La ciudad inexistente

Felipe Montalva Peroni LOS LIBROS DE MATILDE

La ciudad inexistente

Felipe Montalva Peroni LOS LIBROS DE MATILDE

1.

El hombre conoce a la mujer por casualidad.

Ha sido contratado para fotografiar una actividad cultural en la ciudad donde lleva algunas semanas viviendo. Quiere saber si su vida es posible en ese lugar. Cuando habla por teléfono con sus amigos dice que está parado sobre una pregunta.

La actividad ocurre sin mayores contratiempos, salvo por una baja de voltaje en las luminarias y un proyector que no encenderá. Es un seminario sobre historia local al que el hombre llega una tarde con una mochila, una cámara y un trípode. Pregunta y lo hacen pasar al salón donde han puesto sillas y un mesón. El aire huele a cera para automóviles. Divisa algunas personas con carpetas y celulares. Un poco más allá, distingue a uno de los conferencistas rodeado de estudiantes.

Como nadie le indica dónde debe instalarse, el hombre le pregunta a un funcionario. El funcionario lo deriva a una mujer. Hace las presentaciones, breves e instrumentales. La mujer lo saluda. Le dice dónde estará bien, sin molestar a nadie. Asunto 3

concluido. El hombre instala el trípode, deja la mochila a un costado, se cruza de brazos, apoya la espalda en la pared y espera.

Así ocurre durante tres días, en el mismo salón municipal, entre las 6 y las 8.

2.

El último día, al terminar la actividad, el hombre recoge su equipo. Nadie se acerca ni le habla. Los estudiantes siguen rodeando al conferencista. Las mujeres de delantal azul recogen las sillas. Otros observan sus celulares. El hombre mira a la mujer que le ha dicho dónde instalarse. Es joven. Tiene ojos verdes y el cabello oscuro. Le recuerda a alguien pero no sabe a quién. Al despedirse le hace algunas preguntas formales sobre la actividad que fotografió, si cumplió sus expectativas. Le anuncia que las fotos estarán pasado mañana y se las pasará a dejar a la oficina.

La última frase es un truco. El hombre se siente atraído por la mujer y pone de su lado la

4

posibilidad. Algo tan rutinario como dejar un cd en una oficina de partes quiere transformarlo en una apuesta: Volver a verla.

Le funciona. Tras ese trámite quedan de juntarse y tomar algo.

3.

El primer paso es la plaza de la ciudad. La mujer demora algunos minutos. El hombre repara en las aves que pernoctan en las despojadas ramas de los árboles. Escucha sus ronquidos. Garzas, probablemente. A cada tanto, los pájaros dejan caer una porción de mierda, blanca y cremosa, que al estrellarse contra las baldosas provocan un ruido parecido al de un escupo. El hombre camina mirando hacia lo alto para quedar fuera del alcance de las cagadas.

Es en ese momento cuando la mujer llega. El hombre le advierte sobre las aves. La mujer ríe.

Caminan. Está frío y la mujer parece haber

5

duplicado su volumen corporal por la ropa que lleva. El hombre se lo menciona. Ella le responde que no puede acostumbrarse aún. El invierno está siendo demasiado para ella y lo que le queda es abrigarse hasta parecer una oruga. El hombre le pregunta de dónde es y ella contesta que de la misma ciudad de donde proviene él. El hombre emite una exclamación de admiración y hace un chiste. La mujer vuelve a reír.

El siguiente paso es recorrer algunos bares que exhiben sus puertas cerradas. La mujer comenta que en la ciudad de donde ellos provienen eso no ocurriría, jamás. Allá siempre vas a encontrar un lugar abierto aunque sea medio turbio, dictamina.

