los miserables

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pálidos, la cabeza vacilante; pero su alta estatura dominaba a Marius, que estaba inclinado. -¡Compasión de vos, señorito! ¡Un adolescente que pide compasión a un anciano de noventa y un años! Vos entráis en la vida, y yo salgo de ella; vos sois rico, tenéis la única riqueza que existe, la juventud; y yo tengo todas las pobrezas de la vejez, la debilidad, el aislamiento. Estáis enamorado, eso no hay ni qué decirlo, ¡a mí no me ama nadie en el mundo! ¡Y venís a pedirme compasión! Pero vamos, ¿qué es lo que queréis? -Señor -dijo Marius-, sé que mi presencia os molesta; pero vengo solamente a pediros una cosa; después me iré en seguida. -¡Sois un necio! -dijo el anciano-. ¿Quién os dice que os vayáis? Estas palabras eran la traducción de este tierno pensamiento que tenía en el corazón: "¡Pídeme perdón de una vez! ¡Echate a mis brazos!" El señor Gillenormand sabía que Marius iba a abandonarlo dentro de algunos instantes, que su mal recibimiento lo enfriaba, que su dureza lo cerraba; pensaba todo esto, y aumentaba su dolor; pero éste se transformaba en cólera. Hubiera querido que Marius comprendiera, y Marius no comprendía. -¡Cómo! ¿Me habéis ofendido, a mí, a vuestro abuelo; habéis abandonado mi casa para iros no sé dónde; habéis querido llevar la vida de joven independiente; no habéis dado señal de vida; habéis contraído deudas sin decirme que las pague, y al cabo de cuatro años venís a mi casa, y no tenéis que decirme nada más que eso? Este modo violento de empujar al joven hacia la ternura sólo produjo el silencio de Marius. -Concluyamos. ¿Venís a pedirme algo? Decidlo. ¿Qué queréis? Hablad. -Señor -dijo Marius-, vengo a pediros permiso para casarme. -El señorito se quiere casar -exclamó el anciano, cuya voz breve y ronca anunciaba la plenitud de su ira. Se afirmó en la chimenea. -¡Casaros! ¡A los veintiún años! ¡No tenéis que hacer más que pedirme permiso! Una formalidad. Sentaos, caballero. Habéis pasado por una revolución desde que no he tenido el honor de veros, y han vencido en vos los jacobinos. Debéis estar muy contento. ¿No sois republicano desde que sois barón? ¿Conque queréis casaros? ¿Con quién? ¿Puedo preguntar, sin ser indiscreto, con quién? Y se detuvo; pero, antes de que Marius tuviera tiempo de responder, añadió con violencia: -¡Ah! ¿Tendréis una posición? ¿Una fortuna hecha? ¿Cuánto ganáis en vuestro oficio de abogado? -Nada -dijo Marius con una especie de firmeza y de resolución casi feroz. -¿Nada? ¿No tenéis para vivir más que las mil doscientas libras que os envío? Marius no respondió. El señor Gillenormand continuó: -Entonces ya comprendo. ¿Es rica la joven? -Como yo. -¡Qué! ¿No tiene dote? -No. -¿Y esperanzas? -Creo que no. -¡Enteramente desnuda! ¿Y qué es su padre? -No lo sé. -¡Y cómo se llama? -La señorita Fauchelevent. -Pst -dijo el viejo. -¡Señor! -exclamó Marius. El señor Gillenormand prosiguió como quien se habla a sí mismo:


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