Angeles Extraños

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mundo normal como el mundo verdadero, todo depende de lo que la gente cree que es. Darse cuenta de eso, jugar a lo que esperan. - Sí, suenas un poco más abajo, al sur. Grandes cambios para ti, ¿eh? Va a nevar. Lo anunció como si debería sentirme agradecida por decírmelo. La correa de mi mochila lastimaba mi hombro. Traté de no erizarme. No sueno del Sur. Sueno un poco como mi abuela, pero eso es todo. - Gracias por la advertencia. - No me molesté en disimular el sarcasmo. - Hey, no hay problema. En primer lugar que me libre de uno. Cuando levanté la vista hacia él, sonreía debajo de su pelo. Casi amenazado con comerse su nariz. La nariz orgullosa y huesuda se veía como si estuviera en una buena pelea, aunque, se veía con frío. Ni siquiera tiene guantes. Por un segundo, jugué con la idea de decirle algo. Hola. Soy Dru Anderson. Mi padre se ocupa de mí después de que mi mamá murió y ahora viaja por todo el país cazando cuando llega la noche, matando cosas que sólo se encuentran en los cuentos de hadas e historias de fantasmas. Ayudo cuando puedo, pero la mayoría de las veces soy un peso muerto, a pesar de que le puedo decir donde está cualquier cosa inhumana en esta ciudad o donde probablemente pase el rato. Estoy faltando a la escuela porque no estaré aquí dentro de otros tres meses. Nada de eso me importa. En cambio, me encontré casi sonriendo. - Debes usar guantes. Me miró, sacudiendo el pelo. Sus ojos volvieron a ser de color verde con hilos de marrón y oro, espesamente orlados de negras pestañas. Los chicos siempre reciben las mejores pestañas, es como una especie de ley cósmica. Y los chicos mestizos también obtienen algún tipo de ayuda adicional desde la genética. - Arruinan la imagen, - dijo. La plata brilló en su oreja izquierda, llevaba un pendiente. - Vas directamente a la muerte por el frío. - Hemos llegado al final de la cancha de fútbol y él ha tomado la iniciativa, de ir a la derecha por un sendero polvoriento. Ramas desnudas se entrelazaban por encima de nosotros, el olor seco de las hojas caídas y el polvo me hacía cosquillas en la nariz. La pila de ladrillos de


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