La Teoría Marxista hoy. Problemas y Perspectivas. Marxismo, cultura y poder. XV Clase.

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La Teoría Marxista hoy. Problemas y perspectivas Décimo Quinta Clase “Marxismo, cultura y poder” Por Eduardo Grüner

El pensamiento marxista (no necesariamente el de Marx) ha tenido casi siempre una relación problemática con lo que suele llamarse cultura . Este último término es en sí mismo, desde ya, problemático y ambiguo: se le puede dar un sentido restringido y un tanto “elitista” –como ha tendido a hacerse en la modernidad burguesa- identificándolo con la “alta cultura” (la literatura, las bellas artes, la filosofía, etcétera), o un sentido aproximadamente antropológico, para designar los aspectos ampliamente simbólicos que expresan de manera discursiva o iconográfica las creencias, rituales, sentidos comunes, conductas o costumbres colectivas, en suma, el ethos de una(s) determinada(s) sociedad(es). Algunos antropólogos, incluso, diferencian la cultura material de la cultura simbólica, rindiendo un tributo más o menos inconsciente a la tradicional separación –vigente en el pensamiento occidental por lo menos desde Platón- entre el cuerpo y el espíritu, entre la materia y la Idea, y así sucesivamente. En un registro epistemológico, y ya en el pasaje del siglo XIX al XX, cierta herencia del romanticismo alemán inscripta en las diversas corrientes de la filosofía “comprensivista” (Dilthey, Rickert, Windelband y otros) hizo famosa la división tajante entre “ciencias de la naturaleza” y “ciencias de la cultura”, una dicotomía que no dejó de tener su impacto sobre algunos de los más grandes pensadores de la historia y la sociedad de la época como Weber, Simmel o Tönnies. El marxismo, por la lógica misma de su concepción de la historia y las estructuras sociales, siempre se sintió incómodo con estos binarismos tan radicales: el materialismo histórico, aún reconociendo la importancia de la herencia del idealismo crítico alemán (y muy especialmente, claro, de Hegel), difícilmente podría adscribir a una noción puramente “espiritual” de la cultura, que hiciera de ella una esfera etérea y sublimada de las ideas y la sensibilidad artística, completamente ajena a las determinaciones –o, al menos, a los condicionamientos- materiales; pero por otra parte, tampoco podía –aunque en algunos casos esta tentación fue en cierto sentido muy fuerte- subordinar el método dialéctico a un materialismo vulgar, a un mecanicismo positivista, a un determinismo lineal, que desplazara fuera de la escena la libertad de la actividad racional y transformadora del sujeto. Las dos opciones son, estrictamente hablando, “idealistas” en el mal sentido del término (una metafísica de la Materia no es forzosamente mejor que una metafísica de la Idea) e insanablemente anti–dialécticas. Como lo postulara a principios de la década del ´30 Herbert Marcuse, una concepción “espiritualizada” de la cultura, que reclamara para dicha esfera una especie de universalidad ideal y ahistórica, no puede sino ser lo que Marcuse llama una cultura afirmativa: afirmativa, se entiende, de la estructura social y el sistema de dominación imperante, puesto que bajo esta lógica la cultura aparece como un topos uranos ajeno al “barro y la sangre” de la historia, como ese espacio de armonía espiritual que sirve de consuelo a los conflictos, contradicciones, injusticias y desgarramientos de la sociedad. Unos años antes que Marcuse, Lukács había señalado algo similar al decir que una


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