Cavilaciones, antología de Luis Valenzuela por Mariela Lorely

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L U I S A

V A L E N Z U E L A O B R A S S E L E C T A S D E ARTEMIS MarielaLorelyGarcíaCoronado EditorialArtemis

Primera edición 2022

Depósito legal: En proceso

ISBN: En proceso

Diseño de portada y maquetación: Mariela Lorely García Coronado

Imprime: UANL

Edita: Editorial Artemis editorialartemis@edartemis.com

La reproducción, almacenamiento y transmisión de esta publicación están permitidos, es un libro hecho para un proyecto escolar.

Para Artemis.

Índice Introducción ........................................................ 1 En tren de reflexiones .......................................... 3 La maceta ............................................................ 5 Otro .................................................................... 11 Visión de reojo ................................................... 15 Principio de la especie ........................................19 Cada cosa en su lugar ......................................... 21 Cuento de hadas ................................................. 23 Así es la cosa ...................................................... 25 Reflexión pertinente ........................................... 27 Puerta ................................................................. 29 Conclusión ......................................................... 31

Introducción

Luisa Valenzuela es una escritora que se destaca por la exploración de sensaciones y emociones excesivas, argumenta que se siente atraída por la idea del exceso religioso, que empuja los límites y cae más allá de la razón, al otro lado de la salud mental. Tambien tiene la fasinación por el tema de nuestro yo oculto, la exploración de los fantasmas que yacen detrás de la superficie de la existencia cotidiana y que motivan nuestras acciones, la manifestación del inconsciente.

Los cuentos que a continuación se presentan se caracterizan por las sensaciones que provoca la narrativa de Valenzuela, quien aclama que la literatura es una fuerza positiva que nos lleva más cerca de entendernos a nosotros mismos.

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En tren de reflexiones

Es éste un principio puramente mítico, no tiene materialidad ni consistencia. Tiene esencia y por eso mismo planea entre nosotros con toda alevosía. Nos obliga a hacer cosas involuntarias por cierto tal como las líneas que ahora escribo sin saber a dónde habrán de conducirme. Y me preocupo. Porque recién empiezo y ya me pierdo...

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La maceta

Hace muchos años que tengo la semillita, y la más de las veces ni sé dónde está. Pero está. Y hoy la volví a encontrar y decidí plantarla. Por fin y porque tenía maceta apropiada. Chica la maceta, perfecta para los primeros brotes. Entonces le puse arena y le puse tierra de la buena y le puse ganas y metí la semilla.

Después me largué a pasear por el mundo con la maceta en la mano sin pensar más en la semilla. Eso sí, de tanto en tanto la fui regando, más por solidaridad que por confianza ciega en mi capacidad de jardinera. Juan en cambio sí es jardinero, pero al principio ni lo dejé acercarse.

¿Adónde vas con una maceta a cuestas? me gritó desde lejos. Yo apreté el paso porque sabía lo que me iba a decir: que yo tengo derecho a hacer todo los viajes que quiera pero que la planta no, la planta es sedentaria, quieta.

Qué planta ni qué planta, me detuve en seco para increparle, enrostrándole esta maceta yerma, superficie de tierra oscura, como arada.

Era un mundo esa tierra, un universo desmesurado

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en el cual yo lo esperaba a Juan y Juan nunca llegaba. Lo esperaba en medio de la tierra, a veces hierática, yo, como espantapájaros resguardando la semilla y su futuro retoño.

- ¿Qué hacés parada como boba con una maceta en la mano? me preguntó Juan, por fin a mi lado, jadeando de tanto correr para alcanzarme. Oh Juan, Juano.

Tengo que cuidar esta maceta porque está embarazada, le contesté.

- Entonces no le hacen bien las sacudidas. No la sacudo: me deslizo y fluyo.

Él me tomó del codo. El codo del brazo de la mano que sostenía la maceta y fue como si una corriente me atravesara el brazo y vi vimos el primer brote levantando con esfuerzo la cabeza. De un verde nuevo, tenue. Y nos largamos a caminar por el camino de tierra que a los lados iba germinando. Avanzábamos, y con nosotros avanzaba la germinación como si alguien desplegara una gigantesca alfombra verde de largas lanas delicadas meciéndose con el viento. Juan me pasó el brazo por la cintura, yo me apreté a Juan y en medio de los dos la maceta en mi mano, como un trofeo.

