andar por ahí | martin patricio barrios

andar por ahĂ­ martin patricio barrios { fotos, fragmentos de cartas, e-mails y notas de viaje }

Martin Patricio Barrios Andar por ahí_1ª ed._La Plata 107 p; 23 x 21 cm.

Traducción: Mercedes Leaden ISBN: 978-987-33-1693-7

© 2012 Martin Patricio Barrios.

1ª edición: 500 ejemplares ISBN: 978-987-33-1693-7 Impreso en LATINGRAFICA, Rocamora 4161, CABA Hecho el depósito que prevé la ley 11.723 Impreso en Argentina.

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Foto de tapa: Ouagadougu, Burkina Faso, 2008.

Yo no tenía permisos para pasar de Agades, eso me llevó hasta más allá de la Avenue du Barrage. Me senté en el piso, sobre la esterilla y un buen rato discutimos el precio para llevarme hasta el Ténéré, difícil porque mi francés es espantoso y el chico que era mi cicerone y en ese caso mi intérprete, un tuareg Äir de Niger que sabiendo que yo tenía problemas con los permisos, tuvo la idea de llevarme a casa de unos parientes, al parecer había de visita unos tíos del Ténéré, que podían llevarme a escondidas; tampoco hablaba mucho, pero ellos discutían bastante. Lo raro era que me pedían 5.000 CFA para llevarme, pero nunca se hablaba de la vuelta. Cada vez que preguntaba por la vuelta se quedaban en silencio y al rato empezaban de nuevo con los 5 mil de la ida.

- Il n’y a pas de problème. Nous sommes tuareg. Avec les bandits... no, no, no, pas de problème. Avec les rebelles, non plus, ils sont famille.

- Et...avec l’armée ?

- C´est meilleur ne pas parler de cela.

Yo tenía la cámara apoyada en la rodilla, disparé cinco veces, la foto de tapa es la cuarta.

Me quedé con la carterita del hombre de la foto que debía ser mi guía.

Nunca fui al Ténéré. Al día siguiente no pude encontrar a ninguno. Y casi seguro fue mejor. Dos días después el ejército de Niger secuestró a dos fotógrafos italianos cerca de Pic Zoumni, donde se acaba toda posibilidad de transporte hasta Libia, y acusaron a los tuareg por el crimen.

Quisiera dedicar este trabajo: A mis compañeros muertos.

A mis compañeros detenidos-desaparecidos.

A mis compañeros que perdieron la compostura.

A mis compañeros que todavía patalean.

A mis amores eternos, porque no hay monstruo que los apague.

Agradeciemientos: A Florencia Mendoza y Beatriz Carrozzi, por cualquier cosa que fuera agradecible.

A ese chico que se desangró por mi imprudencia.

A los que me abrieron las puertas, cargaron mi mochila, me dieron un cigarrillo, me perdonaron, me tuvieron paciencia, intentaron corregirme.

A los que no preguntaron, a los que nunca les contesté.

A mi compadre Jorge Lucotti.

andar por ahí

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...ni siquiera soy un cronista. Voy y miro.

Soy un tipo que lo único que puede hacer es andar por ahí.

Não temas minha donzela Nossa sorte nessa guerra Eles são muitos Mas não podem voar...

Ednardo, Pavão misterioso Alguien dijo una vez que yo me fuí de mi barrio, ¿Cuándo? …¿¡Pero cuándo!? ¡Si siempre estoy llegando! y si una vez me olvidé, las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja titilando como si fueran manos amigas, me dijeron: gordo, gordo, quedáte aquí… quedáte aquí…

Anibal Carmelo Troilo, Nocturno a mi barrio Tant mieux si la route est longue Je ferais le tour du monde...

Jean-Claude Darnal, Le tour du monde

Ojalá que nunca se te pegue el nylon de los pirulines.

Ojalá que las lombrices nos perdonen la herejía de anzuelitos.

Ojalá que dios se deje de mirar para otro lado.

Ojalá que nunca se vayan las mariposas de ciertos ojos.

Ojalá que Moreno nos perdone la poca dignidad, la poca valor, la poca agua con que apagan nuestros fueguitos.

Ojalá que nadie tropiece con las baldosas levantadas.

Ojalá que yo este ahí, donde sea que sea ahí.

Ojalá que sí.

Ojalá que los sueños musculares sean músculo y no sueño.

Ojalá que la gran puta sea más puta que lo otro.

Ojalá que el Juaquinino ande siempre por los cielos de la mundo escribiendo viva la gente para siempre o sea viva viva viva.

Ojalá que sea para todos y que nunca falte.

Ojalá que la lengua de Castelli nos diga lo qué, que el dedo del Comandante nos señale lo cómo, que las manos del General nos abracen lo de cuerpo que nos quede, que la cabeza del Chacho sea la nuestra, que la sonrisa de Evita sea siempre la tuya.

Ojalá que sepamos qué, que encontremos cómo, que con lo que nos quede de cuerpo nos abracemos, que vos te sonrías y que entonces la lengua vuelva por fin a su boca, el dedo por fin a su mano, las manos por fin a sus brazos, la cabeza a su cuerpo y la sonrisa vuelva a todos los millones que seremos ella.

Ojalá que la calor caliente.

Ojalá que la mucha tristeza se vaya a la puta que la parió.

Ojalá que alguien alguna vez lo explique porque, está bien, pasa, pero ¿para qué sirve el amor?

Ojalá que los comemierda coman mierda.

Ojalá que el desamor se quede quietito en las letras de tangos y boleros y no se meta más con las pobres gentes desamoradas.

Ojalá que siempre haya charquitos para salpicar a la vecina.

Ojalá que los pibes de las villas sospechen que es posible llegar a viejo.

Ojalá que los viejos sospechen para qué cosa fueron chicos.

Ojalá que la carbonilla me dé de dibujar.

Ojalá que no se me salga la cadena de la bici.

Ojalá que a vos sí, pero que yo este ahí para prestarte la mía.

Ojalá que el viento nos de una manito con el barrilete.

Ojalá que en Somalía les crezcan los amores y los amores sean gordos, muy gordos, pero muy gordos.

Ojalá que nunca me falte una puteada.

Ojalá que entiendas de que hablo, ojalá que entiendas de que miro, de que insisto, de que digo ojalá.

Ojalá que mi abuela fume sus tres paquetes diarios.

Ojalá que la otra me traiga el olor de los potros.

Ojalá que los potros me presten las patas de galopar.

Ojalá que el Vasco, donde sea que incumpla con su muerte, siga siendo calesitero.

Ojalá que como no puedo resucitar a mis muertos, los pueda mantener vivos.

Ojalá que los perros se dejen hacer cosquillas atrás de la oreja.

Ojalá que un día te dignes mirarme.

O que por lo menos el Lobo salga campeón.

Ojalá que tengas la mejor luna, la mejor tierra, la mejor paz.

Hacía sueño, hacía dolor de cuello y andaba resoplador y pataleador porque ¿qué necesidad hay de andar fastidioso porque vos estás por ahí?

Y yo con pedacitos de sueño en los bolsillos, por ejemplo.

Resoplando y pataleador, esperando que entres y te vayas caminando con los brazos un poco para atrás como una actriz de Bollywood actuando de reina mogol o de semidiosa tamil, en la escena del desenlace, un segundo antes de que estallen por el aire bailarines y odaliscas, caminando dos o tres centímetros más arriba del suelo y el mentón alto y media sonrisa, más de marihuanas que de giocondas, caminando como si las cámaras de todo Mumbay te siguieran por los pasillos, actuándole a quién sabe qué espectadores.

Y yo pataleando y con dolor de cuello, molesto, piafando, berreando, mirando de reojo al teléfono que pudiera traerme tu descomunal silencio (esos espacios tremendos en que las cosas se definen sin códigos porque no hay taxonomía que categorice los silencios y entonces, es el alma o el olfato el que entiende y uno huele y el alma almea o el corazón corazona y las pituitarias o quién sabe, dan la señal confusa de que todo está en orden: la guerra ha sido declarada) espero que rompas el aire y empujes las normas de la historia adonde dice el instinto o la tradición de los que desafían al poder y desafiás el poder y yo trueno, me deshago, me pierdo, me dejo ganar y me río con los pelos dados vuelta y el alma sudada, me pierdo en tus ojos tremendos como océanos de noche y no juego a que juego: estoy jugando.

Me pierdo en tus ojos profundos como fosas de ese mar de la China que me mojaba los piés un día que yo cantaba y tal vez era feliz.

Me pierdo en esos ojos que no sé de qué color son.

Hará falta un milagro que me ayude con eso. (¿O meterle un cascotazo a Cupido? ¿o sobornarlo?)

Achico los ojos para que el tiempo no pase, esperar es un trabajo que consiste en no hacer nada mientras no cambie lo otro.

Esperar es también andar pelándome los codos contra las paredes de algún sueño o seguir a esos dioses que me llevaron a tirarle tizas a la maestra y piedras a la policía, que me llevaron a los bordes de los mapas, de la razón o del amor, a los bordes donde te podes asomar a ver si es verdad que el mundo está sostenido por tortugas y elefantes. Y vos estarás por ahí.

Hará falta un milagro que me ayude con esto.

Crecé, Peter, me dice R, me lo dice con cierta piedad, como si hablara con un condenado o con un imbécil.

Don R cree que mi problema es no poder salirme del chiste y no creo que crea en el psicoanálisis.

J dice que hago las cosas nada más que para que mi historiador tome nota.

JL cree que yo no pienso, que nada más miro.

Corré pelotudo que si te quedas quieto nos matan a todos, me gritó Emilio y yo corrí como los locos, corrí y tuve suerte, corrí desesperado y Emilio se ve que corrió y saltó hasta las estrellas que él pintaba y ahora andará por los techos del mundo, escribiendo venceremos abajo de todas las estrellas del universo mientras yo, acá abajo, corro para que no nos maten a todos y te escribo, como diciendo eso que dijimos siempre: si se va a notar el truco, más vale lo digo.

Pataleador y perdido entre ojos que me crecen como cronopios que no me dejan ver nada más que dos ojos de una damita un poco furia y un poco ternura.

Tengo vocación de manos en los bolsillos y de mirar por la ventana, así que miro para afuera porque ahí afuera está el mundo y seguro que algo está por pasar y me gustaría verlo.

Seguro que vos estás en ese ahí afuera y me gustaría verte.

Con la misma secreta esperanza con que cada vez que naufrago tiro una botella al mar con un mensajito mal escrito con lápiz en un papel mojado, te invitaría a la montaña rusa o a tomar un helado en F, o a ver a las ballenas o a todo. (vaut mieux une fin effroyable qu´un effroi sans fin…)

No importaba ser anónimo, era la opción del menú.

Soy Martin en todos lados, todo lo Martin que puedo.

Varanassi, India, 2002.

9

Gasté lo que quedaba de pila en la linterna para ver el humo del cigarrillo.

Elegí bien.

A la mañana miré a F.W. por arriba de la tacita de macchiato y le dije: para mi que Carriego no fumaba, ¿cómo vas a fumar si no ves el humo? Él se rió porque se lo dije en castellano.

México, 2008 / India, 2002.

Agra, India, 2010.

11

Algunas veces estoy de acuerdo, quiero decir: estoy de acuerdo cuando leo un libro de Heirich Böll y me da la impresión de haber estado en el lugar del personaje y a pesar de eso, creer que debo seguir leyendo o cuando miro un cuadro de Velázquez y me digo: sería necesario corregir tal cosa, como si fuera posible corregirlo o escucho la música del tano Os y me aplasta el exilio, me aplasta el dolor y la alegría de tener una identidad escrita a balazos sobre una piel que bien pudiera ser la mía. O mal.

Alguna vez habré tenido 17, así figura en la crónica de los que dicen conocerme desde entonces, pero yo no lo sé, yo no me acuerdo.

No sé si fui yo o si yo estaba ahí. A los 17 tal vez me morí o me desaparecieron o me morí de miedo y nada más que de miedo o de amor o de asco o de rabia o me viví por otros o me sobreviví de otros y me morí por bocas de otros que no eran yo y puteé y dejé de crecer si es que yo era el que tenía 17, dejé de crecer como

R. Checa, 2004 / México, 2007 / Burkina Faso, 2008 / Argentina, 2009 / Nepal, 2010 / China, 2011.

el Peter Pan, o el mismo yo mismo que se fue por ahí y no volvió porque de verdad no vale la pena volver a ninguna parte, si es que es posible semejante cosa.

Hay quienes ven la vida como una sucesión de hechos ya sucedidos y casi seguro los deben añorar porque ya han sucedido y tal vez crean en la evolución. A mi me pasó que sigo enamorado de mi novia de séptimo grado y de la panadera gordita de aquel pueblo cerca de 4 caminos y de una vendedora de naranjas que se llamaba Awa, cerca del Sahel me enamoré de Awa y en la esquina de acá, me enamoré también , de todas y como me enamoré de todas, me muero de dolor por todas, todas juntas, todo el tiempo y sin embargo sé que alguien debe estar en algún lugar de la China o de Georgia o de Burzaco y ahí voy a buscar todo el tiempo. ¿Cuántas vidas tenemos, Poyo? ¿Cuántos segundos pasaron desde que asomamos la cabeza violeta y nos dejamos quemar los pulmones? ¿Habrá pasado así?

O siempre fue que estamos desde siempre, sin entender muy bien qué cosa será ser grande, qué cosa será haber crecido o si dios no serán los amigos que se emborrachaban conmigo en esos lugares que, se diría, no fueron hechos para ser visitados por los dioses.

Lalibela, Etiopía, 2011.

13

Varanassi, India, 2010.