El hombre le pregunta qué bares conoce. Ella nombra varios. También habla de una discotéque gay a la que va con sus amigos, y donde él no ha entrado jamás. El hombre se disculpa argumentando que a su edad no le atraen mucho las discos y, si bien no tiene nada contra los homosexuales, no le ve mucho atractivo ir a un lugar así. Es que no se trata de ser gay, explica ella,

6

son lugares que están abiertos todas las noches; eso no lo ves aquí, y se arregla la bufanda pues el aire se cristaliza. Si el hombre no estuviera tan pendiente de sus aseveraciones observaría que las calles por donde transitan están desiertas.

4.

Para decirte la verdad, yo no nací en tu ciudad. Fui a estudiar a la universidad y luego me quedé. Eso fue hace 10 años, más o menos. La primera vez fue cuando hacían los Carnavales Culturales. Un amigo me invitó. Me dijo: Flaca, ven; te consigo trabajo en el restorán de un conocido. Te hacís una monedas garzoneando y te quedai pa'l Año Nuevo y lo pasamos la raja. A quién le dijeron...

La mujer se ríe. Cuando lo hace arruga la nariz y achina los ojos verdes. Carraspea. Ese detalle al hombre le encanta. Tiene un vaso de cerveza en la mano. Están en el único bar que hallaron abierto.

La mujer habla de la noche en que llegó a la ciudad. El amigo que no contestaba el teléfono y

7

la calle y su aliento tibio. La luz de las farolas, que allá es amarillenta. Todo era pegajoso. El papel picado en el suelo, las latas de cerveza exprimidas, el olor a pichí y la gente que caminaba como empujándose. A mí me encantó, concluye.

El hombre pregunta por el amigo.

Finalmente llegué al restorán, que estaba en esa calle... Yo soy re mala para los nombres; esa que sube al cerro donde estaba la cárcel... Como eran los Carnavales estaba repleto; lleno de humo y la transpiración se deslizaba por la pared. Pregunté por el conocido de mi amigo. Estaba en la caja. Me miró. A mí y a mi mochila, como si viniéramos de otro planeta (El hombre se ríe). Yo le dije: Vengo de parte de tal. Puso cara de pensarla y contestó: Vas a a la cocina, dejas la mochila, agarras un paño y te vienes para acá, inmediatamente. ¡Y yo que estaba agotadísima! Bueno... Por lo menos tengo trabajo, pensé. Estaba súper confundida pero me hice amiga altiro de uno de los garzones.

Terminamos la jornada cerca de las 2 de la

8

mañana y yo me preguntaba dónde pasaría la noche. El muchacho se llamaba Pedro, y estudiaba Castellano. Me dijo que fuéramos a otro bar, que está en esa calle que sube al cerro de la cárcel pero por el otro lado. Allí nos quedamos hasta las cuatro y algo. Yo estaba muerta pero dos tequilas me pusieron en el cielo, nuevamente. En ese bar, Pedro se encontró con unos compañeros, me los presentó y partimos al puerto. ¿Y tu mochila? Le pregunta el hombre. La andaba trayendo, jejeje. Iba pa' todos lados con la mochila. Fuimos a un after que estaba en un segundo piso.

La mujer le dice que, en un instante, pasaba de una habitación a otra mediante un laberinto de escalas, que subían, bajaban y terminaban tragadas por otras. O quizás, la noche era pasar de un sueño a otro. ¿No había niebla? pregunta el hombre.

No. Tenía mucho calor, contesta ella, mirándolo a los ojos. Sudaba; las paredes eran flexibles. Al amanecer estaba mojada y temblorosa,

9

sentada en una cuneta pero extremadamente contenta.

5.

El hombre le habla de las panaderías de la ciudad de donde proviene. Yo creo que allá hacen el mejor pan de Chile, se jacta. La mujer ríe otra vez.