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Ya no sentía la mano, sentía la maceta y el cuerpo de Juan, la respiración de Juan, su paso cada vez más intenso.

Y de golpe el brazo fue otro: un abrazo verde, dicotiledóneo, incluyente.

Nos tomaba a los dos y fuimos un solo pulso, fuimos simplemente un abrazar, un movimiento de unión, una delicuescencia verde.

Verde. Sólo verde fluyendo como a tres palmos por encima del camino de tierra. Una vibración de la luz, y color, y calor, y después nada.

Nada somos, verdenada es. O es todo. Nadasomos todonada. Estamos anda. Verde pulsátil como coloreado cachito de brisa. Así puede contornearse el perímetro de la maceta, es decir dar la vuelta al mundo

Se puede y también se puede topar contra la mole rubia que avanza. Es una duna. ¿Es? ¿Puede algo ser aquí, en medio de esta danza? Es otra vibración más consistente, teñida por el sol.

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El verde parpadea. El verde siempre ha sido rechazado por la duna, o quizá fue a la inversa. Quién rechaza a quién es irrelevante en esta fracción de segundo antes del choque. A toda velocidad el dorado de la duna y ese verde que soy --somos, fuimos, estamos o estaremos siendo nosotros ¿hay nosotros, Juanyó, yojuan, juayono?-entran en colisión y se funden sin fundirse. Vuelan granos de arena como chispas. Vuela el verde estallado en mil pedazos. Sólo queda la maceta que es el universo, macetita redonda: una cuna para recibir aquello que seremos, brotando.

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Otro

Ella va caminando por el parque, su pelo al viento, cuando aparece el otro surgido de la nada. Un muchachito con idénticos pantalones negros y la cara totalmente pintada de blanco, una máscara sobre la cual de manera inexplicable se sobreimprime la máscara de ella: sus mismas cejas elevadas, sus ojos azorados. Ella sonríe con timidez y él le devuelve exactamente la misma sonrisa en un juego de espejos. Ella mueve la mano derecha y él mueve la izquierda, ella da un paso amplio y él da el mismo paso, el mismo modo de andar, los idénticos gestos, las cadencias. Empieza el juego de proyectos, proyecciones. Fantasías como la de lavarle la cara al otro y encontrar tras la pintura blanca la propia cara. O acoplarse con él como una forma un poco torpe de completarse a sí misma. O dejarlo partir y quedarse sin sombra. Vanos proyectos mientras el otro la va siguiendo por el parque, reflejando cada uno de sus gestos. Adentrándose cada vez más en la espesura a dos pasos de distancia.

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Hasta que él cruza, sin avisar, sin proponérselo, el abismo separador de los dos pasos y ocupa el lugar de ella. Para siempre.

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Visión de reojo

La verdá, la verdá, me plantó la mano en el culo y yo estaba ya a punto de pegarle cuatro gritos cuando el colectivo pasó frente a una iglesia y lo vi persignarse. Buen muchacho después de todo, me dije. Quizá no lo esté haciendo a propósito o quizá su mano derecha ignore lo que su izquierda hace. Traté de correrme al interior del coche porque una cosa es justificar y otra muy distinta es dejarse manosear pero cada vez subían más pasajeros y no había forma. Mis esguinces sólo sirvieron para que él meta mejor la mano y hasta me acaricie. Yo me movía nerviosa. Él también. Pasamos frente a otra iglesia pero ni se dio cuenta y se llevó la mano a la cara sólo para secarse el sudor. Yo lo empecé a mirar de reojo haciéndome la disimulada, no fuera a creer que me estaba gustando. Imposible correrme y eso que me sacudía. Decidí entonces tomarme la revancha y a mi vez le planté la mano en el culo a él. Pocas cuadras después una oleada de gente me sacó de su lado a empujones. Los que bajaban me arrancaron del colectivo y ahora lamento haberlo perdido así de golpe porque en su billetera sólo había 7.400 pesos de los viejos y más

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hubiera podido sacarle en un encuentro a solas. Parecía cariñoso. Y muy desprendido.