15

Megáfonos de minaretes llamando a oración, llamando latosos a rezos, a hombres respetuosos de dios, a hombres temerosos de dios, creyentes de cabeza cubierta y pies lavados con aguas no siempre limpias, pies lavados con aguas turbias, pies agrietados, callosos, lavados con aguas barrosas que limpian pies sucios de almas limpias de hombres que apilan sandalias, ojotas, zapatillas deshilachadas, zapatos de suelas endurecidas a fuerza de lluvias sucias y mal secadas, zapatos sin cordones; como todos los llamados metálicos de megáfono de minarete que resuena entre el pecho y el alma como los graves de Bukowski en la ventana de aquella casa mía las noches de verano, asustando monos ladrones en los techos de Varanassi que corren aullando entre hilos de barriletes demasiado chicos para tanto cielo, espantando pájaros en los laberintos sofocados de clavo y de calor de Stone Town, moviendo los ojos vacíos del ciego de la gran mezquita de Djenné; megáfonos de conos gastados que llaman a oraciones y hacen volar a las palomas de Hassan II y de Hagia Sophia; megáfonos de madrugada latosos que llaman a oraciones mientras yo miro las calles sucias, las piedras gastadas, quemadas de orines y respiro el aire ácido de las hogueras y me pican los ojos y trato de no mezclar la vida con la muerte, las flaquezas con las necesidades, los imperios con mis miedos; trato de separar lo esto de lo aquello y me meto las manos en los bolsillos para no tener frío en las manos, para que las manos que son mías no toquen lo que no es mío, lo que me rodea, la mierda, la lepra, los troncos de maderas preciosas que esperan quemar cuerpos de creyentes, maderas preciosas meadas por creyentes necesitados de mear, perros sarnosos, cualquier cosa que no sea la parte de adentro de mis bolsillos que están limpios de cualquier cosa que no sea la parte de adentro de mis bolsillos o mis manos que sudan un poco mientras camino por las callecitas húmedas y las bocinas de los minaretes llaman a oración y pienso yo y trato de protegerme yo de la tanta muerte que va por ahí, por las calles húmedas de un país donde la muerte anda por ahí, por la calle, con el mismo sin sentido que por las calles de cualquier país de África andan por ahí las vidas sin sentido; y ella va a escribir en su cuaderno de viaje algo sobre el ruido de la moneda en la lata de la leprosa y mucho después yo pondría una moneda a algún mendigo, tal vez en Xi´an, y le diría: no voy a ser mejor persona por esto, pero si existe dios, ojalá se acuerde, mientras pensaba en la cantidad de muerte plagada de sentido y en la cantidad de vida sin ningún sentido.

Varanassi, India, 2010.

Lalibela, EtiopĂ­a, 2011.

17

Me apreté los dedos con la ventana justo cuando las hortensias estarían floreciendo en los canales de Los Talas, en esos barros de agua donde tengo el oficio de tirar cenizas; me apreté los dedos con la ventana y miré los brillitos de las piedras del desierto chupándome el dedo para aliviar el dolor; ahí, un poco más allá, los hombres han decidido matarse a balazos, antes habían decidido matarse a lanzazos y deformar los labios resecos de sus mujeres y tallarse la piel a cuchillo, la historia de sus vidas valerosas o ínfimas talladas a cuchillo que produce queloide en las pieles cuarteadas, en silencio, como en silencio y amorosamente, nuestros antepasados desollaron los pies de las cautivas, tal vez para no sufrir la pena horrible del abandono. Después de todo, cuando se acabó la carne nos comimos la yegua, porque así debía ser. Nadie duda de eso.

Lalibela, EtiopĂ­a, 2011.

19

Llegué pisando mierda de cabra, de dromedario, de vaca, de hombre; pisando la arena hirviendo con las zapatillas descocidas; llegué hasta ahí espantando bolsitas de polietileno, hasta la cara amable, dura, la cara curiosa del hombre risueño sentado en el piso a la sombra de olores confusos de carnes pasadas, frutas oscuras, kerosenes, especias, moscas, animales que rezongan tapados de polvo a las puertas del desierto, a las puertas de algún cuento infantil mal contado, y ahí estoy yo con los labios rajados de sol y de sal, con gesto amable, más que amable, sobreactuando amabilidad de blanco entre fulbes, mirado por la mujer de pelo apelmazado que muele mijo en el mortero bamboleando las

tetas, mirado por Sidi que quiere que pague su boda, mirando alucinado la mirada borroneada del hombrecito risueño que me tiende la mano, y me siento a la sombra de olores confusos de putrefacciones de todo tipo. Me extiende la mano a mí que ahora estoy sentado entre ellos, los fulbe, los tuareg, no los de mi infancia sino los de esta otra infancia de estar ahí con las piernas cruzadas sobre esterillas roñosas sobre las arenas del Sahel, abajo de un cielo descompuesto de calor; me extiende la mano de elefante cansado y risueño y yo también me meto en las narices el polvo de dios, yo también aspiro el regalo de dios, me río sentado en un suelo inmundo y un hilo de saliva me moja la cámara.

México, 2007 / Kenia, 2004 / Argentina, 2003 / China, 2011.

Te escribo porque pudiera ser que llamé a algo así como el 113 y le dije a la señorita de la hora: ¿vos sabés cómo la extraño?, ella me dijo: son las tres horas, veinticinco minutos, treinta y dos segundos, le dije: si ella me mira, es como ver colibríes tomando agua de mi mano, y ella me contestó: son las tres horas, veinticinco minutos, treinta y nueve segundos. Pero vos ni te enteraste.

Te escribo porque tengo ganas.

Gaoua, Burkina Faso, 2008.

21

La última vez que lo vi estaba parado en un puesto de diarios de calle 12. Me miró con el ojo extraviado, el ojo rojo, los pocos dientes negros y con olor a olores.

Nunca supe si sabía del todo quién era yo. Quién era él seguro que no lo sabía hacía rato. Me miró con el torso torcido de lado, tenía zapatos abotinados sin cordones, un sobretodo y un hilo en lugar de cinturón.

Estaba un poco lejos de aquel otro, él que usaba gemelos de oro. Un poco lejos del fabulador que tenía máquina de café express en la mesada de granito. A mi me gustaba ir a verlo a su despacho del Palacio San Martín, ¿viste qué lindo cuando taconean los granaderos?, decía, y era lindo, de verdad, pasar y que los granaderos taconearan. Me miró con el ojo extraviado y rojo y me dijo: acá estoy, viendo esta mierda que va para acá y que va para allá. Señaló con la cabeza a la gente. Era medio día. Menos mal que te encuentro, dijo, porque vos también los odias a todos.

Chau, Gus, de verdad que fue un gusto.

Varanassi, India, 2010.

Kunming, China, 2011.

23

Agra, India, 2010.

Varanassi, India, 2010.

25

Esa chiquita que juega al elástico, cayendo con los talones y sintiendo el peso en la nuca y no sospecha que un día va a hacer sentir el peso de la caída en otras nucas, ignorando las cosas que son los ojos o los perros mal cocidos que cruzan la calle sin mirar, ignorando el temblor de las alas de los aviones que fumigan los campos o la insoportable crueldad de la espera con el cigarrillo quemándote los labios, el cigarrillo apretujado y ella ignorándolo al cigarrillo, a todo, sintiendo el peso de la caída en la nuca: quién le va a enseñar las cosas del amor y del desamor, de la delicadeza y el olvido, de la raza y la muerte miserable en los campos del Congo o en los desiertos del Chad, quién le dirá que ya no está de moda en los medios pero todavía mueren por miles en Darfur y ella, que no lo sabe, un día hará sentir en las nucas el peso de la caída, del martillo pesado, del hacha, del poder, del no ser amado, del no ser considerado, del no ser nada. ¿Por qué nadie hace lemon pie de naranja? Preguntó L esta mañana. Inspirado en pensamientos profundos. Si la naranja es más rica.

Y vos por ahí. Con los ojos hinchados. Sabiendo del coltan y del juego del elástico. Y yo por ahí, cada vez más lejos del S.I. y sus ideas sobre la cultura, preocupado más por cómo es que las cosas pasan en esos lenguajes que no entendimos que por tus ojos hinchados. Y eso no debe tener perdón.

Eu lhe prometo o sol / Se hoje o sol sair / Ou a chuva / Se a chuva cair...

México, 2007 / Kenia, 2004 / Etiopía, 2011 / China, 2011.

Varanassi, India, 2010.

27

Para no decir nada, mejor lo digo. El cielo se viene abajo de nubes gordas traedoras de calores espantosos y los mosquitos traen malarias de todo tipo. Y nada de viento. Ya sé que es escupir al cielo. Escupimos al cielo porque no hay nada más abajo de nuestros pies. No hay nada más abajo de nuestros pies y no hay nada más fácil de cambiar que el pasado, pero ¿y si esta vez lo dejamos así como está, así como fue? Horrible como fue... ya sé. De alguna forma, yo estaba ahí, estuve en tantos ahí. Aunque ahora esté acá y en cualquier momento se va a largar a llover y el mar se va a agitar un poco y los peces se van a quedar quietos, esperando que pase la lluvia y la espuma va a brillar como noctilucas, eso lo sé, tal vez porque no como pescado y miro el mar y me asombran los marinos, las arrugas en las caras de los marinos, las manos de los marinos acostumbrados a rezar, a caminar en abismos de mil metros de agua.

Hagamos de cuenta que es verdad que pasó lo que pasó. Ahora empezó a llover.

Tampoco la lluvia va a lavar nada.

DjennĂŠ, Mali, 2008.

29

Xi´an, China, 2011.

Yo siempre me estoy yendo y ese día te vi llegar. Te vi llegar y me quise quedar. Yo no podía mucho más que sostener el cuerpo contra la gravedad y no buscaba nada. Unos se asombran, los otros ya saben. Yo me asombraba aunque ya lo sabía. O lo sabía y por eso me asombraba. Quiero decir que un día te vi llegar como si supiera que estabas por entrar, como si fuera lo que tenía que pasar y me quedé mirándote las manos largas y nerviosas, las cejas arqueadas, los ojos tremendos; me quede mirándote como si así debiera ser, como si fuera así, mirando como sos esas todas que sos, como si fuera inevitable, como si lo hubiera esperado. Te oía la voz de hablar, como si no importara lo que se dice, más bien lo que se escucha. Te miraba como si supiera.

Te oía la voz de hablar y escuchaba como si escuchara al mar salpicando millones de caracolitos, ostras, calamares, aguas vivas, morenas, crustáceos, vieiras, cangrejos, sirenas, delfines, espumas, plancton, moluscos, maderas de barcos hundidos hace siglos, como si escuchara al mar hablar de aquellos marinos rabiosos que llegaron un día a las playas de Mozambique y lloraban, como si escuchara al mar de la China del sur...

Te miraba los ojos y me acordaba de haber visto cosas de todo tipo.

Xiping, China, 2011.

31

¿Qué pensaría aquel bengalí que me vendía rosquitas en el Soho el día que vio caerse las twin? ¿Qué pensaría aquel viejo libanés que me leía el Corán ayudándose con el dedo frente al castillo del Morro? ¿Qué pensarás vos de un tipo flaco que habla con la luna y te dice ojalá?

En mi barrio, el número era tres; menos era ser cagón y más era ser estúpido.

“Todo lo grande está en medio de la tempestad”, Platón, República. Yo busco la tormenta como los surfistas la ola, como el jugador su día o el estúpido su musa.

Nunca te olvides de que un tipo flaco y mal humorado que habla con la luna, se enamoró de vos, tal vez un mal día o a destiempo, a deshora, a des-lugar, a destajo, a raja cincha y se le enfrió el agua del mate.

Xiping, China, 2011.

Entonces yo me apuraba a verte, me apuraba para verte mucho, con todo, por atrás de tus pestañas como rayos de sol en una estampita en la que dios flota entre nubes, pero no eran nubes ni dios sino tus ojos, profundos, tremendos, que me derrotan casi siempre. Siempre.

Estirar el tiempo, como se estira el último cigarrillo o convocar las cosas, los árboles, las ranas, los bichitos de San Antonio, trilobites, gomines de bicicleta, flores de palán-palán, las botellas descorchadas, lo que no tiene nombre, lo que no es permitido nombrar, los mártires y los héroes de amores prohibidos, y que todas las cosas convocadas, los seres y los objetos, la nada, incluso, se paren ahí, enfrente y te digan: dale bola.

Es decir, yo te miraba y vos no, así empezó.

Yo te miraba porque: 1. es mi oficio mirar, 2. estabas de frente, 3. me gustabas, 4. no podía dejar de mirarte, 5. quería seguir mirándote para siempre, 6. (este punto es difícil de explicar), 7. otros porque, 8. en realidad, esperaba que vos me mires, así es que te miraba mucho, te miraba con todo, todo es lo de siempre: todo flaco, todo roto, todo esperar que me mires, todo molesto, todo que sí, todo que no, todo ilusionado, todo lo que entra en todo y lo demás también; quiero decir que te miraba con la esperanza de que me mires o no me mires pero te des cuenta de que estoy ahí y no porque estuviera enfrente, sino porque estaba ahí, con mi alma tartamuda y el corazón de amar al borde de un infarto masivo.

Así que hablaba a los gritos sabiendo que el mundo anda a dos cosas: arroz e ilusión.

Tissisat, Etiopía, 2011.

33

Lalibela, EtiopĂ­a, 2011.

35

Xiping, China, 2011.

Fisa, Etiopía, 2011.

37

Porque se estiraba la sombra como hasta allá, fiel, y yo con un pastito en la boca, pensando en Platón y en su caverna (el té-del-harem-de-Arquímedes, en la bañadera llena y en la gorda que la hacía rebalsar) y mi sombra, un poco anónima, un poco falta de información para tales cosas, porque: ¿cómo es que mi sombra puede enamorar a alguien que no sea sombra, si no tiene dientes, ni tiene color de piel, ni olor, ni suda, ni se ve muy bien de dónde viene fuera de mí y del sol que me la empuja?

Entonces, para qué es que sirve esta sombra mía si no va a enamorar, si no le palpitan las orejas, ni tiene una puteada en flor, si no te va a decir que te quiero, o que te vayas al carajo, y en estos asuntos andaba yo, alarmado, pensando en mi sombra que solo podía enamorar sombras y qué triste amor sería ese, si de mí depende todo el día o noche con luna o con farolitos, de mí depende para todo y, queriendo disimular le dije: ¿qué mirás sombra? y la sombra no dijo nada.

