nubecitas algodonadas. Ese mismo día había salido en los diarios la noticia de que Chiang llegaría al zoológico. La televisión había hecho un reportaje sobre los pandas y habían visitado a Chiang en sus últimos momentos en la granja. Los niños de las escuelas dibujaron durante la semana hermosos ejemplares y se dedicaron a estudiar sus costumbres, a inventar historias y a convencer al papá y a la mamá para que los llevaran al zoológico a conocer al nuevo huésped y compañía de Sue.

87


porque juntos pasarían una larga temporada y los amigos deben aprender a tratarse y a reconocerse desde el primer momento. Después el pudú regresaría a los campos precordilleranos del sur de Chile y se metería en el hábitat al que pertenecía. Sebastián lo tenía muy claro: él debía ayudar para que los animales perduraran en los lugares adecuados. Mientras estuvieran juntos aprenderían a quererse y a desarrollar esos lazos que se hacen permanentes cuando se descubren los buenos amigos.

90



Índice El pino de la colina 1. La colina del pino 2. La llegada de los scouts 3. El pobre obrero 4. Los feligreses 5. El pino de Navidad

7 7 9 15 21 29

El río

35

Chiang, el panda viajero 1. Un primer encuentro con los pandas 2. Sebastián Alcázar envía un mensaje a China 3. Wong-Pie en los bosques de la China meridional 4. Chiang en la granja de Sebastián 5. Chiang cumple un año 6. El zoológico de Santiago

53 53 57 65 75 83 87



7 Héctor Hidalgo EL PINO EN LA COLINA Y OTROS CUENTOS

El pino en la colina y otros cuentos

7 Ch

Cinco relatos que recuperan el tono clásico del cuento tradicional, lejano y misterioso que nos invita a entrar a mundos simples, mínimos y de pequeñas criaturas cuyos extraños móviles nos divierten.

El pino en la colina y otros cuentos

Héctor Hidalgo

Héctor Hidalgo es bibliotecólogo, editor y un importante escritor chileno de libros para niños y jóvenes. Reconocido y seguido por una gran cantidad de lectores, entre sus obras se pueden encontrar Cuentos mágicos del sur del mundo y Los derechos de los animales, publicados por SM.

Héctor Hidalgo

A PARTIR DE 7 AÑOS

122513

ISBN: 978-956-264-188-3

9 789562 641883

Portada_el_pino_en_la_colina_OK.indd 1-3

23-07-14 9:23


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.