Pero hay algo más y tiene que ver con las mujeres que atienden esas panaderías. Se sabe que provienen de los cerros; de poblaciones y barrios pobres. La mayoría son adolescentes y ese es su primer trabajo. Lo que me impresiona es la belleza de algunas. Podría hacer un libro con fotografías de las muchachas que atienden las panaderías. Les haría retratos pero también registraría sus tiempos muertos, sus poses cuando están aburridas, cuando no entran clientes a la panadería, tipo 3 de la tarde; le tomaría fotos a su modo de sonreír; registraría cómo atienden, cómo sacan el pan de los cajones y lo ponen en un cartucho y lo pesan; cómo cortan el fiambre. Por ejemplo, en el plan, cerca de la feria, hay una panadería grande donde atienden 4

10

m uchachas. De hecho, hay una encargada únicamente de las cecinas. Allí existe una chica que debe tener, con suerte, unos 17 años; con ojos grandes y negros, y un par de rizos que le caen a ambos lados de esa rara cofia que usan en las panaderías ¿Será garantía de salubridad, como las enfermeras? (La mujer vuelve a reírse. El hombre se siente como un jinete sobre un caballo salvaje).

Cuando iba a esa panadería, miraba ese rostro, que era el de una joven de otra época... No sé, de la Belle Epoque, en Francia. La chica tenía un gesto de ensimismamiento triste, como si algo la hubiera puesto allí por error. Yo tengo una teoría y es terrible ¿Quieres escucharla?

La niña se embarazó, sus padres la echaron de la casa y ahora debe trabajar en lo que venga, dice ella.

No, contesta el hombre. Yo te hablo de algo más grande. Su mirada me indica que ella misma o su familia cometió algo muy grave. Dios, como es omnipotente, para castigarla la sacó de su lugar, de su gente, de su época, y la puso en esa

11

panadería, en medio de personas muy modestas, en un puerto que está más que desteñido. La niña observa cómo funcionan estos desconocidos e imita sus actos, su modo de hablar. Ha desarrollado un par de segundos de reflexión antes de ejecutar una acción. Su lentitud lo comprueba. La tristeza es el síntoma de su dislocación. El castigo es efectivo porque ella sabe que fue sacada de su hogar y traída a otro sitio.

Pero ¿Y su familia? Su familia original, quiero decir ¿No la echa de menos? pregunta la mujer.

Dios es todopoderoso. Dios castiga a la familia extrayéndoles una hija y borra de su memoria cualquier vestigio. Es como si la chica nunca hubiera existido. La única que sabe del destierro -y lo inútil de resistirse- es la muchacha.

Además, si lo contara nadie le creería. La meterían al hospital Salvador por loca. Ahora bien, esa es una muchacha de una sola panadería. Creo que hay otras con historias similares.

12

La mujer le muestra los dientes un poco nerviosa. Llama al hombre por su nombre, por primera vez en la noche: - ¿Pero tú crees realmente en eso que estás diciendo?

No, dice él. Es una idea para una película que alguna vez quise hacer. Se ríe a carcajadas.

La mujer lo acompaña. Te estabai yendo en la medía volaíta, le comenta mientras le salpica espuma de cerveza con la punta de los dedos.

6.

El resto es predecible.

Al salir del bar, el hombre besa a la mujer.

Ella le responde el beso. Toman un taxi en medio de la neblina pétrea de la ciudad desconocida. En el asiento trasero se aprietan uno contra el otro. Bajan en la casa de ella. Se desnudan, maldiciendo el frío que los atenaza. Corriendo, se acuestan y sostienen

13

relaciones sexuales torpemente.

Duermen.

Despiertan con resaca pero vuelven a tener sexo. Luego quedan en silencio, mirando el techo.

Primero el hombre, luego la mujer; intentan hablar del presente pero algo los obstaculiza. Vuelven al pasado, a la noche, a la ciudad que parpadea inmune en el espacio. El hombre y la mujer hablan como si acabaran de despertar de un sueño extraño, compartido a medias e intentaran contarlo.

La relación se rompe a los pocos días.

14

La ciudad inexistente RPI. 2020-A-2947

Felipe Montalva Peroni ViĂąa del Mar, Chile Septiembre 2020.

LOS LIBROS DE MATILDE 003

LOS LIBROS DE MATILDE