Estambul, Turquía, 2011.

Miraba al cielo nublado con el dedo índice levantado, apuntando a las nubes heladas; movía un poco el dedo regordete y en medio del griterío de 30 mil personas desesperadas, decía suavecito: una, una sola te pido, hijo de puta, una sola...Tal vez en el único lugar donde se puede putear a dios sin que eso sea pecado. Una sola, le pedía a dios, suavecito, con los ojos rojos, y yo lo miraba con mis ojos rojos, entre 30 mil pares de ojos rojos, y miraba el campo y los 30 mil de enfrente que no estaban desesperados, que estaban felices y pensé: ellos también se persignaron, ellos también le pidieron a dios una sola.

Gorom Gorom, Burkina Faso, 2008.

39

China, 2011 / Tailandia, 2010 / Nepal, 2010.

Jaipur, India, 2010.

41

Y con este frío. Bailamos como los locos, cantamos como los locos. Saltamos como locos, muertos de frío. Cantamos con los ojos mojados, cantamos con la garganta complicada, incluso cuando ya era tarde, cuando ya se había terminado todo, cuando no había nada que hacer. Yo me quedé afónico. Nos abrazamos.

Estaban T, J y P, así que no lloré hasta que llegué a casa. T es muy chico como para verme llorar y me miraba con una pregunta que yo nunca voy a poder contestar.

Me senté lo más erguido que pude, como para no tener lástima de mí mismo, prendí un cigarrillo y lloré. Un rato largo, con sollozos. Lloré. Triste. Muy. También lloraba porque entendía quiénes somos. Nosotros, los que cantamos como los locos cuando ya todo está perdido. Ellos, los que lloran con dignidad, y yo entre ellos, llorando solo en casa, entendiendo que ese nosotros, también me incluye a mí, que ese nosotros es lo único que permite que yo sea. Lloré un rato largo, lloré por el mito. Tratando de ser digno de nuestra dignidad.

Camboya, 2002 / Argentina, 2005 / Kenia, 2004 / Burkina Faso, 2008 / México, 2007.

DF, México, 2007.

43

O no habrá cebollas para el tuco ni dios que nos salve de amores tan decentes y cristianamente pergeñados, no habrá ni pan ni mesa donde ponerlo, no habrá mantas limpias ni azafatas gordas maquilladas a muerte, no habrá tu tía, o no habrá una palabra dócil o amable o encendedores en las áreas de fumar en los aeropuertos chinos, o no habrá agua limpia para lavarse los ojos ni un poco de piedad o pan con manteca y azúcar con la leche chocolatada o no habrá nada de aire o un vaso de whisky barato de maíz ni embotelladores de agua de canilla en los fondos de los bares de Lao, no habrá mozos gallegos o verduleras bolivianas o no habrá nada de nada si, en tal caso, no nos pusiéramos de acuerdo y no entendiéramos que no estando esto, no puede haber de aquello.

Dejémonos de pavadas, ¿querés?

Turquía, 2011 / Etiopía, 2011 / China, 2011 / Mali, 2008 / Níger, 2008 / India, 2010.

Douentza, Mali, 2008.

45

DF, México, 2007.

47

Venía con la mano extendida contra el cielo, como un dibujo del Corto Maltés en Samarkanda. El sobretodo verde hasta las zapatillas de lona y el gorro de piel encajado hasta los ojos incrustados en la cara roja, brillante, tirante por cuatro o cinco mil años de frío y casi seguro se reía o el frío lo hacía fruncir la cara y a mí me pareció que se reía con la mano extendida, agitando unas fotos manoseadas, ajadas, descoloridas de tanto meter y sacar del bolsillo, de tanto mostrarla a turistas que nunca saben bien cómo sacarse de encima a menesterosos y pedigüeños. Yo trataba de verlo atrás de las bocanadas de vapor, mareado de intentar que me entrara aire en los pulmones. Decía cosas incomprensibles, torpemente amables y yo jugaba a estar en un cuento de Pratt, a que él no era vendedor de souvenires. Agitaba las fotos y se golpeaba el pecho y decía algo que podría ser my country, my country, lo decía con orgullo, no actuando de orgulloso, sino que con orgullo, my country...Mongolia, y se golpeaba el pecho con la palma abierta; se lo golpeaba con una especie de delicadeza compleja y cuando la mano abierta le tocaba el pecho la sostenía un poquito, así, abierta, sobre el pecho, my country, Mongolia. Me Mongolia, decía y casi me mete las fotos en el ojo y miré las fotos y le dije, no tanto yo sino el otro que no era yo y que estaba en un cuento de Pratt: eso es China y él me miró asombrado, confundido, me miró un rato, medio curioso y después se rió como si hubiera encontrado la punta del ovillo de lo más complejo de la existencia humana y se puso un poco de lado, sonriente, con la cara roja y tirante y como si no alcanzaran siglos de historia, de historiadores, de relatores, de mentirosos, de fábulas, de leyendas, de cuentos infantiles, de aventureros, de maestras de grado y de ladrones, como si toneladas de piedra cortada a cincel, acarreada a lomo, apilada a muertos y latigazos, como si miles de obreros, arquitectos, ingenieros, como si el orgullo de los emperadores y la seguridad de los cortesanos, como si 5 mil km de Gran Muralla China no fueran suficiente, como si la tremenda fortaleza no alcanzara a marcar ningún límite, me mostró los dientes amarillos, con la paciencia de un sabio de cuento, levantó la mano y trazó una línea en el aire, subió y bajó el brazo en el sentido de la muralla, después señaló para un lado y dijo: China, señaló para el otro y dijo: Mongolia.

Sostuvo la risa, se señaló a sí mismo con el guante descocido abierto sobre el pecho y dijo: me, Mongolia.

Arqueó las cejas afirmando la revelación que le había hecho al turista idiota y agitó las fotos rotosas. Nos fuimos diciendo cosas, no sabría qué cosas, cosas que se dicen en cualquier lengua, que no quieren decir nada, que no importan. Nos dijimos cosas que no entendimos, pero eso no importaba.

Caminé un poco acalambrado de frío, cuidando muy bien, y para siempre, de qué lado de la línea pongo mis pies.

China, 2011 / México, 2007 / Níger, 2008 / Argentina, 2009 / Turquía, 2011 / Etiopía, 2011 .

Lalibela, EtiopĂ­a, 2011.

49

Hay veces en que la forma es salir y buscarlo. Ir a los bordes del mundo, a los bordes de las almas, a los bordes de cualquier cosa y ver qué es lo que espera por mí.

Hay veces en las que miro el fondo. Hay veces en las que escupo para arriba.

Hay veces en que me miro absorto al espejo y me digo: ya lo sabía. Ya lo sé. Me miro la cara un poco desencajada y sé que ya lo sabía.

Todo.

Y me miro al espejo y me veo un poco asombrado, un poco desilusionado.

No hay secretos, no hay misterios en las cosas. Nada más están las cosas poniendo sus obstáculos, difíciles, caprichosos, ingeniosos o ridículos. Me miro al espejo y sé que es de idiotas tratar de evitar lo inevitable.

Yo ya lo sé.

Antes de saber que debía saberlo. A veces me asusta la certeza.

G se murió dos días después de que yo preguntase si se había muerto y hacía un año que no me acordaba de él. Y así siempre.

Ya no necesito mirarte a los ojos para saber algo. Sé si es cierto o es verdad, sé si no es verdad ni cierto, sé lo que te está pasando, no ahora, desde antes de conocerte. Y no me da miedo lo que sé, saberlo.

Un día el tano O me dijo, mejor dicho, me escribió: El amor de F, exploralo, ¿por qué no? Nadie entendió nunca nada de eso...dénse la chance.

Y yo le contesté: ah, si, explorar el amor de F es incluso más apasionante de lo que habrá sido para Marco Polo la China o para Aguirre la amazonia. Pero no se trata de eso, se trata de poder dejarme amar y dejarme a mí mismo amar a alguien.

Hay veces en que creo que algo espera por mí.

Hay veces en que creo que ese algo está en el fondo de los ojos de F. Si van a hablar de mí, que digan que soy uno, que sabiendo las consecuencias, fue a buscar su destino en el fondo de los ojos de F, uno que fue al fondo de los ojos de F para encontrarse con ella. ..yo te puedo esperar toda la vida, pero ahora no tengo tiempo...

Pingyao, China, 2011.

51

Bolivia, 2005 / TurquĂ­a, 2011 / Burkina Faso, 2008 / China, 2011 / Camboya, 2002.

KatmandĂş, Nepal, 2010.

53

Mali, 2008 / Burkina Faso, 2008 / Indonesia, 2010 / India, 2010.

Yo, lejos de ser el gitano que llevaba un oso negro con una soguita, el oso daba pasitos como una gorda con las uñas de los pies recién pintadas y da pasitos con los dedos para arriba para que no se le despinten las uñas recién pintadas, el oso negro que seguía al gitano por el desierto de Thar y en los tiempos en que florece la mostaza y los hombres que cruzaban el desierto llevaban orgullosos turbantes sobre los bigotes enormes, como los de aquel inglés amigo de Alan en Zeballos Cué, que dormía con bigotera y a mi me hacía más gracia el moño de la corbata que los bigotes absurdos que le sobresalían bastante de las quijadas; lejos de ser el gitano que llevaba su oso negro y en un fueguito de madrugada unos días antes de que fuera yo a Jhansi a buscar al oso Baloo o nada más que para ver qué vio el señor Kipling o nada más que para buscar a ese chico que alguna vez habré sido yo, me enseñó a sentarme, me enseñó la fina y compleja diferencia de la pose para sentarse y la pose para cagar, el gitano llevaba su oso y yo pensé en cuántas cosas que no sean perro llevé tirando de una soga, porque él llevaba un oso y aquel soldadito bengalí llevaba con una cuerda de yute a un preso al que debía fusilar (¿qué pensaría el hombre atado nada más que con una cuerda de yute al cuello?, una cuerda más delgada que una cuerda para encomiendas y un solo soldado de zapatillas de lona agujereadas lo lleva al paredón y el hombre no se revela...)

Barrilete... ¿qué habré llevado de una soga no siendo perro o barriletes, qué cosas llevo atadas?

Katmandú, Nepal, 2010.

55

¿O mejor mirar para otro lado y dejar no más que pase? ¿Mejor creer que estar expuesto es peligroso, que no es cierto que las gentes vuelan sin prestarle atención a la pobre ley de gravedad y vuelan por ahí, por los cielos del mundo a los gritos pelados?, gritan cosas como las palabras dale o viva, la palabra viva gritan y vuelan. Vuelan, pibita, vuelan sobre una tierra que sigue siendo plana a pesar de Galileo, de Copérnico y de la señorita Susana. Vuelan sobre los observatorios de Jaipur y les sacan la lengua. Vuelan por todos lados tocando trombones y putean a los ángeles asexuados que piden mesura. ¿Y vos?

A mi me pareció que vos también podías abrir los brazos y volar y dejar estelas de estrellitas.

Yo intentaba buscar el fondo de tus ojos y sentía la misma fascinación que aquella tarde que bajé a las cuevas del Mar de Andamán y veía las montañas de las costas de Prateth Thai perderse en las fosas del océano y casi me muero ahogado porque quería seguir más el llamado de los abismos mágicos que al instinto de conservación.

Y así me pasó con vos.

Gorom Gorom, Burkina Faso, 2008.

57

Puse The Köln concert y Dark intervals, en ese orden y, es raro que en ese orden porque es raro que escuche dos conciertos seguidos, pero tenía ganas de escuchar, no dos conciertos sino más bien mucho piano, escuchar la percusión de los martillos sobre las cuerdas, las maderas vibrando, ese sonido nostálgico y casi genético de los pianos, como si eso trajera los pianos de mi infancia, a mi vieja, seria, tocando Schumann, como si eso me trajera a mí, acostado sobre el sofá verde (sic), mirando las molduras de los tirantes del techo del living, soñando, soñando con que cuando fuera grande, soñando con aventuras descomunales, desmesuradamente románticas.

Había hecho mate sabiendo que es un poco inútil hacer mate para leer o para escribir, jamás tomo ni un solo mate mientras leo o escribo.

Busqué el maldito libro de Oesterheld que no puedo conseguir leer.

Me tiré de panza sobre la alfombra y la lámpara de Marijo se empezó a llenar de todo tipo de bichitos: alargados, redondos, con cuernitos, cabezones, brillantes, moteados, saltarines, caminadores, de muchas patas, de alas transparentes, todos despertados por el calor húmedo de la tormenta, todos alucinados por asuntos de desove, chocando contra el papel que sonaba como un llamador de ángeles.

No leí a Oesterheld. Cuando atiné a tomar el mate ya estaba frío.

Los bichitos resonaban en el papel de la lámpara de Marijo y yo podía verte los ojos profundos como océanos de noche.

Me fui fastidioso al balcón, como si tus ojos no fueran a venir atrás mío.

Como si esperara que estés ahí, mirando la Luna del carajo que no sé si es la que está en Capricornio.

Un día el alma te va a dejar afuera, me dije; como si mi pobre alma fuera capaz hacer semejante cosa.

PD: La luna del carajo me siguió hasta acá, así que, si es la tuya, no está en Capricornio, sino en el balcón.

Camboya, 2002 / Tailandia, 2002 / Kenia, 2004 / Perú, 2005 / Vietnam, 2002 / Malasia, 2002.

Djeneé, Mali, 2008 / DF, México, 2007.

Son como hilos colgando del polvo insoportable, después son como una cruz hecha de hilos.

Siempre es igual, al rato ves las vacas o te parece ver las vacas. Giran la cabeza con los brazos colgando del bastón cruzado sobre los hombros. Te miran sobre el hombro. Con menos interés que si vieran una brizna de paja y se pierden en el polvo.

