Profundidad de campo. Ana Vaz

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A Idade da Pedra [La Edad de Piedra], 2013

Hacer cine es hacer mundo, elaborar un discurso estético y narrativo que desborde, por exceso, o aborde, por defecto, su acercamiento al escenario que llamamos «realidad». Ana Vaz (1986, Brasilia) lo hace por exceso, mediante la recopilación, concatenación y superposición de imágenes que desafían las coordenadas espacio-temporales de los lugares que retrata, con el propósito de poner en cuestión la existencia de la supuesta diferencia esencial entre lo natural y lo artificial. Lo importante no es sobre lo que se habla sino el modo en el que se habla, priorizar las preguntas con respecto a la búsqueda de respuestas. Vaz recurre a una narración fragmentada, críptica y multi-perspéctica, que reta el estilo lineal de contar y del recurso causa-efecto habituales en las prácticas audiovisuales convencionales. La atención se dirige a la gestualidad de lo retratado, de las personas, de los animales, de los paisajes, tótems poderosos con los que sólo podemos relacionarnos sensitivamente. La artista, haciendo uso deliberado del lenguaje etnográfico cinematográfico –movimientos espontáneos de la cámara, ajuste del zoom y elección encuadres singulares para retratar el exotismo del «objeto»–, se sitúa como una cazadora que se aposta para capturar imágenes, y define así su práctica como un ritual de observación desde la invisibilidad. El cazador, sin embargo, se encuentra siempre en peligro por la posibilidad de convertirse en animal. Para producir mundo de esa forma, hay que comenzar por situar la cámara y encuadrar la imagen, y es entonces cuando

se escucha la primera frase que se enuncia desde fuera de foco, porque tan importante es lo que se ve como lo que se omite mediante elipsis. Y es través de la mirada de esos personajes reales que el espectador se convierte en cómplice de su hazaña, que se hace consciente de que también forma parte de ese afuera. En tres de sus obras más tempranas, A Idade da Pedra [La Edad de Piedra], 2013, Occidente, 2014, y Há Terra! [¡Tierra a la vista!], 2016, se pone de manifiesto una actitud, que podríamos llamar «ideológica», un rechazo a exponer una historia completa, a establecer un marco cerrado o una narrativa que sea un «Todo», a favor de un modo de contar que desentrañe y tensione la complejidad de las múltiples capas que se despliegan cada vez que se propone un relato.. Con la primera de estas obras, A Idade da Pedra, 2013, Vaz se adentra en la selva brasileña, y más concretamente en la prehistoria de la ciudad de Brasilia para problematizar el binomio naturaleza-cultura: para la artista todo lo que existe, piensa. Animales, minerales, estratos geológicos, aparecen aquí precisamente como entidades pensantes que habitan en un paisaje complejo de múltiples dimensiones. El paisaje como lenguaje. Todo ser que ocupe la posición de sujeto cosmológico –señala el antropólogo brasileño Viveiros de Castro–, puede ser concebido como pensante, como activado o agentado. Junto a estas entidades, se insinúa la imagen poética y el significado de los espacios, de esa cantera que araña el


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