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Principio de la especie

Me acerqué a la planta perenne de tronco leñoso y elevado que se ramifica a mayor o menor altura del suelo y estiré la parte de mi cuerpo de bípeda implume que va de la muñeca a la extremidad de los dedos para recoger el órgano comestible de la planta que contiene las semillas y nace del ovario de la flor. El reptil generalmente de gran tamaño me alentó en mi acción dificultosa que se acomete con resolución. Luego insté al macho de la especie de los mamíferos bimanos del orden de los primates dotado de razón y de lenguaje articulado a que comiera del órgano de la planta. El aceptó mi propuesta con cierto sentimiento experimentado a causa de algo que agrada. Pocas cosas tienen nombre, por ahora. A esto que hicimos creo que lo van a denominar pecado. Si nos dejaran elegir, sabríamos llamarlo de mil maneras más encantadoras.

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Cada cosa en su lugar

1) Hay dramas más aterradores que otros. El de Juan, por ejemplo, que por culpa de su pésima memoria cada tanto optaba por guardar silencio y después se veía en la obligación de hablar y hablar y hablar hasta agotarse porque al silencio no podía recordar dónde lo había metido.

2) Y después está el drama de Jacinto, tan proclive a perder el tiempo. Al contrario de Juan, este detalle no lo incomoda en absoluto; sólo lo inquietan esos lapsos de tiempo vacío con los cuales se topa de golpe al buscar un libro en la biblioteca o al abrir algún cajón largamente cerrado. Con ese tiempo de yapa no sabe qué hacer y queda paralizado y mudo, como muerto, y quiere matarse.

3) Juan escucha el problema de Jacinto y se dice que lo de su amigo no es tan serio. Para qué vas a matarte vos, lo conmina. Mejor matá el tiempo. Yo puedo enseñarte a hacerlo: con palabras.

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Cuento de hadas

Ante los ojos de las princesas doradas todo príncipe azul acaba por desteñirse.

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Así es la cosa

Acá está aquello que nunca dejaremos de perder. Lo pondré sobre la mesa a la vista de todos para que nadie lo encuentre.

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Reflexión pertinente

Durante el sueño, cabeza y cuerpo constituyen una sociedad perfecta. Ella es la socia activa, él el socio pasivo; y así se desarrolla la plácida noche del dormir, con algunos sobresaltos que son sólo imaginarios.

Es al despertar que la cosa se complica, la armoniosa sociedad se va disolviendo con el retomo más o menos lento de la llamada conciencia hasta que por fin, durante el día, se desencadena entre cabeza y cuerpo esta sempiterna guerra sin cuartel para tomar el mando.

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Puerta

Abrí la puerta de calle y me enfrentaron tres desconocidos de aspecto facineroso. Uno dio un paso adelante y mis ingentes esfuerzos por cerrarle la puerta en las narices estaban resultando inútiles cuando desperté.

Acá terminaría el cuento si de cancelar el miedo se tratara, pero siendo sueño y vigilia dos estados incompatibles, vaya una a saber cómo continúa aquello que creímos interrumpir abriendo los ojos. Y ahora me pregunto quién ha logrado colarse en esta casa mía que es mi mente.

Hoy me siento otra.

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Conclusión

Para esta antología, se recopilaron diversos microrelatos que se han organizado de tal manera que el lector llegue lo más cerca a ese punto de abrirse a la introspección y análisis.

Valenzuela se interesa en el autoconocimiento y una de sus herramientas para lograrlo es la escritura. Como lo demuestra en sus microcuentos, es transparente y se enfoca en demostrar y no impresionar, ya que para ella es un deleite la expresión máxima del ser y los pensamientos.

La esencia de sus obras se caracterizan por la reflexión, la presente recopilación comienza con El tren de reflexiones, que es un gran microcuento de bienvenida a sus obras. La maceta se caracteriza por el jugueteo y la tensión, al igual que Visión de reojo aunque ambos estén muy lejos de ser parecidos. Otro, considero, es el principal destacado en la acción de reflexión y pensamiento, las obras restantes se caracterizan por el talento de Valenzuela para pintar grandes imágenes con pocas palabras.

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Cavilaciones recopila las mejores obras de la escritora argentina Luisa Valenzuela, en estos diversos microcuentos se encuentran universos introspectivos. Hay relatos románticos, intensos, eróticos y reflectivos que invitan al lector a la abstracción de la mente.

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