Todos iguales, todos tienen la misma cara, los mismos ojos, los mismos AK 47 (el AK 47 ¿será el símbolo de la esperanza de los desgraciados?), las piernas flacas que terminan en zapatillas de distinto número, un atadito, la bufanda sobre la cabeza, la piel seca, las uñas negras, las palmas de la mano rosada , un olor que pudiera servir para medir el tiempo.

Yo miro el polvo. Intento encontrar las siluetas en el polvo, los troncos largos, las rodillas como nudos un poco flexionadas, los brazos colgando del fusil. ¿Cómo es que sueñan? ¿Con qué cosas? ¿Cómo se enamoran? ¿Quién les enseña a acariciar el cuerpo de una mujer? ¿Gimen en sus asuntos amorosos? ¿Qué cosa significará la palabra esperanza o deseo? ¿Elegirán a la mujer por gusto o por necesidad o se casan con lo que es posible casarse? ¿Qué cosas se dirán al oído después de amarse?

Me miro las manos con las que he soñado, amado, fracasado, ilusionado, con las que he creído que era posible, con las que te he deseado, las manos blancas, me miro las manos blancas abajo de la mugre, las uñas cortadas, mis manos blancas de dibujar sueños que habrán sido o no. Abro los dedos como si hubiera una respuesta a alguna cosa entre mis dedos blancos y sucios y uñas cortadas con las que intenté perros y mares y ventanas y pieles suaves de mujer todavía dormida en mi cama una mañana de verano, con el silencio de la mañana de verano.

Con esas manos blancas tomé agua y asé carne, desnudé mujeres y oculté razones, cambié las cosas, o sea: mentí; abrí puertas en la intimidad, me toqué donde me dolía, aplasté mosquitos sin culpa de aplastar vidas.

Me miro las manos blancas y mugrientas, ahora con un cigarrillo de 10 Birr que humea y cada tanto hecha chispitas.

Están.

Ahí están.

Mientras yo me retuerzo en un laberinto pegajoso, golpeándome la cabeza y el culo en porvenires y mañanas o quién sabe, ellos están ahí, con sus AK 47 cruzados en los hombros, como hilos, sin nombre, sin cara, en el polvo del desierto que se burla de occidente, de nuestras pieles blancas, en el desierto donde fracasa toda razón.

Una pena no tener dios como para decir: ¡ay dios mío, qué lejos estoy de todo! de eso que me dijeron que sabía.

59

Va despacio. Va despacio y las putas gritan cosas que salen como cascotes de entre los dientes enormes o un poco amarillos que parecen vestidos blancos de quinceañera o letras de carteles de ruta, apareciendo de la nada, iluminados por los faroles los dientes, enormes, abajo de los ojos enormes, desde donde salen invitaciones no santas, no claras, las invitaciones que sacuden el Lada 79 que va tan despacio que las putas ven la piel blanca en el asiento del frente del Lada 79, perdido en la avenida Bole, el Lada que sube y baja la avenida Bole buscando al Family Cozy y deja nubarrones imposibles de humo negro y olor a petróleo y va tan despacio que las putas pueden ver al blanco sentado adelante y las putas de todo el mundo saben que cuanto más blanca la carne más jugosa la presa y gritan invitaciones no santas, con las piernas medio que sin equilibrio sobre tacos altos y cueros raspados y yo huelo el aire fresco con cierta memoria de tarde calurosa, el ruido de los rulemanes del Lada 79, la forma de moverse de las hojas, los pasos descalabrados de las putas, algo de eso tiene la memoria del calor de la tarde, ahora que es de noche, casi de madrugada y estamos perdidos subiendo y bajando la avenida Bole y miro de reojo las putas que gritan por tradición y sin convicciones, por reflejo y, casi seguro, sin esperanzas, me gritan a mí que soy blanco y estoy perdido en el asiento delantero de un taxi Lada 79, mirándolas de reojo, pensando en las putas de la calle Oliva, sudadas, sudando a la sombra, mal depiladas, desgreñadas, sentadas en sillitas absurdamente bajas, moviendo los dedos gordos del pie descalzo, al lado de las ojotas grasientas, putas de tetas cansadas, de tetas tristes y gastadas, putas adormecidas por un eterno ventilador de pie en los calores brutales de más allá de la avenida Perú, putas de ojos como ojos de vaca, tan distintas a las putas de la avenida Bole que me gritan obscenidades o quién sabe qué gritan o quién sabe si son tan distintas. Tal vez es nada más que volé 16 horas y estoy perdido y está fresco y estoy seguro que ha hecho tanto calor y nadie sabe donde queda Family Cozy y vamos y venimos por la avenida Bole como si fuera la única calle que se pueda transitar en este planeta.

Vos estarás del otro lado del mundo, escribiendo historias, bailando frente al espejo.

India, 2002.

Jaipur, India, 2010.

61

A veces creo que soy incapaz de poder ponerme las zapatillas, que no voy a lograr hacer el nudo de los cordones.

A veces me fastidio con los desencuentros y con los encuentros, con los destiempos y los desenfoques.

Hace 13 años compraba flores blancas.

Pudiera ser que te hubiera dado hasta mi andar solo por ahí.

Una vez me preguntaron cuál era mi mascota favorita y yo contesté: una sombra larga, larga. Te hubiera dado mi sombra también.

Yo soy un sobreviviente.

Hay sobrevivientes de dos tipos: los que se escapan de todo porque creen que con eso se cuidan y los que se enfrentan a todo, aunque estén muertos de miedo porque con eso se cuidan. Pero si después de todo, después de tanta mierda, te veo y me pongo tartamudo y me duele acá y me sale otra voz que no es la mía y me dejo vencer por dos ojos como océanos y achico mis ojos para que no haya tiempo ni nada más que verte los ojos, nada más que verte los ojos, nada más que verte los ojos porque eso es parecido a estar en paz, será necesario un milagro que me ayude con eso pero, ¿qué importa?

Eso, pibita, es no haber perdido. Eso es el alma gritando como descosida: acá no se rinde nadie, ¡carajo! No va a alcanzar tampoco con que me despedacen, borren las toneladas de palabras que dije, barran los pisos que pisé, los aires que volé, que borren los dibujos que dibujé, ni nada, porque por más que de mí quede nada, mi corazón de amar va a estar ahí, simplemente amando. Algunas veces me distraigo y me olvido. Algunas personas, por ejemplo vos, me hacen acordar.

Habrá quienes crean que es nada más que un juego porque Martinito juega con todo lo que hay en la vida. Habrá quienes crean que es nada más que porque es imposible y en la tradición del señor Barrios lo imposible figura primero. Y un fondo de verdad habrá, aunque lo más cierto es que preferiría para siempre los violines al amanecer.

Gaoua, Burkina Faso, 2008.

Varanassi, India 2010 / Mopti, Mali, 2008.

Puede ser que todo esto sea cierto, pero no por eso es verdad.

Después de todo, detesto la cordialidad de los imbéciles.

También pasó que en la puerta oeste del Taj Mahal, me atropelló un carro lleno de bosta.

63

Zanzibar, 2004 / TurquĂ­a, 2011 / Burkina Faso, 2008 / China, 2011 / Nepal, 2010.

Tissisat, EtiopĂ­a, 2011.

65

NĂ­ger, 2008 / Nepal, 2010 / Mali, 2008 / India, 2010 / Bangladesh, 2002 / PerĂş, 2005.

Jaipur, India, 2010.

67

Marruecos, 2004 / India, 2010 / Argentina, 2009 / EtiopĂ­a, 2011 / NĂ­ger, 2008.

Lalibela, EtiopĂ­a 2011.

69

Tanzania, 2004 /China, 2011 / Mali, 2008 /Laos, 2010.

Le quedan grandes. Al mozo de saco le quedan grandes los zapatos de cuero negro. Los marabú hacen ruido de carro y el mozo de saco que tiene zapatos un par de números más grandes, camina con las rodillas flexionadas y a cada paso golpea el suelo levantando una nubecita de tierra roja. Hace un gesto con la nariz y sube y baja la cabeza como una cigüeña. Tienen la suela dura, los zapatos.

Pisa plano porque: 1 / ¿la suela es dura?, 2 / ¿no endereza las piernas?

El mozo más bajito no tiene saco, lleva una especie de chaleco. No tiene zapatos, lleva zapatillas chinas como botes y pisa con el arco. A mí me dijo: yes, madame cuando le pregunté qué era lo que estaba comiendo (una espacie de panqueque enorme y verdoso con trocitos de alguna carne y huesos largos que comí con la mano y con gusto y con desconfianza por todo tipo de razones, mientras me parecía que los huesos estaban ahí para dar cuenta de la veracidad de la carne). Yes, madame, ok, madame y se limpiaba la nariz con la manga de la camisa un poco teñida por el polvo rojo, un poco por quién sabe qué.

Le pedí la cuenta, sacó la lapicera y la lengua para ayudarse a sumar o a escribir bien los números, miró bien la mesa, apuntando con la birome el plato y el vaso, asintió con la cabeza, one wather: 10,45, one injira with goat meat: 27,05....48,90 Birr, me dijo con los ojos brillantes y aspirando mocos.

- ¡¿Perdón...?!

- Ok, sorry, twenty is enough, enough y se fue corriendo adentro de sus zapatillas como botes y los twenty en la libretita.

Gaoua, Burkina Faso, 2008.

71

Mali, 2008 / India, 2011 / Argentina, 2009 / Tanzania, 2004 / Kenia, 2004 / MĂŠxico, 2007.

Escuchaba a Carolin Widmann, unas sonatas para violín de Schumann, escuchaba a Schumann como podría haber escuchado cualquier otra cosa, mientras esperaba que mi sombra no me siga más sobre las hebras de mijo reseco. Yo miraba al mijo y pensaba en la monstruosidad de la resaca de bière de mil que impunemente había tomado de la calabaza con ese loquito mossi que se metía la gorra hasta los ojos y no paraba de hablar y de decirme hermano. Nos emborrachamos como mulas a la sombra con esa cerveza caliente que él tomaba haciendo ruido a chico que toma la sopa, cuando chupaba, las marcas de la cara le dibujaban un gesto que yo no sabía si me daba risa o miedo. Escuchaba a Schumann haciendo crujir las cañas del mijo sobre el país dogón, en tierras de hombrecitos pequeños que corrieron desde la falaise, ese escalón que tiene el mundo, hasta Camerún y la Zambia, cuando los hombres grandes que adoraban la luna de Sirio los bajaron de las fallas, de su extraño paraíso de baobabs y cielo y los empujaron hasta las junglas húmedas y oscuras, donde tampoco dejaron de ser chiquitos pero hicieron sonar su flauta gigante que tronaba la voz de los dioses, hicieron trampa y fijaron 8 categorías de muerte para no tenerle miedo, como tuve que hacer trampa yo, para no tener miedo cuando llegaron gigantes, cuando llegaron tus ojos, lejos del mijo que piso mientras escucho Schumann y tengo un vacío en las manos, en los ojos, en las orejas despellejadas por el sol. También ahí escucho los violines y mi sombra insiste, todo insiste en estar ahí.

Yuányáng, China, 2011.

73

Quería decir que no, que así estaba bien, que no me importaba nada del baile. Quería decir que no y miraba fascinado los pies agrietados parados sobre las pilas de carbón, abajo de los paraguas que alguna vez habrán sido de colores y ahora daban un poco de sombra a los pies agrietados que pisaban el carbón que las manos separaban, tapando el sol con franjitas descoloridas y tiznadas.

Quería decir que no, que lo único que quería era sacar mi cámara y disparar sobre los pies cuarteados y ennegrecidos de carbón que de vez en cuando tropezaban con la soga que sujetaba al burrito de orejas desgarradas y caídas, el burrito que espantaba legiones de moscas con la cola atrapada entre arreos.

Quería encontrar una palabra más o menos amable en alguna lengua que me permitiese decir: ¡mirá, no!

Caminaba entre especies, café, carnes de oveja, de res, de pescado secado al sol, carnes cubiertas de moscas que zumbaban enloquecidas entre el calor y las sombras espesas, desde donde los ojos enrojecidos y atentos me seguían por los corredores cada vez más oscuros, entre neumáticos polvorientos y cuchillas que desgarraban el caucho hasta convertirlo en suela de sandalias. Quería decir que no, quería mirar a ese hombrecito ajado y sudoroso que me miraba mientras sudaba ácidos y no paraba de decirme Ok, dance?

Traditional dance, malaria dance...ok?After noon, my friend y sacudía el cuerpo y los brazos para ilustrarme de danzas tradicionales. Quería abrir la boca y hacer tronar la garganta quemada por los 30 Nyala diarios y gritarle como un loco que me importaba tres carajos las danzas, que no era su amigo y ni mierda de tips, que lo único que quería era sacar la puta cámara y disparar sobre los pies cuarteados. Disparar sobre esa porción del mundo que se pudre abanicándose y espantando moscas, entre pajas donde se mezcla el orín de las bestias con el orín de los hombres, de esa porción del mundo que no tiene nada de bello y tal vez por eso la señorita Alicia jamás lo mencionó.

-Ok, Martin, no tips. One juice is ok, my firend. I´m not pushing you. -Mango juice? -Yes, Martin.

Nos sentamos a la sombra, él con los codos abiertos sobre los posa-brazos y pedí dos jugos de mango, él, mirando al frente, le dijo al mozo algo en amharic.

Le trajeron un mix de frutas.

Mali, 2008 / México, 2007 / Vietnam, 2002.

Varanassi, India, 2010.

