- benítez, j.j. - la gloria del olivo

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"¿Un enfermo? Usted es un descarado..." Acertó. "Lo que usted quiera -admití-. Pero nunca un terrorista." "Eso está por ver" -clamó amenazador. "Eso está visto -me apresuré a corregirle-. ¿Cree que si lo fuera habría sido tan torpe como para echarme encima de la policía?" Los inspectores intervinieron, apuntándose a mi tesis. Y el pertinaz comisario, abandonado, se replegó momentáneamente. Y sin la menor caridad disparé a la línea de flotación. "Piense bien lo que va a hacer. Ya veo los titulares de los periódicos: 'Escritor detenido en Roma. La policía le confunde con un terrorista."' Sus ojos detectaron el peligro. Sabía que hablaba con razón. Mis colegas -alertados por los inspectores- estaban en el asunto. "¿Desea ver su nombre mezclado en tan enojosa equivocación?" La andanada le desencuadernó. Y los funcionarios, con una mal disimulada bellaquería en los semblantes, aguardaron. Acarició nervioso la culata del revólver que colgaba del cinto e, inteligentemente, se retiró, dejando una estela de imprecaciones. El espinoso pero necesario lance abrevió el calvario. Hacia las seis, por puro formulismo, fui conducido al coche patrulla y trasladado al hotel. Y en mi habitación, en presencia de los agentes, tuve que recabar nuevas pruebas de mi "inocencia": la agenda, con un sinfín de nombres que podían avalarme, libros, documentos... De regreso a la comisaría, uno de los policías -convencido de mi condición de escritor- se atrevió a bromear: "¿Piensa incluirnos en su próximo libro?" La batalla tocaba a su fin. Y tras redactar un parte al que no tuve acceso, fotocopiar mis documentos -incluida la carta de la embajada- y censurar con tinta azul cuantos apuntes creyeron convenientes, decidieron ponerme en libertad. Al despedirme sentenciaron: "¡Atento! Y dé gracias a que esto le haya ocurrido en Italia... -"Sí -repliqué para mis adentros, sin descuidar una fingida sonrisa de agradecimiento-, esto sólo es posible en Italia..." En la puerta, al entregarme la cámara, la hermosa agente uniformada me devolvió el guiño. Y a las 19 horas y 30 minutos -exhausto- me perdía en la oscuridad de la noche romana, a la búsqueda de un whisky doble. Hoffmann podía darse por satisfecho. En cuanto a mí, espero y deseo no tener que repetir la experiencia. Como era previsible, el resto de la estancia en Roma fue estrechamente 154


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