los miserables

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Force a la Salpétrière, a su amante que estaba allí encarcelada. Esta pasó el papel a una mujer Ilamada Magnon, a quien la policía tenía en su mira, pero que todavía no había sido detenida. Esta Magnon era gran amiga de los Thenardier; ella podía, por tanto, servir de puente visitando a Eponina en las Madelonnettes. Sucedió que en esos mismos momentos Eponina y Azelma quedaban en libertad por falta de pruebas en su contra. Cuando salió Eponina, Magnon, que la esperaba en la puerta, le entregó el mensaje de Brujon a Babet y le encargó que investigara el negocio. Eponina fue a la calle Plumet, encontró la verja y el jardín, observó la casa, espió, acechó, y unos días después le llevó a Magnon un bizcocho que ésta entregó a la amante de Babet en la Salpétrière. Bizcocho, en el tenebroso lenguaje de la prisión, significa: "Nada que hacer". De modo que una semana después, cuando Babet y Brujon se cruzaban en el camino de ronda de la Force, uno hacia la instrucción y el otro regresando, Brujon preguntó: -¿Y? ¿La calle Plumet? -Bizcocho -respondió Babet. Así abortó este feto de crimen concebido por Brujon en la Force. Sin embargo, este aborto tuvo consecuencias totalmente diferentes a las planeadas, como ya se verá. A menudo, cuando se intenta anudar un hilo, se anuda otro.

III Aparición al señor Mabeuf Mientras Marius descendía lentamente por esos lúgubres escalones que conducen a los lugares sin luz, el señor Mabeuf los bajaba de otra manera. Al anciano todas las opiniones políticas le eran indiferentes, y las aprobaba todas para que lo dejaran tranquilo. Su postura política era la de amar apasionadamente las plantas, pero sobre todo amar los libros. Tenía como todo el mundo su terminación en -ista, sin la cual nadie habría podido vivir en esa época, pero no era ni realista, ni bonapartista, ni anarquista; él era coleccionista de libros antiguos. Uniendo sus dos pasiones, había publicado un libro, La flora en los alrededores de Cauteretz. Vivía solo con una vieja ama de llaves, a quien llamaba, sin que ella comprendiera por qué, la señora Plutarco. En 1830, por un error legal, perdió todo lo que tenía. Además, la Revolución de Julio provocó una crisis que afectó a las librerías y, por supuesto, en los malos tiempos lo primero que deja de venderse es un libro sobre la flora. Dejó su cargo en la parroquia y se mudó a una especie de choza, cerca del jardín Botánico, donde le permitieron utilizar un pequeño pedazo de tierra para sus ensayos de siembras de añil. Había reducido su almuerzo a dos huevos, y dejaba uno de ellos a su vieja criada, a la cual no había pagado el salario hacía quince meses. Muchas veces, el almuerzo era su única comida. Ya no se reía con su risa infantil; se había vuelto huraño, y no recibía visitas. Algunas veces, camino al jardín Botánico, se encontraba con Marius; no se hablaban; solamente se saludaban con la cabeza tristemente. Es doloroso, pero hay un momento en que la miseria separa hasta a los amigos. El señor Mabeuf sentía simpatía por Marius, porque era joven y suave. La juventud, cuando es suave, es para los viejos como un sol sin viento. Por la noche volvía del jardín Botánico a su casa para regar sus plantas y leer sus libros. El señor Mabeuf tenía por entonces muy cerca de los ochenta años. Una tarde recibió una singular visita. Estaba sentado en una piedra que tenía por banco en el jardín, y miraba con tristeza sus plantas secas que necesitaban urgente riego. Se dirigió encorvado


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