75

No estaba yo en condiciones de reírme o de llorar, más bien lo único que podía hacer era resistir. Aguantar la respiración y mirar fijo, profundo, mirar con todo, clavar la vista en lo que estuviera adelante, repetírmelo mil veces, respirando profundo y lento, profundo y lento: estás acá, Martincito, estás acá, el olor es verdad, el movimiento es verdad, esto no es un sueño, esto es la realidad, la puta realidad (mejor puta no) es la realidad, no es La noche boca arriba, esto es lo real verdadero como se explica en los libros que usan las maestras y yo estoy seguro, como aquello de Camilloni: ni soy quién para juzgarte / porque anduve a los sopapos con la

China, 2011 / México, 2007 / Burkina Faso, 2008 / Mali, 2008 .

vida yo también, justo cuando escuché el timbre de bicicleta que me distrajo como a un perro que escucha el ruido de su correa. El colectivo estaba medio lleno y lleno de olor. La gente se iba corriendo a medida que el timbre avanzaba un paso y se frenaba, avanzaba un paso y se frenaba: el timbre y el movimiento de gente.

Hasta que llegó a mí, hasta que se paró delante de mí que estaba sentado en el asiento de al lado del motor, se paró frente de mí y el olor me aflojó los brazos apoyados en el baúl que hace de asiento al lado del motor, del otro lado del conductor. Levanté la vista tratando de creer que de verdad era verdad, sosteniendo la respiración. Fui barriendo de a poco: los pies cuarteados dentro de las sandalias de suela de cubierta de camión, las vestimentas mugrientas y el palo, cambié de foco, enfoqué al palo, un palo como de escoba, roñoso, un poco embarrado, subí hasta el timbre de bicicleta oxidado, prendido del palo como de escoba, agarrado por la mano como garra de pollo en el barrial, me quedé un poco en el dedo gordo que tiraba del pestillo para hacerlo sonar. Con el segundo ring, el de vuelta, que el dedo gordo de la mano como garra de pollo en el barrial forzaba a volver porque se ve que el resorte no funcionaba, miré directamente a la cara. La cara de un ciego, un ciego que pide limosnas en una terminal de colectivos de algún pueblo que a la entrada tenía una estatua de alguien con el brazo extendido y sin cabeza, a la que al lado le creció el reemplazo y esta vez sí tenía cabeza y brazo extendido. Un ciego que tocaba el timbre sujetado al palo para llamar la atención y si llamaba la atención, como me la llamó a mi, la atención dirige la vista a los ojos vacíos, a la otra mano separando los párpados para mostrar, obscenamente, las cuencas vacías y yo miraba las cuencas vacías tratando de creer que eso era la realidad y si fuera La noche boca arriba, sólo rogaría estar del lado del sueño.

Varanassi, India, 2010.

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Varanassi, India, 2010.

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El olor a flores y a cuerpos descompuestos me hace picar la nariz. Hace frío. Hay algo raro en los cortejos: no puedo dejar de mirar.

No he podido creer en dios, no me sale, pero cada vez más creo en los que creen en dios. Cada vez más creo en los que han construido las cosas, las vidas, las telas, los licores, los cánticos, los instrumentos y los han interpretado y han tallado las piedras y las maderas por amor a su dios, mientras yo miro la belleza, solo.

Sin entender muy bien qué cosa será la fe, qué cosa será creer que uno es parte de alguna cosa.

Cada tanto me pongo la camiseta del Lobo, en algún lugar, donde la belleza está en lugares inciertos, al menos estará mi tribu, saltando, llorando, esperando, aunque yo no sepa del todo si es que pertenezco a los bombos, a las banderas.

Varanassi, India, 2010.

81

Ti-n-Agadel, Burkina Faso, 2008.

83

Cosas que pasan un par de veces en la vida. Pocas. Cosas que nos valieron la pena. Alguna vez nos juntamos en el living de la casa de avenida 1, en esa casa donde se juntaron dos de los tipos más lúcidos que conocí, él tocaba el piano y yo dibujaba. 30 años después nos volvimos a juntar del otro lado del mundo, él tocó el piano y yo pinté y comimos sushi y tomamos champagne con licor de Casis y humo líquido. También comí granos de café con chocolate. O aquellas tardes en la terraza de la calle Torrent, cuando cantábamos tangos a los gritos y tanto tiempo después cantamos Yuyo verde en algún restaurante del Parque de los Patricios, como si fuéramos chicos de pelo largo y sin canas, creyendo que vamos a creer en lo que creemos, creyendo que tenemos los bolsillos vacíos, aunque tengo todavía el pelo largo y los bolsillos vacíos. Dos o tres veces, hermano, dos o tres veces en la vida. Caminar sin sentido por Congreso, hablando de amores descarriados. Dos o tres veces. Contar la proeza. Tomar un café medio frío. Reírse de mi daltonismo. No tomarse nada en serio y al final pasó que pasó. Dos o tres veces, nada más. Casi salimos campeones, nos encontramos en un bar de Madrid, después de 15 años de no verlos, caminamos por la nieve, resbalándonos, paseamos al perrito y fumamos a escondidas con las manos heladas en el Churchill Park. Una o dos veces, hermanito. Una cena en que me informaron “oficialmente”: sos el padrino de nuestro hijo. Me fui un fin de semana a Kansas City a ser testigo del casamiento de aquel que es como si fuera yo pero es otro. Cosas. Pocas.

Cada tanto compro un sandwich de salame y queso, sin corteza, ¿un poco de manteca puede ser, querido? le digo al mozo.

Ya sé, hermanito, ya sé que es tarde, pero sería de lindo volver al Seddon a comer salamín con café. Sí, picado grueso. Picado grueso, por favor.

Koïrézéna, Burkina Faso, 2008.

Ti-n-Agadel, Burkina Faso, 2008.

85

...te vi con la sensación de que me había faltado verte a vos.

Anduve por ahí, recorrí más de medio mundo y vi las montañas más altas, los ríos más tormentosos, atardeceres deslumbrantes, pájaros de colas del paraíso, caballos como de oro, flores gigantescas y nadé con los delfines en Goa, en Zanzibar, en Santiago; vi los orangutanes bañándose en el río y los elefantes jugar en la playa; vi muertos, moribundos, vi gente nacer, gritar desesperados, reírse hasta llorar, vi gente llorar, oí rezos, lenguas, alaridos, entré en los templos que los hombres construyeron por amor, por miedo, por respeto, para adorar a su dios, para medir los cielos o para matar; vi mares atestados de peces voladores, caravanas de camellos llevando sal, caravanas de refugiados, vi ojos, luces, ropas finísimas, morirse a mi hermano, bufeos, leones, me vi a mí mismo, enloquecido en el reflejo de los anteojos de aquel hijo de mil putas, campos sembrados de mariposas, gitanos del mar, vi los ejércitos del Sudán y de Somalía, vi nubes y lluvias y nevadas, vi gente comiendo perros y perros comiendo gente, vi gente que me miraba por curiosidad, por odio, por respeto, por amor, compré mi vida por 5 dólares americanos pero me había faltado verte a vos. Así que ese día te miraba, no sé si mucho, te miraba con todo...

No era un cuento de los Grimm, era una carta de amor, que es casi lo mismo, claro, también la verdad se inventa y a la casualidad se la ayuda.

Koïrézéna, Burkina Faso, 2008.

...Il y a longtemps que je t’aime / jamais je ne t’oublierai...

Balinséra, Burkina Faso, 2008.

87

wandering around

{ photos, excerpts from letters, e mails and travel notes }

I hope that the lollipop nylon wrapper never sticks to you.

I hope that the worms forgive us for the heresy of little hooks.

I hope that god stops looking the other way.

I hope that butterflies never disappear from certain eyes.

I hope that Moreno forgives us our lack of dignity, our lack of courage, the water with which they put our little fires out.

I hope that nobody trips over loose floor tiles.

I hope that I will be there, wherever ‘there’ is.

I hope that I will.

I hope that action dreams are real actions and not dreams.

I hope that Juaquinino will always be wandering around the skies of the world writing long live people for ever, that is, hurray, hurray, hurray.

I hope that it will always be for everyone and we never lack it.

I hope that Castelli’s tongue tells us what, that the Commander’s finger shows us how, that the General’s hands hold what remains of our bodies, that Chacho’s head will be ours, that Evita’s smile will always be your smile.

I hope that we know what, that we find how, that with what remains of our bodies we can hold each other, that you smile and so, finally, the tongue goes back to its mouth, the finger to its hand, the hands to their arms, the head to its body and the smile to the millions of us who will be her.

I hope that heat heats.

I hope that the lot of sadness goes fuck itself.

I hope that someone explains it sometime, because, alright, it happens, but what is love useful for?

I hope that shiteaters eat shit.

I hope that the lack of love stays in tango and bolero lyrics and does not mess with the poor people who lack love.

I hope that there are always be little puddles to splash the neighbour lady.

I hope that the guys from the shantytowns suspect that it is possible to live to old age.

I hope that old people suspect the reason why there were once young.

I hope that charcoal allows me to draw.

I hope that my bicycle chain does not get loose.

I hope that yours does get loose, but that I will be around to lend you mine.

I hope that the wind gives us a hand with our kite.

I hope that loves grow in Somalia and loves are fat, very fat, really fat.

I hope that I never run out of swear words.

I hope that you understand what I am talking about, I hope that you understand what I am looking at, what I am insisting on, why I am saying I hope.

I hope that my grandmother smokes her three daily packets.

I hope that the other one brings me the smell of colts.

I hope that colts lend me their galloping legs.

I hope that the Vasco, wherever he is failing to fulfil his death, is still a carousel man.

I hope that, as I cannot resurrect the dead, I can keep them alive.

I hope that dogs let themselves be tickled behind their ears.

I hope that someday you deign to look at me.

Or at least that Lobo1 becomes the champion.

I hope that you have the best moon, the best earth, the best peace. (p. 7) 1 My football team.

I was sleepy, my neck ached and I was snorting and stamping my feet because, what’s the need to be irritated because you are around there?

And I have tiny bits of a dream in my pockets, for example.

Snorting and stamping my feet, waiting for you to come in and walk away with your arms a little backwards like a Bollywood actress playing a Mogul queen or a Tamil demigoddess in the ending scene, a second before ballet and belly dancers burst in the air, walking two or three centimetres further above the floor, with their chin held high and half a smile, more of marihuanas than of Giocondas, walking as if the cameras from all over Mumbay followed you along the corridors, acting for who knows what audience.

And I, stamping my feet and with a pain in my neck, irritated, pawing the ground, bawling, sneaking a look at the telephone which could bring your colossal silence to me (those dreadful gaps in which things are defined in terms of no codes at all because there isn’t any taxonomy which classifies silences and then it is the soul or the smell which understands and the smell smells and the soul soulens and the heart heartens and the pituitaries or who knows what give a confusing signal that everything is in order: war has been declared), I wait for you to pierce the air and push the norms of history in which the instinct or the tradition of those whose defy power are written and you defy power and I thunder, I let off steam, I get lost, I let myself be beaten and I laugh with my hair in a mess and my soul wet with sweat, I lose myself in your terrific eyes like oceans in the night and I don’t pretend I’m playing: I am playing.

I lose myself in your eyes deep like trenches in that sea in China that wetted my feet on a day I was singing and maybe I was happy.

I lose myself in those eyes I don’t know what colour they are.

A miracle will be necessary to help me with that. (Or throwing a chunk of brick at Cupido’s head? Or bribing him?)

I narrow my eyes so that time doesn’t go by, waiting is a task that consists in doing nothing as long as the other doesn’t change.

Waiting also means scratching my elbows on the walls of some dream or following those gods who led me to throw pieces of chalk at my teacher and stones at the police, that led me to the edges of the maps, of reason or love, to the edges over which you can lean to see if it is true that the world is held up by elephants and turtles. And you might be around there.

A miracle will be necessary to help me with this.

Grow up, Peter, R says to me, he says that to me with certain mercy, as if he was talking to a condemned or an idiot.

Mr R believes that my problem is not being able to stop joking and I don’t think he believes in psychoanalysis.

J says that I do things just so that my historian takes down notes.

JL believes that I don’t think, that I just look.

Run, jerk, if you stay still, they’ll kill us all, Emilio shouted to me and I ran like hell, I ran and I was lucky, I ran like crazy and it seems that Emilio ran and jumped up to the stars he used to paint and now he must be on the roofs of the world, writing we shall overcome below every star in the universe while I, down here, run so that they don’t kill us all and I write to you, as if saying that which we always said: if the trick is going to be evident, I’d better reveal it.

Stamping my feet and lost in eyes that grow like cronopios2 that don’t let me see anything but two eyes of a little lady who is half fury, half tenderness.

I have a vocation for having my hands in my pockets and looking out of the window, so I look outwards because out there is where the world is and certainly something is about to happen and I would like to see that.

I’m sure you are in that out there and I would like to see you.

With the same secret hope that each time I’m shipwrecked I throw a bottle into the sea with a little message poorly written in pencil on a wet piece of paper, I would invite you to ride a roller coaster or to have an ice-cream at F, or to watch the whales or to do anything. (vaut mieux une fin effroyable qu´un effroi sans fin…)3 It didn’t matter to be anonymous; that was the option on the menu.

I’m Martin everywhere, all the Martin I can. (p. 8) 2 A figure out of margin, a poem with no rhyme.

3 A horrible end is better than an endless horror.

I ran the torch batteries down to see the cigarette smoke.

I chose well.

In the morning I looked at FW over the little cup of macchiato and told him: para mi que Carriego no fumaba, ¿cómo vas a fumar si no ves el humo?4 He laughed because I said that in Spanish. (p. 10) Sometimes I agree, I mean: I agree when I read a book by Heirich Böll and I get the impression that I have been in the character’s place and, in spite of that, believe that I must go on reading, or when I look at a Velázquez’s painting and I say to myself: such-and-such thing should be changed, as if it were possible to change it, or when I listen to the music from the Wop Os and it crushes my exile, it crushes my pain and happiness of having an identity written with bullets on a skin that would be mine. Or not.

At some point I might have been 17, that’s what is registered on the chronicles of those who say they have known me since then, but I don’t know, I don’t remember.

