Itinerario 2018

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son llevadas a casa, túnicas recién planchadas salidas de la tintorería, tulipas que tintinean con cuidado de no romperlas, al menos que aguanten hasta lucirlas. Los escaparates se llenan de caperuces, de mantillas y peinetas, de túnicas de laval, bellardinas y estameñas. Van oliendo las almendras, aceitadas y rosquillas. Las hermanas de Cabañales sueñan dulces que alimentan la memoria y las barrigas, y las puertas de su convento, en estos días, rebosan de vida. Y el Duero lleva el sonido de las cornetas en sus ensayos, los tambores retumban en los corazones zamoranos. La Semana Santa se respira y se vive en las calles, que ya se sienten más llenas, pues siempre vuelven los de la diáspora, que no ven la hora de que lleguen estos días, benditos, para unirse a la tradición, que resuena en sus almas y hace música en el corazón, que replica en las aceras de Zamora cada año con pasión, y devoción humilde y desinteresada. Y de pronto el Nazareno cruza el río, acompañado de los sones de la banda de música del Maestro Nacor Blanco, y el susurro de los fieles que acompañan, porque sin los sonidos nada sería de la Semana Santa. El silencio se apodera de la calle a la noche siguiente, cuando los frailes conducen a su Cristo crucificado. Y el Sábado ha llegado, de Luz y de Vida y de hábitos blancos. Y al fin es Domingo. Domingo de Ramos. La ciudad entera rejuvenece y se abre a su semana grande. Jesús va a entrar triunfante en Zamora, acompañado de palmas y ramos, de laurel y de olivo, y de rasos brillantes, azules y rosas y blancos, y desfilará tranquilo, sobre la ilusión de los niños, y la nostalgia de los mayores. Día de alegría y algarabía, enclavado como una

isla luminosa entre el mar oscuro de solemnidad y respetuoso silencio, en que se mece la ciudad en estos esperados días. Porque los anteriores, son días de Dolores, y los posteriores serán días Santos. Pero hoy es la tarde en la que Jesús Vive, y eso hay que celebrarlo. Comienza la mañana pronto y con sabor festivo, que envuelve ya los actos oficiales del esperado Domingo, cuando los representantes de las cofradías asisten a la Bendición de Palmas ante el Señor Obispo, en el convento del Tránsito, y enfundados en sus mejores galas, portan las palmas recién bendecidas, y se conducen hasta la Santa Catedral, para escuchar la tradicional misa. La tarde llega enseguida y es la tarde de los niños. Luminosa como el despuntar del alba, la más radiante de cuantas protagonizan nuestra Semana Santa. Aún cuando llueve y las nubes empañan, pues la sonrisa del alma dibujada en esas caritas ilusionadas es la que más alumbra de todas. La plaza de Santa María rebosa bullicio y alegría. Son las cinco de la tarde y los infantes ya dispuestos en dos filas, aprietan las palmas en sus manos y miran con entusiasmo a todas partes, absorbiendo los colores, los aromas y los sonidos que a todo acompañan, y que, sin saberlo, los van formando como cofrades. La puerta del museo se ha abierto, y de pronto el barandales, vestido de raso y de fucsia, distintivo de la cofradía, comienza su marcha al ritmo de sus campanas, y la noticia corre como la pólvora entre los que esperan en las aceras el paso de la alegre comitiva. ¡Ya vienen! Y enseguida llega la banda, anunciando que el Rey de Reyes está en camino, con el rugir de sus marchas que penetran los oídos. El aire vi-


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