I don’t know whether it was me or I was there. At the age of 17 I might have died or they might have made me disappear, or I might have died of fright, and just of fright, or of love, or of revulsion, or of anger, or I might have lived for others, or I might have survived through others and I died in the talk of others who were not me and I cursed and I stopped growing if it was me who was 17, I stopped growing like the Peter Pan, or the very myself who went out and did not come back because it really isn’t worth going back anywhere, if such a thing is possible.

There are people who see life as a series of events that already happened and almost certainly must miss them because they already happened and they might believe in evolution. It happened to me that I’m still in love with my girlfriend in 7th grade and with the chubby baker from that town close to Cuatro caminos and with an orange seller whose name was Awa, near the Sahel I fell in love with Awa and at this corner I also fell in love, with all of them and as I fell in love with all of them I die of pain for all of them, all together, all the time and nevertheless I know that somebody must be somewhere in China or Georgia or Burzaco and there I go in search all the time.

How many lives do we have, Poyo?

How many seconds have been since we stuck our violet heads and let our lungs burn?

Could it have been like that?

Or it is that we still don’t understand very well, from the beginning, what it will be like to be a grownup, what it will be like to have grown up, or if god was all my friends who got drunk with me at those places which, it can be said, were not built to be visited by the gods. (p. 12) Minaret megaphones calling to prayer, metallic calls to prayer, men who respect god, men who fear god, believers with their heads covered and feet washed with waters that are not always clean, feet washed with turbid waters, cracked feet, callous feet, washed with muddy waters that clean dirty feet of clean souls of men who heap up sandals, thongs, fraying shoes, shoes with soles hardened by dirty rains and poorly dried, shoes without laces; as all the metallic calls of a minaret megaphone that echo between the chest and the soul, like Bukowski´s5 basses by the window in that house of mine in summer nights, scaring thief monkeys on the roofs of Varanassi which run howling among strings of kites that are too small for such a big sky, frightening birds away through the mazes suffocated by the clove and heat of Stone Town, moving the eyes of the blind man in the great mosque of Djenné, megaphones of worn-out cones calling to prayer and making the doves of Hassan II and Hagia Sophia fly away, annoying early morning megaphones that call to prayer while I look at the dirty streets, weathered stones, burnt with urine and I breathe the acid air form the bonfires and my eyes are itching and I try not to mix life with death, weakness with necessity, empires with fears, I try to separate this from that and I put my hands in my pockets so as not to let my hands get cold, so those hands that are mine do not touch that which is not mine, what surrounds me, shit, leprosy, the logs of beautiful wood that wait to burn believers’ bodies, beautiful wood pissed by believers who need to piss, mangy dogs, anything but the inside of my pockets which are clean from anything but the inside of my pockets or my hands that sweat a little as I walk down the wet little streets, and the horns from minarets call to prayer, and I think, and I try to protect myself from the so much death that goes around there, along the wet streets of a country in which death roams around the streets, with the same nonsense that around the streets of any country in Africa nonsensical lives roam, and she is going to write on her journal something about the noise that the coin in the leprous lady’s tin makes, and much later I would give a coin to some beggar, maybe in Xi’an, and I would say to him: I’m not going to be a better person because of this, but if god exists, I hope he remembers this, as I thought about how much death full of sense there is and how much life without any sense there exists. (p. 16) 4 I think that Carriego didn’t smoke, how can you smoke if you don’t see the smoke?

5 A loud pub by my house in La Plata.

I got my fingers caught in the window just when the hydrangeas would be coming into bloom in the canals in Los Talas, in those sewage sludges where I usually throw ashes; I got my fingers caught in the window and I looked at the sparkling stones of the desert, sucking my finger to relieve the pain; there, a little further, men have decided to shoot each other to death; before, they had decided to kill each other with lances and to deform their women’s dry lips and carve their skin with a knife, the story of their valuable or very poor lives carved with a knife that produces keloid on cracked skins, in silence, as in silence and lovingly our ancestors developed the captive ladies’ feet, perhaps to avoid suffering the horrible pain of abandonment. After all, when the meat was over we ate the mare, because that’s how it had to be. Nobody doubts that. (p. 18) I arrived stepping on shit of coat, dromedary, cow, man, stepping on the burning sand with my shoes unstitched, I got there shooing little polyethylene bags away, even the kind, hard, curious face of the cheerful man sitting on the floor in the shade of mixed smells of bad meat, dark fruit, kerosene, spices, flies, grumbling animals covered in dust at the gates of the desert, at the gates of some fairy tale badly told, and there I am with my lips cracked by the sun and salt, with a kind gesture, more than kind, overacting White kindness among Fulbes, watched by the lady with matted hair who grinds millet with the mortar swinging her tits, watched by Sidi who wants me to pay for his wedding, looking stunned at the blurred look of the cheerful little man who holds out his hand to me, and I sit in the shade of mixed smells of all kind of putrefaction. He holds his hand to me, and I am sitting among them, the Fulbes, the Tuaregs, not those from my childhood, but those from this other childhood of mine, of being there cross-legged on filthy wicker mats on the Sahel sands, under a sky rotten because of the heat, he holds his hand of tired and cheerful elephant to me and I also put god’s powder into my nose, I also sniff god’s present; I laugh sitting on a filthy floor and a trickle of saliva wets my camera. (p. 20) I write to you because it might be that I dialled something like 1136 and I told the young lady who gives the time: do you know how much I miss her?, she told me: it’s three hours twenty-five minutes thirty-two seconds, and I told her: if she looks at me, it is like seeing hummingbirds drinking water from my hand, and she answered: it’s three hours twenty-five minutes thirty-nine seconds. But you did not even realize.

I write to you because I want to. (p. 21) The last time I saw him, he was standing at a newsstand in 12 Street. He looked at me with a squint eye, a red eye, and the few black teeth and smell of smells.

I never knew if he knew for certain who I was. Who he was, I’m sure he had not known that for long. He looked at me with his torso twisted on his side, he had ankle boots without shoelaces, an overcoat and a string instead of a belt. He was a bit far from that other he who used to wear gold cuff links. A bit far from the fabulist who used to have an espresso machine on the granite kitchen counter. I used to like going to visit him at his office in Palacio San Martín, have you noticed how nice it is when grenadiers clack?, he used to say, and it was nice, really, to walk by and hear the grenadiers clack. He looked at me with his squint red eye and told me: here I am, looking at this shit that goes to and fro. He pointed at the people with his head. It was midday. It’s just as well I found you, he said, because you also hate them all.

Goodbye, Gus, it was a real pleasure. (p. 22) That little girl playing French skipping, falling on her heels and feeling the weight on her nape, and she doesn’t suspect that some day she will make the weight of the fall felt on somebody else’s nape, ignoring those things that are eyes or dogs badly sewed that cross the street without looking, ignoring the tremor from the planes that spray the crops or the unbearable cruelty of the wait with the cigarette burning your lips, the cigarette squashed, and she ignores the cigarette, everything, feeling the weight of the fall on her nape: who is going to teach her about love and the lack of it, about gentleness and oblivion, about race and miserable death in the fields of Congo or in the deserts of Chad, who will tell her that it is no longer in fashion in the media but still thousands are dying in Daruf and she, who does not know, will make it felt on the napes some day, the weight of the fall, of the heavy hammer, of the axe, of power, of not being loved, of not being taken into account, of being nothing.

Why is it that nobody makes an orange lemon pie? L asked this morning. Inspired by deep thoughts. If the orange is tastier.

And you were around there. With swollen eyes. Knowing about coltan and French skipping. And I was around there, each time further from S.I, and its ideas about culture, more concerned with how it is that things happen in those languages that we did not understand than with your swollen eyes. And that shouldn’t be forgivable.

Eu lhe prometo o sol / Se hoje o sol sair / Ou a chuva / Se a chuva cair7 (p. 26) 6 Speaking clock in Argentina.

7 I promise him the sun / if the sun rises today / or the rain / if it rains today.

If I am not going to say anything, I’d better say it. The sky is falling down because of fat clouds that bring nasty heat, and mosquitoes bring malarias of all kinds.

And no wind at all. I know it is spitting at the sky. We spit at the sky because there is nothing else under our feet. There is nothing else under our feet and nothing more difficult to change than the past, but what if this time we leave it as it is, as it was? Horrible as it was… I know. Somehow I was there, I have been in so many “there”. Although I am here now and it will rain at any time and the sea is going to get a little rough and the fish will stay still, waiting for the rain to stop and the foam will shine like noctilucas, I know that, maybe because I don’t eat fish and I look at the sea and the sailors amaze me, the wrinkles on the sailors’ faces, the hands of the sailors used to praying, to walking on abysses of one thousand metres of water.

Let’s pretend that it really happened what happened. It started to rain now. Not even the rain is going to wash anything away. (p. 28) I’m always leaving and that day I saw you arrive. I saw you arrive and I wanted to stay. I couldn’t do much more than bearing my body against gravity and I wasn’t looking for anything. Some get surprised, others already know it. I got surprised although I already knew it. Or I knew and that’s why I got surprised. I mean, I saw you arrive one day as I already knew you were about to come in, as if it were what had to happen and I stared at your long and nervous hands, your arched eyebrows, your tremendous eyes, I stared at you as it should be the case, as if it were like that, looking at what you are, all those women you are, as if it were inevitable, as if I had waited for that. I heard your talking voice, as if what mattered was what was being heard rather than what was being said. I stared at you as if I knew.

I heard your talking voice and listened as if I was listening to the sea splashing millions of little winkles, oysters, squids, jellyfishes, morays, crustaceans, scallops, crabs, mermaids, dolphins, foam, plankton, molluscs, wood from ships that sank centuries ago, as if I was listening to the sea talk about those furious sailors that one day arrived at the Mozambique’s beaches and cried, as if I was listening to the sea of Southern China…

I stared at your eyes and remembered having seen things of all kinds. (p. 31) What would that Bengali who used to sell me doughnuts in the Soho the day he saw the Twins collapse think?

What would that old Lebanese who used to read me the Koran helping himself with the finger in front of the Morro Castle think?

What would you think of a skinny bloke who talks to the moon and says ‘I hope’ to you?

In my neighbourhood, the number was three; less than that meant to be a coward and more, to be stupid. (“All that is great stands in the storm,” Plato, The Republic) I seek the storm as surfers seek the wave, the gambler his day, or the idiot his muse.

Don’t you ever forget that a skinny and bad-tempered bloke who talks to the moon, fell in love with you, maybe in a bad day or at the wrong moment, at the wrong time, at the wrong place, beyond the point of satiety and the water for his mate8 got cold. (p. 32) So I rushed to see you, I rushed to see you a lot, with all my strength, from behind your eyelashes like sunbeams on a holy card in which god floats in the clouds, but those were not clouds or god but your eyes, deep, tremendous, that almost always beat me. Always.

Making time last, as you make your last cigarette last or calling the things, the trees, the frogs, the ladybirds, trilobites, bicycle valves, flowers of tobacco plants, uncorked bottles, anything that does not have a name, that which is not allowed to name, martyrs and heroes of prohibited loves, and everything that is called, all living beings and objects, even the nothingness, stand there in front of you and tell you: be interested in him.

That is, I was looking at you and you were not, that is how it all started.

I was looking at you because: 1. it is my task to look 2. you were facing forward 3. I liked you 4. I couldn’t stop looking at you 5. I wanted to keep looking at you for ever 6. (this part is hard to explain) 7. other reasons 8. actually, I was hoping that you would look at me, so I looked at you a lot, I looked at you with everything, everything is the usual: all skinny, all broken, all hoping that you would look at me, all irritated, all yes, all no, all excited, all that fits in everything and everything else too; I mean, I was looking at you hoping you would notice I was there, and not because I was in front of you, but because I was there, with my stuttering soul and my heart to love on the verge of a massive heart attack. So I would talk shouting, knowing that the world works with two things: rice and illusion. (p. 33) 8 Traditonal hot drink in Argentina.

Because the shadow stretched about that far, faithful, and I with a blade of grass in my mouth, thinking about Plato and his cave (Tea in the Harem, in the full bathtub and the fat woman who made it overflow), and my shadow, a little anonymous, a little lacking of information for such things, because: how is it that my shadow can make somebody who is not a shadow fall in love with it, if it doesn’t have teeth or skin colour or smell, it doesn’t sweat, and you can’t tell very well were it comes from that is not me or the sun that pushes it.

So, what is this shadow of mine useful for if it cannot make anybody fall in love with it, if its ears do not beat and it doesn’t have a swearword on the tip of its tongue, if it is not going to say I love you, or to tell you to go to hell, and it is this business I was in, alarmed, thinking about my shadow that could only make other shadows fall in love with it and how sad that love would be, if it depends on me the whole day or night with moon or little streetlamps, it depends on me for everything, and, trying to pretend, I said to it: what are you looking at, shadow? and the shadow did not say anything. (p. 38) He was looking at the cloudy sky with his forefinger raised, pointing at the frozen clouds, he moved the chubby finger a little and in the middle of the shouting of 30 thousand desperate people, he softly said: one, I’m asking for only one, son of a bitch, only one... Maybe in the only place where you can swear at god and that’s not a sin. Only one, he was asking god for, softly, with red eyes, and I was looking at him with red eyes, among thirty thousand pairs of red eyes, and I was looking at the field and the 30 thousand in front, who were not desperate, who were happy and I thought: they also crossed themselves, they also asked god for only one. (p.39) And it was so cold. We danced like crazy, we sang like crazy. We jumped like crazy, freezing to death. We sang with wet eyes, we sang with a complicated throat, even when it was already late, when everything was already finished, when there was nothing left to do. I lost my voice. We held each other. T, J and P were there, so I didn’t cry until I got home. T is too young to see me cry and he looked at me with a question I will never be able to answer. I sat down as upright as I could, as not to feel sorry for myself, I lit a cigarette and cried. A long time, sobbing. I cried. Sad. Very. I also cried because I understood who we were. We, the ones who sing like crazy when everything is already lost. They, the ones who cry with dignity, and myself among them, crying alone at home, realizing that that ‘we’ also includes me, that that ‘we’ is the only thing that allows me to be. I cried a long time, I cried for the myth. Trying to be worthy of our dignity. (p. 42) Or there might not be onions for the sauce or a god that saves us from so decent loves outlined as good Christians, there won´t be neither bread nor table where to put it on, there won´t be clean blankets or fat air hostesses wearing too much make-up, there won´t be choice, or there won´t be a docile or kind word, or lighters in the smoking areas at the Chinese airports, or there won´t be clean water to wash our eyes, or a little mercy, or a slice of bread with butter and sugar for the chocolate milk, or there won´t be air at all, or a glass of cheap corn whisky, or bottlers of tap water in the back of the pubs in Lao, there won´t be Galician waiters or Bolivian greengrocers, or there will be nothing at all if, in such a case, we do not reach an agreement and we do not understand that without this, there can’t be that.

Let’s stop talking nonsense, ok? (p. 44)

He was coming with his hand stretched up to the sky, like a drawing of Corto Maltese in Samarkand. The green overcoat reaching his canvas shoes and his fur hat put on down to the eyes embedded in his red and bright face, tight because of four or five thousand years of cold, and I’m almost sure he was laughing or the cold made him screw up his face and I thought he was laughing with his hand stretched out, waving pictures that were handled, crumpled, faded after putting them in and taking it out of the pocket so many times, after showing them so often to tourists who never know very well how to get rid of the needy and the pest. I was trying to see him from behind the steam puffs, feeling sick after trying to get air into my lungs. He said incomprehensibly and clumsily kind things and I pretended that I was in a Pratt’s story, that he was not a souvenir seller. He waved the pictures and beat his chest and said something like my country, my country, he said so proudly, not pretending to be proud, but with pride, my country...Mongolia, and he beat his chest with his hand open; he beat it with a kind of complex gentleness and when his open hand touched his chest he kept it a little, like that, open, on his chest, my country, Mongolia. Me Mongolia, he said and he almost poked me with the pictures in my eye and I looked at the pictures and told him, not so much I, but the other one that was not me and that was in a Pratt’s story: that is China, and he looked at me in amazement and confused, he looked at me for a while, half curious, and then he laughed as if he had found the tip of the iceberg about the most complex aspects of human existence, and he turned a little on his side, smiling, with his face red and tight and as if there weren’t enough centuries of history, of historians, of tellers, of liars, of fables, of legends, of children’s tales, of adventurers, of school teachers and of thieves, as if tons of chisel cut stone, carried on the back, piled up at the expense of deaths and whippings, as if thousands of workmen, architects, engineers, as if emperors’ pride and security of courtiers, as if 5 km of the Great Wall of China were not enough, as if the tremendous fortress was no to enough to set any limit, he showed me his yellow teeth, with the patience of a tale sage, he raised his hand and drew a line in the air, he raised and lowered his arm in the direction of the Great Wall, then he pointed at one side and said: China, he pointed at the other and said: Mongolia. He held his laugh, pointed at himself with the glove unstitched, open on his chest and said: me, Mongolia.

He arched his eyebrows confirming what he had revealed to the stupid tourist and waved the scruffy pictures. We left talking to each other, I don’t know what about, things that you say in any language, that do not mean anything, that do not matter. We said things that we didn’t understand, but that didn’t matter.

I walked a little cramped up because of the cold, making sure, and for ever, what side of the line I step on. (p. 48) There are times when the way is to go out and look for it. To go to the edges of the world, to the edges of the souls, to the edges of anything and see what’s waiting for me.

There are times when I look at the bottom. There are times when I spit upwards.

There are times when I look at myself absorbed in the mirror and I say: I knew it. I know. I look at my face a little shaken and I realize I already knew it.

Everything.

And I look at myself in the mirror and I see that I am a little astonished, a little disappointed.

There are no secrets, there are no mysteries about things. Things are only posing obstacles, hard, fussy, witty or ridiculous. I look at myself in the mirror and I know it is of idiots to try to prevent the inevitable.

I know that.

Before knowing I should know that. Sometimes, certainty scares me.

G died after two days I asked if he had died, and I had not remembered him for a year. And it’s always like that.

I no longer need to look you in the eye to know something. I know if something is certain or true, I know if it is not true or certain, I know what’s happening to you, not now, before I met you. And I am not afraid of what I know, knowing it.

One day the Wop O told me, actually, wrote to me: F’s love, explore it, why not? Nobody ever understood anything about it ... give yourselves a chance.

And I said to him: oh, yes, exploring F’s love is even more exciting than what it must have been Chine for Marco Polo or the Amazonia for Aguirre. But it is not about that, it is about letting myself be loved and letting myself love somebody.

There are times when I believe that something is waiting for me.

There are times when I believe that that something is at the bottom of F’s eyes.

If they are going to talk about me, they should talk about one who, bearing the consequences, went to meet his destiny at the bottom of F’s eyes, to meet her. ..I can wait for you all my life, but I don’t have time now… (p. 50)

I, far from being the gypsy who took a bear with a little rope, the bear that took little steps like a fat lady who has just varnished her nails and takes little steps with her toes bent upwards so the varnish doesn´t come off her freshly painted nails, the black bear that followed the gypsy through the Thar desert and in times when mustard blooms and the men who crossed the desert proudly wore turbans over huge moustaches, like those of that English friend of Alan in Zeballos Cué, who slept with a moustache protector on and for me his bow tie was funnier than the ridiculous moustache that protruded quite a lot from his jaws; far from being the gypsy who took his black bear and an early morning little fire some days before I went to Jhansi to look for Baloo bear or just to see what Mr Kipling saw or just to look for that child that I might have been once, he taught me how to sit down, he taught me the fine and complex difference between the sitting pose and the shitting pose, the gypsy took his bear and I thought about the many things I took with rope that are not dogs, because he was taking a bear and that little Bengali soldier was taking an inmate he had to shoot with a jute rope (what would the man with just a jute rope tied to his neck be thinking?, a rope thinner than the one that is used to tie parcels and only one soldier in canvas shoes with holes in them was taking him to the wall and the man does not show himself…)

Kite… what else would I have taken with a rope besides a dog or a kite, which things do I take tied? (p. 55) Or rather looking elsewhere and not letting it happen again?

Better to believe than to be exposed, is it dangerous? That it is not true that people fly without paying attention to the poor law of gravity and fly around, through the skies of the world at the top of their voices? They shout things like the words come on or hurray, they shout the word hurray and they fly. They fly, little girl, they fly over an earth which is still plane despite Galileo, Copernicus and Miss Susana. The fly over the observatories in Jaipur and they stick their tongues out. They fly over all places playing trombones and they curse the asexual angels that ask for moderation.

And you?

I thought you also could open your arms and fly and leave trails of little stars.

I was trying to find the bottom of your eyes and I felt the same fascination as that afternoon when I went down to the caves of Andaman Sea and saw the mountains on the coast of Prateth Thai get lost in the oceanic trenches and I almost drown because I wanted to follow the call of magical abysses rather than the survival instinct.

And that is what happened to me with you. (p. 56) I played The Köln concert and Dark intervals, in that order and that order is rare because it is rare that I listen to two concerts in a row, but I felt like listening not two but a lot of piano, I felt like listening to the percussion of hammers on the strings, the wood vibrate, that nostalgic and almost genetic sound of the pianos, as if that brought the pianos from my childhood, my mum, serious, playing Schumann, as if that could bring me to myself, lying on the green sofa, looking at the braces in the living roof, dreaming, dreaming about the time I would be a grownup, dreaming about huge adventures, incredibly romantic.

I had prepared mate knowing that there is no point in preparing mate to read or write, I never drink mate when I read or write.

I looked for the damned book by Oesterheld that I can’t manage to read.

I did a belly flop on the carpet and Marijo’s lamp started to be covered with all kinds of insects: elongated, round, with antennas, with big heads, bright, mottled, leaping, walking, with lots of legs, with transparent wings, all waken up by the wet heat of the storm, all stunned by egg-laying issues, crashing against the piece of paper that sounded like a wind chime.

I didn’t read Oesterheld. When I could drink the mate, it was already cold.

The little insects echoed in the Marijo’s lamp paper and I couldn’t see your eyes deep as oceans in the night.

Tiresome, I went to the balcony, as if your eyes would not come behind me.

As if I expected you to be there, looking at the tremendous Moon which I don’t know if it is in Capricorn.

Someday, your soul will leave you out, I told myself; as if my poor soul would do such a thing.

PS: The tremendous moon followed me this far, so, if it is yours, it is not in Capricorn, it is in the balcony. (p. 58)

They are like threads hanging from the unbearable dust, later, they are like a cross made of threads.

It is always the same, afterwards you see the cows or you think you see them. They turn their heads hanging from the stick across their shoulders. They look at you over their shoulders. With less interest than if they were seeing a blade of straw and they get lost among the dust.

All the same, they all have the same face, the same eyes, the same AK 47 (AK 47, would that be the symbol of hope of the wretches?), the thin legs which end in shoes of different size, a little bundle, the scarf on their heads, their dry skin, their black nails, the back of their rosy hand, a smell that could be useful to measure time.

I look at the dust. I try to find the silhouettes in the dust, their long trunks, their knees like knots a little bent, their arms hanging from the rifle.

How is it that they dream? About what? How do they fall in love? Who teaches them to caress the body of a woman? Do they moan during their love issues? What will the word hope or wish mean? Will they choose their women for pleasure or necessity, or they get married to whatever is possible? What things will they tell each other in their ears after loving each other?

I look at my hands, the ones with which I have dreamt, loved, failed, built hopes, the ones with which I have believed it was possible, the ones with which I have wanted you, my white hands, I look at my hands that are white under the grime, cut nails, my hand white from drawing dreams that might have been, or not. I separate my fingers as if there was an answer to something between my white and dirty fingers and cut nails with which I touched dogs and seas and windows and soft skins of a woman still asleep in my bed in a summer morning, with the silence of the summer morning.

With those white hands I drank water and grilled meat, I undressed women and hid reasons, I changed things, that is: I lied; I opened doors in privacy, I touched myself where it hurt, I swatted mosquitoes without feeling guilty about swatting lives.

I look at my white and filthy hands, now with a 10 Birr cigarette that smokes and sparks every now and then.

They are.

There they are.

While I get twisted in a sticky maze, hitting my head and ass in prospects and tomorrows or who knows what, there they are, with their AK 47 across their shoulders, like strings, no name, no face, in the dust of the desert that makes fun of the West, of our white skin, in the desert where any reason fails. It is a pity that one doesn’t have a god to say: my god, how far I am from everything! From what they told me I knew about. (p. 59) It goes slowly. It goes slowly and the whores shout things like rubbles that come out from between the huge or yellowish teeth that look like fifteen-year-old girls’ white dresses or letters of route signs, which appear out of nowhere, lit by streetlamps the teeth, huge, under huge eyes, from where non-innocent and non-clear invitations come out, the invitations that shake the Lada 79 that goes so slowly that the whores see the white skin in the front seat of the Lada 79, lost in Bole Avenue, the Lada that goes up and down Bole Avenue looking for the Family Cozy and leaves impossible bug clouds of black smoke and petroleum smell, and it goes so slowly that the whores can see the White sitting in front and the whores from all over the world know that the whiter the meat is, the juicier the prey is, and they shout non-innocent invitations, with legs that cannot keep the balance on high heels and scratched leathers, and I feel fresh air with certain recall of a warm afternoon, the noise from the roller bearings of the Lada 79, the way the leaves move, the whores’ imprudent footsteps, some of that is what the recall of the afternoon heat has, now that it is night, almost morning, and we are lost going up and down Bole Avenue, and out of the corner of my eye I look at the whores that shout out of tradition and without conviction, out of reflection and, almost certainly, without any hopes, they shout at me, one who is white and lost in the front seat of a Lada 79 taxi, looking at them out of the corner of my eye, thinking about the whores in Oliva Street, all sweat, sweating in the shade, poorly shaved, dishevelled, sitting on little chairs ridiculously low, moving the thumbs of their bare feet, next to the greasy thongs, whores of tired tits, of sad and worn-out tits, whores sleepy because of a never-ending standing fan in the excessive heat far beyond Perú Street, whores with eyes similar to cow eyes, so different from the whores of Bole Avenue, who shout obscene words at me, or who knows what they are shouting, or who knows if they are different at all. Or maybe it is just that I flew 16 hours and now I am lost and it’s cold and I’m sure it has been very hot and nobody knows where Cozy Family is, and we go up and down along Bole Avenue as if it were the only street in this planet you can drive along.

You must be on the other side of the globe, writing stories, dancing in front of the mirror. (p. 60)

Sometimes I think that I am not capable of putting my shoes on, that I won’t be able to tie the shoelaces in a bow.

Sometimes I get upset about encounters and ‘misencounters’, about out-of-times and out-of-focuses.

13 years ago I used to buy white flowers.

I would have given you even my walking around alone.

Once I was asked what my favourite pet was and I answered: a long, long shadow. I would have given you my shadow too.

I’m a survivor.

There are two kinds of survivors: the ones who ran away from everything because they think that by doing that they take care of themselves; and the ones who face up to everything, even if they are scared to death, because with that they take care of themselves. But if after all, after so much shit, I see you and I start stammering, and it hurts here, and I have a voice which is not mine, and I let myself be beaten by two eyes like oceans, and I narrow my eyes so there is no time or anything but only seeing your eyes, just seeing your eyes because that is similar to being in peace, I will need a miracle to help me with that but, who cares?

That, little girl, means not having lost. That’s the soul shouting itself hoarse: nobody gives up here, damn it! It won’t be enough either if they tear me apart, erase the tons of words that I’ve said, sweep the floors I’ve stepped on, the airs I’ve flown through, if they erase the drawings I’ve drawn, or anything, because, even if there’s nothing left of myself, my loving heart will be there, just loving. Sometimes I get distracted and I forget. Some people, you for example, remind me. There might be those who believe it is just a game because Martinito plays with everything there is in life. There might be those who believe that it is just because it is impossible and in Mr Barrios’ tradition the impossible comes first. And that might be true, although what is more certain is that I will always prefer violins at dawn. (p. 62) It might be that all of this is certain, but that doesn’t mean that it is true.

After all, I hate the warmth of idiots.

It also happened that at the west door of the Taj Mahal, I was run over by a cart full of dung. (p. 63) They are too big for him. For the waiter in jacket, the black leather shoes are too big. The Marabou makes cart noises and the waiter in jacket wearing big size shoes walks with his knees bent, and at every step he beats the floor making a little red cloud rise from it. He makes a gesture with his nose and raises and lowers his head like a stork. They have a hard sole, the shoes.

He has flat feet because: 1 / the sole is hard? 2 / he doesn’t straighten his legs?

The shorter waiter is not wearing a jacket, he is wearing a kind of waistcoat. He is not wearing shoes, he is wearing Chinese canvas shoes like boats and steps on the instep of his feet. He told me: yes, madam when I asked him what he was eating (a sort of huge greenish pancake with little chunks of some meat and long bones that I ate with my hands and with suspicion because of all kinds of reasons, while I thought that the bones were there to account for the veracity of the meat). Yes, madam, ok, madam, and he wiped his nose with his shirt sleeve tinged in part with the red dust, in part with who knows what.

I asked him for the bill, he took out a pen and put his tongue out to help himself do the sum or write the numbers correctly, he looked carefully at the table, pointing with the pen at the plate and glass, he nodded with his head, one water: 10,45, one injira with goat meat: 27,05....48,90 Birr, he told me with bright eyes and breathing in snots.

-¿Perdón...?! 9 -Ok, sorry, twenty is enough, enough. And he ran off in his canvas shoes like boats and the twenty in his little notebook. (p. 71) I was listening to Carolin Widmann, some violin sonatas by Schumann, I was listening to Schumann as I could have been listening to anything else, while I was hoping that my shadow would not follow me anymore on dry millet fiber. I was looking at the millet and thinking about the monstrosity of the bière de mil10 hangover that with impunity I had drunk from the pumpkin with that little crazy Mossi bloke that wore his cap down to his eyes and would not stop talking and calling me brother. We got drunk like mules in the shade with that warm beer he used to drink making a noise like a kid sipping his soup; when he licked it, the marks on his face drew a gesture that I didn’t know whether to laugh at it or be afraid of it. I was listening to Schumann making millet canes creak in the Dogon country, on lands of little men that ran from the Falaise, that step in the world, to Cameroon and Zambia, when the big men who worshiped Sirius’ satellite made them come down from the steep rock, from their strange country of baobabs and sky and they pushed them away to the humid and dark jungles, where they still were little men but played their huge flute which thundered the voice of gods, they cheated and set 8 categories of death so as not to be afraid, the way I had to cheat so as not to be afraid when giants arrived, when your eyes arrived, far from the millet that I step on while I listen to Schumman, and there is a void in my hands, in my eyes, in my ears peeled because of the sun. I also listen to the violins and my shadow insists, everything insists on being there. (p. 73) 9 Pardon?

10 Millet beer.

I wanted to say no, that it was alright the way it was, that I didn’t care about the dance. I wanted to say no and I looked with fascination at the cracked feet standing on charcoal piles, under umbrellas that once would have been colourful and now gave some shade to the cracked feet that stepped over the charcoal which the hands separated, covering the sun with faded and blackened little stripes.

I wanted to say no, that the only thing I wanted was to take my camera out and shoot with it at feet cracked and blackened by the charcoal feet that from time to time tripped over the rope which kept tied up the little donkey with torn ears hanging down, the little donkey that frightened away crowds of flies with its tail trapped between tacks. I wanted to find a more or less kind word in any language which meant: look, no! I was walking through species, coffee, sheep meat, beef, sun-dried fish, meat covered with flies that buzzed like crazy in the heat and thick shades, from where red and attentive eyes followed me along corridors increasingly dark, through dusty tyres and blades that tore the rubber until turning it into sandal soles. I wanted to say no, I wanted to look at that wrinkled and sweaty little man that was looking at me while he sweated acids and wouldn’t stop saying to me Ok, dance? Traditional dance, malaria dance...ok? After noon, my friend, and he shook his body and arms to enlighten me about traditional dances. I wanted to open my mouth and make my throat thunder, my throat that was burnt after the 30 daily Nyala, and shout at him like crazy that I gave a shit about dances, that I wasn’t his friend and that he wouldn’t get any tips, that the only thing I wanted was to take the bloody camera out and shoot with it at the cracked feet. Shoot at that portion of the world that decomposes fanning itself and frightening flies away, among straws where beast urine gets mixed with human urine, urine of that part of the world that is not at all beautiful and maybe that’s why Alicia never mentioned it.

-Ok, Martin, no tips. One juice is ok, my friend. I´m not pushing you.

-Mango juice?

-Yes, Martin.

We sat down in the shade, he rested his elbows on the chair arms and I asked for two mango juices; he, looking straight forward, told the waiter something in Amharic.

He got a mixed fruit juice. (p. 74) I wasn’t in a position to laugh or cry, rather the only thing I could do was to resist. To hold the breath and stare intently, to set my eyes on what was in front of me, repeat it a thousand times to myself, Martincito, you are here, the smell is real, the movement is real, this is not a dream, this is reality, the shitty reality (on second thoughts, no shit), it is reality, it is not “La noche boca arriba”11, this is the real truth as it is explained in the books that school teachers use and I am sure, like that by Camilloni: ni soy quién para juzgarte / porque anduve a los sopapos con la vida yo también 12, just when I heard the bicycle bell that distracted me like a dog gets distracted by the noise of its leash. The bus was rather full and full of smell. People took a step further as the bell took a step further and stopped, took a step further and stopped: the bell and the movement of people. Until it was my turn, until he stood before me; I was sitting on the seat next to the engine, he stood before me and the smell weakened my arms that were resting on the boot which is used as a seat next to the engine, opposite the driver. I looked up trying to believe that it was really true, holding my breath. I swept little by little: his cracked feet in sandals with lorry tyre soles, his filthy clothes and his stick. I shifted the focus, I focused on the stick, a broom-like stick, filthy, a little muddy, I rose up to the rusty bicycle bell, clinging on to the broom-like stick, held tight by the hand like chicken claw in a quagmire , I stared a little at the thumb that pulled at the bolt to make it sound. With the second ring, that the thumb of the hand like chicken claw in a quagmire was forcing because it seemed that the spring didn’t work, I looked directly at his face. A blind man’s face, a blind man who begs for money at a bus station in some town with a statue of a person with an outstretched arm and no head, to which a substitute grew beside, and this time it did have a head and an outstretched arm. A blind man who rang the bell, clinging to the stick to call people’s attention and if he was calling people’s attention, as he called mine, the attention leads the sight to the empty eyes, to the other hand separating the eyelids to show, obscenely, the empty sockets; and I was looking at the empty sockets trying to believe that that was reality, and if it were “La noche boca arriba”, I would just beg to be on the dream side. (p. 76) 11 Short story written by Julio Cortázar, Argentinian writer.

12 I am nobody to judge you / because life slapped me too

The smell of flowers and decomposed bodies makes my nose itch. It is cold. There is something weird in funeral processions: I can’t stop looking at them.

I haven’t been able to believe in god, I can’t, but more and more I believe in those who believe in god. More and more I believe in those who have built things, lives, fabrics, liquors, canticles, instruments and have interpreted them and have carved stone and wood for the love to their god, while I admire the beauty, alone.

Without understanding very well what faith may be, what believing that one is part of something might be.

Every now and then I wear the Lobo jersey, somewhere, where the beauty is in uncertain places, at least my tribe will be there, jumping, crying, waiting, even though I do not know for sure if I belong to the bass drums, to the flags. (p. 80) Things that happen a couple of times in life. Few. Things that were worthwhile. Sometime we met up in the living room of the house in 1 Avenue, in that house where two of the most rational blokes that I have met gathered, he would play the piano and I would draw. 30 years later we met again on the other side of the world, he played the piano and I painted and we ate sushi and we drank champagne with blackcurrant liquor and liquid smoke. I also ate chocolate covered coffee beans. Or those afternoons on the terrace in Torrent Street, when we sang out loud tangos and long after we sang “Yuyo verde” at some restaurant in Parque de los Patricios, as if we were long-haired boys with no grey hairs, believing that we are going to believe in what we believe, believing that our are pockets are empty, although I still wear long hair and my pockets are empty. Two or three times, brother, two or three times in life. Walking in no direction in Congreso, talking about loves that have lost their way. Two or three times. Telling the feat. Having a quite cold coffee. Laughing at my colour-blindness. Not taking anything seriously and in the end it happened that it happened. Two or three times, no more than that. We almost became the champions, we met at a bar in Madrid, after 15 years since the last time we saw each other, we walked in the snow, sliding, we walked the little dog and secretly smoked with our hands frozen. Once or twice, little brother. A dinner in which I was “officially” informed: you are our son’s godfather. One weekend I went to Kansas City to be a witness at the wedding of that one who is like me but is another one. Things. Few. Every now and then I buy a salami and cheese sandwich, no crust, some butter, please dear? I tell the waiter.

I know, little brother, I know it is late, but it would be nice to go back to Seddon to have salami with coffee. Yes, thick texture. Thick texture, please. (p. 84) …I saw you with the feeling that I missed seeing you.

I was around, I travelled more than half the world and I saw the tallest mountains, the stormiest rivers, stunning sunsets, birds of paradise, horses that seem to be made of gold, huge flowers and I swam with dolphins in Goa, in Zanzibar, in Santiago; I saw orangutans washing themselves in the river and elephants playing on the beach; I saw bodies, dying people, I saw people at birth, shouting in despair, laughing until the cried, I saw people cry, I heard prayers, languages, screams, I entered the temples that men built out of love, fear, respect, to worship their god, to measure the skies or to kill; I saw seas full of flying fish, caravans of camels carrying salt, caravans of refugees, I saw eyes, lights, very fine clothes, my brother die, bufeos, lions, I saw myself driven mad in the reflection of the glasses of that son of a bitch, fields sown with butterflies, sea gypsies, I saw the Sudan and Somalia armies, I saw clouds and rains and snowfalls, I saw people eating dogs and dogs eating people, I saw people that were looking out of curiosity, out of hatred, out of respect, out of love, I bought my life for 5 American dollars but I had missed seeing you. So that day I was looking at you, I don’t know how much, I was looking at you with all my strength…

I was not a story by the Grimms, it was a love letter, which is almost the same, of course, the truth is also invented and the coincidence is helped. (p. 86)

...Il y a longtemps que je t’aime / Jamais je ne t’oublierai...13 (p. 87)

13 ... So long I’ve been loving you, / I will never forget you... À la claire fontaine, French kids´ song.

Los textos son fragmentos de cartas, e-mails y notas de viaje.

Las fotos fueron tomadas con : cĂĄmaras Canon EOS 5, 30D, 50D y 7D lentes Canon EF 70-200L USM, EF-S 18-55, EF-S 18-135 IS y Sigma 18-200 DC OS. pelĂ­culas Kodak TriX y Portra.

Martin Patricio Barrios es “El Marto”.

Nació cerca del río de La Plata. Dibujó, pintó, sacó fotos; asó carne de res, de cerdo, no de pescado. Mintió. Fue de acá para allá y un poco más allá; a la cancha de Gimnasia y a otras. A donde hubiera mar.

Profesor en cuatro universidades, investigador, no piloto. Quería ser piloto y todavía quisiera. Demostró dificultades para pertenecer y facilidades para ir por el borde.

Tuvo perros. Tuvo vértigo. Regó plantas. Perdió discusiones y paraguas. Perdió todas las peleas callejeras en los últimos 25 años.

Ganó poco y nada. Trabajó menos. Miró por la ventana y tomó un poco de whisky sin hielo en vaso de tequila.

Dejó de creer en el dibujo, en la arquitectura, en la importancia de algunas cosas. Dejó de fumar con pesar y nostalgia de buey. Añora fumar. Añora el viento del río y treparse a un avión que vaya a cualquier lado. Añora fumar en los aviones, fumar en los bares, a la mañana mientras prepara el mate. Añora fumar.

Ama los lápices checos, las lapiceras alemanas, los relojes finlandeses, las zapatillas rojas, los anteojos rojos, su teléfono touch, mirar los mapas, hablar de más, escuchar de menos. Se vió obligado a pelear con mozos y operadores de call center y a mentir a los taxistas.

Prefirió no usar medias ni almohadas y odiar los perfumes. No entiende las películas.

Todavía cree que una buena carta termina así: “ojalá que tengas la mejor luna, la mejor tierra, la mejor paz. Soy Martin.”

Martin Patricio Barrios is “El Marto”.

He was born close to Río de la Plata. He draw, painted, took pictures; he grilled beef, pork, not fish. He lied. He went to and fro and a little further; to the Gimnasia stadium and others. Whererever there was sea.

Professor at four universities, researcher, not a pilot. He wanted to be a pilot and he still wants to. He showed a difficulty to be part of and a facility to walk on the edge.

He had dogs. He had vertigo. He watered plants. He lost arguments and umbrellas. He has lost every street fight in the last 25 years.

He won little and nothing at all. He worked less. He looked out of the window and had a little whisky with no ice in a tequila glass.

He stopped believing in drawing, in architecture, in the importance of certain things. He stopped smoking sorrowfully and with nostalgia of an ox. He misses smoking. He misses the wind of the river and climbing to a plane that goes anywhere. He misses smoking on the plane, smoking in a bar, in the morning while he prepares mate. He misses smoking.

He loves Czech pencils, German pens, Finnish watches, red shoes, red glasses, his touch screen cell phone, looking at the maps, talking too much, listening too little. He was forced to argue with waiters and call centre operators, and to lie to taxi drivers.

He preferred not to wear socks or use pillows and to hate perfumes. He does not understand movies.

He still believes that a good letter ends like this: “I hope you have the best moon, the best earth, the best peace. I am Martin.”